Ya dedicaba el pasado día 10 de enero una entrada a la dichosa Ley Sinde, con lo que no voy a insistir sobre la inevitable reconversión que la industria del arte necesita o las mentiras en las que se basan para justificarse. Hoy quiero enfocar la cuestión desde un punto de vista más práctico. O, dicho de otro modo, ayudarles en sus intentos de poner puertas al campo.
Y es que lo primero que deberían hacer Ángeles Glez-Sinde, José María Lassalle (su homólogo en el PP) y todos sus defensores es comprender que lo que intentan es precisamente eso: ponerle puertas al campo. Internet es, obviamente, muchísimo mayor de lo que sus mentes demuestran poder abarcar, y por eso importa poco cuántas veces se pasen por el arco de triunfo la Constitución o nuestros derechos más básicos. Ya negaron a los españoles la presunción de inocencia con el canon digital, y ahora con la ley que pasaron PSOE, PP y CIU en el senado, se han hecho con una herramienta para criminalizar a quien les venga en gana. Porque, no nos equivoquemos, poder actuar contra quien sea susceptible de causar un daño patrimonial, es decir en español simple que me pueden quitar mi coche y multarme basándose en que podría estamparlo en la sección de música pop de la FNAC y llevarme por delante un expositor con el último disco de Alejandro Sanz. Pues a pesar de todo ello, ni han disminuido las descargas y copias ilegales, ni esperan que desciendan de manera perceptible. Nuestros Estados y fuerzas de seguridad carecen de los medios para impedir la circulación masiva de archivos por la red, con lo que leyes y medidas por la vía de la represión jamás podrán ser aplicadas de manera efectiva.
Tal vez parte de la solución pase por abrir los ojos y darse cuenta de que su supuesto enemigo no es tal. Que una cosa es que si nos encontramos sacos de patatas gratis los vayamos a coger, y otra muy diferente que creamos que los agricultores deban cultivar patatas por la cara. Los internautas, como cualquier persona en su sano juicio, entienden que el mundo necesita patatas, y que no se le puede pedir a nadie que las cultive por amor al arte; y exactamente lo mismo para la música, la literatura o el cine. Otra cosa es tener opiniones diferentes respecto al sueldo del agricultor o el precio de las patatas. Lo importante es que en lo esencial todas las partes están de acuerdo, con lo que abordar el asunto enfrentados no solo es absurdo, sino que jamás se traducirá en ningún resultado positivo; ni para unos, ni para otros. Y eso por no mencionar lo ridículo que resulta hablar de los unos y los otros, como si hubiese un conflicto de intereses que impediría en pleno siglo XXI a un creador ser internauta o a un internauta ser creador, que tiene tela.
Y no se trata solo de encontrar el enfoque adecuado, sino de darse cuenta de que internet es demasiado grande y complejo como para pretender regularlo como al tráfico o al tabaco; y que enfrentarse a ello es enfrentarse al futuro. Y no a un futuro cualquiera, sino a un futuro que ya está aquí, y que es muchísmo más amplio, global e interconectado que el presente en el que creen vivir los que hablan de los internautas en tercera persona. Y tanto es así que solo podrán amortiguar el problema de las descargas y copias ilegales cuando se caigan del guindo y entiendan que el asunto no debe abordarse frente a los internautas sino como internautas; de la mano de los internautas y guiados por ellos. Que solo los internautas cuentan con las herramientas, conocimientos o experiencia necesarias para afrontar el problema.
Pero, claro, ahora vas tú y se lo haces entender a nuestra clase política. Se lo cuentas a los que hacen la reforma laboral sin haber puesto un pie en el mercado de trabajo. Se lo dices a los que reforman las pensiones cuando tienen un régimen especial de jubilación para si mismos. Se lo explicas, en definitiva, a los que llevan toda la vida regulando nuestra realidad sin participar en ella.
Internet es una revolución. Internet es todo un mundo dentro de nuestro mundo. Un mundo que creamos por y para nosotros cada segundo que vivimos en él; en el que todos tenemos voz de manera inmediata e ilimitada, y no sólo una vez cada cuatro años escogiendo un item de una lista. Y sólo quien no entienda esto puede llegar a creer que, al igual que las pensiones, puede ser regulado desde fuera.
A todos los que acaban de votar a favor de la ley Sinde, a los que la han celebrado, y a los que ignoran que en internet no existen las fronteras o que se tarda más en cerrar un sitio de enlaces en España que en abrir 100.000 nuevos accesibles desde España en paises donde la ley española no resulte aplicable; les dedico una cita de Kafka: "En tu lucha contra el resto del mundo, te aconsejo que te pongas del lado del resto del mundo"
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miércoles, 26 de enero de 2011
lunes, 24 de enero de 2011
Ahora toca política
Qué perdidos andan algunos. No pasa una semana entera sin que Rubalcaba, o José Blanco (cualquiera se atreve a llamarle pepiño) o el mismísimo presidente expresen su confianza en poder dar la vuelta a las encuestas; su convencimiento de que pueden levantar los sondeos. Y nosotros escuchamos sin cuestionarnos nada más allá de si realmente se creerán lo que nos están contando.
Y entiendo la importancia que tienen sondeos y encuestas en la vida política pero, ¿a nadie más le parece que a lo mejor tenemos cifras que necesitan ser levantadas con mayor urgencia? ¿no basta con leer cualquier periódico para encontrar situaciones más importantes a las que necesitamos darles la vuelta? ¿hemos perdido la capacidad de distinguir entre política y márketing político también nosotros?
Supongo que así es. De otro modo no nos sorprendería tanto la incapacidad absoluta que está demostrando nuestro gobierno para reaccionar ante la crisis, más allá de convencernos a todos de que la oposición es responsable en una parte muy importante. Pero bueno, de nuestro entendimiento de la política ya hablaremos otro día. A lo que estamos ahora es al hecho indiscutible de que los miembros de nuestro gobierno desconocen la diferencia entre política y márketing político, y por eso andan tan perdidos.
Andan perdidos porque ni siquiera sospechaban que lo de hacer política tuviese nada que ver con su negocio de ganar elecciones. Y tanto es así que viven convencidos de que lo peor que puede pasar por hundir un país es recibir un castigo en las urnas; y de ahí que en su universo imaginario lo importante ahora sea levantar las encuestas y no ninguna otra cosa.
Es lo que tiene llegar al poder como lo han hecho. Zapatero y su equipo obtuvieron la dirección del PSOE porque eran caras nuevas en un partido con la popularidad bajo mínimos. Luego se les reconoció la creación de una nueva forma de hacer oposición moderada y "con talante". Seguro que el ahora presidente cuando oía aquello se encogía de hombros y se preguntaba cuán indignado podía mostrarse con un gobierno que creaba empleo y hacía crecer la economía; pero tanto insistían que acabó por creérselo. Cuando después ganó las elecciones por no ser Aznar ni tener nada que ver con él, comprendió que ese era el secreto de la política; y dedicó su primera legislatura a demonizar al PP, sabedor de que cuanto peor fuesen los populares, mejor era él irremediablemente, y así lo certificaron las urnas en 2008. Cuando hay abundancia de recursos, la gestión y distribución de los mismos (o sea, el meollo de la política), no resultan muy decisivas electoralmente; mientras que ser lo opuesto a "los malos" le sitúa a uno como un grandísimo estadista y gestor (así lo demostró, por ejemplo, el pedazo de premio nobel de la paz que le dieron a Obama únicamente por no ser Bush); y así fue que Zapatero y su equipo llegaron a creer que mientras los españoles tuviesen claro que el PP era la reencarnación más cruel del régimen de Franco y el PSOE no, la cosa solo podía ir bien.
Pero los tiempos cambiaron. Se acabó el dinero, las encuestas se ponen cada vez peor para el PSOE, y nuestros dirigentes están perdidos. Han conseguido que todos hablemos de la imposibilidad de hacer nada con una oposición como la de Rajoy y los suyos; incluso es aceptado por todos que con el PP no nos habría ido mejor. Pero las encuestas no mejoran.
Lo que no saben nuestros dirigentes es que ganar elecciones no es un fin en si mismo, sino un simple medio para llegar a posiciones desde las que hacer política. Desconocen que sus decisiones tienen efectos más allá de los sondeos, y que quién viva en la Moncloa es solo una parte insignificante del porvenir de España y los españoles. No son capaces de entender que las medidas que se han visto obligados a tomar no son para tranquilizar a Obama o a la Unión Europea, sino que eran la manera de evitar el hundimiento total e irremediable del país. Que lo que ellos llaman suicidio político no es sino acaso un suicidio electoral, y que el verdadero suicidio político sería no hacerlo. Que muy poco importa quién no seas si no pones un plato de comida en la mesa. En definitiva, no se dan cuenta de que ahora toca política, y no márketing político.
(Me preocupa, en esta misma linea, ver que el PP desde 2008 parece copiar muchos de los pasos que dio el PSOE a partir de 2000, pero de eso hablaremos en entradas posteriores de este blog)
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Y entiendo la importancia que tienen sondeos y encuestas en la vida política pero, ¿a nadie más le parece que a lo mejor tenemos cifras que necesitan ser levantadas con mayor urgencia? ¿no basta con leer cualquier periódico para encontrar situaciones más importantes a las que necesitamos darles la vuelta? ¿hemos perdido la capacidad de distinguir entre política y márketing político también nosotros?
