Se lo tienen merecido. No comparto en absoluto la opinión de los que ven iguales las guerras de Irak y la de Libia; pero cierto es que Zapatero y los suyos se lo tienen merecido. Cuando no mides las posibles consecuencias de tus actos, cuando únicamente te interesa el aquí y ahora sin pararte a pensar cómo pueden cambiar las circunstancias; lo que haces es escupir hacia arriba, y cuando practicas ese deporte es cuestión de tiempo que te toque contemplar a Llamazares en el Congreso exhibiendo la pegatina de "no a la guerra" que tú mismo imprimiste y le entregaste para dirigirla a otros, preguntándote dónde quedaron aquellas ideas.
Aquello era otro tipo de guerra, sí; pero, sobre todo, aquellos eran otros tiempos. Aquellos eran días en los que el enemigo vivía en Moncloa; y todo apuntaba a que allí iba a seguir viviendo algunos años. Sólo cabía entonces la lucha a cara-perro y sin cuartel utilizando todo lo que se le pusiera a uno al alcance de la mano. Y perfectamente habrían podido Zapatero y los suyos oponerse a la guerra de Irak y a la foto de las Azores, tal y como hicieron no pocos españoles, sin que ahora Libia les reventase en la cara como un globo de agua sucia; pero claro, eso no habría hecho tanta mella sobre Aznar y sus terribles secuaces. Era mucho más efectivo entonces aferrarse a un eslogan tan amplio e indiscutiblemente bueno como "no a la guerra". Y asumo que no tengo que explicarle a nadie en qué lugar quedan los que no están contigo cuando te adjudicas semejante lema. Cuando yo apuesto decididamente por la paz universal, si tú no estás conmigo sólo caben tres opciones: o eres Aznar, o eres Bush, o eres una persona con graves problemas psicológicos (vamos, un "tonto de los cojones" como genialmente lo definió el socialista alcalde de Getafe el día que se dejó en casa la careta del buenrollismo).
Pero claro, en aquellos días ni ZP ni nadie en su equipo veían como una posibilidad razonable hacerse cargo del gobierno a corto o medio plazo. Las encuestas mostraban tal desventaja que podían lanzarse órdagos a la grande sin miedo a las consecuencias. Así, por ejemplo, se quedó sentado Zapatero ante la bandera de los Estados Unidos en el tristemente famoso desfile. La figura de George W. Bush generaba un tremendo rechazo en la sociedad de medio mundo, y un acto como ese le convertía automáticamente en un tipo con un par muy buen puesto a los ojos de muchos. Un auténtico paladín de los que no quieren arrodillarse ante la prepotencia de los yanquis. Lo que ni Zapatero ni la mayoría de los que le aplaudieron entonces podía imaginar es que al "valiente justiciero" le iba a tocar presidir España antes de que pasase el tiempo suficiente como para que cambiase el inquilino del despacho oval, o los ciudadanos del país más poderoso del mundo pudiesen olvidar semejante afrenta a su más preciado símbolo. Que bien es verdad que tampoco habría sucedido si el hoy presidente hubiese sabido que la bandera americana no solo representa a su presidente, pero esa es otra historia que ahora no viene a cuento.
La cuestión que nos atañe es que no han pasado suficientes años desde la guerra de Irak como para que lo hayamos olvidado; y es cuando menos lógico que muchos se pregunten hoy dónde se han metido todos los que entonces mostraron con tanto empeño su rechazo frontal, sistemático y moral no a un conflicto en particular, sino a la guerra en general. Y es normal que muchos indaguen en los periódicos a ver si a Pilar Bardem, Willy Toledo y sus amigos les detuvo ayer la policía cuando se dirigían al hemiciclo a liarla parda.
Pero lo que no deja de ser verdad, por mucho que algunos debieran haberlo pensado antes de oponerse a la guerra sin especificar, es que las guerras de Irak y Libia no son comparables. Y no lo serán por mucho que se froten las manos algunos esperando que recojan tempestades los que sembraron tormentas. Por mucho que sepamos que la diferencia para los que armaron ruido entonces no se encuentra en Bagdag, ni en Trípoli, sino que está en Moncloa; estas guerras no son menos diferentes. Y todo el que intente equipararlas, no hará sino una generalización tan idiota, publicitaria y mezquina como la que hicieron en su día los del "no a la guerra".
Son tan obvias las diferencias que ni siquiera pienso perder el tiempo en exponerlas. Al contrario, tan solo voy a mencionar la única cosa que tienen en común: los españoles, al igual que cuando fuimos a Irak, no tenemos ni idea de a qué carajo hemos ido a Libia. Y si cuando Irak nos marearon con las armas de destrucción masiva, a pesar de que Bush podría haber demostrado que Saddam las tenía con tan sólo pedirle a su padre los recibos de la venta (de hecho, hace tiempo que dejaron de buscarse, y ni el premio nóbel de la paz sale de allí); ahora nos lían con lo malo malísimo que es Gadafi, sin contarnos en ningún momento si a la cabeza de la rebelión "popular" (entrecomillado porque en el momento que tienen capacidad para derribar un caza, tal y como han hecho, suena más militar que popular, al menos para mi) tenemos a la reencarnación de la madre Teresa de Calcuta o al mismísimo Ben Laden.
Pero claro, si entonces lo más favorecedor para la oposición era gritar "no a la guerra", hoy lo es preguntar por televisión dónde se ha metido Pilar Bardem; y entre tanto y cuanto nosotros enviando a los nuestros a una guerra que no sabemos de qué va.
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