miércoles, 23 de noviembre de 2011

Lo que se acabó el domingo (2 y final)

          Como decíamos ayer... (qué gustazo poder emular a Fray Luis de León), sin esperar a que tome las riendas el nuevo gobierno, ya hay una serie de cosas que han cambiado solo con el fin de la campaña electoral.  Ayer hablábamos de la regeneración de la figura de Zapatero que lleva en marcha ya cuarenta y ocho horas y de la desaparición de la crisis facilona con posible salida sin recortes. Hoy, empezaré por señalar el final del movimiento de los indignados o 15M tal y como lo hemos conocido.

          Que no es que crea que se van a terminar las reivindicaciones de una regeneración democrática, cambios en la ley electoral, o simple y llanamente de un sistema más justo: el movimiento no va a desaparecer. Pero si ya desde las elecciones locales y autonómicas el seguimiento había disminuido considerablemente, tras las generales se va a quedar en prácticamente un chiste comparado con lo que fue en un principio. Tal vez muy ruidoso, sí; pero poco más que un chiste. Y es que por muy apolítico que pretendiese ser, los individuos apolíticos no existen. Puede uno no identificarse con ninguno de los partidos existentes, pero eso poco tiene que ver con ser apolítico. Así, a pesar de que al movimiento de indignación se sumaron individuos de todo tipo de ideologías; aunque solo sea por su tendencia histórica a llevar sus reivindicaciones a la calle, resulta obvio que se trataba de un colectivo mayoritariamente de izquierda. Y (lo más paradójico) aunque surge como respuesta a, entre otras cosas, el bipartidismo reinante; gran parte de las adhesiones se producen como fruto precisamente de este bipartidismo; por eso de que en España aún no hemos aprendido a distinguir entre partidos e ideología. Me explico: para muchos de los indignados el verdadero problema fue que (desde su perspectiva bipartidista) entendieron que protestar por los desaguisados del gobierno socialista equivalía a apoyar al Partido Popular; y eso era algo que, desde su ideología de izquierda, no estaban dispuestos a hacer. Otros, sin llegar tan lejos pero cegados también por el bipartidismo implementado ya hasta en su código genético; sintieron que ante el fracaso del PSOE, la única opción viable en España era la derecha. Eso, entendido así, es una señal inequívoca de que algo falla. Y así es como unos y otros optaron por la protesta transversal ante todo el sistema. Y tampoco me extiendo más sobre esto, que ya lo expliqué detenidamente en la entrada de este mismo blog del pasado 19 de mayo titulada "No es oro todo lo que reluce". Lo que interesa resaltar ahora es que, una vez en el gobierno un equipo de derechas, para muchos la protesta ante la situación o la gestión del partido dirigente ha dejado de suponerles un conflicto ideológico; con lo que a pesar de que los fallos del sistema seguirán estando ahí, sin duda dejarán de ser una prioridad.

          Y ya que hablamos de bipartidismo, que más quisiera yo que poder anunciar que también desapareció el domingo, pero nada más lejos de la realidad. Tras una gestión manifiestamente desastrosa como ha sido la que nos ha brindado, el PSOE ha recibido un 30% más de votos que todas las demás alternativas al PP juntas; lo que no parece augurar ningún cambio a corto plazo en nuestra visión dicotómica del panorama político. De hecho, el cambio más notable en la foto del hemiciclo es la llegada de un nuevo interlocutor político para el País Vasco; uno que, además, no considera que el hemiciclo sea una institución legítima en lo que a Euskadi se refiere. Y ya veremos a qué nos lleva, pero bien es verdad que por ahora no augura nada bueno ni para los vascos, ni para el resto de los españoles.

          Pero bueno, si de algo me gusta que me acusen, es de optimismo ciego; así que no quiero cerrar esta reflexión sobre el final de campaña sin exponer las esperanzas a las que me aferro tras los comicios del domingo. Lo que espero es que sepamos superar actitudes como la de la energúmena de FAC, que tras los resultados cuestionaba en Twitter la inteligencia de los asturianos; o la del cenutrio aquel del PSOE que se refería en su día a los que votaban al PP como "tontos de los cojones". Más bien espero que, tal y como en su día se defendía la gestión socialista de la primera legislatura de Zapatero exponiendo los resultados electorales de 2008 añadiendo "algo habrán hecho bien"; sepamos interpretar que si el PP recibe más de diez millones de votos (y no menos de nueve desde hace ya más de una década), algo bueno ha de tener. Así como también espero que sea entendido por todos que lo que ha fallado no ha sido la izquierda; que lo que ha fallado ha sido el PSOE y que, se regenere este partido o no, la izquierda cuenta en España con un elevadísimo potencial y talento; y que por mucha mayoría absoluta que haya en el congreso, su colaboración y apoyo si es que queremos salir de esta resultan indispensables.

          La situación en España no es mala, es lo siguiente; pero ante nosotros se presenta una oportunidad histórica. Nunca en nuestros años de democracia un partido aglutinó como hace hoy el PP tanto poder local, autonómico y nacional al mismo tiempo. Así las cosas, se pueden llevar a cabo reformas sin que los intereses partidistas enfrentados puedan evitarlo; vamos, centradas en la verdadera política y por el interés de España y sus ciudadanos. Ahora bien, de nada servirán sin no nos olvidamos de números de escaños y las hacemos entre todos. La oportunidad está servida...

martes, 22 de noviembre de 2011

Lo que se acabó el domingo (1)

          Vale que con la que le está cayendo a nuestra deuda soberana y a nuestra prima de riesgo, parece que ponerse a hablar sobre consecuencias domésticas y sociales del final de la campaña  resulta un tanto insensato. Pero hay veces en la vida en la que ante problemas frente a los cuales poco o nada podemos hacer, lo más oportuno es intentar seguir hacia adelante y no paralizarse obcecándose en asuntos sobre cuyo desenlace apenas podemos influir. Y es por esto que, a pesar de todo, quiero señalar hoy una serie de ideas que murieron en el momento en el que se cerraron los colegios electorales el domingo.

          Por ejemplo, el domingo feneció Zapatero "el apestado". Ese presidente inútil cuyo partido mantuvo todo lo alejado que pudo de su candidato durante la campaña. Ese cuya gestión intentaron olvidar unos y otros. Ese Zapatero ya no está. Ahora lo que empieza es la reivindicación de Zapatero, y sus cualidades como presidente no van sino a crecer y crecer. Y poco importa que el nuevo gobierno no entre en funciones hasta dentro de varias semanas; curiosamente, todos los males que nos toque padecer ahora serán inequívocamente culpa de los elegidos el pasado domingo. Pero lo más importante no es eso; lo verdaderamente novedoso es que cualquier mejoría que presente nuestra situación durante los próximos años, será para muchos el evidente resultado de las políticas puestas en marcha por ZP y su gabinete durante sus últimos meses en el poder. El rescate de su denostada figura ya está en marcha; y si lo quieren las circunstancias y el Partido Popular obtiene logros, no harán sino enterrar en el olvido al ZP junto al que hoy ni su mujer quiere hacerse una foto.

          Pero si hay algo verdaderamente importante que desapareció el domingo, es la crisis de la que nos llevan hablando varias semanas. Esa crisis de la que no solo íbamos a salir inexorablemente en cuestión de un par de meses, sino que podíamos hacerlo de infinitas maneras. Esa crisis que algunos reducían incluso a "excusa" de otros para llevar a cabo recortes también murió el domingo. Nos toca ahora enfrentarnos a la crisis de verdad, y asumir que los mensajes positivos de unos y otros eran pura demagogia y, en muchos casos, pesca de votos al cobijo del convencimiento de que sus propuestas nunca se iban a poner en práctica. Por ejemplo, mucho se ha repetido la posibilidad de eludir los recortes a base de subir impuestos de manera progresiva (para que paguen más los más ricos, se entiende). Y suena tan bonito dicho así que cuesta no confundir al que lo suelta con Errol Flynn vestido de Robin Hood; pero resulta que el 90% de la recaudación del IRPF en España procede de los asalariados. Dada la magnitud del déficit de nuestras administraciones ¿alguien se cree realmente que podemos arreglarlo multiplicando solo el 10% restante? Podríamos freír a impuestos a todos "los ricos" de España, y ni con esas taparíamos el agujero; con lo que por muy progresiva que fuese la subida, también se la iba a comer la clase media. Vamos, lo que nos faltaba; y eso por no entrar en lo que supondría para la inversión privada y lo difícil que resulta imaginarse un descenso del paro sin ésta.

          El verdadero problema en España, y esto lo saben todos los candidatos de todos los partidos, es que el gasto público se hace "de prestado" y las administraciones consumen todo el crédito disponible. Y poco importa si el año pasado se concedieron 93.000 millones más de euros en créditos que el anterior en nuestro país; que se los comieron íntegros las administraciones. Y sin crédito, no hay actividad empresarial. Y sin actividad empresarial, no hay empleo. Y sin empleo no se recaudan impuestos, y se viene abajo todo lo demás. Vamos, que no nos queda otra que reducir el gasto de nuestras administraciones. Y esto no lo digo yo porque sea más listo o sepa más de economía que los que prometían reactivarla aumentando el gasto público; que sabido es que no tengo a nuestra clase política en alta estima, pero ni yo mismo les considero tan memos. Lo que pasa es que yo no necesito dorarles la píldora fantaseando fórmulas mágicas para evadir los recortes a ver si así me votan.

          Y viendo que esto va para largo, mejor hacemos una pausa. Mañana más.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Aprender de Berlusconi

          Vale que igual no soy la persona más adecuada para recordarlo, pero quiero hablar hoy de la importancia de saber aprender de los errores. Que bien es verdad que las piedras se echan a un lado al verme llegar para intentar evitar que tropiece con ellas por enésima vez; pero es que es precisamente por ello que soy consciente de la necesidad que tenemos como individuos y como sociedad de saber extraer enseñanzas de nuestros yerros.

          Y si hoy en particular me da por aquí es a raíz de lo acontecido en Italia este fin de semana. El sábado finalmente presentó su dimisión Berlusconi, y apenas un par de segundos después ya se había organizado una fiesta multitudinaria en todo el país. El domingo todos los titulares señalaban cómo los italianos se habían librado finalmente del chuleta mafioso y putero, y en la tele se mostraban toda suerte de multitudes cantando "aleluya, aleluya".

          Hasta el punto en el que solo cabía preguntarse cómo había llegado Berlusconi a convertirse en primer ministro. Sus muestras de alivio y júbilo hacían cuestionarse qué habían hecho los italianos para merecer semejante maldición. Y como yo soy muy de cuestionarme, decidí investigar.

