miércoles, 22 de junio de 2011

Indignado al cuadrado

          No será la primera vez que dedique una entrada al movimiento 15M, los indignados, la "democracia real ya" o el "no les votes". Y si no niego que siempre me ha alegrado comprobar que nuestra juventud sí que sabe echarse a la calle, tras varias semanas ya de movilizaciones empiezo a ser yo el indignado con los indignados; vamos, el indignado al cuadrado.

          Me siento indignado por la incultura, el egocentrismo y el desmesurado adanismo que destila el movimiento. No somos pocos los que llevamos años denunciando las carencias de nuestro sistema y presentando propuestas para su mejora; para que ahora lleguen cuatro iluminados a contarnos que este sistema tiene fallos, como si acabasen de descubrir la rueda. Para que nos presenten diversas alternativas que ya hemos estudiado y analizado con suficiente profundidad como para comprender que sólo empeorarían las cosas. Y, por si fuese poco, adjudicándose la autoría exclusiva ya no solo de las críticas al sistema, sino incluso de las manifestaciones públicas en su contra. ¿No se han fijado acaso en que tras el 15M, todas las manifestaciones del universo contrarias al sistema son consideradas extensiones internacionales de la Spanish Revolution? Hasta las de Grecia, que llevan produciéndose desde 2008...Y bien es verdad que con su movilización los indignados están consiguiendo activar el debate más que necesario sobre el funcionamiento de nuestra democracia y sus instituciones, de manera muchísimo más efectiva que las columnas, discursos y libros de todos los que llevamos años trabajando en ello; y eso hay que saber reconocerlo, pero no sin preguntar: ¿dónde andábais metidos todos estos años? ¿Dónde os escondíais mientras pasábamos de dos millones a tres millones de parados, o de tres a cuatro? ¿Dónde estábais cuando el paro juvenil alcanzó el 40%? ¿Por dónde andábais mientras cerraban los cientos de miles de empresas en las que se suponía que debíais comenzar vuestra carrera laboral? Hace nada os han dicho que vais a tener que cotizar dos años más para poder jubilaros, tras impediros empezar a hacerlo y no se os vio por ninguna parte. Tras demostrar tan sobrada capacidad para permitir que os den por detrás sin pestañear ¿qué clase de autoridad intelectual pensáis que tenéis para criticar la ley electoral o el bipartidismo? ¿Acaso debemos entender que en la madrugada del 14 al 15 de mayo floreció el criterio en vuestras molleras?

          Pero, sobre todo, me indigna la total y absoluta carencia de capacidad autocrítica de los indignados. Eso de hablar de la Sociedad en tercera persona, o del sistema como un ente ajeno, sería simpático si solo fuese una muestra de inmadurez supina. El problema es que también es una forma de eludir cualquier tipo de responsabilidad. Hablar de la situación actual como si se hubiese generado sola por culpa del sistema resulta mezquino. Tenemos dirigentes con nombre y apellidos, y no están ahí por casualidad. Por mucho que pueda importunar a los indignados, a Zapatero lo hemos elegido nosotros. No apareció un día sentado en un despacho en la Moncloa como por arte de magia, no. De hecho, un año después de desatarse la crisis de las hipotecas subprime en los Estados Unidos; cuando solo alguien muy pero que muy ignorante podía pensar que una crisis financiera mundial podía pasar de largo por España, Zapatero se presentó a unas elecciones generales con un programa basado precisamente en eso. Once millones de españoles le votamos igualmente, y ahora estamos como estamos. Pero, claro, apostaría la cabeza a que al menos unos cuantos de esos once millones son hoy "indignados de pro"; y seguro que para sus conciencias es mucho más fácil de digerir que la presidencia de Zapatero es fruto del bipartidismo, la ley electoral o el modelo autonómico. Pero no es así, Zapatero no es presidente por nada de eso; lo es porque su partido recibió once millones de votos, que emitimos nosotros voluntariamente, con premeditación y alevosía.

