martes, 29 de marzo de 2011

Culos que huelen a loctite

          Parece que los políticos han decidido ponerse las pilas con las redes sociales. Las encuestas siguen denunciando el alejamiento cada vez mayor entre la sociedad y la clase política, y nuestros genios del márketing electoral se han decidido a resolverlo mediante facebook y twitter.

          Y seguro que se quedan tan anchos, los tíos. Fijo que se piensan que con un paseo por las redes sociales por la mañana y una salida a la calle por la tarde a mezclarse con la chusma se resuelve el problema, y que sus votantes volverán a verles como los tipos cercanos y currantes que son.

          Pero, una vez más, su infalible instinto y conocimiento profundo de la sociedad les han jugado una mala pasada, y de nuevo cambian bombillas cuando lo que falta es suministro eléctrico. Su problema no es que hagan o dejen de hacer las mismas cosas que hace todo hijo de vecino. Lo que les aleja de la sociedad hasta el punto de hacerles parecer extraterrestres es el hecho de que sus vidas se rigen por unas normas que nada tienen que ver con las del mundo real. Bueno, eso y que a todos casi sin excepción les huele el culo a loctite una barbaridad.

          A los seres mortales del planeta que vivimos en el mundo real, nos toca responsabilizarnos por nuestro trabajo. Así en una empresa, cuando a un idividuo se le pone al frente de un departamento o una sección, no solo se le está dando luz verde para hacer y deshacer según su criterio, o nombrar o despedir a quien le parezca oportuno; también, y esto es lo más importante, se le responsabiliza de los resultados del departamento o sección en cuestión. Y si dicho departamento comete un fallo, el jefe de la empresa no le va a pedir explicaciones a ningún otro empleado. Llegados a este punto, el tipo dará una explicación más o menos plausible o aceptable, pero lo que nunca hará será defenderse afirmando que él no estaba al corriente de lo que se cocía en su sección. Hacerlo sería prueba irrefutable de su ineficiencia e incapacidad para dirigirla, y conllevaría inexorablemente un despido o al menos una invitación formal por parte del jefe a presentar su dimisión de manera inmediata.

          Vamos, que a los que vivimos en el mundo real nos toca asumir nuestras responsabilidades y no se nos permite salirnos con evasivas cuando se nos pregunta por nuestros resultados o nuestro comportamiento en el trabajo. Y como no creo que me lea ningún político, me voy a ahorrar explicar lo que sucede en España cuando tu jefe te pregunta qué has hecho y tú le cantas una de Amaral.

          Pues todo esto Rubalcaba nunca lo ha sabido. Y si lo supo, lo olvidó hace tiempo. Y no sólo él, también lo ignora Pablo Zalba, los del gürtel o los sufridos andaluces que no habían dado su primera bocanada de aire y ya estaban cotizando a la seguridad social. Y como ellos, todos los que aplaudían entusiasmados lo ingenioso del "sin tí no soy nada"; igual que los que enfrente ponían cara de haber encajado un gol sin que ninguno supiese responder que decir que sin gobierno la oposición queda anulada es una perogrullada digna de un enano intelectual.

          Y seguro que más de uno al leer esto dice: ya, pero es que el que le preguntaba a Rubalcaba no era su jefe (para algunos incluso se tratará de un facha deplorable que no merece ser contestado de otra forma). Y a éstos les invito a pensarlo de nuevo. ¿Cómo que no? Todos y cada uno de los miembros del Congreso trabajan para usted y para mí; y no lo digo porque hoy me haya levantado con la chulería subida (que también), lo digo porque así lo estipula la Constitución. La soberanía es nuestra, y lo que hacen en el Congreso es representarnos a nosotros. Así cuando un miembro de la oposición (le haya votado usted o no) le hace una pregunta a un miembro del Gobierno lo hace en su nombre, y es a usted (le haya votado o no) a quien tiene la obligación de contestar, porque trabaja para usted.

          Hoy conocemos que se ordenó dar el chivatazo a ETA desde el Ministerio del Interior. Todos sabemos lo que ocurriría en el mundo real con el máximo responsable del ministerio y, dada la magnitud de los acontecimientos, con el que le designó para el puesto. Nuestra clase política, en cambio, se queda a la espera; a ver si aparecen pruebas que incriminen directa e inequívocamente a alguno de los dos. Y ellos, mientras tanto, con el culo pegado a la silla con loctite; ajenos al hecho de que demostrar su total inocencia y desconocimiento de los hechos, no haría sino probar indiscutiblemente su incapacidad para dirigir sus respectivos "departamentos".