          Pues, para mi mayúscula sorpresa, descubrí que a Silvio Berlusconi lo habían elegido primer ministro los propios italianos en las urnas. De hecho no una, sino varias veces. Incluso hace no mucho, cuando ya todo el mundo sabía cómo se las gastaba el menda, por un tiempo fue primer ministro Romano Prodi; su gobierno de coalición de izquierda no se sostenía del todo bien con lo que se adelantaron elecciones y los italianos decidieron que volviese a gobernar el galán de Villa Certosa. Hoy, tras semanas de acoso por parte de las instituciones financieras y los dirigentes políticos de diferentes países de la UE, Silvio Berlusconi ha dejado de ser primer ministro (puesto que se ocupará sin elecciones mediante); y los italianos lo festejan. Vamos, que llegan los mercados, Merkel y Sarkozy y fuerzan la dimisión del primer ministro que los italianos eligieron en las urnas, y no solo no se mueren de vergüenza los tíos, sino que salen a la calle a celebrarlo (están locos estos romanos...). Y, claro, uno no puede menos que preguntarse: ¿qué carajo están celebrando? ¿que les hayan usurpado la soberanía que legítimamente les pertenece o que su democracia esté blindada a prueba de su propia estupidez? ¿No parecería más oportuno un tiempo de reflexión y autocrítica? ¿No resultaría más positivo para todos intentar aprender de lo acontecido, a ver si no se vuelve a repetir? Vista la magnitud de la fiesta, parece que no muchos en Italia piensan así.

          Y eso me trae de vuelta a casa. Que tal vez no seamos italianos, pero el carácter latino es el carácter latino; y de ese andamos bastante sobrados también por aquí. Y bien es verdad que las diferencias entre Berlusconi y ZP son notorias; pero no por ello deja de serlo que no aprender de lo sucedido en Italia sería desperdiciar una oportunidad puesta en bandeja. Tenemos el gobierno que padecemos porque así lo hemos elegido; y por lo que apuntan las encuestas, asumo que no hemos aprendido absolutamente nada. Zapatero es fruto del voto útil, del partidismo ciego, del voto en contra y del borreguismo idiotizado. Y ahora que las consecuencias hacen cola en las oficinas del INEM, en lugar de reflexionar un poquito e intentar corregirnos, ¿nos limitamos a repetir exactamente lo mismo pero en dirección contraria?

          Y así, mientras sigamos sin querer aprender de nuestros propios errores, será cuestión de tiempo que nos toque revivir los peores episodios de nuestra democracia. Antes o después volveremos a padecer a un presidente incapaz de controlar la corrupción en su gobierno igualito a González, a un presidente soberbio y endiosado convencido de poder gobernar por y para los españoles sin los españoles como Aznar; o a un presidente incapaz, insensato e irresponsable superadísimo por las circunstancias como Zapatero. Eso sí, cuando nos los quiten de encima lo celebraremos por todo lo alto. A fin de cuentas, o le votaron otros o con el que votaron los otros no nos habría ido mejor ¿verdad?

jueves, 3 de noviembre de 2011

Hacer guapo a Zapatero

          Ya de bien pequeñito aprendí que por muy feo que sea un ser humano, antes o después aparecerá otro que le hará parecer guapo. Es una de esas constantes inquebrantables de la vida que no sé si señaló en primer lugar algún filósofo clásico o tal vez la típica abuela de esas que sin haber abandonado apenas la cocina de su casa, y mucho menos su pueblo, contaban con muchísima más sabiduría que la mayoría de los que hoy se nos presentan como eruditos. Y poco importa en verdad si el primero en verbalizarlo se llamaba Isaac Newton o Herminia Pérez; la cuestión es que se trata de una ley de la naturaleza tan indiscutible como la de la gravedad o el teorema de Pitágoras.

          Es por este mismo principio que Zapatero anda estos días con una sonrisa picarona que no se le quita ni con las últimas cifras de desempleo. Cuando empezaba a asumir que nadie podía arrebatarle el número uno en el ranking de liantes infinitos de la política internacional e interestelar, aparece Papandreu y nos desmiente en dos patadas a todos los que afirmábamos plenamente convencidos que hacerlo peor que Zapatero era físicamente imposible.

          Que bien es verdad que, escarmentado tras tantas ocasiones en las que he tenido que modificar mis expectativas sobre ZP a la baja; he de reconocer que tras el anuncio de Papandreu de someter las medidas a referéndum, sentí un gran alivio. Lo primero que me vino a la cabeza fue que llegó demasiado tarde como para que el progresista planetario de León decidiese regalarnos a los españoles un ejercicio de democracia similar. Lo que no tuve en cuenta es que tras las dos tardes de estudio de economía que le señalaban como necesarias cuando era candidato, vinieron al menos media docena más. Y que aunque en sus siete años como presidente no haya sido capaz de memorizar un par de frases en inglés, sí que ha aprendido un par de cosas. Al menos las suficientes como para saber que si aquellos a los que les debes una millonada que te tiene en quiebra deciden perdonarte la mitad a cambio de que cantes y toques el ukelele desnudo en la puerta de Alcalá; lo que hay que hacer es desvestirse antes de que terminen de pedírtelo y plantarse allá con las gothic girls haciendo los coros y la Isadora Duncan cazurra adornándolo todo con entrechats, cabrioles, assemblés y taconeo flamenco si es que eso es lo que les pone a los acreedores. Y por eso ahora sonríe. Porque sabe que los que denunciábamos a gritos que no se nos podía hacer más daño nos acabamos de dar con una puerta en las narices. Porque si alguna vez se tiene que ver cara a cara con alguno de nosotros, antes de que abramos la boca podrá preguntarnos con sorna: ¿a mí me llamábais inconsciente? ¿a mí me considerábais irresponsable? Porque ahora sabe que, leyendo las noticias que nos llegan desde Grecia, nos sentimos en cierto modo afortunados de haber tenido a ZP de presidente; conscientes ahora de que sí que podría haber sido muchísimo peor.

          Porque todos los desmanes, bandazos, rectificaciones de las rectificaciones, incongruencias, ocurrencias y demás desvaríos de Zapatero, Salgado, Rubalcaba (que, a pesar de que nadie lo diría, creo que tuvo cierta relevancia en todo esto), Solbes, Sebastián y el resto de la tropa; se reducen a chiquilladas inconsecuentes al lado de la propuesta de referéndum de Papandreu. Pretender dárselas ahora de demócrata y consultar al pueblo griego sobre las medidas es el insulto definitivo. ¿No habría resultado más oportuno hacer el referéndum antes? Esto es, preguntarles a los griegos qué les parecía que les utilizasen a ellos y a todos sus bienes como avales (así funciona la deuda soberana) de unos créditos de miles de millones de euros que en ningún caso se iban a poder devolver. El pueblo griego concedió un poder a su gobierno que éste utilizó de manera irresponsable (discutir hoy quién fue el primer irresponsable resulta estéril). Ahora, por desgracia, los griegos no pueden decidir si asumen o no las consecuencias de esta irresponsabilidad; exactamente igual que los españoles no podemos elegir en las urnas si aceptamos nuestros cinco millones de parados o no. Así es que, a pesar de que no puedo saber los verdaderos motivos que llevan a Papandreu a convocar semejante despropósito; sí que intuyo las consecuencias y me hacen temblar de pavor.

          Admitir que el pago de la deuda soberana se someta a las urnas no es una opción. Semejante descrédito para la más importante fuente de financiación de los gobiernos de todo el planeta es simplemente inaceptable. EL MUNDO NO SE LO PUEDE PERMITIR. Y así es como, por tercera vez en los últimos cien años, Alemania (principal acreedora) se ve encorsetada por sus vecinos. Y mientras toca morirse de miedo, en España casi nadie parece darse cuenta; por no hablar de todos los que (preparando el terreno) presentan a la Merkel como la mala de la película solo por no querer prestar dinero sin que antes se haga lo necesario para que al menos exista la posibilidad de que le sea devuelto. Y perdonen si no me extiendo más sobre esto, pero me puede la angustia y asumo que sabrán sacar sus propias conclusiones.

          Pues eso; que el panorama que se avecina no es desolador, es lo siguiente. Pero al menos Zapatero sonríe.

viernes, 21 de octubre de 2011

La Historia reducida a un argumento electoral

          Qué poquito me ha durado el impacto. No había terminado de encajar el comunicado que ayer tarde difundía ETA, y las reacciones suscitadas en unos y otros ya me estaban poniendo de los nervios. Leche, que no es que al analizarlo se plantease alguno cómo resultaría más conveniente abordarlo cara al 20N; es que nuestra querida clase política y sus aparatos mediáticos han hecho única y exclusivamente la lectura en clave electoral. Y la cordura, el sentido común, la lógica o los verdaderos intereses de este país y sus ciudadanos quedaron una vez más relegados a la inopia.

          Así, da la sensación de que lo que más de uno querría sería que ETA volviese a atentar (sin víctimas, pero atentar) en el menor plazo posible, aunque solo sea para demostrar que ayer llevaban razón al conceder al comunicado cero credibilidad. Y sé que es una auténtica barbaridad, pero no supera en insensatez a aquellos que lo quieren dar por bueno a toda costa y que en menos de un minuto hablaban ya de ETA como algo del pasado.

          Y comprendo que lo peor que podríamos hacer ahora es recibir este comunicado cegados por el escepticismo; pero bien es verdad que ayer, entre tantas celebraciones, eché en falta algún llamamiento a la prudencia. Que por supuesto que todos los ciudadanos con dos dedos de frente deseamos de todo corazón que el comunicado sea el principio del fin, pero no podemos ignorar que a fin de cuentas por ahora solamente tenemos eso: un comunicado. Ni que un comunicado solo son palabras. Ni mucho menos que en este caso en particular las palabras en cuestión las pronuncia un tipo encapuchado.

          Por esto es que no comparto el entusiasmo con el que ayer miles de personas señalaban el carácter histórico de la fecha que estábamos viviendo. Bien podría serlo, pero independientemente de lo mucho que queramos que lo sea (o no), solo el tiempo puede determinarlo, sin que nosotros podamos hacer nada para favorecerlo. Esto no es un conflicto armado en el que ambas partes se sientan y firman la paz; aquí lo que tenemos es un agresor que emite un comunicado. Y claro que debemos ir corriendo a coger la botella de champán, pero por ahora debemos limitarnos a ponerla a enfriar. Si un tipo nos apunta con un arma, es lógico que sintamos alivio si nos dice que no nos va a disparar; pero tampoco es muy sensato dar por resuelto el problema mientras no suelte la pistola. Cuanto más nos precipitemos en celebrar la fecha de ayer, más se parecerá la emisión del comunicado a la firma de una paz que pone fin a una guerra; y si sabemos de algo que de ningún modo debemos hacer, eso es bailar al son que nos dicte la izquierda abertzale.

          En las actas incautadas a ETA hace unos meses ya se mencionaba el bochornoso congreso internacional que tuvo lugar este lunes, y se lo señalaba como el arranque de una nueva etapa de negociaciones políticas. Y ya que el gobierno y los medios afines han insistido incansablemente en la poca credibilidad que se le deben dar a unas actas de ETA, y yo soy muy de hacerles caso sumiso; mejor me remito al comunicado de ayer, cuya credibilidad viene (curiosamente esta vez sí) avalada por el gobierno y sus medios afines. En este se dice textualmente: "ETA hace un llamamiento a los gobiernos de España y Francia para abrir un proceso de diálogo directo que tenga por objetivo la resolución de las consecuencias del conflicto y, así, la superación de la confrontación armada". Y como se puede decir más alto pero no más claro; nosotros debemos asumir que lo de ayer no supone el final de la violencia, sino el principio de una negociación que bien podría (ojalá así sea) llevarnos a este final.