          Personalmente llevo indignado con la clase política varias décadas. Hasta la fecha no me ha dado por el camping urbano, pero no por ello es menos cierto. Así es que mi indignación al cuadrado actual es algo con lo que no me cuesta vivir. Ahora bien, el miedo que me empieza a generar este movimiento es otra historia. Desde el momento en el que asumen una superioridad moral que les coloca por encima de la ley, por eso de que no es sino producto de un sistema defectuoso, no hacen sino imitar los pasos de infinidad de movimientos de indignación que se han producido en el mundo y que, en demasiados casos, han resultado en la imposición de un sistema totalitario. Así, por ejemplo, podemos imaginar lo que puede ocurrir a partir de las próximas elecciones generales. ¿Cómo responderán los indignados al hecho de que entre el PP y el PSOE sumen más de veinte millones de votos? ¿Aceptarán que una clara mayoría ha elegido democráticamente continuar con el actual sistema quasi-bipartidista, recogerán sus bártulos y se irán a sus casas? Parece poco probable, ¿verdad? Vista la reacción a las elecciones municipales y autonómicas, me atrevo a vaticinar que los indignados asumirán que lo que dicen las urnas no refleja lo que el pueblo realmente quiere y necesita. Que será por culpa del sistema, la ley electoral, las reglas de eurovisión o lo que les venga en gana; pero en definitiva, sin decirlo con estas palabras, se autodesignarán portadores de la voluntad "real" del pueblo. Iluminados conocedores de la única verdad absoluta. Y, como buenos adanistas descubridores de la rueda, no caerán en la infinidad de relatos que hay en los libros de historia acerca de idénticos movimientos surgidos en diferentes democracias. Y, como dijo Jorge Santayana, quien olvida su historia está condenado a repetirla.

          No hay que irse demasiado lejos ni atrás en el tiempo. Hace unas décadas hubo en España un movimiento de indignados como los de ahora. "Sabían", como los de ahora, que la situación era insostenible. "Sabían", como los de ahora, que las urnas no reflejaban lo que la población necesitaba. Los lideraba un tipo llamado Francisco, que andaba muy pero que muy indignado con el sistema; y "sabía", como los de ahora, que lo que había en España no era una democracia real. Y así fue que no dejó de acampar por toda España hasta que pudo entrar en el Congreso. Y sé que las diferencias son manifiestas; pero no por ello hay que obviar las similitudes. Y son tantas que me asustan; me asustan mucho.

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miércoles, 15 de junio de 2011

3 falacias sobre las listas abiertas

          Siempre he defendido que nuestro país debería adoptar algún sistema de listas abiertas. Incluso el pasado 14 de enero dediqué una entrada a la mera formalidad en la que se convertía el Congreso sin eliminar, entre otras cosas, las listas cerradas. Hoy, especialmente como consecuencia del movimiento de los indignados del 15M, la posibilidad de las listas abiertas vuelve a ponerse sobre la mesa; incluso Esperanza Aguirre declaró apostar por ello durante su discurso de investidura. Ahora bien, tal y como decía Orson Welles en su día, "muchas personas están demasiado educadas para hablar con la boca llena, pero no les preocupa hacerlo con la cabeza vacía"; y así escucho a diestro y siniestro demandas de listas abiertas envueltas en tales dosis de ignorancia que me veo obligado a, como mínimo, señalar tres cuestiones que se deberían tener muy en cuenta antes de lanzarnos a lo loco a exigir nada, o a aceptar que las listas abiertas son la panacea universal o el camino inequívoco a una mayor democracia

          1º Las listas abiertas no son comparables a una lata de sardinas: Y podría parecerlo al escuchar la mayoría de los debates que se generan en torno al asunto, en los que únicamente se plantean las posibilidades de listas cerradas o abiertas y se ennumeran los pros y contras de cada una de ellas. Semejante limitación hace que estos debates en cuestión me aporten lo mismo que una discusión sobre la conveniencia de abrir o no la lata para hacerse un bocadillo de arenques. Hay infinidad de sistemas de listas abiertas; desde el sistema sueco donde se señalan los candidatos preferidos dentro de los propuestos por un partido, hasta el de Luxemburgo o Suíza, donde se eligen individualmente tantos candidatos como escaños corresponda a una circusncripción de entre los de todos los partidos. Así, afirmar que las listas abiertas es lo mejor, es como decir que el alerón delantero flexible es lo más adecuado para un coche, sin especificar si hablamos del monoplaza de Fernando Alonso o de mi Seat Panda gris perla. Ciertas modalidades, incluso, perpetuarían el bipartidismo contra el que se supone que están los que acampaban en Sol, y otras incrementarían considerablemente el poder de los nacionalistas con el que quieren terminar muchos otros defensores de las listas abiertas. Habrá que ver, pues, cuán abiertas queremos las listas.

