No será la primera vez que dedique una entrada al movimiento 15M, los indignados, la "democracia real ya" o el "no les votes". Y si no niego que siempre me ha alegrado comprobar que nuestra juventud sí que sabe echarse a la calle, tras varias semanas ya de movilizaciones empiezo a ser yo el indignado con los indignados; vamos, el indignado al cuadrado.
Me siento indignado por la incultura, el egocentrismo y el desmesurado adanismo que destila el movimiento. No somos pocos los que llevamos años denunciando las carencias de nuestro sistema y presentando propuestas para su mejora; para que ahora lleguen cuatro iluminados a contarnos que este sistema tiene fallos, como si acabasen de descubrir la rueda. Para que nos presenten diversas alternativas que ya hemos estudiado y analizado con suficiente profundidad como para comprender que sólo empeorarían las cosas. Y, por si fuese poco, adjudicándose la autoría exclusiva ya no solo de las críticas al sistema, sino incluso de las manifestaciones públicas en su contra. ¿No se han fijado acaso en que tras el 15M, todas las manifestaciones del universo contrarias al sistema son consideradas extensiones internacionales de la Spanish Revolution? Hasta las de Grecia, que llevan produciéndose desde 2008...Y bien es verdad que con su movilización los indignados están consiguiendo activar el debate más que necesario sobre el funcionamiento de nuestra democracia y sus instituciones, de manera muchísimo más efectiva que las columnas, discursos y libros de todos los que llevamos años trabajando en ello; y eso hay que saber reconocerlo, pero no sin preguntar: ¿dónde andábais metidos todos estos años? ¿Dónde os escondíais mientras pasábamos de dos millones a tres millones de parados, o de tres a cuatro? ¿Dónde estábais cuando el paro juvenil alcanzó el 40%? ¿Por dónde andábais mientras cerraban los cientos de miles de empresas en las que se suponía que debíais comenzar vuestra carrera laboral? Hace nada os han dicho que vais a tener que cotizar dos años más para poder jubilaros, tras impediros empezar a hacerlo y no se os vio por ninguna parte. Tras demostrar tan sobrada capacidad para permitir que os den por detrás sin pestañear ¿qué clase de autoridad intelectual pensáis que tenéis para criticar la ley electoral o el bipartidismo? ¿Acaso debemos entender que en la madrugada del 14 al 15 de mayo floreció el criterio en vuestras molleras?
Pero, sobre todo, me indigna la total y absoluta carencia de capacidad autocrítica de los indignados. Eso de hablar de la Sociedad en tercera persona, o del sistema como un ente ajeno, sería simpático si solo fuese una muestra de inmadurez supina. El problema es que también es una forma de eludir cualquier tipo de responsabilidad. Hablar de la situación actual como si se hubiese generado sola por culpa del sistema resulta mezquino. Tenemos dirigentes con nombre y apellidos, y no están ahí por casualidad. Por mucho que pueda importunar a los indignados, a Zapatero lo hemos elegido nosotros. No apareció un día sentado en un despacho en la Moncloa como por arte de magia, no. De hecho, un año después de desatarse la crisis de las hipotecas subprime en los Estados Unidos; cuando solo alguien muy pero que muy ignorante podía pensar que una crisis financiera mundial podía pasar de largo por España, Zapatero se presentó a unas elecciones generales con un programa basado precisamente en eso. Once millones de españoles le votamos igualmente, y ahora estamos como estamos. Pero, claro, apostaría la cabeza a que al menos unos cuantos de esos once millones son hoy "indignados de pro"; y seguro que para sus conciencias es mucho más fácil de digerir que la presidencia de Zapatero es fruto del bipartidismo, la ley electoral o el modelo autonómico. Pero no es así, Zapatero no es presidente por nada de eso; lo es porque su partido recibió once millones de votos, que emitimos nosotros voluntariamente, con premeditación y alevosía.
Personalmente llevo indignado con la clase política varias décadas. Hasta la fecha no me ha dado por el camping urbano, pero no por ello es menos cierto. Así es que mi indignación al cuadrado actual es algo con lo que no me cuesta vivir. Ahora bien, el miedo que me empieza a generar este movimiento es otra historia. Desde el momento en el que asumen una superioridad moral que les coloca por encima de la ley, por eso de que no es sino producto de un sistema defectuoso, no hacen sino imitar los pasos de infinidad de movimientos de indignación que se han producido en el mundo y que, en demasiados casos, han resultado en la imposición de un sistema totalitario. Así, por ejemplo, podemos imaginar lo que puede ocurrir a partir de las próximas elecciones generales. ¿Cómo responderán los indignados al hecho de que entre el PP y el PSOE sumen más de veinte millones de votos? ¿Aceptarán que una clara mayoría ha elegido democráticamente continuar con el actual sistema quasi-bipartidista, recogerán sus bártulos y se irán a sus casas? Parece poco probable, ¿verdad? Vista la reacción a las elecciones municipales y autonómicas, me atrevo a vaticinar que los indignados asumirán que lo que dicen las urnas no refleja lo que el pueblo realmente quiere y necesita. Que será por culpa del sistema, la ley electoral, las reglas de eurovisión o lo que les venga en gana; pero en definitiva, sin decirlo con estas palabras, se autodesignarán portadores de la voluntad "real" del pueblo. Iluminados conocedores de la única verdad absoluta. Y, como buenos adanistas descubridores de la rueda, no caerán en la infinidad de relatos que hay en los libros de historia acerca de idénticos movimientos surgidos en diferentes democracias. Y, como dijo Jorge Santayana, quien olvida su historia está condenado a repetirla.
No hay que irse demasiado lejos ni atrás en el tiempo. Hace unas décadas hubo en España un movimiento de indignados como los de ahora. "Sabían", como los de ahora, que la situación era insostenible. "Sabían", como los de ahora, que las urnas no reflejaban lo que la población necesitaba. Los lideraba un tipo llamado Francisco, que andaba muy pero que muy indignado con el sistema; y "sabía", como los de ahora, que lo que había en España no era una democracia real. Y así fue que no dejó de acampar por toda España hasta que pudo entrar en el Congreso. Y sé que las diferencias son manifiestas; pero no por ello hay que obviar las similitudes. Y son tantas que me asustan; me asustan mucho.
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