Lo sugería hace tiempo, pero hoy ya tengo la absoluta certeza: no estamos suficientemente asustados con la crisis. Y no me refiero obviamente a los millones de familias que no saben cómo van a arreglarse esta semana ni la que viene (esos no están asustados, están directamente jodidos); sino al resto. Nos encontramos en una situación delicadísima, al borde de una quiebra que está a punto de cambiar el mundo tal y como lo conocemos; y nosotros no pasamos de la demagogia de barra de bar o café en la oficina.
Y así es como se nos llena la boca hablando del aberrante despilfarro autonómico o del terrible alejamiento entre el mundo político y nuestra vida diaria; pero cuando nuestros dirigentes responden "bajando" a nuestra realidad con la tijera al hombro, nuestro discurso da una vuelta sobre sí mismo con tirabuzón y toda la pesca; y practicamos el "donde dije digo digo diego" con aún mayor soltura que los políticos a los que habitualmente ponemos a parir por ello.
¿Es que realmente algún mortal con dos dedos de frente llegó a pensar que el despilfarro de nuestras administraciones se reducía a sueldos inmerecidos y exceso de vehículos oficiales? ¿Tan mala fue la educación que recibimos como para no poder calcular por encima la de coches blindados que tendríamos que vender para arreglar así el desfase de miles de millones de euros que nos traemos entre manos?
Pues así parece si, a pesar de lo concienciados que estamos de la situación de quiebra de nuestras administraciones, cuando los catalanes deciden recortar en sanidad, liamos la mundial; o si Madrid decide hacerlo en educación, nos ponemos en huelga; o si Cascos en Asturias empieza por no pagar a la televisión autonómica y sus proveedores, nos echamos a la calle con las manos en la cabeza. Vamos, que entendemos que hay que recortar, pero queremos que se recorten esas cifras tan feas de las que se habla por la tele del mundo ese lejano en el que viven los políticos, pero que no nos toquen lo nuestro.
Y por nada en el mundo querría que se me interpretase mal. No quiero decir que los que ahora recortan lo estén haciendo bien, ni en las partidas presupuestarias más adecuadas. Tampoco creo que debamos olvidar nunca que en muchos casos son los mismos cuya pésima gestión nos ha traído hasta aquí (de hecho, eso es algo que me parece que no tenemos suficientemente presente). Pero eso no quita que ahora mismo nos toque asumir que nuestro estado del bienestar es insostenible; y que solo podemos elegir entre perder parte o perderlo todo. Es como si le roban a uno la tarjeta y le dejan la cuenta del banco a cero; es injusto, inmerecido y en ningún momento culpa suya; pero tendrá que renunciar a muchas cosas para llegar a fin de mes. Y bien es verdad que está en nuestra naturaleza desear que las desgracias (en forma de recorte o como vengan) le toquen al prójimo antes que a uno mismo; y por eso espero y comprendo reacciones por parte de cualquier colectivo afectado por un tijeretazo. Ahora bien, las manifestaciones de ciudadanos ajenos solidarizándose y oponiéndose frontalmente a cada recorte propuesto (excepto sueldos de políticos y coches oficiales, claro está); no solo no las entiendo, sino que me hacen temblar de miedo porque sé a dónde nos llevan:
Hace más de quince años España tenía un problema en las cuentas públicas parecido al de hoy. Vino el gobierno de Aznar y, con Rato a cargo de la economía, salimos de ello congelando sueldos a funcionarios y poco más. "Es lo que tiene gestionar con eficiencia", nos decían. Pero, claro, entonces nuestros presupuestos contaban con unos lastres enormes en forma de empresas estatales de los que pudimos deshacernos a base de privatizar. Hoy no queda lastre que soltar, pero eso parecen ignorarlo los millones de españolitos que en noviembre votarán un nuevo gobierno convencidos de que aquello se puede repetir. Que serán los mismos que se echarán a la calle en cuanto el ministerio de economía empuñe la tijera de podar; ignorantes de que la confianza que debemos generar si queremos que nos presten el dinero que necesitamos para salir de esta no solo se basa en la voluntad de los gobernantes, sino también en el margen de maniobra que les concedan sus gobernados. Y viendo lo poco dispuestos que estamos a que nos toquen lo nuestro, me pongo en lo peor.