          Por eso entiendo que es una actitud despreciable y mezquina la de los que no quieren ver la esperanza puesta ante nuestros ojos; pero tampoco he sido nunca amigo de poner el carro delante de los bueyes. Así pues pongo el champán a enfriar, pero acto seguido pregunto: ¿qué pretenden recibir a cambio? ¿realmente se van a limitar a demandas que podamos concederles? Y la verdadera pregunta del millón: ¿Qué pasa si las consecuencias del conflicto no se resuelven de manera que ellos entiendan como satisfactoria? Que me encantaría pensar que se han caído de la burra y que finalmente han comprendido que no pueden ganar; pero me da que hace tantos años y tantos muertos que ya lo saben, que lo mínimo que puedo hacer es preguntar.


          Por cierto, ¿Se han fijado en lo bien que hablan y escriben castellano, los jodíos, cuando se dirigen a la BBC y el NY Times?

lunes, 17 de octubre de 2011

Lo que el 15M deja en evidencia

          Ya publiqué en su momento dos entradas a propósito del 15M, los indignados, la democracia real ya y demás familia. Sigo pensando lo mismo, con lo que no vamos a ahondar ahora en ello. Desgraciadamente no comparto sus planteamientos, los cuales considero pueriles y carentes de reflexión previa (por no mencionar que para saber que la cosa no funciona, me basto solito); pero sí que valoro el movimiento en sí como tirón de orejas para las instituciones y recordatorio para la clase política de que tras las cifras de las encuestas hay vidas humanas.

          Sin embargo, cada vez me resulta más divertido constatar cómo este movimiento cada día que pasa consigue que más y más celebrities de nuestro panorama político se pongan a si mismos en evidencia. Y es que si resulta cuando menos chocante ver y escuchar a miembros del PP y su aparato mediático aceptar con cara de circunstancias que hay que escuchar al pueblo, y analizar detenidamente las razones de su tremenda indignación; lo de los socialistas y sus acólitos presentándose como simpatizantes y aplaudiendo esta movilización ciudadana es simple y llanamente delirante.Son tantos los miembros de la secta convencidos que de pillarles esto hace dos o tres décadas habrían sido los primeros en acampar en la Puerta del Sol; que observarles ahora intentando ignorar que ellos son el objetivo de semejantes protestas resulta cuando menos cómico.

          Yo por lo menos me parto de la risa cada vez que un simpatizante del 15M de los de rosa en puño critica la actitud de Mariano Rajoy. Porque, pensémoslo fríamente por un segundo; a efectos prácticos Mariano Rajoy es la madre de todos los indignados. Que tal vez no le dé por montar su canadiense en el kilómetro cero, pero lleva varios años señalando a voz en grito que esto es un desastre, que no funciona, que nuestra sociedad se va al garete y que necesitamos reformar el país de cabo a rabo si es que no queremos irnos a tomar viento. Y si es necesario aceptamos pulpo como animal de compañía y que Mariano Rajoy es el demonio disfrazado de gallego. Estoy dispuesto a asumir incluso que si gana las elecciones terminará con la sanidad pública, cerrará todos los colegios y resucitará al generalísimo antes de 2012. Pero aún así, aplaudir a unos que protestan sin proponer alternativas y poner a parir al líder de la oposición precisamente por hacer supuestamente lo mismo, resulta grotesco.

          Y así es como el 15M pone de manifiesto una vez más la vieja historia de siempre; que aquí lo de menos es la verdad, la coherencia, la congruencia, la lógica o la dignidad más elemental; esto va de ganar votos, y lo demás importa un carajo. Y ni a Rubalcaba ni a los suyos les preocupa lo más mínimo el evidente doble rasero que esto supone ni los cientos de propuestas concretas que el Partido Popular ha presentado en el Congreso desde el comienzo de la crisis (más o menos acertadas, pero propuestas al fin y al cabo). Insisten y seguirán insistiendo sobre la falta de propuestas porque, conocedores del electorado español, saben que nada les favorecería más que ser desmentidos desde Génova. No queremos que nos toquen lo nuestro (ver entrada anterior de este mismo blog), y nos creemos que podemos salir de esta situación sin renunciar a nada. Somos como aquellos que le exigen a su médico que les arregle la figura, pero no quieren oír hablar de cirugía, dietas o ejercicio. Así pues, cualquier propuesta a la que los populares den publicidad, solo puede quitarles votos. Si añadimos que el PSOE puede prometer lo que le venga en gana porque no va a ganar, y tampoco desdecirse sería nada nuevo de producirse una carambola en las urnas; la ecuación se cierra ella solita.

          Pero el colmo de la desfachatez lo protagonizan aquellos que simpatizan con el movimiento de los indignados y al mismo tiempo defienden la presencia de Bildu en las instituciones. "Las urnas lo han legitimado", dicen. Y me pregunto yo: ¿hablamos de las mismas urnas que legitiman al PP y al PSOE y toda la situación institucional contra la que se manifiestan en la Puerta del Sol? Quién sabe; puede que no. O tal vez sea que el 15M les ha vuelto a dejar en evidencia.

martes, 11 de octubre de 2011

¿Estamos dispuestos a arreglar esto?

          Lo sugería hace tiempo, pero hoy ya tengo la absoluta certeza: no estamos suficientemente asustados con la crisis. Y no me refiero obviamente a los millones de familias que no saben cómo van a arreglarse esta semana ni la que viene (esos no están asustados, están directamente jodidos); sino al resto. Nos encontramos en una situación delicadísima, al borde de una quiebra que está a punto de cambiar el mundo tal y como lo conocemos; y nosotros no pasamos de la demagogia de barra de bar o café en la oficina.

          Y así es como se nos llena la boca hablando del aberrante despilfarro autonómico o del terrible alejamiento entre el mundo político y nuestra vida diaria; pero cuando nuestros dirigentes responden "bajando" a nuestra realidad con la tijera al hombro, nuestro discurso da una vuelta sobre sí mismo con tirabuzón y toda la pesca; y practicamos el "donde dije digo digo diego" con aún mayor soltura que los políticos a los que habitualmente ponemos a parir por ello.

          ¿Es que realmente algún mortal con dos dedos de frente llegó a pensar que el despilfarro de nuestras administraciones se reducía a sueldos inmerecidos y exceso de vehículos oficiales? ¿Tan mala fue la educación que recibimos como para no poder calcular por encima la de coches blindados que tendríamos que vender para arreglar así el desfase de miles de millones de euros que nos traemos entre manos?

          Pues así parece si, a pesar de lo concienciados que estamos de la situación de quiebra de nuestras administraciones, cuando los catalanes deciden recortar en sanidad, liamos la mundial; o si Madrid decide hacerlo en educación, nos ponemos en huelga; o si Cascos en Asturias empieza por no pagar a la televisión autonómica y sus proveedores, nos echamos a la calle con las manos en la cabeza. Vamos, que entendemos que hay que recortar, pero queremos que se recorten esas cifras tan feas de las que se habla por la tele del mundo ese lejano en el que viven los políticos, pero que no nos toquen lo nuestro.

          Y por nada en el mundo querría que se me interpretase mal. No quiero decir que los que ahora recortan lo estén haciendo bien, ni en las partidas presupuestarias más adecuadas. Tampoco creo que debamos olvidar nunca que en muchos casos son los mismos cuya pésima gestión nos ha traído hasta aquí (de hecho, eso es algo que me parece que no tenemos suficientemente presente). Pero eso no quita que ahora mismo nos toque asumir que nuestro estado del bienestar es insostenible; y que solo podemos elegir entre perder parte o perderlo todo. Es como si le roban a uno la tarjeta y le dejan la cuenta del banco a cero; es injusto, inmerecido y en ningún momento culpa suya; pero tendrá que renunciar a muchas cosas para llegar a fin de mes. Y bien es verdad que está en nuestra naturaleza desear que las desgracias (en forma de recorte o como vengan) le toquen al prójimo antes que a uno mismo; y por eso espero y comprendo reacciones por parte de cualquier colectivo afectado por un tijeretazo. Ahora bien, las manifestaciones de ciudadanos ajenos solidarizándose y oponiéndose frontalmente a cada recorte propuesto (excepto sueldos de políticos y coches oficiales, claro está); no solo no las entiendo, sino que me hacen temblar de miedo porque sé a dónde nos llevan:

          Hace más de quince años España tenía un problema en las cuentas públicas parecido al de hoy. Vino el gobierno de Aznar y, con Rato a cargo de la economía, salimos de ello congelando sueldos a funcionarios y poco más. "Es lo que tiene gestionar con eficiencia", nos decían. Pero, claro, entonces nuestros presupuestos contaban con unos lastres enormes en forma de empresas estatales de los que pudimos deshacernos a base de privatizar. Hoy no queda lastre que soltar, pero eso parecen ignorarlo los millones de españolitos que en noviembre votarán un nuevo gobierno convencidos de que aquello se puede repetir. Que serán los mismos que se echarán a la calle en cuanto el ministerio de economía empuñe la tijera de podar; ignorantes de que la confianza que debemos generar si queremos que nos presten el dinero que necesitamos para salir de esta no solo se basa en la voluntad de los gobernantes, sino también en el margen de maniobra que les concedan sus gobernados. Y viendo lo poco dispuestos que estamos a que nos toquen lo nuestro, me pongo en lo peor.

         

lunes, 3 de octubre de 2011

Prometer discriminación

          Uno puede saber que en campaña electoral cabe esperar cualquier cosa todo lo que le dé la gana; y sin embargo no pasa una convocatoria a las urnas sin que los hechos superen a la más imaginativa de las previsiones. Que una cosa es esperar que se hagan promesas a sabiendas de que es físicamente imposible cumplirlas, y otra muy diferente es haber alcanzado tal grado de surrealismo que se pueda vender como promesa electoral un atentado a nuestros derechos fundamentales.

          Ayer domingo, el diario 'El País' llevaba en portada la propuesta estrella del programa electoral de Rubalcaba: imponer la paridad en la cúpula de las grandes firmas. Y no me cuesta nada imaginarme al tío soltarlo embriagado de convicción, ni a las miembras y miembros de su público dejarse las manos aplaudiendo y desgañitarse gritando 'presidente, presidente'; pero es que no se necesita gran agudeza para caer en la cuenta de que lo que está prometiendo es que obligará por ley a las grandes empresas a discriminar por motivos de sexo. Y ya pueden ponerle el apellido 'positiva' todo lo que les venga en gana; la discriminación es la discriminación. Siempre favorece a unos en detrimento de otros, y eso nunca puede ser bueno. Es contraria a la libertad y, sobre todo, incompatible con esa aspiración de 'igualdad' que tanto preconizan.

          ¿Qué ha pasado, pues, para que la izquierda ya no solo haya dejado de detestar la discriminación sino que la incluya en su programa electoral? ¿Realmente es tan poderoso el lobby feminista, o simplemente nos hemos vuelto todos gilipollas?

          Personalmente sostengo mi propia teoría, que es que una vez más nuestra clase política demuestra vivir en planetas diferentes al nuestro. No me resulta sencillo admitirlo; no en vano soy un varón encantado de haberse conocido. Entiendo la sociedad como un gran equipo al que los colectivos masculino y femenino aportan cosas diferentes, y por mucho que diferente no quiera decir mejor o peor, yo me siento afortunado y orgulloso de las que me tocan (espero que nadie se ofenda por mi honestidad, seguro que si lo que quieren es leer al enésimo lameculos hipócrita señalando lo primitivo y ridículo que resulta el hombre comparado a la mujer no les resultará difícil encontrar alguno de los millones de blogs que se publican a diario con afirmaciones de ese tipo). Sin embargo, los hechos son incontestables, y sería de cenutrios no reconocer que a día de hoy la mujer está muchísimo mejor posicionada que el hombre para acceder a las cúpulas directivas de las empresas (las grandes y las pequeñas). Ya son varias décadas durante las cuales la población universitaria es mayoritariamente femenina, y resulta innecesario señalar ahora la capacidad de trabajo del colectivo femenino.