          2º Las listas abiertas no supondrían ninguna novedad:  Y puede que más de uno se quede de piedra; pero en España votamos al Senado mediante un sistema de listas abiertas. Y si luego la inmensa mayoría de votantes no aprovecha esta posibilidad sino que utiliza la papeleta con la lista que propone el partido al que quiere favorecer, queda demostrado que, tal vez por una vez, no debamos limitarnos a señalar las carencias del sistema sin plantearnos lo que nosotros hacemos con él. Votamos como borregos; incluso no son pocos los que afirman haber votado a Zapatero o a Rajoy, sin saber siquiera si estaba en la lista de su circunscripción electoral e ignorando a todas luces que al presidente del gobierno le vota el Congreso, y no los ciudadanos directamente. Implementar un sistema de listas abiertas sin resolver antes nuestro problema de borreguismo supino, prácticamente barrería de las instituciones a cualquier opción minoritaria. Frente a millones de votantes eligiendo a los miembros de la lista propuesta por su partido en el mismo orden y sin cambiar una coma, lo peor que le puede ocurrir a las posibles propuestas alternativas para votantes con criterio es perder escaños porque sus candidatos se quitan votos entre sí. Vamos, que cambiar el sistema solo puede perjudicarnos mientras una inmensa mayoría de los votantes siga sumido en la ignorancia y tragándose aquello del voto útil.

          (y más importante) Un sistema de listas abiertas es inútil mientras haya disciplina de voto en los partidos: Vendría a ser como ponerle una diadema a Antonio Lobato o al calvo de la lotería. Puede que haga muy bonito, pero lo que se dice servir, no sirve para nada. Mientras sea la dirección de cada partido la que dictamine lo que debe votar cada uno de sus diputados, lo mismo da que usted haya elegido para el Congreso a un premio Nóbel de Economía, Física, Química y Literatura o a un chimpancé amaestrado; al final, lo único que decidiría usted es si en vehículo oficial va a circular una eminencia o un primo de la mona Cheetah.

          Podría continuar durante horas enumerando consideraciones a tener en cuenta al abordar el asunto de las listas abiertas, pero con estas tres por ahora tengo más que suficiente para enviar un par de mensajes a los que hoy las exigen por las calles e incluso en medios de comunicación: "Resulta de lo más conveniente pensar un poquito antes de ponerse a pedir cosas a la tremenda; y debéis andaros con cuidado con lo que deseáis, que al final lo podéis conseguir. De hecho, Esperanza Aguirre parece dispuesta a concedéroslo, y no tardarán en sumarse otros. Pocas cosas hay más fáciles que dar a aquél que desconoce lo que pide".

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miércoles, 8 de junio de 2011

¿Debe España convertirse en una República?

          La historia se repite, y las viejas cantinelas de esta España incapaz de leer la letra pequeña empiezan a resultar cansinas. No pasa una sola vez que el Rey, por hache o por be, sea noticia; sin que los de siempre empiecen a reclamar que España se convierta en una República. Y no deja de ser una demanda perfectamente legítima e incluso plausible dadas las fechas en las que vivimos, pero el hecho manifiesto de que la mayoría de los que lo reclaman no haya dedicado un minuto a pensar en las consecuencias, hace que me pregunte dónde nos hemos dejado aparcado el sentido común.

          El hecho de que una monarquía en pleno siglo XXI es un anacronismo cuando menos ridículo, es algo que jamás intentaré cuestionar; pero demandar una república sin pararse a pensar en las características particulares de nuestra democracia y, sobre todo, nuestra idiosincrasia; es un ejercicio de irresponsabilidad que no estoy dispuesto a suscribir.

          Uno de los argumentos más frecuentemente esgrimidos para abolir la Monarquía en España, es el coste que representa para las arcas del Estado. Y no deja de ser verdad que un gasto de varios millones de euros para una institución anacrónica con la que está cayendo no es algo sencillo de digerir; pero si de lo que hablamos es de dinero, a lo mejor deberíamos plantearnos lo que nos iba a costar una Presidencia de la República ejerciendo plenamente como tal, especialmente teniendo en cuenta la clase política que padecemos, cuyos miembros no saben ya hacer pipí sin contratar a cuatro o cinco asesores gastrosanitarios. Que también cabría la posibilidad de que los que piden la República basándose en este argumento no hayan caído en que, de abolir la monarquía,  necesitaríamos sustituirla con algún tipo de Jefatura del Estado; pero supondría una muestra de carencia de criterio tan insultante, que prefiero ni tan siquiera considerarla.

