Ya de bien pequeñito aprendí que por muy feo que sea un ser humano, antes o después aparecerá otro que le hará parecer guapo. Es una de esas constantes inquebrantables de la vida que no sé si señaló en primer lugar algún filósofo clásico o tal vez la típica abuela de esas que sin haber abandonado apenas la cocina de su casa, y mucho menos su pueblo, contaban con muchísima más sabiduría que la mayoría de los que hoy se nos presentan como eruditos. Y poco importa en verdad si el primero en verbalizarlo se llamaba Isaac Newton o Herminia Pérez; la cuestión es que se trata de una ley de la naturaleza tan indiscutible como la de la gravedad o el teorema de Pitágoras.
Es por este mismo principio que Zapatero anda estos días con una sonrisa picarona que no se le quita ni con las últimas cifras de desempleo. Cuando empezaba a asumir que nadie podía arrebatarle el número uno en el ranking de liantes infinitos de la política internacional e interestelar, aparece Papandreu y nos desmiente en dos patadas a todos los que afirmábamos plenamente convencidos que hacerlo peor que Zapatero era físicamente imposible.
Que bien es verdad que, escarmentado tras tantas ocasiones en las que he tenido que modificar mis expectativas sobre ZP a la baja; he de reconocer que tras el anuncio de Papandreu de someter las medidas a referéndum, sentí un gran alivio. Lo primero que me vino a la cabeza fue que llegó demasiado tarde como para que el progresista planetario de León decidiese regalarnos a los españoles un ejercicio de democracia similar. Lo que no tuve en cuenta es que tras las dos tardes de estudio de economía que le señalaban como necesarias cuando era candidato, vinieron al menos media docena más. Y que aunque en sus siete años como presidente no haya sido capaz de memorizar un par de frases en inglés, sí que ha aprendido un par de cosas. Al menos las suficientes como para saber que si aquellos a los que les debes una millonada que te tiene en quiebra deciden perdonarte la mitad a cambio de que cantes y toques el ukelele desnudo en la puerta de Alcalá; lo que hay que hacer es desvestirse antes de que terminen de pedírtelo y plantarse allá con las gothic girls haciendo los coros y la Isadora Duncan cazurra adornándolo todo con entrechats, cabrioles, assemblés y taconeo flamenco si es que eso es lo que les pone a los acreedores. Y por eso ahora sonríe. Porque sabe que los que denunciábamos a gritos que no se nos podía hacer más daño nos acabamos de dar con una puerta en las narices. Porque si alguna vez se tiene que ver cara a cara con alguno de nosotros, antes de que abramos la boca podrá preguntarnos con sorna: ¿a mí me llamábais inconsciente? ¿a mí me considerábais irresponsable? Porque ahora sabe que, leyendo las noticias que nos llegan desde Grecia, nos sentimos en cierto modo afortunados de haber tenido a ZP de presidente; conscientes ahora de que sí que podría haber sido muchísimo peor.
Porque todos los desmanes, bandazos, rectificaciones de las rectificaciones, incongruencias, ocurrencias y demás desvaríos de Zapatero, Salgado, Rubalcaba (que, a pesar de que nadie lo diría, creo que tuvo cierta relevancia en todo esto), Solbes, Sebastián y el resto de la tropa; se reducen a chiquilladas inconsecuentes al lado de la propuesta de referéndum de Papandreu. Pretender dárselas ahora de demócrata y consultar al pueblo griego sobre las medidas es el insulto definitivo. ¿No habría resultado más oportuno hacer el referéndum antes? Esto es, preguntarles a los griegos qué les parecía que les utilizasen a ellos y a todos sus bienes como avales (así funciona la deuda soberana) de unos créditos de miles de millones de euros que en ningún caso se iban a poder devolver. El pueblo griego concedió un poder a su gobierno que éste utilizó de manera irresponsable (discutir hoy quién fue el primer irresponsable resulta estéril). Ahora, por desgracia, los griegos no pueden decidir si asumen o no las consecuencias de esta irresponsabilidad; exactamente igual que los españoles no podemos elegir en las urnas si aceptamos nuestros cinco millones de parados o no. Así es que, a pesar de que no puedo saber los verdaderos motivos que llevan a Papandreu a convocar semejante despropósito; sí que intuyo las consecuencias y me hacen temblar de pavor.
Admitir que el pago de la deuda soberana se someta a las urnas no es una opción. Semejante descrédito para la más importante fuente de financiación de los gobiernos de todo el planeta es simplemente inaceptable. EL MUNDO NO SE LO PUEDE PERMITIR. Y así es como, por tercera vez en los últimos cien años, Alemania (principal acreedora) se ve encorsetada por sus vecinos. Y mientras toca morirse de miedo, en España casi nadie parece darse cuenta; por no hablar de todos los que (preparando el terreno) presentan a la Merkel como la mala de la película solo por no querer prestar dinero sin que antes se haga lo necesario para que al menos exista la posibilidad de que le sea devuelto. Y perdonen si no me extiendo más sobre esto, pero me puede la angustia y asumo que sabrán sacar sus propias conclusiones.
Pues eso; que el panorama que se avecina no es desolador, es lo siguiente. Pero al menos Zapatero sonríe.