          Pero, claro, no olvidemos que ellos tienen un jefe mucho más enrollado y guay que cualquiera de los nuestros. Un jefe que pase lo que pase les va a dar a PSOE y PP al menos veinte millones de votos. Con un jefe así, igual nosotros también apostábamos por el loctite en el culo, y por cantar a coro grandes éxitos del pop español.

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miércoles, 23 de marzo de 2011

Irak y Libia no son lo mismo

           Se lo tienen merecido. No comparto en absoluto la opinión de los que ven iguales las guerras de Irak y la de Libia; pero cierto es que Zapatero y los suyos se lo tienen merecido. Cuando no mides las posibles consecuencias de tus actos, cuando únicamente te interesa el aquí y ahora sin pararte a pensar cómo pueden cambiar las circunstancias; lo que haces es escupir hacia arriba, y cuando practicas ese deporte es cuestión de tiempo que te toque contemplar a Llamazares en el Congreso exhibiendo la pegatina de "no a la guerra" que tú mismo imprimiste y le entregaste para dirigirla a otros, preguntándote dónde quedaron aquellas ideas.

          Aquello era otro tipo de guerra, sí; pero, sobre todo, aquellos eran otros tiempos. Aquellos eran días en los que el enemigo vivía en Moncloa; y todo apuntaba a que allí iba a seguir viviendo algunos años. Sólo cabía entonces la lucha a cara-perro y sin cuartel utilizando todo lo que se le pusiera a uno al alcance de la mano. Y perfectamente habrían podido Zapatero y los suyos oponerse a la guerra de Irak y a la foto de las Azores, tal y como hicieron no pocos españoles, sin que ahora Libia les reventase en la cara como un globo de agua sucia; pero claro, eso no habría hecho tanta mella sobre Aznar y sus terribles secuaces. Era mucho más efectivo entonces aferrarse a un eslogan tan amplio e indiscutiblemente bueno como "no a la guerra". Y asumo que no tengo que explicarle a nadie en qué lugar quedan los que no están contigo cuando te adjudicas semejante lema. Cuando yo apuesto decididamente por la paz universal, si tú no estás conmigo sólo caben tres opciones: o eres Aznar, o eres Bush, o eres una persona con graves problemas psicológicos (vamos, un "tonto de los cojones" como genialmente lo definió el socialista alcalde de Getafe el día que se dejó en casa la careta del buenrollismo).

          Pero claro, en aquellos días ni ZP ni nadie en su equipo veían como una posibilidad razonable hacerse cargo del gobierno a corto o medio plazo. Las encuestas mostraban tal desventaja que podían lanzarse órdagos a la grande sin miedo a las consecuencias. Así, por ejemplo, se quedó sentado Zapatero ante la bandera de los Estados Unidos en el tristemente famoso desfile. La figura de George W. Bush generaba un tremendo rechazo en la sociedad de medio mundo, y un acto como ese le convertía automáticamente en un tipo con un par muy buen puesto a los ojos de muchos. Un auténtico paladín de los que no quieren arrodillarse ante la prepotencia de los yanquis. Lo que ni Zapatero ni la mayoría de los que le aplaudieron entonces podía imaginar es que al "valiente justiciero" le iba a tocar presidir España antes de que pasase el tiempo suficiente como para que cambiase el inquilino del despacho oval, o los ciudadanos del país más poderoso del mundo pudiesen olvidar semejante afrenta a su más preciado símbolo. Que bien es verdad que tampoco habría sucedido si el hoy presidente hubiese sabido que la bandera americana no solo representa a su presidente, pero esa es otra historia que ahora no viene a cuento.

          La cuestión que nos atañe es que no han pasado suficientes años desde la guerra de Irak como para que lo hayamos olvidado; y es cuando menos lógico que muchos se pregunten hoy dónde se han metido todos los que entonces mostraron con tanto empeño su rechazo frontal, sistemático y moral no a un conflicto en particular, sino a la guerra en general. Y es normal que muchos indaguen en los periódicos a ver si a Pilar Bardem, Willy Toledo y sus amigos les detuvo ayer la policía cuando se dirigían al hemiciclo a liarla parda.

          Pero lo que no deja de ser verdad, por mucho que algunos debieran haberlo pensado antes de oponerse a la guerra sin especificar, es que las guerras de Irak y Libia no son comparables. Y no lo serán por mucho que se froten las manos algunos esperando que recojan tempestades los que sembraron tormentas. Por mucho que sepamos que la diferencia para los que armaron ruido entonces no se encuentra en Bagdag, ni en Trípoli, sino que está en Moncloa; estas guerras no son menos diferentes. Y todo el que intente equipararlas, no hará sino una generalización tan idiota, publicitaria y mezquina como la que hicieron en su día los del "no a la guerra".