          Otros, por su parte, lo que consideran inaceptable es que la Jefatura del Estado no sea elegida en las urnas periódicamente. Y eso, en pleno siglo XXI, es algo imposible de rebatir. Ante todo soy un demócrata convencido, con lo que no seré yo quien jamás objete nada a este tipo de argumento. Sin embargo, me parece una vez más que los que lo esgrimen no le han dedicado excesivo tiempo a pensar en ello. ¿Alguien duda de cuál sería el resultado si celebrásemos un referéndum en España para elegir Monarquía o República? Incluso me atrevo a ir más allá. Si nos saltásemos el referéndum y directamente convocásemos elecciones a Presidente de la República ¿Quién podría evitar que Don Juan Carlos o bien Felipe de Borbón arrasasen en las urnas? De hecho, con lo que le cuesta al PSOE convencer a candidatos para que se presenten a la alcaldía de Madrid contra Gallardón ¿de dónde iban a sacar los partidos a primos dispuestos a enfrentarse a los Borbones? En definitiva, que elegir democráticamente al Jefe del Estado sería una opción muchísimo más acorde a mis ideales e incluso creencias; pero como junto a estas también tengo cierto sentido práctico, para que las cosas se queden más o menos como estaban, casi que me ahorro la pasta y el guirigay que supondrían estos comicios.

          Así las cosas, solo hay un argumento que considero válido y suscribo para pedir el final de la Monarquía y la instauración de la República; que es el sano funcionamiento de nuestro sistema bicameral. Si hoy muchos españoles se preguntan para qué sirve el Senado, se debe a que sin la actuación efectiva de un Jefe de Estado arbitrando entre éste y el Congreso, pierde todo tipo de poder o influencia en la política. Vamos, que sirve para dar trabajo a traductores de gallego y euskera y poco más. Y si fue un acierto en su día, como única vía para evitar una guerra civil, establecer una Monarquía en la que el Rey no ejerciese como Jefe de Estado en la política nacional; hoy, tras tres décadas en las que Don Juan Carlos se ha dedicado a sancionar sin preguntar todo lo que le remitía el Congreso; la situación se vuelve insostenible. Que la primera y la última palabra en la política nacional la tenga la cámara elegida por criterio de población (el Congreso), sin que aquella en la que todos los territorios tienen el mismo peso (Senado) tenga nada que decir; está generando una auténtica amenaza para la cohesión social en la que se basa nuestro crecimiento, y está resultando en un sometimiento total de los diferentes gobiernos a los deseos y decisiones de ciertas minorías nacionalistas. Y no son pocos los que culpabilizan de esto a la ley electoral; pero lo que parecen ignorar es cuán antidemocrático resultaría negar a las comunidades más pobladas de España una representación de diputados proporcional a su número de habitantes. La compensación debe venir de la mano del Senado, donde Asturias pesa lo mismo que Cataluña, o Murcia lo mismo que Andalucía; pero si cada vez que hay desacuerdo entre las cámaras, en lugar de mediación por parte del Jefe de Estado, nos encontramos con que éste se inhibe y se adhiere a lo que diga el Gobierno; pues nos quedamos como estamos. Así pues, dada la poca probabilidad que tenemos hoy de que se produzca algún tipo de levantamiento armado por parte de nadie, parece no solo recomendable, sino necesario, que asumamos la necesidad de instaurar una República o algún tipo de sistema en el que el Jefe del Estado ejerza su poder político de manera efectiva.

          Ahora bien; teniendo en cuenta todo lo anterior, caemos en la cuenta de que la pregunta no es si queremos Monarquía o República. Lo que debemos preguntarnos es: ¿Queremos dar poder político a los Borbones?

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miércoles, 1 de junio de 2011

Asumir la realidad

           Hay ocasiones en las que asumir la realidad no es en absoluto una tarea sencilla. Hay verdades tan dolorosas que intentamos esquivarlas por todos los medios, proponiendo interpretaciones alternativas que, por muy ridículas que resulten, digerimos con menor esfuerzo. Así la directiva del PP, por ejemplo, sigue intentando ver una victoria electoral donde tan solo ha habido un descalabro del adversario; haciendo oídos sordos a los mensajes inequívocos que se les han enviado desde comunidades como Navarra o Asturias, en las que la presencia de una alternativa de centro-derecha prácticamente les ha borrado de las instituciones. Por no mencionar al PSOE, que tras un clarísimo "hasta aquí hemos llegado", sigue elucubrando qué miembro del gobierno al que España ha dicho BASTA es el más adecuado para optar a la presidencia; o retando a la oposición a presentar una moción de censura, como si no se les hubiese censurado ya sobradamente el pasado 22 de mayo.

          Sin embargo, para las verdades (como para todas las cosas) también hay categorías; y las hay tan indiscutibles y manifiestas que no dejan lugar a regates o maniobras evasivas de ningún tipo. Hoy nos toca asumir una verdad espeluznante que es que ETA, a través de Bildu, ha entrado con fuerza en las instituciones. Y toda la batería de mentiras y falacias con las que nos están intentando endulzar la digestión, no solo no cambian esta realidad, sino que encima insultan nuestra inteligencia.

