Así no hay quien se tome un respiro. Se va uno de vacaciones con la esperanza de que en agosto nuestros venerados dirigentes se lo tomen con calma, y a la vuelta se encuentra con que los tipos no solo no se han ido a Marina D'or a ponerse conguito sino que se han puesto de acuerdo para reformar la Constitución. Manda huevos.
Que bien es verdad que era previsible que el peliculero del "buenas noches y buena suerte" quisiera morir matando; pero reformar la Carta Magna es una pasada de frenada alucinante incluso para él, del que ya cabía esperarse cualquier cosa. Y así es que a Rubalcaba se le ha quedado una cara de tonto que no se le va a quitar ni para la foto del cartel electoral con photoshop a destajo. Por no mencionar la sonora carcajada de la Chacón, incapaz de leer un periódico sin mearse encima de risa desde hace ya casi dos semanas.
Porque, seamos francos, calificar el déficit de inconstitucional es ni más ni menos que tipificar como delito sus siete años de gobierno. Y si habíamos padecido un gobierno contrario a la lógica, a nuestros intereses o al más mínimo sentido común; con esta reforma podremos calificar la gestión de Zapatero como contraria a la Constitución. Y si eso parece grave, mucho más lo es asumir que a partir de ahora la Constitución obliga a todos los partidos de izquierda españoles a defender programas de derechas; y así está la Chacón, retorcida del descojone en la taza de su WC.
Pero, claro, nada de eso importa a Zapatero. Él (tal y como apunta Joaquín Leguina) no es hijo de la transición, sino nieto de la república, con lo que lo que diga la Constitución le parece irrelevante. No hace más que imaginarse a sí mismo en futuras entrevistas esperando a que se hable de la dificultad de reformar la Carta Magna para, con aire altivo, replicar: "Complicado tal vez, pero no imposible. Yo necesité reformarla y lo hice". Solo piensa en esa autobiografía en la que señalará lo sencillo que resulta para un estadista de su talla lograr acuerdos entre los dos grandes partidos españoles, tal y como él hizo como líder de la oposición primero, y como presidente del Gobierno después. Y a todos los demás (incluidos sus más cercanos colaboradores) solo nos queda cruzar los dedos para que no pretenda ponerle a su currículum ninguna guinda más de aquí al 20 de noviembre.
Mientras tanto, el otro gran estadista español aplaude emocionado. No en vano Zapatero acaba de librarle del trabajo de meter en cintura a todos los barones regionales del PP. Ya no tendrá que discutir, enfrentarse o simplemente explicar porqué todos han de emular a la Cospedal. Ya no lo dice Génova; lo dice la Constitución; y con semejante argumento a Mariano le sobran agallas para responderle a la Espe, a los valencianos o a cualquiera que se le ponga por delante. Por no hablar de la Merkel, encantada de la vida y sonriente como Concha Velasco tras comprobar la facilidad con la que impone su criterio tras un par de simples llamadas.
Lo que no sabe la Merkel es la extraordinaria elasticidad con la que en España podemos aplicar la Constitución. Peca de ingenua, ignorando a todas luces la docilidad con la que el Tribunal Constitucional se somete a los deseos de los partidos políticos. Y lo que todos parecen ignorar es la terrible caja de Pandora que abre Zapatero al obsequiar a su "nación discutida y discutible" con una Constitución reformada y reformable. Hasta la fecha ha sido la Carta Magna la que ha marcado las líneas rojas para las aspiraciones de los nacionalismos periféricos. Las exigencias de independencia ni siquiera llegaban a discutirse porque no solo requerirían una reforma de la Constitución, sino que la reforma en sí debería ser aprobada en un referéndum en el que participasen todos los españoles. Así hoy, cuando se demuestra que la Constitución se puede reformar, se lleva a cabo un ejercicio de dinamismo necesario para cualquier marco legal. Ahora bien, cuando se hace sin que los ciudadanos podamos decir en las urnas "esta boca es mía", ya no solo se desprestigia por completo la Constitución y lo que representa, sino que se sienta un precedente muy peligroso; se abre la veda y les garantizo que los nacionalistas vascos y catalanes lo van a aprovechar. Vamos, que una vez más Zapatero siembra tormentas, y nos toca a los españolitos recoger sus tempestades.
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