          Así las cosas, solo es cuestión de tiempo que la mujer ocupe en la empresa el lugar que legítimamente le pertenece. El libre mercado tiene muchos defectos, pero también tiene virtudes, y una de ellas es que coloca a cada cual en su lugar. Y bien es verdad que Rubalcaba nunca ha creído en el libre mercado o la libertad empresarial (aceptar la abrumadora evidencia no es lo mismo que creer); pero a la luz de sus declaraciones parece que sus tiros no van encaminados por ahí. Habla del machismo que domina las juntas directivas y de cómo las empresas toman decisiones movidos por su interés en perpetuar el modelo de predominio masculino; olvidando que lo único que mueve a las empresas es el afán por ganar dinero; y que ni los euros ni los dólares entienden de raza o credo, y mucho menos de sexo.

          Y aquí es donde radica lo verdaderamente grave de todo este asunto; que si Rubalcaba quiere discriminar por ley, no es porque desconfíe de la capacidad de la libertad empresarial para poner las cosas en su sitio, sino porque desconfía de la capacidad de la mujer para abrirse paso. Es, como la práctica mayoría de los defensores de 'la paridad', un machista encubierto que ve a la mujer como un ser débil e incapaz, que jamás llegará a ninguna parte si no es empujada por hombres comprensivos y enrollados como él mismo. Y de ahí esa actitud paternalista de "no te preocupes, bonita, que tío Alfredo obliga por ley a estos trogloditas a colocarte de CEO".

          Por su machismo, y por considerar a la mujer incapaz de valerse por si misma, es por lo que promete discriminar, obviando el verdadero problema de fondo. Y es que, a día de hoy, si los comités directivos de las empresas están ocupados mayormente por hombres es, entre otras cosas, porque éstos han venido históricamente (por tradición, insensibilidad o mera insensatez) renunciando a la búsqueda de la realización personal a través de la familia, y en el presente siguen haciéndolo con naturalidad; inconscientes en la mayor parte de los casos de lo que sacrifican. Así pues, aunque no son pocas las circunstancias y actitudes que debemos cambiar para alcanzar la plena integración de la mujer en la empresa (recomiendo encarecidamente el análisis al respecto que hace Sheryl Sandberg: http://www.blognegociosdinero.com/sheryl-sandberg-por-que-hay-tan-pocas-mujeres-liderando/) resulta obvio que cuanto mayores sean las posibilidades de conciliar las vidas laboral y familiar, mayor será irremediablemente la presencia femenina al frente de las empresas.

          Por este machismo es también que no entiende que lo que la mujer necesita no son empujones, sino que se garanticen la igualdad de derechos y oportunidades; y por su absoluto alejamiento de la realidad es que no comprende que la ley no está para discriminar, sino para evitar la discriminación por todos los medios. Mejor prometía leyes que terminasen con las diferencias salariales entre hombres y mujeres en España (una discriminación inaceptable en toda regla); pero, claro, eso resultaría lógico y oportuno, y si algo hemos aprendido hasta la fecha es que de nuestra clase política podemos esperar cualquier cosa menos lógica u oportunidad.

martes, 13 de septiembre de 2011

Campañas para zoquetes

          No es nada nuevo. Por desgracia no es nada nuevo que nuestros políticos insulten la inteligencia de todos aquellos con un mínimo de la misma. No hace falta ser Einstein o una lumbrera de ninguna clase para captar el desprecio a nuestra capacidad intelectual que supone prometer traer tiempos mejores cuando todos sabemos que los tiempos que nos esperan van a ser de todo menos bonitos. Y tal vez en parte se deba a que a medida que los años me van dejando sin pelo, tolero peor que me lo tomen; pero cada campaña que me toca padecer, me resulta más insultante, indignante e incluso ofensiva. Eso de que lancen mensajes presuponiendo que los destinatarios son una panda de enanos intelectuales aborregados hasta la saciedad, cada vez me resulta más intolerable.

          Así hoy, los candidatos de los dos grandes partidos andan enredados arriba y abajo con el dichoso impuesto sobre el patrimonio. Y, sin ningún ánimo de poner en entredicho la capacidad intelectual de ninguno de ustedes, voy a profundizar un poquito en el asunto para ilustrar lo absurdo de la propuesta: La crisis económica (y su consiguiente desempleo) que padecemos hoy proviene de una crisis financiera. Esta crisis financiera provocó la paralización del crédito por parte de la banca; y el crédito es a nuestra actividad económica lo mismo que el aire a nuestros pulmones. Me llevaría unas cuantas entradas explicar detalladamente el funcionamiento de la banca; pero a grandes rasgos podemos resumir que por una parte capta depósitos (ahorros), y por otra presta ese dinero captado en forma de créditos. Y vamos a obviar ahora cómo el alejamiento por parte de la banca de esta función esencial ha provocado todo esto. La cuestión que nos interesa resaltar ahora es que a menos depósitos, menos créditos; ergo, menos actividad económica, crecimiento, empleo...

          Todo esto lo sabe Rubalcaba; igual que tampoco se le escapa que un impuesto sobre el patrimonio no invita precisamente a convertir los ahorros de uno en un depósito bancario. Pero, claro; estamos en campaña y lo de menos son los efectos que pudiera tener cumplir las promesas de uno. Lo importante es mostrarse a sus votantes como Robin Hood y, sobre todo, retratar al PP como los amigos de los ricos desde el preciso instante en que no muestren su total acuerdo y compromiso con su propuesta. Vamos, que lo dice porque asume que la mayoría de los que le escuchan carecen de capacidad para prever en qué puede desembocar su famoso impuesto sobre el patrimonio. Dicho en otras palabras, diseña su campaña partiendo de la premisa de que los votantes somos idiotas.

          Yo, por mi parte, me resisto a creer nada parecido; aunque cada vez son más los indicios que se acumulan en contra de mis convicciones y me hacen dudar. Hoy mismo, escuché en la radio a varios analistas de los que saben bastante más que un servidor comentar que los españoles no estábamos suficientemente asustados con la situación económica. Y no es que nadie pretenda que gritemos y nos tiremos de los pelos por la calle ciegos de pánico; pero bien es verdad que con la de tijeretazos que necesitamos comernos para no hundirnos con todo el equipo, ponerse como nos ponemos porque algunos profesores van a tener que trabajar un par de horas más a la semana, parece cuando menos fuera de lugar. A ver si al final va a resultar que sí que los votantes se creen que alguno de los candidatos puede arreglar esto de un plumazo en plan "aquí no ha pasado nada"; y que podemos salir de esta sin sudárnoslo de lo lindo. Vaya, a ver si al final va a tener razón Rubalcaba, y los votantes no somos más que unos cuantos millones de zoquetes.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Ganar las elecciones

          Los hay que no solo no aprenden, sino que se niegan rotundamente a hacerlo. Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pero ni tan sabio refrán es suficiente para describir el empecinamiento que se respira por la calle Génova. Treinta y tantos años de democracia y siguen convencidos de que pueden ganar las elecciones, los tíos.

          Vamos a decirlo alto y claro a ver si se enteran de una vez por todas: en España, las elecciones las gana o las pierde la izquierda; y más concretamente el Partido Socialista. Y pueden hablar del voto de centro o los indecisos todo lo que les venga en gana; pero cualquiera con dos dedos de frente sabe que si el voto en España fuese obligatorio, nada impediría la sucesión interminable de gobiernos socialistas con mayoría absoluta. Aquí no importa lo que se vota, sino quién vota; y al final los resultados solo dependen de qué partido sea capaz de movilizar a sus propios votantes. Cuando esto lo consigue el PSOE, ya pueden hacer todos los demás lo que les venga en gana, que de poco les va a servir.

          Así, sabiendo que en noviembre un montón de ciudadanos de los que o bien votan al PSOE o bien se quedan en su casa optarán por lo segundo (suponiendo que no medie ninguna catástrofe); me resulta cuando menos cómico escuchar a valientes como Pons lanzando órdagos a la grande en plan promesa electoral. 3,5 millones de empleos dicen que van a crear, los muy figuras. Convencidos, al parecer, de que así pueden colaborar activamente en el descalabro socialista. Y si casi me parto de risa al escuchar a Pons; más gracia aún me hacen las reacciones de muchos. "El problema es que algunos se lo van a creer", argumentan; y tiran de calculadora para demostrar lo irrisorio de la propuesta.

          Lo que hay que entender es que lo de menos es quién se va a creer qué. En España hay una docena de millones de personas que o bien votan al centro-derecha o bien se quedan en casa; y dado lo insostenible de la situación en la que nos ha colocado el último gobierno socialista, el 20N van a perder el culo por llegar los primeros a las urnas a votar al PP; que si a ZP se le puede dar la patada antes de comer, pues mucho mejor que después de la merienda. Y lo único que puede alentar a estos, es señalar lo ridículo que resulta plantear que Rubalcaba pueda ser capaz de trasvestirse en lo opuesto a su persona con tan solo mudarse a la Moncloa. Para todos los demás, lo que diga Pons resulta igual de efectivo que lo que le diga yo a mi reflejo en el espejo.

          Así pues, poco importa que el PP prometa tres millones de empleos o trescientos mil billones. Tampoco sería la primera vez que se prometen cifras en España, se obtiene lo contrario, y no hay castigo en las siguientes elecciones. Lo que hay que entender es que no se trata de una cifra al azar. Mantener nuestro modo de vida pasa por crear al menos tres millones y medio de empleos en los próximos cuatro años. Esto lo saben en Génova y así aspiran a hacerlo. Tienen que hacerlo si no quieren que el desempleo sea el menor de nuestros problemas. Saben que cuando Rubalcaba afirma que puede sacarnos de esta, indirectamente promete lo mismo; y así es como Pons decide soltarlo y quedarse tan ancho.

          Ahora bien, ¿qué confianza puedo tener yo? ¿Realmente puede crear 3,5 millones de empleos un Partido Popular que sigue pensando que puede ganar las elecciones? Por la cuenta que nos trae, esperemos que así sea.



          (Adjuntaremos el audio de esta entrada en cuanto sea técnicamente posible)

viernes, 2 de septiembre de 2011

Abrir la caja de Pandora

          Así no hay quien se tome un respiro. Se va uno de vacaciones con la esperanza de que en agosto nuestros venerados dirigentes se lo tomen con calma, y a la vuelta se encuentra con que los tipos no solo no se han ido a Marina D'or a ponerse conguito sino que se han puesto de acuerdo para reformar la Constitución. Manda huevos.

          Que bien es verdad que era previsible que el peliculero del "buenas noches y buena suerte" quisiera morir matando; pero reformar la Carta Magna es una pasada de frenada alucinante incluso para él, del que ya cabía esperarse cualquier cosa. Y así es que a Rubalcaba se le ha quedado una cara de tonto que no se le va a quitar ni para la foto del cartel electoral con photoshop a destajo. Por no mencionar la sonora carcajada de la Chacón, incapaz de leer un periódico sin mearse encima de risa desde hace ya casi dos semanas.