Supongo que así es. De otro modo no nos sorprendería tanto la incapacidad absoluta que está demostrando nuestro gobierno para reaccionar ante la crisis, más allá de convencernos a todos de que la oposición es responsable en una parte muy importante. Pero bueno, de nuestro entendimiento de la política ya hablaremos otro día. A lo que estamos ahora es al hecho indiscutible de que los miembros de nuestro gobierno desconocen la diferencia entre política y márketing político, y por eso andan tan perdidos.
Andan perdidos porque ni siquiera sospechaban que lo de hacer política tuviese nada que ver con su negocio de ganar elecciones. Y tanto es así que viven convencidos de que lo peor que puede pasar por hundir un país es recibir un castigo en las urnas; y de ahí que en su universo imaginario lo importante ahora sea levantar las encuestas y no ninguna otra cosa.
Es lo que tiene llegar al poder como lo han hecho. Zapatero y su equipo obtuvieron la dirección del PSOE porque eran caras nuevas en un partido con la popularidad bajo mínimos. Luego se les reconoció la creación de una nueva forma de hacer oposición moderada y "con talante". Seguro que el ahora presidente cuando oía aquello se encogía de hombros y se preguntaba cuán indignado podía mostrarse con un gobierno que creaba empleo y hacía crecer la economía; pero tanto insistían que acabó por creérselo. Cuando después ganó las elecciones por no ser Aznar ni tener nada que ver con él, comprendió que ese era el secreto de la política; y dedicó su primera legislatura a demonizar al PP, sabedor de que cuanto peor fuesen los populares, mejor era él irremediablemente, y así lo certificaron las urnas en 2008. Cuando hay abundancia de recursos, la gestión y distribución de los mismos (o sea, el meollo de la política), no resultan muy decisivas electoralmente; mientras que ser lo opuesto a "los malos" le sitúa a uno como un grandísimo estadista y gestor (así lo demostró, por ejemplo, el pedazo de premio nobel de la paz que le dieron a Obama únicamente por no ser Bush); y así fue que Zapatero y su equipo llegaron a creer que mientras los españoles tuviesen claro que el PP era la reencarnación más cruel del régimen de Franco y el PSOE no, la cosa solo podía ir bien.
Pero los tiempos cambiaron. Se acabó el dinero, las encuestas se ponen cada vez peor para el PSOE, y nuestros dirigentes están perdidos. Han conseguido que todos hablemos de la imposibilidad de hacer nada con una oposición como la de Rajoy y los suyos; incluso es aceptado por todos que con el PP no nos habría ido mejor. Pero las encuestas no mejoran.
Lo que no saben nuestros dirigentes es que ganar elecciones no es un fin en si mismo, sino un simple medio para llegar a posiciones desde las que hacer política. Desconocen que sus decisiones tienen efectos más allá de los sondeos, y que quién viva en la Moncloa es solo una parte insignificante del porvenir de España y los españoles. No son capaces de entender que las medidas que se han visto obligados a tomar no son para tranquilizar a Obama o a la Unión Europea, sino que eran la manera de evitar el hundimiento total e irremediable del país. Que lo que ellos llaman suicidio político no es sino acaso un suicidio electoral, y que el verdadero suicidio político sería no hacerlo. Que muy poco importa quién no seas si no pones un plato de comida en la mesa. En definitiva, no se dan cuenta de que ahora toca política, y no márketing político.
(Me preocupa, en esta misma linea, ver que el PP desde 2008 parece copiar muchos de los pasos que dio el PSOE a partir de 2000, pero de eso hablaremos en entradas posteriores de este blog)
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jueves, 20 de enero de 2011
Extraterrestres, intérpretes y pinganillos.
Existe vida en otros planetas. Siempre albergué cierta sospecha de que el universo era demasiado extenso como para ser nosotros sus únicos habitantes, pero hoy ya no me cabe ninguna duda. Mi certeza es absoluta. Tan solo me queda por confirmar si soy yo el extraterrestre o si lo son los gobernantes de la faceta pública de mi vida.
Y lo sé porque en mi planeta (sea este u otro, ya lo averiguaré a su debido tiempo) se lo debemos todo a la comunicación. Mi civilización se ha construido gracias a la capacidad que tenemos mis iguales y yo de entendernos, y es únicamente gracias a esa capacidad que hemos progresado como raza y como Sociedad. De ahí que mis iguales y yo dediquemos gran parte de nuestros recursos y tiempo a adquirir y perfeccionar nuestras capacidades comunicativas, e incluso a aprender aquellas lenguas que nos puedan permitir comunicarnos con más congéneres. A las diferencias idiomáticas las llamamos barreras comunicativas, y sabemos que nuestro presente y nuestro futuro dependen de nuestra capacidad para derribarlas.
Así es que cuando mis iguales y yo vemos que el presidente del gobierno requiere intérpretes y pinganillos para participar en una reunión celebrada en inglés, no sólo sentimos profunda vergüenza y nos preguntamos si realmente no había candidatos más capacitados para ese puesto; sino que vemos una barrera comunicativa que ralentiza y boicotea nuestra aportación a dicha reunión.
Por su parte, los procedentes de planetas diferentes al mío, ante la misma escena interpretan que nuestro presidente fortalece así su identidad cultural; y concluyen entonces que al verdadero progreso solo llegaremos edificando barreras.
Y si resulta un hecho innegable para mi que para que un grupo funcione, lo primero que debe hacer es establecer un código comunicativo para que todos los miembros puedan entenderse y hacerse entender; el Senado español, que ya cuenta con dicho código, opta por levantar barreras y renunciar a utilizarlo. Y como me cuesta creer que los senadores realmente quieran boicotear el posible funcionamiento del Senado con premeditación y alevosía; sólo puedo concluír que son de otro planeta en el que poner trabas a la comunicación tiene un sentido que yo no puedo alcanzar a comprender.
Dicho en otras palabras: si mientras los ciudadanos nos esforzamos por aprender idiomas para evitar en la medida de los posible necesitar intérpretes, nuestros gobernantes optan por el uso de intérpretes incluso en los casos en los que no los necesitan; o nosotros estamos haciendo el idiota, o lo están haciendo ellos. Y como nuestra actitud viene avalada por miles de años de evolución del ser humano, tienen que ser ellos. Ahora bien, si es así, teniendo en cuenta que nosotros les hemos elegido y les financiamos sus idioteces ¿quién es el mayor idiota de todos?
Semejante círculo vicioso solo se puede romper introduciendo un nuevo factor en la ecuación: la vida extraterrestre. Aunque, se me ocurre ahora, a lo mejor no soy ningún alien, sino solo un iluso prepotente por intentar comprender a la clase política sin intérprete ni pinganillo.
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Y lo sé porque en mi planeta (sea este u otro, ya lo averiguaré a su debido tiempo) se lo debemos todo a la comunicación. Mi civilización se ha construido gracias a la capacidad que tenemos mis iguales y yo de entendernos, y es únicamente gracias a esa capacidad que hemos progresado como raza y como Sociedad. De ahí que mis iguales y yo dediquemos gran parte de nuestros recursos y tiempo a adquirir y perfeccionar nuestras capacidades comunicativas, e incluso a aprender aquellas lenguas que nos puedan permitir comunicarnos con más congéneres. A las diferencias idiomáticas las llamamos barreras comunicativas, y sabemos que nuestro presente y nuestro futuro dependen de nuestra capacidad para derribarlas.
Así es que cuando mis iguales y yo vemos que el presidente del gobierno requiere intérpretes y pinganillos para participar en una reunión celebrada en inglés, no sólo sentimos profunda vergüenza y nos preguntamos si realmente no había candidatos más capacitados para ese puesto; sino que vemos una barrera comunicativa que ralentiza y boicotea nuestra aportación a dicha reunión.
Por su parte, los procedentes de planetas diferentes al mío, ante la misma escena interpretan que nuestro presidente fortalece así su identidad cultural; y concluyen entonces que al verdadero progreso solo llegaremos edificando barreras.
Y si resulta un hecho innegable para mi que para que un grupo funcione, lo primero que debe hacer es establecer un código comunicativo para que todos los miembros puedan entenderse y hacerse entender; el Senado español, que ya cuenta con dicho código, opta por levantar barreras y renunciar a utilizarlo. Y como me cuesta creer que los senadores realmente quieran boicotear el posible funcionamiento del Senado con premeditación y alevosía; sólo puedo concluír que son de otro planeta en el que poner trabas a la comunicación tiene un sentido que yo no puedo alcanzar a comprender.
Dicho en otras palabras: si mientras los ciudadanos nos esforzamos por aprender idiomas para evitar en la medida de los posible necesitar intérpretes, nuestros gobernantes optan por el uso de intérpretes incluso en los casos en los que no los necesitan; o nosotros estamos haciendo el idiota, o lo están haciendo ellos. Y como nuestra actitud viene avalada por miles de años de evolución del ser humano, tienen que ser ellos. Ahora bien, si es así, teniendo en cuenta que nosotros les hemos elegido y les financiamos sus idioteces ¿quién es el mayor idiota de todos?
Semejante círculo vicioso solo se puede romper introduciendo un nuevo factor en la ecuación: la vida extraterrestre. Aunque, se me ocurre ahora, a lo mejor no soy ningún alien, sino solo un iluso prepotente por intentar comprender a la clase política sin intérprete ni pinganillo.