          Son tan obvias las diferencias que ni siquiera pienso perder el tiempo en exponerlas. Al contrario, tan solo voy a mencionar la única cosa que tienen en común: los españoles, al igual que cuando fuimos a Irak, no tenemos ni idea de a qué carajo hemos ido a Libia. Y si cuando Irak nos marearon con las armas de destrucción masiva, a pesar de que Bush podría haber demostrado que Saddam las tenía con tan sólo pedirle a su padre los recibos de la venta (de hecho, hace tiempo que dejaron de buscarse, y ni el premio nóbel de la paz sale de allí); ahora nos lían con lo malo malísimo que es Gadafi, sin contarnos en ningún momento si a la cabeza de la rebelión "popular" (entrecomillado porque en el momento que tienen capacidad para derribar un caza, tal y como han hecho, suena más militar que popular, al menos para mi) tenemos a la reencarnación de la madre Teresa de Calcuta o al mismísimo Ben Laden.

          Pero claro, si entonces lo más favorecedor para la oposición era gritar "no a la guerra", hoy lo es preguntar por televisión dónde se ha metido Pilar Bardem; y entre tanto y cuanto nosotros enviando a los nuestros a una guerra que no sabemos de qué va.

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martes, 15 de marzo de 2011

La hecatombe inevitable

          Escribo esto el martes 15 de marzo poco antes de las 13:00; y por el momento el holocausto nuclear no se ha producido en Fukushima. Dada la probabilidad de que la desgracia se produzca en cualquier momento, prefiero dejar constancia y que quede meridianamente claro bajo qué circunstancias escribo la presente entrada. Por el momento, no ha habido hecatombe.

          Pero habrá explosión, no les quepa la menor duda. Es tal la utilización política que en España se le está dando a la desgracia de Japón que solo nos quedan dos opciones: puede producirse la explosión definitiva de la central nipona, o puede explotar la bomba de relojería política en la que han convertido todo esto ciertos supuestos ecologistas, miembros del PSOE y, sobre todo, medios afines al Gobierno. Me atrevo a afirmar incluso que algunos de éstos sintieron satisfacción al conocer el accidente nuclear y que en lugares oscuros de sus retorcidas mentes esperan ansiosos el peor desenlace posible. Así podrán entonces entonar el "te lo dije" o el "a esto me refería yo" o el "el que avisa no es traidor" con mueca de dolor disfrazando su cruel regocijo. Y sé que suena fatal, pero no se puede explicar de ninguna otra manera que a los pocos minutos del seísmo ya se hubiese rescatado en España el debate sobre Garoña.

          Y es que, pregunto yo, ¿cuál es el verdadero paralelismo entre Garoña y una central japonesa que acaba de verse sometida a un terremoto del 8,9 en la escala Richter? ¿Que ambas son centrales nucleares? Que bien es verdad que ambas lo son; que no niego yo que una central nuclear entraña peligros tales que todas las medidas de seguridad parecen pocas; que no seré yo quien afirme que las centrales nucleares son 100% seguras. Ahora bien ¿algo lo es? Y no hago la pregunta en plan retórica simplista, sino intentando de hecho evitar la retórica simplista que pretende que entendamos que Garoña y Fukushima son lo mismo.

          Resulta espeluznante hacerlo pero, por un momento, pongámonos en lo peor. Imaginemos que se desata la hecatombe que casi todos tememos con angustia. Si la desgracia se produce y asumimos irremediablemente que debemos desmantelar Garoña y enterrar las centrales nucleares ¿no deberíamos desmantelar también todo lo que España tenga a menos de diez kilómetros de la costa? ¿No deberíamos derruír cualquier vivienda no preparada para soportar un seísmo grado 8,9? Que no pretendo minimizar los efectos de una catástrofe nuclear, pero es que los de un tsunami que arrasase Barcelona, Valencia o San Sebastián o los de un terremoto como el japonés en Madrid, Sevilla o Zaragoza tampoco deberían tomarse a la ligera.

          Especialmente sangrante me resultó leer el periódico "El país" el domingo. Grandes titulares sobre el accidente en Fukushima, y sólo menciones colaterales a los 1700 muertos que se contabilizaban por entonces y los varios miles de desaparecidos (cuando sabemos, además, en qué se suelen traducir estos últimos). Portada y páginas dedicadas al incidente de la central sin espacio que conceder al mayor desastre natural ocurrido en el mundo en los últimos tiempos hasta la página ocho. Y no sin antes dedicar la página 7 a los paralelismos entre Garoña y Fukushima y el debate atómico en España. Por si no era bastante -no se vayan todavía, aún hay más- incluyendo titulares como (y cito textualmente): "El debate en España es ideológico porque hay exceso de potencia eléctrica".