          Porque, seamos francos, calificar el déficit de inconstitucional es ni más ni menos que tipificar como delito sus siete años de gobierno. Y si habíamos padecido un gobierno contrario a la lógica, a nuestros intereses o al más mínimo sentido común; con esta reforma podremos calificar la gestión de Zapatero como contraria a la Constitución. Y si eso parece grave, mucho más lo es asumir que a partir de ahora la Constitución obliga a todos los partidos de izquierda españoles a defender programas de derechas; y así está la Chacón, retorcida del descojone en la taza de su WC.

          Pero, claro, nada de eso importa a Zapatero. Él (tal y como apunta Joaquín Leguina) no es hijo de la transición, sino nieto de la república, con lo que lo que diga la Constitución le parece irrelevante. No hace más que imaginarse a sí mismo en futuras entrevistas esperando a que se hable de la dificultad de reformar la Carta Magna para, con aire altivo, replicar: "Complicado tal vez, pero no imposible. Yo necesité reformarla y lo hice". Solo piensa en esa autobiografía en la que señalará lo sencillo que resulta para un estadista de su talla lograr acuerdos entre los dos grandes partidos españoles, tal y como él hizo como líder de la oposición primero, y como presidente del Gobierno después. Y a todos los demás (incluidos sus más cercanos colaboradores) solo nos queda cruzar los dedos para que no pretenda ponerle a su currículum ninguna guinda más de aquí al 20 de noviembre.

          Mientras tanto, el otro gran estadista español aplaude emocionado. No en vano Zapatero acaba de librarle del trabajo de meter en cintura a todos los barones regionales del PP. Ya no tendrá que discutir, enfrentarse o simplemente explicar porqué todos han de emular a la Cospedal. Ya no lo dice Génova; lo dice la Constitución; y con semejante argumento a Mariano le sobran agallas para responderle a la Espe, a los valencianos o a cualquiera que se le ponga por delante. Por no hablar de la Merkel, encantada de la vida y sonriente como Concha Velasco tras comprobar la facilidad con la que impone su criterio tras un par de simples llamadas.

          Lo que no sabe la Merkel es la extraordinaria elasticidad con la que en España podemos aplicar la Constitución.  Peca de ingenua, ignorando a todas luces la docilidad con la que el Tribunal Constitucional se somete a los deseos de los partidos políticos. Y lo que todos parecen ignorar es la terrible caja de Pandora que abre Zapatero al obsequiar a su "nación discutida y discutible" con una Constitución reformada y reformable. Hasta la fecha ha sido la Carta Magna la que ha marcado las líneas rojas para las aspiraciones de los nacionalismos periféricos. Las exigencias de independencia ni siquiera llegaban a discutirse porque no solo requerirían una reforma de la Constitución, sino que la reforma en sí debería ser aprobada en un referéndum en el que participasen todos los españoles. Así hoy, cuando se demuestra que la Constitución se puede reformar, se lleva a cabo un ejercicio de dinamismo necesario para cualquier marco legal. Ahora bien, cuando se hace sin que los ciudadanos podamos decir en las urnas "esta boca es mía", ya no solo se desprestigia por completo la Constitución y lo que representa, sino que se sienta un precedente muy peligroso; se abre la veda y les garantizo que los nacionalistas vascos y catalanes lo van a aprovechar. Vamos, que una vez más Zapatero siembra tormentas, y nos toca a los españolitos recoger sus tempestades.

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miércoles, 6 de julio de 2011

Identificar al enemigo

          Cómo nos gustan las conspiraciones. Supongo que en el fondo no es más que una manera simplona de evadirnos de cualquier tipo de responsabilidad; pero cada vez es más frecuente que tras cualquiera de nuestros padecimientos queramos ver los tejemanejes maquiavélicos de poderes oscuros que, misteriosamente, disfrutan con nuestro sufrimiento.

          Así, por ejemplo, en los últimos tiempos los villanos de moda son "los mercados", o "la banca", o "los que mandan en Europa" o incluso (para los afianzados en ideologías más anacrónicas) "el capital". Son, en definitiva, aquellos seres o instituciones que curiosamente salen beneficiados de que a los griegos les recorten los salarios, a los portugueses los frían a impuestos o a los españoles les obliguen a trabajar hasta la senectud. Y no es que venga yo ahora a partir lanzas a favor de nadie; pero es que estas visiones tipo cómic de poderes malignos con el único objetivo de "sembrar el mal" son tan pueriles y estúpidas que no puedo permanecer callado por más tiempo; y por eso quiero aclarar un poco el asunto, a ver si aprendemos a identificar al verdadero enemigo.

          En primer lugar, debemos entender que ni los mercados, ni los que mandan en Europa ni nadie se ha venido a España de pronto a decirnos cuándo debemos jubilarnos, cuánto deben cobrar los funcionarios o cuán ridículas deben ser nuestras pensiones. De hecho, no solo no ha venido nadie a España a intentar imponernos nada sino que es el gobierno de España el que acude a los mercados, la banca, los que mandan en Europa o como lo quieran llamar ustedes a pedir que nos presten pasta. Y como España tiene más gastos que ingresos, pues es lógico que recelen. Exactamente igual que haría usted si un amigo le pidiese dinero prestado; si supiese que el amigo en cuestión vive en un piso de alquiler que le cuesta más que el sueldo que percibe cada mes. A no ser que sea usted un filántropo incurable, debería decir algo así como: "hombre, es que si no cambias las cosas, que te preste dinero ahora solo te va a servir para que tires unos meses tras los que estarás igual que ahora, y encima debiéndome pelas". Si además le sugiere usted que busque una vivienda más acorde a sus posibilidades ¿se convierte automáticamente en un cabronazo que quiere que su amigo viva en un cuchitril en un barrio de mala muerte? Pues, a la vista de lo que se oye en España, si usted fuese una institución en lugar de una persona corriente y moliente, sería así.

          A "los que mandan en Europa" les importa medio bledo cuándo nos jubilemos, cuánto cobren nuestros funcionarios o cuánto paguemos de impuestos. Si nos jubilásemos a los 38 y cobrásemos pensiones de 6 dígitos y aún así nuestro gobierno ingresase más de lo que gasta, a los mercados les parecería maravilloso. Y eso es lo que parece que hemos olvidado; que los poderes financieros no imponen absolutamente nada, no son nadie para exigir cosa alguna. Simplemente se niegan a prestar dinero sin garantías de que se les vaya a devolver.

          Y muchos tal vez se pregunten ahora porqué entonces se habla de los recortes y planes de ajuste que impone Europa. Y la respuesta es sencilla: desde el comienzo de la crisis, los gobiernos de todo el mundo se han instalado en la mentira reconfortante y, como en todo tipo de mentiras, los nuestros se llevan la palma. Así, por ejemplo, habrán escuchado ustedes infinidad de veces aquello de que "nadie podía prever esta crisis o su magnitud"; y me atrevo a vaticinar que lo van a seguir escuchando durante largo tiempo; pero no por mucho que les haga sentir mejor a nuestros gobernantes va a dejar de ser una falsedad como la copa de un pino. Todo está en las hemerotecas: muchos de los economistas más importantes del mundo e incluso los inspectores del banco de España llevaban años advirtiendo de la que se nos venía encima; y son los que optaron por hacer oidos sordos los que hoy hablan de una crisis imprevista e imprevisible. Los mismos que cuando ven que no les prestan dinero porque sus gastos superan sus ingresos, sea por incapacidad o ignorancia y, sobre todo, por su tremendo despotismo; optan por el camino más rápido, cómodo y sencillo, que es el tijeretazo social y la subida de impuestos; y luego nos lo venden como exigencias de "los malditos mercados".

          Me toca jubilarme a los 67, si no más tarde, con una pensión de risa. Cuando vea que los mercados internacionales presionan insistentemente para que los franceses también lo hagan; culparé a la banca, al capital, a los que realmente mueven los hilos, el FMI, la ONU, la UNESCO y al antiguo bloque soviético si tercia. Hasta entonces, tengo claramente identificado al enemigo, culparé sin duda alguna al gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero.

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miércoles, 22 de junio de 2011

Indignado al cuadrado

          No será la primera vez que dedique una entrada al movimiento 15M, los indignados, la "democracia real ya" o el "no les votes". Y si no niego que siempre me ha alegrado comprobar que nuestra juventud sí que sabe echarse a la calle, tras varias semanas ya de movilizaciones empiezo a ser yo el indignado con los indignados; vamos, el indignado al cuadrado.

          Me siento indignado por la incultura, el egocentrismo y el desmesurado adanismo que destila el movimiento. No somos pocos los que llevamos años denunciando las carencias de nuestro sistema y presentando propuestas para su mejora; para que ahora lleguen cuatro iluminados a contarnos que este sistema tiene fallos, como si acabasen de descubrir la rueda. Para que nos presenten diversas alternativas que ya hemos estudiado y analizado con suficiente profundidad como para comprender que sólo empeorarían las cosas. Y, por si fuese poco, adjudicándose la autoría exclusiva ya no solo de las críticas al sistema, sino incluso de las manifestaciones públicas en su contra. ¿No se han fijado acaso en que tras el 15M, todas las manifestaciones del universo contrarias al sistema son consideradas extensiones internacionales de la Spanish Revolution? Hasta las de Grecia, que llevan produciéndose desde 2008...Y bien es verdad que con su movilización los indignados están consiguiendo activar el debate más que necesario sobre el funcionamiento de nuestra democracia y sus instituciones, de manera muchísimo más efectiva que las columnas, discursos y libros de todos los que llevamos años trabajando en ello; y eso hay que saber reconocerlo, pero no sin preguntar: ¿dónde andábais metidos todos estos años? ¿Dónde os escondíais mientras pasábamos de dos millones a tres millones de parados, o de tres a cuatro? ¿Dónde estábais cuando el paro juvenil alcanzó el 40%? ¿Por dónde andábais mientras cerraban los cientos de miles de empresas en las que se suponía que debíais comenzar vuestra carrera laboral? Hace nada os han dicho que vais a tener que cotizar dos años más para poder jubilaros, tras impediros empezar a hacerlo y no se os vio por ninguna parte. Tras demostrar tan sobrada capacidad para permitir que os den por detrás sin pestañear ¿qué clase de autoridad intelectual pensáis que tenéis para criticar la ley electoral o el bipartidismo? ¿Acaso debemos entender que en la madrugada del 14 al 15 de mayo floreció el criterio en vuestras molleras?

