Me faltan palabras para
describir las sensaciones que me produjeron muchas reacciones ante el accidente
que esta semana sufrió Cristina Cifuentes. Y no me refiero a declaraciones
públicas ni mucho menos. En los medios, al menos por lo que yo he visto, el
personal supo comportarse con la seriedad que las circunstancias recomendaban;
harina de otro costal fue lo acontecido en las redes sociales, y en Twitter en
particular.
Es lo que tiene Twitter. A diferencia de otras redes en
las que solo accedes a las opiniones y comentarios de aquellos a los que has
agregado a tu grupo, en la red del pajarito azul tienes acceso a los desvaríos
del grueso de los usuarios; y en ocasiones como esta semana, el espectáculo le
pone a uno los pelos de punta. Así es que prefiero ahorrárselo a ustedes y no
copiaré aquí ninguna de las barbaridades con las que me he encontrado estos
días. Me limitaré a explicar (para aquellos ajenos a las redes sociales) que en su mayoría deseaban el peor de los
desenlaces posibles para Cristina Cifuentes, cuando no celebraban el hecho de
que estuviese herida de gravedad… Y seguramente para aquellos que no
frecuentan Twitter esto pueda parecer exagerado, o que se trataba de casos
excepcionales; pero por desgracia no es el caso: los mensajes de este tipo se
contaban por miles a las pocas horas del accidente…
Lo verdaderamente
peor de todo es que los autores de semejantes atrocidades no son
extraterrestres; son nuestros vecinos. En este caso particular se trata de
personas normales y corrientes que se han tragado el discurso ese de que la
violencia y la intolerancia son patrimonio exclusivo de los “fachas”. Y como se
lo han tragado, su actitud no les parece paradójica. Mientras se adhieran a una
corriente ideológica “anti-facha”, su desprecio
absoluto hacia la violencia y la intolerancia resultan fuera de toda duda. Y
toda violencia e intolerancia ejercida hacia los “fachas” no será más que justicia
social. Después de todo, merecen eso y más; precisamente por su indiscutible
naturaleza violenta e intolerante… Son personas que han cambiado ideología
por sectarismo, y mientras El Mundo publica noticias sobre Bárcenas, no hablan
más que de Bárcenas; pero cuando el mismo diario destapa la corrupción en UGT,
hablan sobre Franco; y llegan a tener una percepción del mundo tan viciada que
al final ya no solo desean la muerte de cualquier “pepero” por el simple hecho
de serlo, sino que ni tan siquiera tienen reparo alguno en afirmarlo
públicamente…
Pero no se vayan a
pensar que la barbarie 2.0 es exclusiva de éstos. Qué va. Ni mucho menos. Son
los protagonistas esta semana, pero la anterior lo fueron sus supuestos
adversarios ideológicos. Resulta que desde alguna de las cuentas oficiales de
las juventudes socialistas se publicaron una serie de comentarios a raíz de la
muerte de Rosalía Mera de bastante mal gusto y excesiva frivolidad. De nuevo
prefiero ahorrarles la sarta de salvajadas con las que se les respondió; que
parece ser que en todas las casas cuecen habas…
Dicen algunos
expertos que las redes sociales no son sino un reflejo de la sociedad en que
vivimos. Que el anonimato en un principio nos permitió sacar a relucir lo
peor de nosotros mismos; y que luego al poder identificarnos con un montón de
semejantes lo asumimos como “normal” y así hemos llegado a firmar nuestras brutalidades
con nombre y apellidos. El problema es que lo que se refleja en ellas es odio
visceral (a muerte, de hecho); y no
podemos ignorar que creer que los adversarios están mejor muertos o en la
cárcel, es lo que ha dado comienzo a todas las guerras; como la española, sin
ir más lejos. Y tal vez en pleno siglo XXI pueda parecer descabellado
imaginarnos a tiros los unos con los otros; posiblemente ya no sean tiempos en
España para guerras de ese tipo. Pero seguro que el nuevo siglo tiene su propia
forma de guerra civil para nosotros; e
intuyo que de producirse no nos va a gustar un pelo…