          ¿Cómo se puede decir que el debate atómico en un país con una dependencia energética por encima del 80% es ideológico? Apoyan su afirmación en el hecho de que España exporta electricidad a Portugal o Marruecos, como si lo hiciésemos porque a nosotros nos sobra. Como una señora que tiene una gallina que pone dos huevos mientras en su casa se consumen seis, que opta por vender los dos huevos en el mercado y comprarse la media docena que necesita en el súper. O bien R. M. (iniciales que firman el artículo) es un cenutrio que no solo no entiende que la señora tiene un déficit de cuatro huevos sino que se cree incluso que le sobran dos, o bien lo que resulta ideológico en verdad es todo su artículo, incluso su periódico; que pretende aprovechar una desgracia que se ha llevado por delante miles de vidas para "demostrar" que ZP y sus amigos pseudo-ecologístas tenían razón cuando querían cerrar Garoña.

          Ahora bien, ellos sabrán lo que hacen sacando Garoña a colación. Que como Fukushima finalmente no reviente, entre los que se oponían en su día al cierre de Garoña también hay un montón de desaprensivos dispuestos a soltar el "te lo dije"; y con la que están liando, ni siquiera podrán considerar absurdo comparar un caso con el otro como respuesta. Y, como reventar reviente, al menos para mí lo que pase con Garoña será lo de menos...

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jueves, 10 de marzo de 2011

Horarios conciliadores

          Esta semana hemos celebrado el día de la mujer trabajadora, y menos mal que solo ha durado 24 horas. Que uno no está en contra de reconocerle nada a mi madre, mis hermanas, mi mujer o mi hija; pero es que lo de los "días internacionales" es para mear y no echar gota. Durante una jornada señalada en el calendario por sabe-dios-qué organismo intergaláctico nos concienciamos todos un montón sobre el Sida, los derechos humanos, la igualdad de la mujer o lo que sea que ponga en el almanaque, como si el resto de los días no resultase importante. Y así el martes no podía poner uno la televisión sin que la mocosa de turno explicase las discriminaciones constantes que sigue sufriendo a día de hoy en España (a más de una me habría gustado enviarla a los tiempos de mis abuelas, a ver si se enteraba de lo que vale un peine), o el señor super-políticamente-correcto y enrollado a más no poder rasgándose las vestiduras y reconociendo su total y absoluta inutilidad comparado con cualquier mujer o hembra de casi cualquier especie animal, exceptuando crustáceas, amebas y poco más; a éste solo le faltaba añadir dramáticamente: "A Dios pongo por testigo que lucharé con uñas y dientes para terminar con la injusticia de que la mujer cobre menos que el hombre por el mismo trabajo". Ahora bien, su sueldo no se toca, que se lo tiene ganado.

          Las celebraciones por los logros en materia de igualdad se mezclaron con las propuestas y declaraciones de intenciones para logros futuros; y mientras se supone que debíamos estar encantados por ser cada día más iguales o por ir a serlo aún más en el futuro, las mujeres de España se vieron viviendo un día más en un país que les obliga a elegir entre ser buena profesional o ser buena madre. Se vieron en la frustrante situación de tener que optar entre su carrera y su familia. Sufrieron un día más el agotamiento que produce intentar ser la chica del anuncio de tampones o barritas super-bío; esa que en 24 horas hace lo que un ser humano normal tarda en hacer 24 días; y todo ello monísima, delgadísima y sin parar de sonreír, la tía.

          Y uno no puede sino preguntarse si no nos habremos equivocado con esto de la igualdad. Porque, no nos engañemos, he consultado varios diccionarios y en ninguno de ellos se define igualdad como algo positivo en si mismo. Y puede parecer que sí lo es, cuando hasta no hace mucho incluso teníamos un ministerio dedicado a ello en exclusiva; pero no es así. Hace tiempo que equivocamos la equiparación de derechos, oportunidades y remuneraciones con la igualdad; y así es que mientras intentábamos obtener lo primero, lo que hemos conseguido es que la mujer pringue en la oficina hasta las ocho todos los días igual que sus compañeros varones. Y eso no es un derecho, eso es una putada. Y menos mal que somos poco eficientes, que si nos esforzamos un poco más con la misma conseguimos también para la mujer el cáncer de próstata.