          Pero, sobre todo, me indigna la total y absoluta carencia de capacidad autocrítica de los indignados. Eso de hablar de la Sociedad en tercera persona, o del sistema como un ente ajeno, sería simpático si solo fuese una muestra de inmadurez supina. El problema es que también es una forma de eludir cualquier tipo de responsabilidad. Hablar de la situación actual como si se hubiese generado sola por culpa del sistema resulta mezquino. Tenemos dirigentes con nombre y apellidos, y no están ahí por casualidad. Por mucho que pueda importunar a los indignados, a Zapatero lo hemos elegido nosotros. No apareció un día sentado en un despacho en la Moncloa como por arte de magia, no. De hecho, un año después de desatarse la crisis de las hipotecas subprime en los Estados Unidos; cuando solo alguien muy pero que muy ignorante podía pensar que una crisis financiera mundial podía pasar de largo por España, Zapatero se presentó a unas elecciones generales con un programa basado precisamente en eso. Once millones de españoles le votamos igualmente, y ahora estamos como estamos. Pero, claro, apostaría la cabeza a que al menos unos cuantos de esos once millones son hoy "indignados de pro"; y seguro que para sus conciencias es mucho más fácil de digerir que la presidencia de Zapatero es fruto del bipartidismo, la ley electoral o el modelo autonómico. Pero no es así, Zapatero no es presidente por nada de eso; lo es porque su partido recibió once millones de votos, que emitimos nosotros voluntariamente, con premeditación y alevosía.

          Personalmente llevo indignado con la clase política varias décadas. Hasta la fecha no me ha dado por el camping urbano, pero no por ello es menos cierto. Así es que mi indignación al cuadrado actual es algo con lo que no me cuesta vivir. Ahora bien, el miedo que me empieza a generar este movimiento es otra historia. Desde el momento en el que asumen una superioridad moral que les coloca por encima de la ley, por eso de que no es sino producto de un sistema defectuoso, no hacen sino imitar los pasos de infinidad de movimientos de indignación que se han producido en el mundo y que, en demasiados casos, han resultado en la imposición de un sistema totalitario. Así, por ejemplo, podemos imaginar lo que puede ocurrir a partir de las próximas elecciones generales. ¿Cómo responderán los indignados al hecho de que entre el PP y el PSOE sumen más de veinte millones de votos? ¿Aceptarán que una clara mayoría ha elegido democráticamente continuar con el actual sistema quasi-bipartidista, recogerán sus bártulos y se irán a sus casas? Parece poco probable, ¿verdad? Vista la reacción a las elecciones municipales y autonómicas, me atrevo a vaticinar que los indignados asumirán que lo que dicen las urnas no refleja lo que el pueblo realmente quiere y necesita. Que será por culpa del sistema, la ley electoral, las reglas de eurovisión o lo que les venga en gana; pero en definitiva, sin decirlo con estas palabras, se autodesignarán portadores de la voluntad "real" del pueblo. Iluminados conocedores de la única verdad absoluta. Y, como buenos adanistas descubridores de la rueda, no caerán en la infinidad de relatos que hay en los libros de historia acerca de idénticos movimientos surgidos en diferentes democracias. Y, como dijo Jorge Santayana, quien olvida su historia está condenado a repetirla.

          No hay que irse demasiado lejos ni atrás en el tiempo. Hace unas décadas hubo en España un movimiento de indignados como los de ahora. "Sabían", como los de ahora, que la situación era insostenible. "Sabían", como los de ahora, que las urnas no reflejaban lo que la población necesitaba. Los lideraba un tipo llamado Francisco, que andaba muy pero que muy indignado con el sistema; y "sabía", como los de ahora, que lo que había en España no era una democracia real. Y así fue que no dejó de acampar por toda España hasta que pudo entrar en el Congreso. Y sé que las diferencias son manifiestas; pero no por ello hay que obviar las similitudes. Y son tantas que me asustan; me asustan mucho.

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miércoles, 15 de junio de 2011

3 falacias sobre las listas abiertas

          Siempre he defendido que nuestro país debería adoptar algún sistema de listas abiertas. Incluso el pasado 14 de enero dediqué una entrada a la mera formalidad en la que se convertía el Congreso sin eliminar, entre otras cosas, las listas cerradas. Hoy, especialmente como consecuencia del movimiento de los indignados del 15M, la posibilidad de las listas abiertas vuelve a ponerse sobre la mesa; incluso Esperanza Aguirre declaró apostar por ello durante su discurso de investidura. Ahora bien, tal y como decía Orson Welles en su día, "muchas personas están demasiado educadas para hablar con la boca llena, pero no les preocupa hacerlo con la cabeza vacía"; y así escucho a diestro y siniestro demandas de listas abiertas envueltas en tales dosis de ignorancia que me veo obligado a, como mínimo, señalar tres cuestiones que se deberían tener muy en cuenta antes de lanzarnos a lo loco a exigir nada, o a aceptar que las listas abiertas son la panacea universal o el camino inequívoco a una mayor democracia

          1º Las listas abiertas no son comparables a una lata de sardinas: Y podría parecerlo al escuchar la mayoría de los debates que se generan en torno al asunto, en los que únicamente se plantean las posibilidades de listas cerradas o abiertas y se ennumeran los pros y contras de cada una de ellas. Semejante limitación hace que estos debates en cuestión me aporten lo mismo que una discusión sobre la conveniencia de abrir o no la lata para hacerse un bocadillo de arenques. Hay infinidad de sistemas de listas abiertas; desde el sistema sueco donde se señalan los candidatos preferidos dentro de los propuestos por un partido, hasta el de Luxemburgo o Suíza, donde se eligen individualmente tantos candidatos como escaños corresponda a una circusncripción de entre los de todos los partidos. Así, afirmar que las listas abiertas es lo mejor, es como decir que el alerón delantero flexible es lo más adecuado para un coche, sin especificar si hablamos del monoplaza de Fernando Alonso o de mi Seat Panda gris perla. Ciertas modalidades, incluso, perpetuarían el bipartidismo contra el que se supone que están los que acampaban en Sol, y otras incrementarían considerablemente el poder de los nacionalistas con el que quieren terminar muchos otros defensores de las listas abiertas. Habrá que ver, pues, cuán abiertas queremos las listas.

          2º Las listas abiertas no supondrían ninguna novedad:  Y puede que más de uno se quede de piedra; pero en España votamos al Senado mediante un sistema de listas abiertas. Y si luego la inmensa mayoría de votantes no aprovecha esta posibilidad sino que utiliza la papeleta con la lista que propone el partido al que quiere favorecer, queda demostrado que, tal vez por una vez, no debamos limitarnos a señalar las carencias del sistema sin plantearnos lo que nosotros hacemos con él. Votamos como borregos; incluso no son pocos los que afirman haber votado a Zapatero o a Rajoy, sin saber siquiera si estaba en la lista de su circunscripción electoral e ignorando a todas luces que al presidente del gobierno le vota el Congreso, y no los ciudadanos directamente. Implementar un sistema de listas abiertas sin resolver antes nuestro problema de borreguismo supino, prácticamente barrería de las instituciones a cualquier opción minoritaria. Frente a millones de votantes eligiendo a los miembros de la lista propuesta por su partido en el mismo orden y sin cambiar una coma, lo peor que le puede ocurrir a las posibles propuestas alternativas para votantes con criterio es perder escaños porque sus candidatos se quitan votos entre sí. Vamos, que cambiar el sistema solo puede perjudicarnos mientras una inmensa mayoría de los votantes siga sumido en la ignorancia y tragándose aquello del voto útil.

          (y más importante) Un sistema de listas abiertas es inútil mientras haya disciplina de voto en los partidos: Vendría a ser como ponerle una diadema a Antonio Lobato o al calvo de la lotería. Puede que haga muy bonito, pero lo que se dice servir, no sirve para nada. Mientras sea la dirección de cada partido la que dictamine lo que debe votar cada uno de sus diputados, lo mismo da que usted haya elegido para el Congreso a un premio Nóbel de Economía, Física, Química y Literatura o a un chimpancé amaestrado; al final, lo único que decidiría usted es si en vehículo oficial va a circular una eminencia o un primo de la mona Cheetah.

          Podría continuar durante horas enumerando consideraciones a tener en cuenta al abordar el asunto de las listas abiertas, pero con estas tres por ahora tengo más que suficiente para enviar un par de mensajes a los que hoy las exigen por las calles e incluso en medios de comunicación: "Resulta de lo más conveniente pensar un poquito antes de ponerse a pedir cosas a la tremenda; y debéis andaros con cuidado con lo que deseáis, que al final lo podéis conseguir. De hecho, Esperanza Aguirre parece dispuesta a concedéroslo, y no tardarán en sumarse otros. Pocas cosas hay más fáciles que dar a aquél que desconoce lo que pide".

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miércoles, 8 de junio de 2011

¿Debe España convertirse en una República?

          La historia se repite, y las viejas cantinelas de esta España incapaz de leer la letra pequeña empiezan a resultar cansinas. No pasa una sola vez que el Rey, por hache o por be, sea noticia; sin que los de siempre empiecen a reclamar que España se convierta en una República. Y no deja de ser una demanda perfectamente legítima e incluso plausible dadas las fechas en las que vivimos, pero el hecho manifiesto de que la mayoría de los que lo reclaman no haya dedicado un minuto a pensar en las consecuencias, hace que me pregunte dónde nos hemos dejado aparcado el sentido común.

          El hecho de que una monarquía en pleno siglo XXI es un anacronismo cuando menos ridículo, es algo que jamás intentaré cuestionar; pero demandar una república sin pararse a pensar en las características particulares de nuestra democracia y, sobre todo, nuestra idiosincrasia; es un ejercicio de irresponsabilidad que no estoy dispuesto a suscribir.

          Uno de los argumentos más frecuentemente esgrimidos para abolir la Monarquía en España, es el coste que representa para las arcas del Estado. Y no deja de ser verdad que un gasto de varios millones de euros para una institución anacrónica con la que está cayendo no es algo sencillo de digerir; pero si de lo que hablamos es de dinero, a lo mejor deberíamos plantearnos lo que nos iba a costar una Presidencia de la República ejerciendo plenamente como tal, especialmente teniendo en cuenta la clase política que padecemos, cuyos miembros no saben ya hacer pipí sin contratar a cuatro o cinco asesores gastrosanitarios. Que también cabría la posibilidad de que los que piden la República basándose en este argumento no hayan caído en que, de abolir la monarquía,  necesitaríamos sustituirla con algún tipo de Jefatura del Estado; pero supondría una muestra de carencia de criterio tan insultante, que prefiero ni tan siquiera considerarla.

          Otros, por su parte, lo que consideran inaceptable es que la Jefatura del Estado no sea elegida en las urnas periódicamente. Y eso, en pleno siglo XXI, es algo imposible de rebatir. Ante todo soy un demócrata convencido, con lo que no seré yo quien jamás objete nada a este tipo de argumento. Sin embargo, me parece una vez más que los que lo esgrimen no le han dedicado excesivo tiempo a pensar en ello. ¿Alguien duda de cuál sería el resultado si celebrásemos un referéndum en España para elegir Monarquía o República? Incluso me atrevo a ir más allá. Si nos saltásemos el referéndum y directamente convocásemos elecciones a Presidente de la República ¿Quién podría evitar que Don Juan Carlos o bien Felipe de Borbón arrasasen en las urnas? De hecho, con lo que le cuesta al PSOE convencer a candidatos para que se presenten a la alcaldía de Madrid contra Gallardón ¿de dónde iban a sacar los partidos a primos dispuestos a enfrentarse a los Borbones? En definitiva, que elegir democráticamente al Jefe del Estado sería una opción muchísimo más acorde a mis ideales e incluso creencias; pero como junto a estas también tengo cierto sentido práctico, para que las cosas se queden más o menos como estaban, casi que me ahorro la pasta y el guirigay que supondrían estos comicios.