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martes, 18 de enero de 2011
Túnez y los hematomas en mi pecho
Cómo nos gusta. No acabo de comprender el placer que nos reporta, pero lo de darnos con el puño en el pecho y entonar el 'mea culpa' es algo que sin duda nos priva. Supongo que en cierto modo es egocentrismo o ansia de protagonismo. Somos como los antiguos que consideraban que la tierra era el centro del universo, solo que ahora es el mundo el que tiene su epicentro en nuestro salón de casa. Y así es que todo lo que ocurre en el planeta es culpa nuestra; y cuando no lo es, hemos contribuido a ello no haciendo nada cuando se podía haber hecho. La cosa es ser protagonistas del suceso ocurra donde ocurra y cuando ocurra.
Y si hago esta reflexión es a propósito de Túnez y los acontecimientos que allí están teniendo lugar. Escucho decenas y decenas de opiniones y todas van derivando hacia lo mismo: Ben Ali y su mujer son los cabecillas de un régimen corrupto que ha llevado a Túnez a la ruina, y los europeos somos cuando menos cómplices porque sabíamos lo que allí ocurría e hicimos la vista gorda durante años. Igual que Haití, hacia donde solo empezamos a mirar cuando el terremoto remató lo que ya era un desastre. Y nos endiñamos tal ristra de golpes en el pecho que nos salen hematomas. Y de nuevo narramos el mundo como la historia en la que nosotros somos los únicos protagonistas; y terminamos reconociendo con cara de circunstancias que podríamos haber evitado el holocausto judío de no haber ignorado lo que a todas luces era ya evidente para cualquiera.
Pues bien; llámenme políticamente incorrecto, o cualquier otra cosa que no pueda considerar un cumplido, pero entiendo perfectamente que hayamos hecho la vista gorda en Túnez. Y no solo eso, sino que me parece muy bien que así haya sido. Resulta que el mundo es algo más grande que nuestro barrio, y que en él caben no solo diferentes idiomas y culturas, sino también diferentes estándares y baremos a la hora de medir lo que está bien y lo que no lo está tanto. Y si es verdad que al lado de Ben Ali y su mujer, episodios como Filesa y Gürtel no pasan de chascarrillos de barra de bar; también lo es que Túnez no debe ser comparado con nuestro pais, sino con los paises de su entorno y circunstancias. Cada vez que evaluamos al régimen tunecino de acuerdo a lo que nosotros consideramos aceptable o no, lo que hacemos en verdad es sacar las cosas de su contexto e impedir un análisis medianamente aceptable. Es como si juzgamos a Alfonso X el sabio desde una perspectiva actual; convertiremos en dos frases a uno de los grandes valedores de nuestra cultura en un dictador despiadado, machista y xenófobo. Y nueva somanta de golpes en el pecho por no habernos levantado en armas para derrocar a semejante energúmeno.
Basta con mirar un mapa de la zona para entender a dónde quiero llegar. En el país de los ciegos el tuerto es el rey, y con vecinos como Libia o Argelia fijarse en la corrupción de Túnez es como suspender por faltas de ortografía al único de la clase que sabe escribir. Hablamos de un país en el que, a diferencia de los paises de su entorno, la mujer goza de libertades y derechos casi al modo europeo. Un pais en el que los jóvenes pueden adquirir formación universitaria seria, y no adoctrinamiento de ulemas en madrasas. Hablamos de hecho del único país de su entorno que ha colaborado activamente con nuestras fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia ya no solo en intentar paliar la emigración ilegal a Europa desde África, sino en la lucha contra el terrorismo islámico. ¿No parece comprensible pues que evitar la corrupción y llevar la democracia a Túnez no se encontrase entre nuestras prioridades más inmediatas?
Y claro que entiendo que para el pueblo tunecino no sea suficiente. Y por supuesto que apoyo que los ciudadanos aspiren a una verdadera democracia. Y sin dudarlo estoy de su parte en esta lucha, y también me parece insuficiente cambio el gobierno provisional de unidad. Pero de ahí a sentirme cómplice del régimen de Ben Ali hay un trecho enorme por el que no pienso avanzar; por muy solidario y guay que me sienta cuando me atiborro a guantazos en el pecho.
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Y si hago esta reflexión es a propósito de Túnez y los acontecimientos que allí están teniendo lugar. Escucho decenas y decenas de opiniones y todas van derivando hacia lo mismo: Ben Ali y su mujer son los cabecillas de un régimen corrupto que ha llevado a Túnez a la ruina, y los europeos somos cuando menos cómplices porque sabíamos lo que allí ocurría e hicimos la vista gorda durante años. Igual que Haití, hacia donde solo empezamos a mirar cuando el terremoto remató lo que ya era un desastre. Y nos endiñamos tal ristra de golpes en el pecho que nos salen hematomas. Y de nuevo narramos el mundo como la historia en la que nosotros somos los únicos protagonistas; y terminamos reconociendo con cara de circunstancias que podríamos haber evitado el holocausto judío de no haber ignorado lo que a todas luces era ya evidente para cualquiera.
Pues bien; llámenme políticamente incorrecto, o cualquier otra cosa que no pueda considerar un cumplido, pero entiendo perfectamente que hayamos hecho la vista gorda en Túnez. Y no solo eso, sino que me parece muy bien que así haya sido. Resulta que el mundo es algo más grande que nuestro barrio, y que en él caben no solo diferentes idiomas y culturas, sino también diferentes estándares y baremos a la hora de medir lo que está bien y lo que no lo está tanto. Y si es verdad que al lado de Ben Ali y su mujer, episodios como Filesa y Gürtel no pasan de chascarrillos de barra de bar; también lo es que Túnez no debe ser comparado con nuestro pais, sino con los paises de su entorno y circunstancias. Cada vez que evaluamos al régimen tunecino de acuerdo a lo que nosotros consideramos aceptable o no, lo que hacemos en verdad es sacar las cosas de su contexto e impedir un análisis medianamente aceptable. Es como si juzgamos a Alfonso X el sabio desde una perspectiva actual; convertiremos en dos frases a uno de los grandes valedores de nuestra cultura en un dictador despiadado, machista y xenófobo. Y nueva somanta de golpes en el pecho por no habernos levantado en armas para derrocar a semejante energúmeno.
Basta con mirar un mapa de la zona para entender a dónde quiero llegar. En el país de los ciegos el tuerto es el rey, y con vecinos como Libia o Argelia fijarse en la corrupción de Túnez es como suspender por faltas de ortografía al único de la clase que sabe escribir. Hablamos de un país en el que, a diferencia de los paises de su entorno, la mujer goza de libertades y derechos casi al modo europeo. Un pais en el que los jóvenes pueden adquirir formación universitaria seria, y no adoctrinamiento de ulemas en madrasas. Hablamos de hecho del único país de su entorno que ha colaborado activamente con nuestras fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia ya no solo en intentar paliar la emigración ilegal a Europa desde África, sino en la lucha contra el terrorismo islámico. ¿No parece comprensible pues que evitar la corrupción y llevar la democracia a Túnez no se encontrase entre nuestras prioridades más inmediatas?
Y claro que entiendo que para el pueblo tunecino no sea suficiente. Y por supuesto que apoyo que los ciudadanos aspiren a una verdadera democracia. Y sin dudarlo estoy de su parte en esta lucha, y también me parece insuficiente cambio el gobierno provisional de unidad. Pero de ahí a sentirme cómplice del régimen de Ben Ali hay un trecho enorme por el que no pienso avanzar; por muy solidario y guay que me sienta cuando me atiborro a guantazos en el pecho.
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viernes, 14 de enero de 2011
¿Y si eliminamos el Congreso?
Era inevitable. No se puede hablar de rebajas en las pensiones sin que recordemos todos el "régimen especial" del que gozan nuestros dirigentes políticos. Cuando debaten si los españoles deberíamos cotizar durante 36 o 41 años para percibir cierta pensión, es irremediable la cara de tonto que se nos pone al pensar que a los miembros de "la secta" les sirve con ocho años como diputado, o incluso con tan solo jurar el cargo a los miembros VIP, para cobrar el máximo. Pero a mi, una vez más, me interesa analizar un poquito más allá. No quiero limitarme a cuestionar la pensión de diputados o senadores. Ya que estamos en una situación económica tan crítica y hay que reducir gastos como sea, cuestiono la situación con mucha mayor profundidad que todo eso y pregunto: ¿realmente necesitamos diputados, sean nacionales o autonómicos?
Soy consciente de cómo suena la preguntita, y lo exagerada que puede resultar a primera lectura. Pero por más vueltas y vueltas que le doy al asunto; por más que abordo la cuestión con diferentes enfoques; sigo sin encontrar un solo motivo plausible que justifique su existencia tal y como están las cosas. Y ya que parece que podemos estar en Estado de alarma indefinidamente sin despeinarnos, supongo que también podremos abordar estos asuntos sin que nos entre el pánico.
Y entiendo que más de uno se lleve las manos a la cabeza solo con sugerir esto. Yo también conozco nuestra Constitución, las bases fundamentales del funcionamiento de una democracia y la labor que desempeñan diputados, senadores y demás cargos 'electos' en el mismo. Pero, pensado detenidamente, también comprendo que su labor queda anulada en un sistema de listas cerradas y con disciplina de voto en los partidos.
