Cada día parece más claro que lo de conservadores y progresistas se convierte en adjetivos vacíos. Si hace no mucho definían las líneas generales de dos ideologías, hoy se han tornado en meras etiquetas; marcas electorales de los principales partidos políticos. Sólo así se explica la tranquilidad con la que debatimos sobre la ley Sinde, sin que la pregunta del millón sea porqué un partido supuestamente progresista se empeña en ignorar el progreso y conservar un modelo industrial obsoleto.
Porque de eso se trata esto en realidad, de revolverse como gato panza arriba y hacer lo posible por conservar una industria inadaptada a los tiempos que corren. Y si para ello hay que desinformar, difundir falacias o directamente mentir con el mayor de los descaros; ninguno de nuestros dirigentes va a dejar de dormir como un bebé por sus conflictos morales. Igual que no van a despeinarse por llamarnos idiotas a la cara.
Y es que eso es precisamente lo que hacen cuando, para explicar que las descargas ilegales son un delito (cosa que, por otro lado, deducimos por el adjetivo "ilegales" sin necesidad de tanta explicación), las equiparan con el robo físico de mercancías. No sin toda la premeditación y alevosía de la que soy capaz cito a Alejandro Sanz y afirmo rotundamente: "No es lo mismo. Es distinto" (con melodía y todo). Una cosa es robar una barra de pan en la panadería, y otra muy diferente sería que la robase yo, luego llegasen doscientos mil tíos y uno a uno robasen esa misma barra, y que después el panadero aún la tuviese en el escaparate para vendérsela al vecino del quinto. Equiparar ambas situaciones es como encontrar similares a Ángeles González-Sinde y Scarlett Johansson. Bien es verdad que las dos son seres humanos de género femenino, pero si son iguales, que baje Dios y lo vea.
A lo mejor a lo que se refieren es a que ambas cosas (descargas y robos físicos) son delito. Si es así, no sé porqué lo afrontan con tanta timidez. Que nos digan directamente que las descargas ilegales son como la pederastia, la violación, el genocidio o los atentados terroristas; y así seguro que el mensaje cala mucho más hondo.
Y tal vez a alguno le pueda parecer exagerado, pero la veda de la exageración no la he abierto yo. Esa veda quedó abierta en el preciso instante en el que un iluminado afirmó por vez primera que internet y las descargas ilegales terminan con la cultura o el arte. Gracias a internet se ha multiplicado la oferta de literatura, música y cine exponencialmente. ¿Termina eso con la cultura o el arte, o termina más bien con el modelo industrial nacido recientemente alrededor de la cultura y el arte? No tengo nada en contra de los artistas que vienen haciendo dinero en las últimas décadas; pero es que tampoco lo tengo contra los millones de artistas a los que las grandes discográficas, editoriales y demás corporaciones decidieron no dar una oportunidad; como nunca lo tuve contra los escribientes cuyo oficio se llevaron por delante la imprenta y la alfabetización, los herreros que dejaron de ser personajes relevantes en sus pueblos con la llegada del automóvil, o la modista de barrio que no fue capaz de competir con la infraestructura de Zara. El progreso trae grandes beneficios a la humanidad, pero no sin llevarse por delante una serie de oficios, modos de vida o incluso industrias enteras. El principal consuelo que hemos encontrado ante esto es precisamente que lo único que el progreso no ha conseguido ni conseguirá derribar nunca es al arte; y aquí tenemos a nuestros actuales dirigentes afirmando sin rubor justamente lo contrario.
Pero no se quedan ahí. También cifran las pérdidas que suponen las descargas a la industria de forma insultantemente sesgada. Básicamente lo que hacen es multiplicar el número de descargas de un archivo por el precio de un disco si es de música, de una entrada al cine si es una película, de un ejemplar si se trata de un libro, y así sucesivamente. O, lo que es lo mismo, afirman indirectamente sin vergüenza de ningún tipo que el freakie que se vanagloria de haberse bajado un giga de música, se habría gastado unos 3.000 euros en discos de no haber tenido internet. No seré yo quien niegue que las descargas ilegales afectan negativamente a las ventas de discos; pero cuando se insulta mi inteligencia para intentar concienciarme, mi espíritu solidario tiende a tomarse vacaciones.
Y ya que hablamos de cifras, voy a remitirme a una fantástica carta que escribe Alex de la Iglesia sobre internautas y piratas (http://www.abc.es/20101223/opinion-la-tercera/barco-piratas-20101223.html). No puedo evitar estar de acuerdo con la práctica mayoría de lo que dice, pero aporta unos datos que me han llamado muchísimo la atención. Para ilustrar la magnitud del problema de las descargas, explica las dimensiones del sector audiovisual. Según sus datos, este sector mueve en torno al 4,2% del producto interior bruto y da empleo a 700.000 personas. Y yo no puedo evitar sorprenderme. ¿700.000 personas? ¿4,2% del PIB? ¿No es posible que lo que tengamos ante nosotros en verdad sea un problema de sobredimensionamiento del sector? A nadie se le escapa que se estrenan muchísimas más películas en España de las que demanda el mercado pero, ¿no debemos ante estas cifras empezar a hablar de la "burbuja audiovisual"?
La Sociedad de la Información ha venido para quedarse. A la industria del arte le toca una fuerte reconversión. Resistirse puede ser calificado de muchas maneras, pero progresismo no es una de ellas.
P.D. El término "Industria inadaptada" lo he tomado prestado del blog de Enrique Dans, cuya lectura recomiendo encarecidamente (http://www.enriquedans.com/2011/01/estados-unidos-y-ley-biden-sinde-haz-lo-que-digo-no-lo-que-hago.html)
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