Siempre he defendido que nuestro país debería adoptar algún sistema de listas abiertas. Incluso el pasado 14 de enero dediqué una entrada a la mera formalidad en la que se convertía el Congreso sin eliminar, entre otras cosas, las listas cerradas. Hoy, especialmente como consecuencia del movimiento de los indignados del 15M, la posibilidad de las listas abiertas vuelve a ponerse sobre la mesa; incluso Esperanza Aguirre declaró apostar por ello durante su discurso de investidura. Ahora bien, tal y como decía Orson Welles en su día, "muchas personas están demasiado educadas para hablar con la boca llena, pero no les preocupa hacerlo con la cabeza vacía"; y así escucho a diestro y siniestro demandas de listas abiertas envueltas en tales dosis de ignorancia que me veo obligado a, como mínimo, señalar tres cuestiones que se deberían tener muy en cuenta antes de lanzarnos a lo loco a exigir nada, o a aceptar que las listas abiertas son la panacea universal o el camino inequívoco a una mayor democracia
1º Las listas abiertas no son comparables a una lata de sardinas: Y podría parecerlo al escuchar la mayoría de los debates que se generan en torno al asunto, en los que únicamente se plantean las posibilidades de listas cerradas o abiertas y se ennumeran los pros y contras de cada una de ellas. Semejante limitación hace que estos debates en cuestión me aporten lo mismo que una discusión sobre la conveniencia de abrir o no la lata para hacerse un bocadillo de arenques. Hay infinidad de sistemas de listas abiertas; desde el sistema sueco donde se señalan los candidatos preferidos dentro de los propuestos por un partido, hasta el de Luxemburgo o Suíza, donde se eligen individualmente tantos candidatos como escaños corresponda a una circusncripción de entre los de todos los partidos. Así, afirmar que las listas abiertas es lo mejor, es como decir que el alerón delantero flexible es lo más adecuado para un coche, sin especificar si hablamos del monoplaza de Fernando Alonso o de mi Seat Panda gris perla. Ciertas modalidades, incluso, perpetuarían el bipartidismo contra el que se supone que están los que acampaban en Sol, y otras incrementarían considerablemente el poder de los nacionalistas con el que quieren terminar muchos otros defensores de las listas abiertas. Habrá que ver, pues, cuán abiertas queremos las listas.
2º Las listas abiertas no supondrían ninguna novedad: Y puede que más de uno se quede de piedra; pero en España votamos al Senado mediante un sistema de listas abiertas. Y si luego la inmensa mayoría de votantes no aprovecha esta posibilidad sino que utiliza la papeleta con la lista que propone el partido al que quiere favorecer, queda demostrado que, tal vez por una vez, no debamos limitarnos a señalar las carencias del sistema sin plantearnos lo que nosotros hacemos con él. Votamos como borregos; incluso no son pocos los que afirman haber votado a Zapatero o a Rajoy, sin saber siquiera si estaba en la lista de su circunscripción electoral e ignorando a todas luces que al presidente del gobierno le vota el Congreso, y no los ciudadanos directamente. Implementar un sistema de listas abiertas sin resolver antes nuestro problema de borreguismo supino, prácticamente barrería de las instituciones a cualquier opción minoritaria. Frente a millones de votantes eligiendo a los miembros de la lista propuesta por su partido en el mismo orden y sin cambiar una coma, lo peor que le puede ocurrir a las posibles propuestas alternativas para votantes con criterio es perder escaños porque sus candidatos se quitan votos entre sí. Vamos, que cambiar el sistema solo puede perjudicarnos mientras una inmensa mayoría de los votantes siga sumido en la ignorancia y tragándose aquello del voto útil.
3º (y más importante) Un sistema de listas abiertas es inútil mientras haya disciplina de voto en los partidos: Vendría a ser como ponerle una diadema a Antonio Lobato o al calvo de la lotería. Puede que haga muy bonito, pero lo que se dice servir, no sirve para nada. Mientras sea la dirección de cada partido la que dictamine lo que debe votar cada uno de sus diputados, lo mismo da que usted haya elegido para el Congreso a un premio Nóbel de Economía, Física, Química y Literatura o a un chimpancé amaestrado; al final, lo único que decidiría usted es si en vehículo oficial va a circular una eminencia o un primo de la mona Cheetah.
Podría continuar durante horas enumerando consideraciones a tener en cuenta al abordar el asunto de las listas abiertas, pero con estas tres por ahora tengo más que suficiente para enviar un par de mensajes a los que hoy las exigen por las calles e incluso en medios de comunicación: "Resulta de lo más conveniente pensar un poquito antes de ponerse a pedir cosas a la tremenda; y debéis andaros con cuidado con lo que deseáis, que al final lo podéis conseguir. De hecho, Esperanza Aguirre parece dispuesta a concedéroslo, y no tardarán en sumarse otros. Pocas cosas hay más fáciles que dar a aquél que desconoce lo que pide".
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