Pensemos, por ejemplo, en el Congreso. El PSOE cuenta con 169 escaños y el PP con 153. No sólo sabemos que todos los diputados que ocupan esos escaños van a votar en bloque, sino que si alguno no lo hace tendrá que vérselas con el comité disciplinario de su partido por tránsfuga. Si sumamos a ello que los ciudadanos votantes no tuvimos ningún poder de decisión sobre quién ocupa los escaños más allá de escoger entre un partido y otro, ¿no sería muchísimo más práctico que sólo votasen Rajoy y Zapatero y sus votos se multiplicasen por 153 y 169 respectivamente? Y ya sé que suena descabellado, pero por favor intenten explicarme porqué; y al pensarlo no olviden que 153 y 169 suman 322 diputados con sus sueldos, prestaciones, vehículos oficiales e incluso pensiones "especiales"; todo ello por darle al botón, y sin hablar del resto de partidos presentes en el Congreso.
Mientras se mantengan las listas cerradas y la disciplina de voto en los partidos, el Congreso no es sino el más absurdo y caro de los formalismos, ya que todo el trabajo que se hace tiene lugar fuera. ¿Porqué mantenerlo entonces con la que está cayendo? Que bien es verdad que la democracia es como la mujer del rey, que no sólo debe ser casta y pura sino también parecerlo; pero no creo que sea moralmente aceptable semejante inversión en puras apariencias cuando nos jugamos, entre otras cosas, las pensiones de nuestros mayores.
Si las decisiones se toman en los despachos de las sedes de los partidos y no en el hemiciclo, ¿para qué queremos el hemiciclo? ¿Cuándo fue la última vez que el Congreso de los Diputados se utilizó para algo que no fuese apretar al botón? Todos los debates son discursos vacíos, ya que todas las propuestas y mociones vienen discutidas de casa y los diputados ya han sido aleccionados de antemano sobre cuál va a ser su voto. Como cuando hay debate presupuestario y todos sabemos días antes quién va a votar a favor y a qué precio y quién lo hará en contra; ¿para qué el mal llamado debate? ¿Es que ni con la que está cayendo va a plantearse nadie lo que cuesta cada sesión parlamentaria?
El próximo mes de mayo, sin ir más lejos, habrá elecciones en una serie de autonomías y ayuntamientos. La misma noche de las elecciones ya sabremos quién va a gobernar en cada sitio; y en aquellos lugares en los que sea necesario pactar, los pactos se harán en las sedes de los partidos. ¿Porqué entonces, una vez cerrados todos los posibles pactos, vamos a tener que asistir a debates de investidura inocuos? No solo eso, ¿porqué en aquellos lugares en los que no se tenga mayoría suficiente para sacarlo a la primera vamos a tener que asistir a un segundo debate? Y todo para nombrar presidente o alcalde a la persona que todo el mundo sabía que sería presidente o alcalde el mismo día de los comicios. ¿Es que a nadie le importa lo que pagamos por cada una de esas sesiones?
En conclusión. Mientras existan las listas cerradas y la disciplina de voto en los partidos, no debemos limitarnos a hablar de las pensiones de los diputados, sino que debemos cuestionar la necesidad de su propia existencia; y lo mismo para senadores (no me hagan hablar del papel de nuestro senado), y demás familia. Que lo que no es de recibo es prostituír a la democracia de esta manera y gastarse una millonada luego en hacerla parecer casta y pura como la mujer del rey.
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Soy consciente de cómo suena la preguntita, y lo exagerada que puede resultar a primera lectura. Pero por más vueltas y vueltas que le doy al asunto; por más que abordo la cuestión con diferentes enfoques; sigo sin encontrar un solo motivo plausible que justifique su existencia tal y como están las cosas. Y ya que parece que podemos estar en Estado de alarma indefinidamente sin despeinarnos, supongo que también podremos abordar estos asuntos sin que nos entre el pánico.
Y entiendo que más de uno se lleve las manos a la cabeza solo con sugerir esto. Yo también conozco nuestra Constitución, las bases fundamentales del funcionamiento de una democracia y la labor que desempeñan diputados, senadores y demás cargos 'electos' en el mismo. Pero, pensado detenidamente, también comprendo que su labor queda anulada en un sistema de listas cerradas y con disciplina de voto en los partidos.
Pensemos, por ejemplo, en el Congreso. El PSOE cuenta con 169 escaños y el PP con 153. No sólo sabemos que todos los diputados que ocupan esos escaños van a votar en bloque, sino que si alguno no lo hace tendrá que vérselas con el comité disciplinario de su partido por tránsfuga. Si sumamos a ello que los ciudadanos votantes no tuvimos ningún poder de decisión sobre quién ocupa los escaños más allá de escoger entre un partido y otro, ¿no sería muchísimo más práctico que sólo votasen Rajoy y Zapatero y sus votos se multiplicasen por 153 y 169 respectivamente? Y ya sé que suena descabellado, pero por favor intenten explicarme porqué; y al pensarlo no olviden que 153 y 169 suman 322 diputados con sus sueldos, prestaciones, vehículos oficiales e incluso pensiones "especiales"; todo ello por darle al botón, y sin hablar del resto de partidos presentes en el Congreso.
Mientras se mantengan las listas cerradas y la disciplina de voto en los partidos, el Congreso no es sino el más absurdo y caro de los formalismos, ya que todo el trabajo que se hace tiene lugar fuera. ¿Porqué mantenerlo entonces con la que está cayendo? Que bien es verdad que la democracia es como la mujer del rey, que no sólo debe ser casta y pura sino también parecerlo; pero no creo que sea moralmente aceptable semejante inversión en puras apariencias cuando nos jugamos, entre otras cosas, las pensiones de nuestros mayores.
Si las decisiones se toman en los despachos de las sedes de los partidos y no en el hemiciclo, ¿para qué queremos el hemiciclo? ¿Cuándo fue la última vez que el Congreso de los Diputados se utilizó para algo que no fuese apretar al botón? Todos los debates son discursos vacíos, ya que todas las propuestas y mociones vienen discutidas de casa y los diputados ya han sido aleccionados de antemano sobre cuál va a ser su voto. Como cuando hay debate presupuestario y todos sabemos días antes quién va a votar a favor y a qué precio y quién lo hará en contra; ¿para qué el mal llamado debate? ¿Es que ni con la que está cayendo va a plantearse nadie lo que cuesta cada sesión parlamentaria?
El próximo mes de mayo, sin ir más lejos, habrá elecciones en una serie de autonomías y ayuntamientos. La misma noche de las elecciones ya sabremos quién va a gobernar en cada sitio; y en aquellos lugares en los que sea necesario pactar, los pactos se harán en las sedes de los partidos. ¿Porqué entonces, una vez cerrados todos los posibles pactos, vamos a tener que asistir a debates de investidura inocuos? No solo eso, ¿porqué en aquellos lugares en los que no se tenga mayoría suficiente para sacarlo a la primera vamos a tener que asistir a un segundo debate? Y todo para nombrar presidente o alcalde a la persona que todo el mundo sabía que sería presidente o alcalde el mismo día de los comicios. ¿Es que a nadie le importa lo que pagamos por cada una de esas sesiones?
En conclusión. Mientras existan las listas cerradas y la disciplina de voto en los partidos, no debemos limitarnos a hablar de las pensiones de los diputados, sino que debemos cuestionar la necesidad de su propia existencia; y lo mismo para senadores (no me hagan hablar del papel de nuestro senado), y demás familia. Que lo que no es de recibo es prostituír a la democracia de esta manera y gastarse una millonada luego en hacerla parecer casta y pura como la mujer del rey.
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miércoles, 12 de enero de 2011
Culpemos ahora a las autonomías
Mucho se ha hablado en los últimos tiempos sobre la España de las autonomías. Son de tales dimensiones los ríos de tinta que se han destinado a escribir sobre ello que cuesta resumir, pero más o menos la historia va así: hubo en España unos tiempos de bonanza económica (burbuja inmobiliaria) en los que atábamos a los perros con longaniza, el mileurismo era una opción de vida adoptada voluntariamente por los jóvenes (diversos informes gubernamentales demostraron incluso que a los licenciados superiores con estudios de postgrado y varios idiomas les resulta irresistible el número 1.000) y el que no tenía dos casas y un coche de lujo era porque en todos los colectivos hay individuos sin aspiraciones materiales. Ante semejante situación, yendo como íbamos tan sobrados de todo, nuestras administraciones se dedicaron al más puro despilfarro de dinero habido y prestado; y se transfirieron competencias entre los gobiernos central, local y autonómico como quien se cambia cromos o tarjetas de visita.
Luego llegaron las vacas flacas. Faltó el dinero para pagar las facturas y un señor de Santander bastante indignado hizo por vez primera la pregunta del millón: ¿Dónde está la pasta? Primero las miradas se dirigieron a Solbes, luego a Salgado; pero como ni en varias vidas podrían haberse gastado tanto ellos dos solitos se buscó a un tercer culpable: nuestro modelo autonómico y las transferencias de competencias.
Desde entonces se habla de un fantasma de diecisiete reinos de taifas despilfarradores que sólo generan deudas y desigualdades entre los españoles. Y como a mi estas demonizaciones simplonas del tipo "conspiración judeomasónica" me recuerdan en exceso a cierto tipo bajito de Ferrol; prefiero analizar un poquito más las cosas y echar un vistazo a las partes del problema por separado.