          Así las cosas, solo hay un argumento que considero válido y suscribo para pedir el final de la Monarquía y la instauración de la República; que es el sano funcionamiento de nuestro sistema bicameral. Si hoy muchos españoles se preguntan para qué sirve el Senado, se debe a que sin la actuación efectiva de un Jefe de Estado arbitrando entre éste y el Congreso, pierde todo tipo de poder o influencia en la política. Vamos, que sirve para dar trabajo a traductores de gallego y euskera y poco más. Y si fue un acierto en su día, como única vía para evitar una guerra civil, establecer una Monarquía en la que el Rey no ejerciese como Jefe de Estado en la política nacional; hoy, tras tres décadas en las que Don Juan Carlos se ha dedicado a sancionar sin preguntar todo lo que le remitía el Congreso; la situación se vuelve insostenible. Que la primera y la última palabra en la política nacional la tenga la cámara elegida por criterio de población (el Congreso), sin que aquella en la que todos los territorios tienen el mismo peso (Senado) tenga nada que decir; está generando una auténtica amenaza para la cohesión social en la que se basa nuestro crecimiento, y está resultando en un sometimiento total de los diferentes gobiernos a los deseos y decisiones de ciertas minorías nacionalistas. Y no son pocos los que culpabilizan de esto a la ley electoral; pero lo que parecen ignorar es cuán antidemocrático resultaría negar a las comunidades más pobladas de España una representación de diputados proporcional a su número de habitantes. La compensación debe venir de la mano del Senado, donde Asturias pesa lo mismo que Cataluña, o Murcia lo mismo que Andalucía; pero si cada vez que hay desacuerdo entre las cámaras, en lugar de mediación por parte del Jefe de Estado, nos encontramos con que éste se inhibe y se adhiere a lo que diga el Gobierno; pues nos quedamos como estamos. Así pues, dada la poca probabilidad que tenemos hoy de que se produzca algún tipo de levantamiento armado por parte de nadie, parece no solo recomendable, sino necesario, que asumamos la necesidad de instaurar una República o algún tipo de sistema en el que el Jefe del Estado ejerza su poder político de manera efectiva.

          Ahora bien; teniendo en cuenta todo lo anterior, caemos en la cuenta de que la pregunta no es si queremos Monarquía o República. Lo que debemos preguntarnos es: ¿Queremos dar poder político a los Borbones?

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miércoles, 1 de junio de 2011

Asumir la realidad

           Hay ocasiones en las que asumir la realidad no es en absoluto una tarea sencilla. Hay verdades tan dolorosas que intentamos esquivarlas por todos los medios, proponiendo interpretaciones alternativas que, por muy ridículas que resulten, digerimos con menor esfuerzo. Así la directiva del PP, por ejemplo, sigue intentando ver una victoria electoral donde tan solo ha habido un descalabro del adversario; haciendo oídos sordos a los mensajes inequívocos que se les han enviado desde comunidades como Navarra o Asturias, en las que la presencia de una alternativa de centro-derecha prácticamente les ha borrado de las instituciones. Por no mencionar al PSOE, que tras un clarísimo "hasta aquí hemos llegado", sigue elucubrando qué miembro del gobierno al que España ha dicho BASTA es el más adecuado para optar a la presidencia; o retando a la oposición a presentar una moción de censura, como si no se les hubiese censurado ya sobradamente el pasado 22 de mayo.

          Sin embargo, para las verdades (como para todas las cosas) también hay categorías; y las hay tan indiscutibles y manifiestas que no dejan lugar a regates o maniobras evasivas de ningún tipo. Hoy nos toca asumir una verdad espeluznante que es que ETA, a través de Bildu, ha entrado con fuerza en las instituciones. Y toda la batería de mentiras y falacias con las que nos están intentando endulzar la digestión, no solo no cambian esta realidad, sino que encima insultan nuestra inteligencia.

          Por ejemplo, no son pocos los que hoy afirman que los votos recibidos por Bildu legitiman su presencia en las instituciones. Por esa misma regla de tres, ¿debemos asumir que si se presenta un partido cuyo programa incluya la pena de muerte para los terroristas de ETA y se le vota, automáticamente queda legitimado el garrote vil para los miembros del comando donosti? Sin llegar a las cuatro décadas, llevamos años de democracia de sobra como para saber que no todo se puede legitimar en las urnas; y que incluso hay asuntos que ni siquiera pueden llegar a ellas. Así pues, discutir ahora sobre la legitimidad de unos votos no es sino una manera absurda de alejar nuestra atención de las preguntas que realmente debemos hacernos:

          En primer lugar, toca preguntarse cómo es posible que Bildu haya recibido semejante cantidad de votos en el País Vasco. Y nos toca mirar hacia los partidos políticos y los medios de comunicación y preguntarles abiertamente en qué demonios estaban pensando mientras le hacían a Bildu la mejor y más intensa campaña electoral que cualquier partido político haya podido soñar jamás. A ver a qué genio del periodismo o el márketing político se le escaparon los resultados que, con la promoción adecuada, podía obtener una formación manifiestamente opuesta a los grandes partidos que son el tercer problema más importante para la mayoría de nuestros ciudadanos. A ver quién es el cenutrio que todavía no sabe si resulta más efectivo un cartel en una marquesina o cinco titulares en periódicos o informativos nacionales. Y solo después debemos preguntarnos cómo es posible que ETA (o, como lo define Rubalcaba: el instrumento político de ETA) haya podido presentarse a las elecciones. Que uno no pretende cuestionar la legitimidad, autoridad o cualquier otra de las características inherentes al Tribunal Constitucional; pero es que la infalibilidad tipo Papa de Roma no es una de ellas. Y no dudar de su independencia (que sí lo es) cuando los jueces inexorablemente votan a favor de la postura del partido que les ha elegido, parece cuando menos estúpido.

          Tampoco será la primera vez que escuchen lo de que Bildu ha firmado una declaración de rechazo a toda la violencia (incluída la de ETA, claro está). Y los que lo dicen normalmente lo presentan como un logro en nuestra lucha contra el terrorismo (ayer mismo lo hizo el cronista de "El País" Luís Rguez. Aizpeolea en Telemadrid). A estos no les preguntaría nada; simplemente los enviaría a casa de un huérfano o una viuda de ETA a ver cuántas medallas le ponen por haber logrado que ETA firme un papel.

          Y sumados a estos están los optimistas, como José María Calleja o Carmelo Encinas; que quieren creer que la participación de ETA en las instituciones puede alejarla de la violencia; y como eso es bueno, pues tocará aplaudir si así se confirma. Vamos, que si queremos terminar con los atracos con intimidación con arma blanca, entregar nuestra cartera antes de que nos saquen la navaja es una manera de conseguirlo a tener en cuenta.

          En definitiva: no hay edulcorante que valga. ETA está en las instituciones y es nuestra responsabilidad como ciudadanos mirar hacia nuestros gobernantes y preguntarnos cómo es posible. Y nos toca analizar en profundidad los logros de esta lucha anti-terrorista de foto en prensa y poco más encabezada por Rubalcaba. Que mola mucho haber descabezado a ETA media docena de veces; pero así como muchos lo interpretan como muestras inequívocas de su tenacidad, yo lo entiendo como prueba irrefutable de lo estéril que resulta. Algo así como un método tan eficaz que me ha permitido dejar de fumar hasta siete veces. Si algo bueno hizo en su día el juez Garzón fue dirigir la lucha hacia la financiación de la banda y dejarles sin blanca; en los últimos años, sin embargo, hemos descabezado su aparato militar (hasta varias veces en un mes, mira si les cuesta arreglarlo) pero curiosamente la operación policial que iba destinada a atacar a su aparato financiero fue boicoteada con un chivatazo desde el Ministerio del Interior. Si sumamos a esto una serie de actos que coinciden con los descritos en unas actas incautadas a la banda y que culminan con Bildu en las instituciones manejando unos mil millones de euros de dinero público; cualquiera que no sienta la absoluta admiración y total respeto que merecen nuestros gobernantes podría llegar a pensar incluso que alguien estaría intentando comprar a ETA unos meses de paz.

          Pero no seré yo quien sugiera algo así; asuman la realidad y saquen ustedes sus propias conclusiones.

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miércoles, 25 de mayo de 2011

La aversión que me inspira Zapatero

          Nunca he ocultado mi aversión hacia Zapatero y los suyos; pero como después de todo uno es humano y no le gusta ni que le vinculen automáticamente a un partido (por muy popular que sea) ni mucho menos que se viertan sobre su persona sospechas de simpatizar con el franquismo; tampoco consideré oportuno ponerlo negro sobre blanco e ilustrar porqué me generan tanto rechazo o qué me empuja a afirmar sin duda de ningún tipo que estaremos todos muchísimo mejor cuando se hayan ido. Ahora bien, viendo que ni siquiera tras los resultados del domingo está la Nueva Vía del PSOE dispuesta a quitarse de en medio de una vez, no me queda otra opción.

          No convocar elecciones generales tras el varapalo espectacular de las municipales y autonómicas es, sin lugar a dudas, un ejercicio de irresponsabilidad que me ha sorprendido incluso a mí, que hace años ya que no doy apenas ningún crédito a este gobierno que nos ha tocado padecer. Afirmar sin pudor que "comprenden y asumen" el castigo de las urnas y seguir como si aquí no hubiese pasado nada, es por varios enteros la mayor desfachatez con la que Blanco, Rubalcaba y Zapatero nos han deleitado hasta la fecha. Es como aquél al que quitaron los puntos y se quedó sin carné; que reconoció con gesto serio que se lo habían quitado, pero no dejó de conducir, porque ni con esas lo había asumido. Y eso tras una semana en la que, a raíz de las acampadas del 15M y demás, se les llenó la boca afirmando a diestro y siniestro que debían escuchar al pueblo.

          Pero si necesitamos que Zapatero convoque elecciones cuanto antes no es para que al menos pueda retirarse con un mínimo de dignidad. Es, sobre todo, porque los votantes así se lo han pedido (y el que piense intentar explicarme que eso no es lo que se votaba el domingo, que me explique antes qué han hecho mal absolutamente TODOS los alcaldes y presidentes autonómicos del PSOE que les ha hecho merecedores de estos resultados). Y si los votantes se lo piden no es sólo porque tengamos cinco millones de parados; es porque no tienen ninguna confianza en que Zapatero y su equipo puedan evitar que dentro de seis meses tengamos varios cientos de miles más. Y pueden ZP y los suyos escudarse todo lo que quieran en la internacionalidad de la crisis, pero la desconfianza se la han ganado ellos solitos a pulso. Los españoles saben apretarse el cinturón y apechugar con las vacas flacas; ahora bien, lo que no van a admitir es la mentira constante y las falsas esperanzas. Lo que le han dicho al gobierno el domingo es que no están dispuestos a escuchar ni una vez más eso de que el paro ha tocado techo, o por enésima vez que hoy es el día que empieza la recuperación económica. Lo que significan los resultados del domingo es que no queda un ápice de confianza en nuestros dirigentes y que estamos hartos de que las únicas medidas que se toman ante la situación las suframos siempre los mismos, y encima no funcionen.

