lunes, 3 de octubre de 2011

Prometer discriminación

          Uno puede saber que en campaña electoral cabe esperar cualquier cosa todo lo que le dé la gana; y sin embargo no pasa una convocatoria a las urnas sin que los hechos superen a la más imaginativa de las previsiones. Que una cosa es esperar que se hagan promesas a sabiendas de que es físicamente imposible cumplirlas, y otra muy diferente es haber alcanzado tal grado de surrealismo que se pueda vender como promesa electoral un atentado a nuestros derechos fundamentales.

          Ayer domingo, el diario 'El País' llevaba en portada la propuesta estrella del programa electoral de Rubalcaba: imponer la paridad en la cúpula de las grandes firmas. Y no me cuesta nada imaginarme al tío soltarlo embriagado de convicción, ni a las miembras y miembros de su público dejarse las manos aplaudiendo y desgañitarse gritando 'presidente, presidente'; pero es que no se necesita gran agudeza para caer en la cuenta de que lo que está prometiendo es que obligará por ley a las grandes empresas a discriminar por motivos de sexo. Y ya pueden ponerle el apellido 'positiva' todo lo que les venga en gana; la discriminación es la discriminación. Siempre favorece a unos en detrimento de otros, y eso nunca puede ser bueno. Es contraria a la libertad y, sobre todo, incompatible con esa aspiración de 'igualdad' que tanto preconizan.

          ¿Qué ha pasado, pues, para que la izquierda ya no solo haya dejado de detestar la discriminación sino que la incluya en su programa electoral? ¿Realmente es tan poderoso el lobby feminista, o simplemente nos hemos vuelto todos gilipollas?

          Personalmente sostengo mi propia teoría, que es que una vez más nuestra clase política demuestra vivir en planetas diferentes al nuestro. No me resulta sencillo admitirlo; no en vano soy un varón encantado de haberse conocido. Entiendo la sociedad como un gran equipo al que los colectivos masculino y femenino aportan cosas diferentes, y por mucho que diferente no quiera decir mejor o peor, yo me siento afortunado y orgulloso de las que me tocan (espero que nadie se ofenda por mi honestidad, seguro que si lo que quieren es leer al enésimo lameculos hipócrita señalando lo primitivo y ridículo que resulta el hombre comparado a la mujer no les resultará difícil encontrar alguno de los millones de blogs que se publican a diario con afirmaciones de ese tipo). Sin embargo, los hechos son incontestables, y sería de cenutrios no reconocer que a día de hoy la mujer está muchísimo mejor posicionada que el hombre para acceder a las cúpulas directivas de las empresas (las grandes y las pequeñas). Ya son varias décadas durante las cuales la población universitaria es mayoritariamente femenina, y resulta innecesario señalar ahora la capacidad de trabajo del colectivo femenino.

          Así las cosas, solo es cuestión de tiempo que la mujer ocupe en la empresa el lugar que legítimamente le pertenece. El libre mercado tiene muchos defectos, pero también tiene virtudes, y una de ellas es que coloca a cada cual en su lugar. Y bien es verdad que Rubalcaba nunca ha creído en el libre mercado o la libertad empresarial (aceptar la abrumadora evidencia no es lo mismo que creer); pero a la luz de sus declaraciones parece que sus tiros no van encaminados por ahí. Habla del machismo que domina las juntas directivas y de cómo las empresas toman decisiones movidos por su interés en perpetuar el modelo de predominio masculino; olvidando que lo único que mueve a las empresas es el afán por ganar dinero; y que ni los euros ni los dólares entienden de raza o credo, y mucho menos de sexo.

          Y aquí es donde radica lo verdaderamente grave de todo este asunto; que si Rubalcaba quiere discriminar por ley, no es porque desconfíe de la capacidad de la libertad empresarial para poner las cosas en su sitio, sino porque desconfía de la capacidad de la mujer para abrirse paso. Es, como la práctica mayoría de los defensores de 'la paridad', un machista encubierto que ve a la mujer como un ser débil e incapaz, que jamás llegará a ninguna parte si no es empujada por hombres comprensivos y enrollados como él mismo. Y de ahí esa actitud paternalista de "no te preocupes, bonita, que tío Alfredo obliga por ley a estos trogloditas a colocarte de CEO".

          Por su machismo, y por considerar a la mujer incapaz de valerse por si misma, es por lo que promete discriminar, obviando el verdadero problema de fondo. Y es que, a día de hoy, si los comités directivos de las empresas están ocupados mayormente por hombres es, entre otras cosas, porque éstos han venido históricamente (por tradición, insensibilidad o mera insensatez) renunciando a la búsqueda de la realización personal a través de la familia, y en el presente siguen haciéndolo con naturalidad; inconscientes en la mayor parte de los casos de lo que sacrifican. Así pues, aunque no son pocas las circunstancias y actitudes que debemos cambiar para alcanzar la plena integración de la mujer en la empresa (recomiendo encarecidamente el análisis al respecto que hace Sheryl Sandberg: http://www.blognegociosdinero.com/sheryl-sandberg-por-que-hay-tan-pocas-mujeres-liderando/) resulta obvio que cuanto mayores sean las posibilidades de conciliar las vidas laboral y familiar, mayor será irremediablemente la presencia femenina al frente de las empresas.

          Por este machismo es también que no entiende que lo que la mujer necesita no son empujones, sino que se garanticen la igualdad de derechos y oportunidades; y por su absoluto alejamiento de la realidad es que no comprende que la ley no está para discriminar, sino para evitar la discriminación por todos los medios. Mejor prometía leyes que terminasen con las diferencias salariales entre hombres y mujeres en España (una discriminación inaceptable en toda regla); pero, claro, eso resultaría lógico y oportuno, y si algo hemos aprendido hasta la fecha es que de nuestra clase política podemos esperar cualquier cosa menos lógica u oportunidad.