Por un lado tenemos el tema del despilfarro. He comprobado tras un intensivo estudio que transferir competencias no equivale a despilfarro en ningún diccionario. No voy a entrar a discutir qué competencias deberían transferirse y cuáles no, pero hay casos en los que se puede dar un servicio mucho más eficiente y barato a los ciudadanos desde un gobierno autonómico o local que desde el central, y esto es innegable. El problema y el despilfarro vienen cuando estos gobiernos (en los tres niveles) no asumen sus competencias sino que a su vez las transfieren a un entramado interminable de empresas públicas, concesionarias y demás familia de organismos subsidiarios sin prácticamente ningún tipo de control por parte de nuestras instituciones; que se gastan la mayor parte de lo destinado a la provisión de un servicio en sus propios sueldos, salarios y gastos de mantenimiento. Cuando, sumado a esto, encontramos que ciertas competencias no se transfieren, sino que simplemente se duplican o triplican; nos damos cuenta de que el problema no son las transferencias de competencias per se, sino la desorganización e ineficacia con las que las hemos acometido. Pero claro, siendo como son los mismos partidos los que acaparan la mayor parte de gobiernos de los tres niveles, admitir este hecho sería un ejercicio de autocrítica inaudito, con lo que la opción de culpar al modelo autonómico gana muchos enteros.
Por otra parte está lo de las desigualdades. Y no quiero caer en las visiones apocalípticas de desmembramiento de España evocadas por aquellos que añoran los tiempos en los que todo se decidía en El Pardo; pero bien es verdad que en los últimos años se ha generado un problema en este sentido. Y no es tanto de pérdida de la unidad de España como de falta de cohesión social. Y si resulta especialmente alarmante es porque nuestro modelo de crecimiento y desarrollo en España y en Europa durante las últimas décadas ha tenido en la cohesión social uno de sus pilares fundamentales. Así es que no solo es injusto que en nuestro país haya ciudadanos de diferentes categorías sino que afecta al progreso del conjunto. Pero, ¿realmente estas desigualdades entre regiones las genera el Estado de las autonomías? Porque no deja de ser verdad que sin autonomías no tendrían porqué producirse, pero eso no convierte al modelo en culpable automáticamente. Más bien los desequilibrios se han producido por transferir a diferentes velocidades a según qué territorios; y esto ha ocurrido porque las competencias autonómicas han funcionado como moneda de compra de votos en el Congreso. O sea, que una vez más demostramos que el problema no es de modelo sino de actuación por parte de los principales partidos políticos. Y alguno seguro que sale con la cantinela de la ley electoral y la excesiva influencia de ciertas comunidades en el Congreso de los Diputados. Pero de nuevo se trata de una estrategia para no asumir responsabilidades. El problema aquí no es que cierto colectivo cuente con un número determinado de escaños en el Congreso, sino lo que los diferentes Gobiernos han entregado a cambio de los votos de esos escaños. Y si catalanes o vascos tienen un exceso de peso relativo en la política nacional es por la irrelevancia del Senado y la Jefatura del Estado como agentes compensadores. Si en un sistema bicameral sólo ejerce poder una de las cámaras las descompensaciones son inevitables, sea cual sea la ley electoral de turno; aunque este asunto merecería su propia entrada en este blog.
En definitiva, cuestionar nuestro modelo autonómico, a pesar de que siempre es bueno revisar las cosas, en este caso no está siendo más que una manera disimulada de echar balones fuera; un modo de disfrazar la inoperancia, ineficiencia y desvergüenza de siempre de los de siempre. De los que nunca se ponen de acuerdo excepto para subirse el sueldo y echar juntos balones fuera.
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Desde entonces se habla de un fantasma de diecisiete reinos de taifas despilfarradores que sólo generan deudas y desigualdades entre los españoles. Y como a mi estas demonizaciones simplonas del tipo "conspiración judeomasónica" me recuerdan en exceso a cierto tipo bajito de Ferrol; prefiero analizar un poquito más las cosas y echar un vistazo a las partes del problema por separado.
Por un lado tenemos el tema del despilfarro. He comprobado tras un intensivo estudio que transferir competencias no equivale a despilfarro en ningún diccionario. No voy a entrar a discutir qué competencias deberían transferirse y cuáles no, pero hay casos en los que se puede dar un servicio mucho más eficiente y barato a los ciudadanos desde un gobierno autonómico o local que desde el central, y esto es innegable. El problema y el despilfarro vienen cuando estos gobiernos (en los tres niveles) no asumen sus competencias sino que a su vez las transfieren a un entramado interminable de empresas públicas, concesionarias y demás familia de organismos subsidiarios sin prácticamente ningún tipo de control por parte de nuestras instituciones; que se gastan la mayor parte de lo destinado a la provisión de un servicio en sus propios sueldos, salarios y gastos de mantenimiento. Cuando, sumado a esto, encontramos que ciertas competencias no se transfieren, sino que simplemente se duplican o triplican; nos damos cuenta de que el problema no son las transferencias de competencias per se, sino la desorganización e ineficacia con las que las hemos acometido. Pero claro, siendo como son los mismos partidos los que acaparan la mayor parte de gobiernos de los tres niveles, admitir este hecho sería un ejercicio de autocrítica inaudito, con lo que la opción de culpar al modelo autonómico gana muchos enteros.
Por otra parte está lo de las desigualdades. Y no quiero caer en las visiones apocalípticas de desmembramiento de España evocadas por aquellos que añoran los tiempos en los que todo se decidía en El Pardo; pero bien es verdad que en los últimos años se ha generado un problema en este sentido. Y no es tanto de pérdida de la unidad de España como de falta de cohesión social. Y si resulta especialmente alarmante es porque nuestro modelo de crecimiento y desarrollo en España y en Europa durante las últimas décadas ha tenido en la cohesión social uno de sus pilares fundamentales. Así es que no solo es injusto que en nuestro país haya ciudadanos de diferentes categorías sino que afecta al progreso del conjunto. Pero, ¿realmente estas desigualdades entre regiones las genera el Estado de las autonomías? Porque no deja de ser verdad que sin autonomías no tendrían porqué producirse, pero eso no convierte al modelo en culpable automáticamente. Más bien los desequilibrios se han producido por transferir a diferentes velocidades a según qué territorios; y esto ha ocurrido porque las competencias autonómicas han funcionado como moneda de compra de votos en el Congreso. O sea, que una vez más demostramos que el problema no es de modelo sino de actuación por parte de los principales partidos políticos. Y alguno seguro que sale con la cantinela de la ley electoral y la excesiva influencia de ciertas comunidades en el Congreso de los Diputados. Pero de nuevo se trata de una estrategia para no asumir responsabilidades. El problema aquí no es que cierto colectivo cuente con un número determinado de escaños en el Congreso, sino lo que los diferentes Gobiernos han entregado a cambio de los votos de esos escaños. Y si catalanes o vascos tienen un exceso de peso relativo en la política nacional es por la irrelevancia del Senado y la Jefatura del Estado como agentes compensadores. Si en un sistema bicameral sólo ejerce poder una de las cámaras las descompensaciones son inevitables, sea cual sea la ley electoral de turno; aunque este asunto merecería su propia entrada en este blog.
En definitiva, cuestionar nuestro modelo autonómico, a pesar de que siempre es bueno revisar las cosas, en este caso no está siendo más que una manera disimulada de echar balones fuera; un modo de disfrazar la inoperancia, ineficiencia y desvergüenza de siempre de los de siempre. De los que nunca se ponen de acuerdo excepto para subirse el sueldo y echar juntos balones fuera.
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lunes, 10 de enero de 2011
La ley Sinde y la industria inadaptada
Cada día parece más claro que lo de conservadores y progresistas se convierte en adjetivos vacíos. Si hace no mucho definían las líneas generales de dos ideologías, hoy se han tornado en meras etiquetas; marcas electorales de los principales partidos políticos. Sólo así se explica la tranquilidad con la que debatimos sobre la ley Sinde, sin que la pregunta del millón sea porqué un partido supuestamente progresista se empeña en ignorar el progreso y conservar un modelo industrial obsoleto.
Porque de eso se trata esto en realidad, de revolverse como gato panza arriba y hacer lo posible por conservar una industria inadaptada a los tiempos que corren. Y si para ello hay que desinformar, difundir falacias o directamente mentir con el mayor de los descaros; ninguno de nuestros dirigentes va a dejar de dormir como un bebé por sus conflictos morales. Igual que no van a despeinarse por llamarnos idiotas a la cara.
Y es que eso es precisamente lo que hacen cuando, para explicar que las descargas ilegales son un delito (cosa que, por otro lado, deducimos por el adjetivo "ilegales" sin necesidad de tanta explicación), las equiparan con el robo físico de mercancías. No sin toda la premeditación y alevosía de la que soy capaz cito a Alejandro Sanz y afirmo rotundamente: "No es lo mismo. Es distinto" (con melodía y todo). Una cosa es robar una barra de pan en la panadería, y otra muy diferente sería que la robase yo, luego llegasen doscientos mil tíos y uno a uno robasen esa misma barra, y que después el panadero aún la tuviese en el escaparate para vendérsela al vecino del quinto. Equiparar ambas situaciones es como encontrar similares a Ángeles González-Sinde y Scarlett Johansson. Bien es verdad que las dos son seres humanos de género femenino, pero si son iguales, que baje Dios y lo vea.