          Y no se crean que me sorprende ni un poquito la capacidad de Zapatero para ignorar todo esto; pero no intuír el panorama que le espera ya no sería la "sordera política" que le atribuye Pedro J., sería inconsciencia elemental. ¿Acaso se cree que quienquiera que sea designado candidato a las generales por el PSOE va a permitir que Zapatero lleve a cabo esas reformas que, según él, le fuerzan a agotar la legislatura? ¿Tal vez sueña con que los mercados internacionales responderán a la portada del Washington Post con los jóvenes manifestándose contra las instituciones y el varapalo electoral otorgándole un voto de confianza? Pues no; que la incapacidad supina de Zapatero ha quedado patente demasiadas veces como para ponerla ahora en tela de juicio, pero ni siquiera él es tan ciego. Lo que pasa es que ZP sigue convencido de que puede pasar a la historia como un gran presidente y, a falta de opciones, apuesta al todo o nada por ser el que traiga la paz al País Vasco. Y poco importan los medios, aunque de eso mejor hablamos otro día.

          Lo que ignora Zapatero es que ya tuvo la oportunidad de convertirse en un grandísimo presidente para España, y que en su momento prefirió no hacerlo. Si una verdad dijo durante la reciente campaña, es que la crisis actual es resultado del modelo económico establecido por Aznar a partir de 1996. España estaba hundida, y una economía prácticamente congelada necesitaba calentarse de la manera más drástica e inmediata posible. Así se hizo y así experimentamos el crecimiento y la prosperidad que hoy recordamos con tanta añoranza. En 2004 al modelo le quedaba bastante poco más que ofrecer, y pasar del calentamiento al sobrecalentamiento era cuestión de meses o, a lo sumo, un par de años. Y si esto no lo sabía Zapatero, Solbes sí que lo sabía; y no duden ni un segundo que se lo dijo a ZP en reiteradas ocasiones. Con la economía creciendo y generando empleo casi por inercia era el momento de afrontar las reformas estructurales de las que tanto hablamos hoy. Además, contaba con el respaldo social para ello con el que no contará jamás ningún presidente del PP. De haberlo hecho, habríamos sufrido la crisis, sí; pero seguro que nuestra situación actual no sería la presente. Sin embargo optó por dejarlo estar y adjudicarse las medallas de crecimiento y empleo que aún generaba el modelo antes de expirar; luego vino una crisis de una magnitud sin precedentes y el resto de la historia no se la tengo que contar a ustedes.

          Y poco importa lo que habría hecho Rajoy de ganar las elecciones en 2004, o lo que hayan hecho otros líderes mundiales en situaciones parecidas. Ni yo vivía en otros países, ni Rajoy era mi presidente. Zapatero es quien tuvo la oportunidad de llevar a cabo las reformas que nuestro país necesitaba y necesita de manera urgente y eligió no hacerlo. Y es por esto, y por todo lo demás, que siento la profunda aversión que me inspira Zapatero.

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jueves, 19 de mayo de 2011

No es oro todo lo que reluce

          Permítanme anunciar una novedad antes de entrar en materia: al final de esta entrada encontrarán ustedes un enlace a través del cual podrán escuchar la siguiente entrada (y todas las anteriores)

          ¡Qué pasada! Tras siete años en los que parecía que los españoles habíamos perdido nuestra capacidad para movilizarnos, protestar o simplemente decir "esta boca es mía"; proliferan por toda nuestra geografía campamentos como el de la Puerta del Sol; desde los que se dice a los españoles "no les votes", o se les exige a nuestros gobernantes una "democracia real ya". Y luego analizaremos lo acertado o desafortunado de los mensajes o las intenciones; pero el simple hecho de que los jóvenes se hayan echado a la calle, por mucho que hayan tardado, es algo a celebrar. Cualquier acto que les recuerde a nuestros políticos que somos algo más que peones en este juego de las sillas que se han montado con los escaños del Congreso, es indiscutiblemente bueno.

          Y como, cada vez más, lo que resulta bueno para nosotros tiende a no serlo tanto para nuestra secta política; a nuestros gobernantes les ha faltado tiempo para reaccionar. Por un lado, los más flipados de nuestro panorama electoral han pretendido sumarse a la movilización. Así Tomás Gómez, por ejemplo, sigue hablando de aquellos que tienen poder en tercera persona; como si ser el secretario general del partido político más importante de España en la región capital de la nación no supusiese ningún poder, o fuese comparable a ser empleado de una panadería de barrio, o a currar en un taller mecánico. Cayo Lara, pretendiendo asimismo estar en misa y repicando al mismo tiempo, también entiende que la cosa no va contra él. No sé en qué fórmulas matemáticas basa su razonamiento, pero asume que dirigir un partido que participa del gobierno en alguna comunidad autónoma y diversos ayuntamientos por toda España, no le convierte automáticamente en miembro del establishment político hacia el que se dirige esta movilización. Pero bueno, tampoco nos vamos a sorprender ahora, tratándose de políticos suficientemente cegados como para seguir apostando hoy por una izquierda trasnochada que para el mundo real feneció hace ya varias décadas. Por su parte, los políticos con los pies más en la tierra (o tal vez deberíamos decir menos alejados de ella) no se lo han pensado dos veces, y presionan a la junta electoral central para que se desmantele todo el movimiento por las buenas, las malas o las peores si es necesario.

          Y aunque me alegra sobremanera todo lo que está ocurriendo, es un sentimiento agridulce; ya que por mucho que me gustaría, no puedo sumarme al movimiento. Y no puedo hacerlo porque, a pesar de que apenas han presentado propuestas o demandas concretas, estoy en desacuerdo con lo poco que hemos sabido hasta el momento. Por una parte se ha blandido el eslogan "no les votes", que a pesar de no ser un llamamiento a la abstención (tal y como algunos han creído entender) sí que pide que no se vote a los dos grandes partidos, pero que sí que se haga a los partidos minoritarios; asumiendo a ciegas que su menor tamaño y participación de la vida política hasta la fecha les convierte por algún oscuro motivo en partidos mejores o más dignos de fiar. Por otro lado, también se ha presentado la demanda de una Democracia Real Ya. Parece que no pocos de los que hoy acampan por toda España pretenden que esta movilización sea una más de las que se vienen produciendo por el norte de África; pero ni esto es África, ni aquí nos enfrentamos a ningún régimen totalitario. Lo que tenemos aquí es ya una democracia, y si no resulta todo lo real que a ellos les gustaría, o padecemos "el sistema bipartidista al que (según dicen) nos tienen sometidos", no podemos achacarlo únicamente a nuestra clase política y olvidar la participación que los ciudadanos, como votantes, tenemos y hemos tenido en todo ello. Nuestra democracia debe mejorar muchísimo, pero esperar que esta mejora se produzca como resultado de una acción unilateral por parte de las instituciones es pueril y utópico. Lo que necesita nuestra democracia es que los ciudadanos aprendamos a votar con criterio. Esto es no solo leer, sino comprender e interiorizar los diferentes programas ofrecidos por los distintos partidos y exigir luego su cumplimiento. Nuestra democracia necesita que entendamos que todos los diputados nos representan a nosotros, y no solo aquellos a los que hemos votado, sin buenos y malos; y que, en consecuencia, solo debemos aplicar un único rasero ante la mentira o la corrupción: la más absoluta de las intolerancias. Obviar todo esto y presentar el problema como una conspiración por parte de unos poderes oscuros que nos manipulan a su antojo, es evadir nuestra responsabilidad y renegar del buen ejercicio de nuestras funciones en la operativa de la democracia, exactamente igual que hace esa clase política a la que se dirige la protesta.

          Y como muestra, un botón: Al igual que los manifestantes quieren ver conspiraciones ajenas a cualquier responsabilidad propia, lo mismo hace nuestra clase política, investigando a ver quién está detrás de la movilización; buscando poderes oscuros que manipulan a la población para hacerles daño movidos por intereses maquiavélicos. Intentan comprender quién sale más beneficiado de todo esto para así adivinar quién está detrás; sin darse cuenta de que no hay conspiraciones ni planes perversos; sino que, a la luz de nuestra historia más reciente, esto parece simplemente un resultado inevitable.

          Me explico: durante los primeros años del presente siglo, parecía que los españoles habíamos perdido el miedo a salir a la calle a protestar cuando no nos gustaba lo que hacían nuestros gobernantes. Así nos echamos a la calle ante la que consideramos errónea gestión del desastre del Prestige; a mostrar nuestra total disconformidad con la guerra de Irak, o cuando nos consideramos engañados tras los atentados del 11M. Tres días después hubo cambio de gobierno y cambiaron las tornas. Con Zapatero en la Moncloa, toda la maquinaria mediática afín a la calle Ferraz se puso las pilas, y en menos que canta un gallo mostrar cualquier tipo de disconformidad con el gobierno, le convertía automáticamente a uno en un facha deleznable (o en uno del PP, que pasó a ser lo mismo). Y no me tomen por exagerado, pregúntenle si dudan a Joaquín Leguina, que en un par de telediarios pasó de ser un socialista nada sospechoso de inclinaciones hacia la derecha de ningún tipo a ser un facha, un traidor y un amiguito del alma de Esperanza Aguirre. Sólo así se explica que, especialmente desde la llegada de la crisis, pareciese que no nos importaba que nos quedásemos sin empleo, o que cerrasen las empresas, o que recortasen las pensiones, o que redujesen el sueldo a funcionarios, o que nos retrasasen la edad de jubilación, nos insultasen, nos tomasen por idiotas, nos mintiesen o convirtiesen a nuestro país en el hazmerreír de la política internacional. Hoy basta con acercarse a cualquiera de los campamentos organizados por toda España para comprender que sí que nos importaba, pero que no decíamos nada porque nos creimos que no estar de acuerdo con ZP, era estar del lado del PP; y antes muertos que favoreciendo a los herederos de Franco.

          Hoy, con el "no les votes" y el "democracia real ya" hemos encontrado la fórmula para poder criticar al gobierno no solo no favoreciendo al PP, sino haciéndole objeto de la misma crítica. Sólo una vez que encontramos la manera de hacer al PP corresponsable de la crisis y de todos los desaguisados políticos que nos ha tocado padecer durante los últimos años, nos hemos atrevido a criticar al gobierno. Y pueden seguir buscando la conspiración todo lo que les venga en gana, que no la encontrarán. Lo que hay en la Puerta del Sol es la única posibilidad que tienen nuestros jóvenes de protestar ante el gobierno sin que el pie de foto del diario "El País" los presente como la versión renovada y gaviotera de las juventudes hitlerianas.

          Pero, una vez más, no es oro todo lo que reluce; y a los pocos convencidos de que protagonizan una protesta transversal al sistema, se han sumado un montón de fariseos que no tienen ningún problema con el sistema, sino que ven que el Partido Popular va a arrasar en las elecciones, y tienen suficiente sentido del ridículo como para no intentar pedir el voto para el PSOE; y tal como en su día entendieron que hacían más daño diciendo "No a la guerra" que "No a la guerra de Irak", hoy optan por decir "no les votes" cuando lo que querrían decir en realidad es "no votes al PP". Si sumamos a estos la cantidad de hippies de i-pad y twitter que se molan mucho haciéndose fotos por los alrededores de la Puerta del Sol con saco de dormir; no puede uno menos que sentir una profunda pena al pensar lo solitos que se van a quedar algunos cuando, si se cumplen los vaticinios de las encuestas, vuelva a gobernar el PP y de nuevo se pueda salir a la calle a protestar contra el gobierno con total normalidad.

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