          Por ejemplo, no son pocos los que hoy afirman que los votos recibidos por Bildu legitiman su presencia en las instituciones. Por esa misma regla de tres, ¿debemos asumir que si se presenta un partido cuyo programa incluya la pena de muerte para los terroristas de ETA y se le vota, automáticamente queda legitimado el garrote vil para los miembros del comando donosti? Sin llegar a las cuatro décadas, llevamos años de democracia de sobra como para saber que no todo se puede legitimar en las urnas; y que incluso hay asuntos que ni siquiera pueden llegar a ellas. Así pues, discutir ahora sobre la legitimidad de unos votos no es sino una manera absurda de alejar nuestra atención de las preguntas que realmente debemos hacernos:

          En primer lugar, toca preguntarse cómo es posible que Bildu haya recibido semejante cantidad de votos en el País Vasco. Y nos toca mirar hacia los partidos políticos y los medios de comunicación y preguntarles abiertamente en qué demonios estaban pensando mientras le hacían a Bildu la mejor y más intensa campaña electoral que cualquier partido político haya podido soñar jamás. A ver a qué genio del periodismo o el márketing político se le escaparon los resultados que, con la promoción adecuada, podía obtener una formación manifiestamente opuesta a los grandes partidos que son el tercer problema más importante para la mayoría de nuestros ciudadanos. A ver quién es el cenutrio que todavía no sabe si resulta más efectivo un cartel en una marquesina o cinco titulares en periódicos o informativos nacionales. Y solo después debemos preguntarnos cómo es posible que ETA (o, como lo define Rubalcaba: el instrumento político de ETA) haya podido presentarse a las elecciones. Que uno no pretende cuestionar la legitimidad, autoridad o cualquier otra de las características inherentes al Tribunal Constitucional; pero es que la infalibilidad tipo Papa de Roma no es una de ellas. Y no dudar de su independencia (que sí lo es) cuando los jueces inexorablemente votan a favor de la postura del partido que les ha elegido, parece cuando menos estúpido.

          Tampoco será la primera vez que escuchen lo de que Bildu ha firmado una declaración de rechazo a toda la violencia (incluída la de ETA, claro está). Y los que lo dicen normalmente lo presentan como un logro en nuestra lucha contra el terrorismo (ayer mismo lo hizo el cronista de "El País" Luís Rguez. Aizpeolea en Telemadrid). A estos no les preguntaría nada; simplemente los enviaría a casa de un huérfano o una viuda de ETA a ver cuántas medallas le ponen por haber logrado que ETA firme un papel.

          Y sumados a estos están los optimistas, como José María Calleja o Carmelo Encinas; que quieren creer que la participación de ETA en las instituciones puede alejarla de la violencia; y como eso es bueno, pues tocará aplaudir si así se confirma. Vamos, que si queremos terminar con los atracos con intimidación con arma blanca, entregar nuestra cartera antes de que nos saquen la navaja es una manera de conseguirlo a tener en cuenta.

          En definitiva: no hay edulcorante que valga. ETA está en las instituciones y es nuestra responsabilidad como ciudadanos mirar hacia nuestros gobernantes y preguntarnos cómo es posible. Y nos toca analizar en profundidad los logros de esta lucha anti-terrorista de foto en prensa y poco más encabezada por Rubalcaba. Que mola mucho haber descabezado a ETA media docena de veces; pero así como muchos lo interpretan como muestras inequívocas de su tenacidad, yo lo entiendo como prueba irrefutable de lo estéril que resulta. Algo así como un método tan eficaz que me ha permitido dejar de fumar hasta siete veces. Si algo bueno hizo en su día el juez Garzón fue dirigir la lucha hacia la financiación de la banda y dejarles sin blanca; en los últimos años, sin embargo, hemos descabezado su aparato militar (hasta varias veces en un mes, mira si les cuesta arreglarlo) pero curiosamente la operación policial que iba destinada a atacar a su aparato financiero fue boicoteada con un chivatazo desde el Ministerio del Interior. Si sumamos a esto una serie de actos que coinciden con los descritos en unas actas incautadas a la banda y que culminan con Bildu en las instituciones manejando unos mil millones de euros de dinero público; cualquiera que no sienta la absoluta admiración y total respeto que merecen nuestros gobernantes podría llegar a pensar incluso que alguien estaría intentando comprar a ETA unos meses de paz.

          Pero no seré yo quien sugiera algo así; asuman la realidad y saquen ustedes sus propias conclusiones.

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