A lo mejor a lo que se refieren es a que ambas cosas (descargas y robos físicos) son delito. Si es así, no sé porqué lo afrontan con tanta timidez. Que nos digan directamente que las descargas ilegales son como la pederastia, la violación, el genocidio o los atentados terroristas; y así seguro que el mensaje cala mucho más hondo.
Y tal vez a alguno le pueda parecer exagerado, pero la veda de la exageración no la he abierto yo. Esa veda quedó abierta en el preciso instante en el que un iluminado afirmó por vez primera que internet y las descargas ilegales terminan con la cultura o el arte. Gracias a internet se ha multiplicado la oferta de literatura, música y cine exponencialmente. ¿Termina eso con la cultura o el arte, o termina más bien con el modelo industrial nacido recientemente alrededor de la cultura y el arte? No tengo nada en contra de los artistas que vienen haciendo dinero en las últimas décadas; pero es que tampoco lo tengo contra los millones de artistas a los que las grandes discográficas, editoriales y demás corporaciones decidieron no dar una oportunidad; como nunca lo tuve contra los escribientes cuyo oficio se llevaron por delante la imprenta y la alfabetización, los herreros que dejaron de ser personajes relevantes en sus pueblos con la llegada del automóvil, o la modista de barrio que no fue capaz de competir con la infraestructura de Zara. El progreso trae grandes beneficios a la humanidad, pero no sin llevarse por delante una serie de oficios, modos de vida o incluso industrias enteras. El principal consuelo que hemos encontrado ante esto es precisamente que lo único que el progreso no ha conseguido ni conseguirá derribar nunca es al arte; y aquí tenemos a nuestros actuales dirigentes afirmando sin rubor justamente lo contrario.
Pero no se quedan ahí. También cifran las pérdidas que suponen las descargas a la industria de forma insultantemente sesgada. Básicamente lo que hacen es multiplicar el número de descargas de un archivo por el precio de un disco si es de música, de una entrada al cine si es una película, de un ejemplar si se trata de un libro, y así sucesivamente. O, lo que es lo mismo, afirman indirectamente sin vergüenza de ningún tipo que el freakie que se vanagloria de haberse bajado un giga de música, se habría gastado unos 3.000 euros en discos de no haber tenido internet. No seré yo quien niegue que las descargas ilegales afectan negativamente a las ventas de discos; pero cuando se insulta mi inteligencia para intentar concienciarme, mi espíritu solidario tiende a tomarse vacaciones.
Y ya que hablamos de cifras, voy a remitirme a una fantástica carta que escribe Alex de la Iglesia sobre internautas y piratas (http://www.abc.es/20101223/opinion-la-tercera/barco-piratas-20101223.html). No puedo evitar estar de acuerdo con la práctica mayoría de lo que dice, pero aporta unos datos que me han llamado muchísimo la atención. Para ilustrar la magnitud del problema de las descargas, explica las dimensiones del sector audiovisual. Según sus datos, este sector mueve en torno al 4,2% del producto interior bruto y da empleo a 700.000 personas. Y yo no puedo evitar sorprenderme. ¿700.000 personas? ¿4,2% del PIB? ¿No es posible que lo que tengamos ante nosotros en verdad sea un problema de sobredimensionamiento del sector? A nadie se le escapa que se estrenan muchísimas más películas en España de las que demanda el mercado pero, ¿no debemos ante estas cifras empezar a hablar de la "burbuja audiovisual"?
La Sociedad de la Información ha venido para quedarse. A la industria del arte le toca una fuerte reconversión. Resistirse puede ser calificado de muchas maneras, pero progresismo no es una de ellas.
P.D. El término "Industria inadaptada" lo he tomado prestado del blog de Enrique Dans, cuya lectura recomiendo encarecidamente (http://www.enriquedans.com/2011/01/estados-unidos-y-ley-biden-sinde-haz-lo-que-digo-no-lo-que-hago.html)
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Y es que eso es precisamente lo que hacen cuando, para explicar que las descargas ilegales son un delito (cosa que, por otro lado, deducimos por el adjetivo "ilegales" sin necesidad de tanta explicación), las equiparan con el robo físico de mercancías. No sin toda la premeditación y alevosía de la que soy capaz cito a Alejandro Sanz y afirmo rotundamente: "No es lo mismo. Es distinto" (con melodía y todo). Una cosa es robar una barra de pan en la panadería, y otra muy diferente sería que la robase yo, luego llegasen doscientos mil tíos y uno a uno robasen esa misma barra, y que después el panadero aún la tuviese en el escaparate para vendérsela al vecino del quinto. Equiparar ambas situaciones es como encontrar similares a Ángeles González-Sinde y Scarlett Johansson. Bien es verdad que las dos son seres humanos de género femenino, pero si son iguales, que baje Dios y lo vea.
A lo mejor a lo que se refieren es a que ambas cosas (descargas y robos físicos) son delito. Si es así, no sé porqué lo afrontan con tanta timidez. Que nos digan directamente que las descargas ilegales son como la pederastia, la violación, el genocidio o los atentados terroristas; y así seguro que el mensaje cala mucho más hondo.
Y tal vez a alguno le pueda parecer exagerado, pero la veda de la exageración no la he abierto yo. Esa veda quedó abierta en el preciso instante en el que un iluminado afirmó por vez primera que internet y las descargas ilegales terminan con la cultura o el arte. Gracias a internet se ha multiplicado la oferta de literatura, música y cine exponencialmente. ¿Termina eso con la cultura o el arte, o termina más bien con el modelo industrial nacido recientemente alrededor de la cultura y el arte? No tengo nada en contra de los artistas que vienen haciendo dinero en las últimas décadas; pero es que tampoco lo tengo contra los millones de artistas a los que las grandes discográficas, editoriales y demás corporaciones decidieron no dar una oportunidad; como nunca lo tuve contra los escribientes cuyo oficio se llevaron por delante la imprenta y la alfabetización, los herreros que dejaron de ser personajes relevantes en sus pueblos con la llegada del automóvil, o la modista de barrio que no fue capaz de competir con la infraestructura de Zara. El progreso trae grandes beneficios a la humanidad, pero no sin llevarse por delante una serie de oficios, modos de vida o incluso industrias enteras. El principal consuelo que hemos encontrado ante esto es precisamente que lo único que el progreso no ha conseguido ni conseguirá derribar nunca es al arte; y aquí tenemos a nuestros actuales dirigentes afirmando sin rubor justamente lo contrario.
Pero no se quedan ahí. También cifran las pérdidas que suponen las descargas a la industria de forma insultantemente sesgada. Básicamente lo que hacen es multiplicar el número de descargas de un archivo por el precio de un disco si es de música, de una entrada al cine si es una película, de un ejemplar si se trata de un libro, y así sucesivamente. O, lo que es lo mismo, afirman indirectamente sin vergüenza de ningún tipo que el freakie que se vanagloria de haberse bajado un giga de música, se habría gastado unos 3.000 euros en discos de no haber tenido internet. No seré yo quien niegue que las descargas ilegales afectan negativamente a las ventas de discos; pero cuando se insulta mi inteligencia para intentar concienciarme, mi espíritu solidario tiende a tomarse vacaciones.
Y ya que hablamos de cifras, voy a remitirme a una fantástica carta que escribe Alex de la Iglesia sobre internautas y piratas (http://www.abc.es/20101223/opinion-la-tercera/barco-piratas-20101223.html). No puedo evitar estar de acuerdo con la práctica mayoría de lo que dice, pero aporta unos datos que me han llamado muchísimo la atención. Para ilustrar la magnitud del problema de las descargas, explica las dimensiones del sector audiovisual. Según sus datos, este sector mueve en torno al 4,2% del producto interior bruto y da empleo a 700.000 personas. Y yo no puedo evitar sorprenderme. ¿700.000 personas? ¿4,2% del PIB? ¿No es posible que lo que tengamos ante nosotros en verdad sea un problema de sobredimensionamiento del sector? A nadie se le escapa que se estrenan muchísimas más películas en España de las que demanda el mercado pero, ¿no debemos ante estas cifras empezar a hablar de la "burbuja audiovisual"?
La Sociedad de la Información ha venido para quedarse. A la industria del arte le toca una fuerte reconversión. Resistirse puede ser calificado de muchas maneras, pero progresismo no es una de ellas.
P.D. El término "Industria inadaptada" lo he tomado prestado del blog de Enrique Dans, cuya lectura recomiendo encarecidamente (http://www.enriquedans.com/2011/01/estados-unidos-y-ley-biden-sinde-haz-lo-que-digo-no-lo-que-hago.html)
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viernes, 7 de enero de 2011
¿Para cuándo bajarán los humos?
Ya apuntaba malas maneras el asunto hace meses. Desde el momento en el que se marcó como definitiva la fecha del 2 de enero para la entrada en vigor de la nueva ley del tabaco se empezó a desatar la tormenta.
Y uno no puede evitar preguntarse porqué. Cómo es posible que tras la normalidad con la que asumimos la ley que en 2006 nos prohibió fumar en nuestro puesto de trabajo, montemos semejante revuelo por no poder fumar en los bares y restaurantes.
