Hay ocasiones en las que asumir la realidad no es en absoluto una tarea sencilla. Hay verdades tan dolorosas que intentamos esquivarlas por todos los medios, proponiendo interpretaciones alternativas que, por muy ridículas que resulten, digerimos con menor esfuerzo. Así la directiva del PP, por ejemplo, sigue intentando ver una victoria electoral donde tan solo ha habido un descalabro del adversario; haciendo oídos sordos a los mensajes inequívocos que se les han enviado desde comunidades como Navarra o Asturias, en las que la presencia de una alternativa de centro-derecha prácticamente les ha borrado de las instituciones. Por no mencionar al PSOE, que tras un clarísimo "hasta aquí hemos llegado", sigue elucubrando qué miembro del gobierno al que España ha dicho BASTA es el más adecuado para optar a la presidencia; o retando a la oposición a presentar una moción de censura, como si no se les hubiese censurado ya sobradamente el pasado 22 de mayo.
Sin embargo, para las verdades (como para todas las cosas) también hay categorías; y las hay tan indiscutibles y manifiestas que no dejan lugar a regates o maniobras evasivas de ningún tipo. Hoy nos toca asumir una verdad espeluznante que es que ETA, a través de Bildu, ha entrado con fuerza en las instituciones. Y toda la batería de mentiras y falacias con las que nos están intentando endulzar la digestión, no solo no cambian esta realidad, sino que encima insultan nuestra inteligencia.
Por ejemplo, no son pocos los que hoy afirman que los votos recibidos por Bildu legitiman su presencia en las instituciones. Por esa misma regla de tres, ¿debemos asumir que si se presenta un partido cuyo programa incluya la pena de muerte para los terroristas de ETA y se le vota, automáticamente queda legitimado el garrote vil para los miembros del comando donosti? Sin llegar a las cuatro décadas, llevamos años de democracia de sobra como para saber que no todo se puede legitimar en las urnas; y que incluso hay asuntos que ni siquiera pueden llegar a ellas. Así pues, discutir ahora sobre la legitimidad de unos votos no es sino una manera absurda de alejar nuestra atención de las preguntas que realmente debemos hacernos:
En primer lugar, toca preguntarse cómo es posible que Bildu haya recibido semejante cantidad de votos en el País Vasco. Y nos toca mirar hacia los partidos políticos y los medios de comunicación y preguntarles abiertamente en qué demonios estaban pensando mientras le hacían a Bildu la mejor y más intensa campaña electoral que cualquier partido político haya podido soñar jamás. A ver a qué genio del periodismo o el márketing político se le escaparon los resultados que, con la promoción adecuada, podía obtener una formación manifiestamente opuesta a los grandes partidos que son el tercer problema más importante para la mayoría de nuestros ciudadanos. A ver quién es el cenutrio que todavía no sabe si resulta más efectivo un cartel en una marquesina o cinco titulares en periódicos o informativos nacionales. Y solo después debemos preguntarnos cómo es posible que ETA (o, como lo define Rubalcaba: el instrumento político de ETA) haya podido presentarse a las elecciones. Que uno no pretende cuestionar la legitimidad, autoridad o cualquier otra de las características inherentes al Tribunal Constitucional; pero es que la infalibilidad tipo Papa de Roma no es una de ellas. Y no dudar de su independencia (que sí lo es) cuando los jueces inexorablemente votan a favor de la postura del partido que les ha elegido, parece cuando menos estúpido.
Tampoco será la primera vez que escuchen lo de que Bildu ha firmado una declaración de rechazo a toda la violencia (incluída la de ETA, claro está). Y los que lo dicen normalmente lo presentan como un logro en nuestra lucha contra el terrorismo (ayer mismo lo hizo el cronista de "El País" Luís Rguez. Aizpeolea en Telemadrid). A estos no les preguntaría nada; simplemente los enviaría a casa de un huérfano o una viuda de ETA a ver cuántas medallas le ponen por haber logrado que ETA firme un papel.
Y sumados a estos están los optimistas, como José María Calleja o Carmelo Encinas; que quieren creer que la participación de ETA en las instituciones puede alejarla de la violencia; y como eso es bueno, pues tocará aplaudir si así se confirma. Vamos, que si queremos terminar con los atracos con intimidación con arma blanca, entregar nuestra cartera antes de que nos saquen la navaja es una manera de conseguirlo a tener en cuenta.
En definitiva: no hay edulcorante que valga. ETA está en las instituciones y es nuestra responsabilidad como ciudadanos mirar hacia nuestros gobernantes y preguntarnos cómo es posible. Y nos toca analizar en profundidad los logros de esta lucha anti-terrorista de foto en prensa y poco más encabezada por Rubalcaba. Que mola mucho haber descabezado a ETA media docena de veces; pero así como muchos lo interpretan como muestras inequívocas de su tenacidad, yo lo entiendo como prueba irrefutable de lo estéril que resulta. Algo así como un método tan eficaz que me ha permitido dejar de fumar hasta siete veces. Si algo bueno hizo en su día el juez Garzón fue dirigir la lucha hacia la financiación de la banda y dejarles sin blanca; en los últimos años, sin embargo, hemos descabezado su aparato militar (hasta varias veces en un mes, mira si les cuesta arreglarlo) pero curiosamente la operación policial que iba destinada a atacar a su aparato financiero fue boicoteada con un chivatazo desde el Ministerio del Interior. Si sumamos a esto una serie de actos que coinciden con los descritos en unas actas incautadas a la banda y que culminan con Bildu en las instituciones manejando unos mil millones de euros de dinero público; cualquiera que no sienta la absoluta admiración y total respeto que merecen nuestros gobernantes podría llegar a pensar incluso que alguien estaría intentando comprar a ETA unos meses de paz.
Pero no seré yo quien sugiera algo así; asuman la realidad y saquen ustedes sus propias conclusiones.
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