A poco que pensemos en ello fríamente vemos claro que se trata de un paso inevitable hacia el progreso, y de un paso que ya han dado la mayor parte de nuestros colegas europeos. Además, tras cuatro años sin poder fumar en muchos espacios públicos ni en nuestro puesto de trabajo, se trata de un cambio tan poco traumático que no tenemos porqué encontrar dificultad en asumir. Sin embargo, las reacciones a la nueva ley no se han hecho esperar, y no creo que se las tenga que relatar a ustedes. ¿Qué parte de la ecuación es la que falla entonces? Personalmente tengo alguna sugerencia:
Fundamentalmente han fallado las formas. Ninguna persona con dos dedos de frente defendería jamás el derecho a fumar del 30% de la población a costa de la salud de nadie. Al igual que nos hemos acostumbrado a no fumar en las casas de los no fumadores, podemos perfectamente entender que estos mismos no fumadores tienen tanto derecho como yo a tomarse algo en un bar, y que fumar en ese mismo bar no es un ejercicio de libertad, sino de desconsideración y falta de educación por nuestra parte. Ahora bien, si en lugar de presentar una propuesta en esta línea, se aplica una prohibición desproporcionada en el más puro espíritu revanchista como la que se nos ha impuesto, la cosa cambia. Si lo que se nos dice es que se nos obliga a velar por nuestra propia salud y que como no hemos sabido ser educados por las buenas, lo vamos a hacer por narices; pues es normal que se genere resentimiento. Porque una cosa es que el Estado regule para buscar la convivencia más adecuada a la mayoría, y otra muy diferente una persecución sistemática eliminando espacios habilitados para fumadores como los de los aeropuertos, prohibiendo fumar al aire libre o con el Ministerio de Sanidad animando a los no fumadores a denunciar a los fumadores que no cumplan la ley. Cuando entramos en este terreno, ya no hablamos de fórmulas de convivencia, sino de la más básica de las intolerancias. Y cuando se es intolerante con un 30% de la población, la cosa tiende a ponerse calentita.
Pero por si fuera poco, también es problemático el momento en el que se aprueba esta ley. No tengo que remitirme a encuestas o sondeos para afirmar categóricamente que los ciudadanos españoles están hasta el gorro de nuestros gobernantes. Aquellos a los que beneficia la ley, con la que nos está cayendo, no tenían entre sus prioridades actuales el poder ir a bares sin humo; con lo que hoy siguen más preocupados por encontrar empleo o llenar la nevera que por defender públicamente la medida. Por su parte, aquellos a los que supuestamente perjudica, bastante tenían ya con no saber cómo iban a pagarse el café, como para no poder acompañarlo de un pitillo. Para muchos de éstos la ley es la gota que colma el vaso, la guinda a los padecimientos que les impone este gobierno que tenemos.
En último lugar, pero no por ello menos importante, está la incoherencia del discurso oficial respecto al tabaco. Los fumadores son los mejores amigos del gobierno a la hora de pedir dinero; como parece que estamos todos de acuerdo en que es algo malísimo, suben y suben los impuestos al tabaco y encima se supone que les están haciendo un favor. Aproximadamente un 60% del importe que pagan por cada cajetilla va directamente a las arcas del Estado, con lo que en lugar de hablar de no fumadores y fumadores, tal vez deberíamos hablar de contribuyentes y contribuyentes premium. Así es que los fumadores, cada vez que el gobierno de turno limita su ámbito de ejercicio del tabaquismo, sienten que muerde la mano que le da de comer. Cuando además afirman categóricamente que el gasto sanitario que genera el tabaco supera lo recaudado, el fumador siente que por si fuera poco encima insultan su inteligencia. ¿Porqué si no, estando como está comprobadísimo lo malísimo que es, no se prohibe su comercialización?
Por suerte, a pesar de todo ello, los espacios públicos sin humo son progreso, y así lo veremos todos en mucho menos tiempo del que nos esperamos, tal y como hicimos con los aviones o nuestras oficinas. Una pena que por los despropósitos de nuestros gobernantes sólo vayamos a llegar a esta conclusión tras un periodo de crispación y enfrentamiento.
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Y uno no puede evitar preguntarse porqué. Cómo es posible que tras la normalidad con la que asumimos la ley que en 2006 nos prohibió fumar en nuestro puesto de trabajo, montemos semejante revuelo por no poder fumar en los bares y restaurantes.
A poco que pensemos en ello fríamente vemos claro que se trata de un paso inevitable hacia el progreso, y de un paso que ya han dado la mayor parte de nuestros colegas europeos. Además, tras cuatro años sin poder fumar en muchos espacios públicos ni en nuestro puesto de trabajo, se trata de un cambio tan poco traumático que no tenemos porqué encontrar dificultad en asumir. Sin embargo, las reacciones a la nueva ley no se han hecho esperar, y no creo que se las tenga que relatar a ustedes. ¿Qué parte de la ecuación es la que falla entonces? Personalmente tengo alguna sugerencia:
Fundamentalmente han fallado las formas. Ninguna persona con dos dedos de frente defendería jamás el derecho a fumar del 30% de la población a costa de la salud de nadie. Al igual que nos hemos acostumbrado a no fumar en las casas de los no fumadores, podemos perfectamente entender que estos mismos no fumadores tienen tanto derecho como yo a tomarse algo en un bar, y que fumar en ese mismo bar no es un ejercicio de libertad, sino de desconsideración y falta de educación por nuestra parte. Ahora bien, si en lugar de presentar una propuesta en esta línea, se aplica una prohibición desproporcionada en el más puro espíritu revanchista como la que se nos ha impuesto, la cosa cambia. Si lo que se nos dice es que se nos obliga a velar por nuestra propia salud y que como no hemos sabido ser educados por las buenas, lo vamos a hacer por narices; pues es normal que se genere resentimiento. Porque una cosa es que el Estado regule para buscar la convivencia más adecuada a la mayoría, y otra muy diferente una persecución sistemática eliminando espacios habilitados para fumadores como los de los aeropuertos, prohibiendo fumar al aire libre o con el Ministerio de Sanidad animando a los no fumadores a denunciar a los fumadores que no cumplan la ley. Cuando entramos en este terreno, ya no hablamos de fórmulas de convivencia, sino de la más básica de las intolerancias. Y cuando se es intolerante con un 30% de la población, la cosa tiende a ponerse calentita.
Pero por si fuera poco, también es problemático el momento en el que se aprueba esta ley. No tengo que remitirme a encuestas o sondeos para afirmar categóricamente que los ciudadanos españoles están hasta el gorro de nuestros gobernantes. Aquellos a los que beneficia la ley, con la que nos está cayendo, no tenían entre sus prioridades actuales el poder ir a bares sin humo; con lo que hoy siguen más preocupados por encontrar empleo o llenar la nevera que por defender públicamente la medida. Por su parte, aquellos a los que supuestamente perjudica, bastante tenían ya con no saber cómo iban a pagarse el café, como para no poder acompañarlo de un pitillo. Para muchos de éstos la ley es la gota que colma el vaso, la guinda a los padecimientos que les impone este gobierno que tenemos.
En último lugar, pero no por ello menos importante, está la incoherencia del discurso oficial respecto al tabaco. Los fumadores son los mejores amigos del gobierno a la hora de pedir dinero; como parece que estamos todos de acuerdo en que es algo malísimo, suben y suben los impuestos al tabaco y encima se supone que les están haciendo un favor. Aproximadamente un 60% del importe que pagan por cada cajetilla va directamente a las arcas del Estado, con lo que en lugar de hablar de no fumadores y fumadores, tal vez deberíamos hablar de contribuyentes y contribuyentes premium. Así es que los fumadores, cada vez que el gobierno de turno limita su ámbito de ejercicio del tabaquismo, sienten que muerde la mano que le da de comer. Cuando además afirman categóricamente que el gasto sanitario que genera el tabaco supera lo recaudado, el fumador siente que por si fuera poco encima insultan su inteligencia. ¿Porqué si no, estando como está comprobadísimo lo malísimo que es, no se prohibe su comercialización?
Por suerte, a pesar de todo ello, los espacios públicos sin humo son progreso, y así lo veremos todos en mucho menos tiempo del que nos esperamos, tal y como hicimos con los aviones o nuestras oficinas. Una pena que por los despropósitos de nuestros gobernantes sólo vayamos a llegar a esta conclusión tras un periodo de crispación y enfrentamiento.
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miércoles, 5 de enero de 2011
¿Somos viejos o estamos sin blanca?
No es como si me quedasen pocos años, pero tal y como van las cosas, cada vez veo menos claro que llegue un día en el que pueda jubilarme.
Mucho se ha hablado en los últimos meses del problema demográfico que tenemos en España y de la necesidad de retrasar la edad de jubilación. Se nos ha presentado como una secuencia lógica inevitable; como una cosa que lleva a la otra cuando en realidad, a pesar de que ambas partes son verdad, debemos encararlas por separado si realmente queremos comprender la situación y poder, consecuentemente, hacer algo provechoso al respecto.
Empezando por la edad de jubilación: Ganaríamos mucho más dinero revisando porqué la edad real de jubilación aquí está en 63,5 años en lugar de 65; o favoreciendo la incorporación más temprana de los jóvenes al mercado laboral (obtener un título universitario supone en la mayoría de los casos permanecer como dependiente hasta los veinticinco años de media), pero el verdadero quiz de la cuestión está en que España necesita pedir dinero prestado. Según lo arriesgada que consideren la operación aquellos a los que se lo pedimos (los endiablados mercados que supuestamente conspiran contra nosotros), nos lo prestarán con unos intereses mayores o menores. Retrasar la edad de jubilación en España inevitablemente reducirá el importe que nuestro gobierno deba pagar en concepto pensiones dentro de unos años, lo que a los ojos de los que nos prestan dinero se traduce en mayor capacidad para devolverles lo suyo. Ergo, intereses más asequibles para nuestra economía. Y ya está.
Respecto al problema demográfico: Se supone que tenemos es un problema económico derivado del envejecimiento de nuestra demografía. Vamos, que si seguimos como estamos en menos de dos décadas no podremos pagar pensiones. Pero, me pregunto yo, ¿realmente se debe al envejecimiento?
Claro está que a mayor número de jubilados, más dificultad para pagar pensiones, pero a lo mejor es nuestro deber hacer otros números. En España a día de hoy tenemos una población activa que supera levemente los veinte millones de personas. Algo más de cuatro millones de estas personas están desempleadas, con lo que aportan nada a las arcas públicas, incluso una parte importante percibe dinero del Estado como prestación por desempleo. De los dieciséis millones de personas restantes, unos tres millones trabajan para el Estado en sus diferentes organismos, administraciones o empresas públicas. O sea; que tenemos a trece millones de personas cuya aportación debe cubrir tres millones de salarios (y no hablamos de salario mínimo interprofesional precisamente) y al menos dos millones de prestaciones de desempleo antes de destinar un solo céntimo de euro a hospitales, carreteras, escuelas o iluminación de espacios públicos. Entonces nos planteamos el pago de pensiones y ¿el problema es el número de jubilados? Lo siento, pero parece que por pocos que fuesen no íbamos a poder ofrecerles nada. Nuestro problema es de número de euros.
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Mucho se ha hablado en los últimos meses del problema demográfico que tenemos en España y de la necesidad de retrasar la edad de jubilación. Se nos ha presentado como una secuencia lógica inevitable; como una cosa que lleva a la otra cuando en realidad, a pesar de que ambas partes son verdad, debemos encararlas por separado si realmente queremos comprender la situación y poder, consecuentemente, hacer algo provechoso al respecto.
Empezando por la edad de jubilación: Ganaríamos mucho más dinero revisando porqué la edad real de jubilación aquí está en 63,5 años en lugar de 65; o favoreciendo la incorporación más temprana de los jóvenes al mercado laboral (obtener un título universitario supone en la mayoría de los casos permanecer como dependiente hasta los veinticinco años de media), pero el verdadero quiz de la cuestión está en que España necesita pedir dinero prestado. Según lo arriesgada que consideren la operación aquellos a los que se lo pedimos (los endiablados mercados que supuestamente conspiran contra nosotros), nos lo prestarán con unos intereses mayores o menores. Retrasar la edad de jubilación en España inevitablemente reducirá el importe que nuestro gobierno deba pagar en concepto pensiones dentro de unos años, lo que a los ojos de los que nos prestan dinero se traduce en mayor capacidad para devolverles lo suyo. Ergo, intereses más asequibles para nuestra economía. Y ya está.
Respecto al problema demográfico: Se supone que tenemos es un problema económico derivado del envejecimiento de nuestra demografía. Vamos, que si seguimos como estamos en menos de dos décadas no podremos pagar pensiones. Pero, me pregunto yo, ¿realmente se debe al envejecimiento?
Claro está que a mayor número de jubilados, más dificultad para pagar pensiones, pero a lo mejor es nuestro deber hacer otros números. En España a día de hoy tenemos una población activa que supera levemente los veinte millones de personas. Algo más de cuatro millones de estas personas están desempleadas, con lo que aportan nada a las arcas públicas, incluso una parte importante percibe dinero del Estado como prestación por desempleo. De los dieciséis millones de personas restantes, unos tres millones trabajan para el Estado en sus diferentes organismos, administraciones o empresas públicas. O sea; que tenemos a trece millones de personas cuya aportación debe cubrir tres millones de salarios (y no hablamos de salario mínimo interprofesional precisamente) y al menos dos millones de prestaciones de desempleo antes de destinar un solo céntimo de euro a hospitales, carreteras, escuelas o iluminación de espacios públicos. Entonces nos planteamos el pago de pensiones y ¿el problema es el número de jubilados? Lo siento, pero parece que por pocos que fuesen no íbamos a poder ofrecerles nada. Nuestro problema es de número de euros.
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martes, 4 de enero de 2011
El estado de alarma inadvertido
No se nota. Bien es verdad que no se nota. Nadie lo habría jurado al observar las celebraciones de Nochevieja, pero España vive en estado de alarma.
Personalmente estuve totalmente de acuerdo cuando se declaró. El chantaje sistemático por parte de los controladores se hacía insostenible, y el Gobierno hizo lo que tenía que hacer. Incluso los detractores más fervientes de José Blanco le presumen inteligencia suficiente como para prever lo que podía ocurrir firmando el decreto famoso el viernes previo-puente, y todos recordamos los acontecimientos que siguieron a la firma: los controladores subestimaron al Gobierno y, sobre todo, no imaginaron que los españoles podríamos aplaudir el pasar (aunque fuese de manera temporal) a un estadio inferior de democracia. Horas después las torres de control estaban militarizadas.
Hasta ahí, todo bien. Lo inaudito empieza en el momento en el que se comienza a hablar de prolongar el estado de alarma. Se nos presenta la posibilidad como la manera de garantizar la normalidad del tráfico aéreo durante las navidades pero... ¿es que ahora los fines justifican los medios? Sin duda reinstaurando el régimen y fusilando a todo el que no se presente en su puesto de trabajo los aviones circularían de lo más ordenaditos y puntuales, pero sin duda escupiremos a la cara de cualquiera que nos haga semejante propuesta. ¿Cómo se explica entonces que se haya prolongado el estado de alarma -esta democracia menor- y nos quedemos todos tan campantes?
Supongo que nos falla la memoria. Nos tranquilizan hoy explicando que los poderes extraordinarios adquiridos con el estado de alarma solo se aplicarán a los controladores pero, ¿no se tranquilizaban igual los afines al régimen en España hace cuarenta años? Por aquel entonces cierta parte de la población vivía encantada sin democracia. De hecho, los poderes totalitarios del gobierno solo los padecían los "malos", los "enemigos del régimen". Y mientras tanto los demócratas se rasgaban las vestiduras sin preguntar en ningún momento si estos "malos" eran muchos o pocos.
Cuando llegó la democracia asumimos que los derechos y las libertades deberían ser para todos por igual. Sin buenos ni malos. Incluso para los que no querían que los derechos y las libertades llegasen. Y eso era precisamente lo que nos distinguía de ellos y nos hacía mejores. Que hoy haya menos democracia, aunque solo para unos pocos, nos hace menos distintos y menos mejores que aquellos enemigos de la democracia que anularon nuestros derechos y libertades durante varias décadas. Y lo peor, y lo que nunca entenderé, es que no se nota. No se nota nada.
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Personalmente estuve totalmente de acuerdo cuando se declaró. El chantaje sistemático por parte de los controladores se hacía insostenible, y el Gobierno hizo lo que tenía que hacer. Incluso los detractores más fervientes de José Blanco le presumen inteligencia suficiente como para prever lo que podía ocurrir firmando el decreto famoso el viernes previo-puente, y todos recordamos los acontecimientos que siguieron a la firma: los controladores subestimaron al Gobierno y, sobre todo, no imaginaron que los españoles podríamos aplaudir el pasar (aunque fuese de manera temporal) a un estadio inferior de democracia. Horas después las torres de control estaban militarizadas.
Hasta ahí, todo bien. Lo inaudito empieza en el momento en el que se comienza a hablar de prolongar el estado de alarma. Se nos presenta la posibilidad como la manera de garantizar la normalidad del tráfico aéreo durante las navidades pero... ¿es que ahora los fines justifican los medios? Sin duda reinstaurando el régimen y fusilando a todo el que no se presente en su puesto de trabajo los aviones circularían de lo más ordenaditos y puntuales, pero sin duda escupiremos a la cara de cualquiera que nos haga semejante propuesta. ¿Cómo se explica entonces que se haya prolongado el estado de alarma -esta democracia menor- y nos quedemos todos tan campantes?
Supongo que nos falla la memoria. Nos tranquilizan hoy explicando que los poderes extraordinarios adquiridos con el estado de alarma solo se aplicarán a los controladores pero, ¿no se tranquilizaban igual los afines al régimen en España hace cuarenta años? Por aquel entonces cierta parte de la población vivía encantada sin democracia. De hecho, los poderes totalitarios del gobierno solo los padecían los "malos", los "enemigos del régimen". Y mientras tanto los demócratas se rasgaban las vestiduras sin preguntar en ningún momento si estos "malos" eran muchos o pocos.
Cuando llegó la democracia asumimos que los derechos y las libertades deberían ser para todos por igual. Sin buenos ni malos. Incluso para los que no querían que los derechos y las libertades llegasen. Y eso era precisamente lo que nos distinguía de ellos y nos hacía mejores. Que hoy haya menos democracia, aunque solo para unos pocos, nos hace menos distintos y menos mejores que aquellos enemigos de la democracia que anularon nuestros derechos y libertades durante varias décadas. Y lo peor, y lo que nunca entenderé, es que no se nota. No se nota nada.
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