          Y una vez que estamos aquí; nuestros dirigentes se ponen a hacer propuestas que posibiliten la conciliación de la vida familiar y la carrera profesional, como el PP, que propone ampliar los horarios escolares. Pero una vez más no entienden o simplemente ignoran el verdadero problema: a una persona que sale de casa a las ocho de la mañana y vuelve a las ocho de la tarde agotada, no le queda nada que conciliar. Y punto. No hay que darle más vueltas. No resolvemos nada convirtiendo colegios en internados o concediendo permisos especiales en las empresas para llevar al nene al médico. Y la implicación paterna es tan necesaria como positiva, pero tampoco aporta gran cosa mientras él también llegue a casa poco antes de la cena. El problema es el horario español, que si no imposibilita, sí que hace que sea muy difícil ser un buen profesional y un buen padre al mismo tiempo.

          En estos tiempos en que nuestros partidos políticos se retan a ver quién le echa más narices y propone las reformas estructurales más estructurales y reformantes, no estaría de más que cogiesen el toro por los cuernos y asumiesen de una vez por todas que nuestros horarios son insostenibles. Que nos toca adoptar un horario lógico y eficiente como el de la práctica totalidad de las democracias occidentales; donde no cambiarían salir del curro a las cinco con la jornada finiquitada por una siesta ni aunque la pudiesen dormir con Brad Pitt o Mónica Bellucci. Que, en definitiva, nuestros horarios nos convierten en el país menos productivo de nuestro entorno, aleja a los padres de sus familias y, sobre todo, hace que las mujeres sientan que las han timado con esto de la igualdad.

          Y, no es por tocar las narices, pero cambiando horarios igual ahorrábamos algo más de energía que con los 110...

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martes, 1 de marzo de 2011

El enésimo insulto

          Han vuelto a hacerlo. Y cada vez tengo menos aguante. Hasta no hace mucho me bastaba con denunciarlo; el hecho de saber que a mi no me la habían colado engrandecía mi autoestima; pero a base de tomaduras de pelo e insultos descarados a mi inteligencia, están consiguiendo que me desmorone. Me están generando complejos y hacen que me pregunte si es posible que me perciban como alguien tan redomadamente tonto sin serlo en realidad. Porque si algo está claro, es que cualquier persona en su sano juicio solo intentaría venderle lo de los límites de velocidad a alguien muy pero que muy lelo e ignorante...

          No quiero entrar en el fondo de la cuestión. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que los coches actuales apenas perciben diferencia entre rodar a 110 o a 120 kilómetros por hora en una autovía. Tampoco quiero dar una charla sobre conducción eficiente, ni seré yo quien le explique a nuestros dirigentes que desde una perspectiva de optimización rendimiento/consumo/contaminación, 110 kilómetros por hora está por debajo de la velocidad ideal de trabajo para la inmensa mayoría de los motores que funcionan en nuestras carreteras. Carezco asimismo de los datos técnicos precisos para explicar ilustradamente cómo obtendríamos una reducción de consumo mucho mayor evitando cambios de velocidad (prueben a circular cinco minutos por cualquier autovía y cuenten las veces que la señalización les obliga a frenar y acelerar). Pero, sobre todo, no me gusta perder el tiempo explicando obviedades; y tengo mejores cosas que hacer que demostrarle a Zapatero o a nadie todo esto, que la tierra es redonda, o cualquier otra cosa que ya sepa (o al menos debería saber) perfectamente. Por ello tampoco voy a preguntar porqué ahora queremos reducir el consumo cuando el enfriamiento del consumo se supone que provocó la actual crisis; que no me fijé muy bien, pero juraría que el trabajador que me llenó el depósito el jueves por la tarde no era Gadafi, y el que me cobró después tampoco era Hussein de Jordania.

          Opto, pues, por creerme a pies juntillas lo que me cuentan. Esto es, asumir sin preguntas incordiosas que limitar a 110 kilómetros por hora la velocidad máxima en autovías va a hacer que consumamos un 15% menos de gasolina y un 11% menos de gas-oil; o, según sus propias estimaciones, 18 millones menos de barriles de crudo al año. Eso sí, no sin tirar luego de calculadora: Actualmente de un barril de crudo se obtienen, entre otras cosas, 79,5 litros de gasolina y 34 de gas-oil. Multiplicados por 18 y seis ceros detrás hablamos exactamente de un montonazo muy grande de litros. En una realidad optimista en la que tanto la gasolina como el diésel estuviesen a 1,20€/litro, y en la que de este importe solo la mitad fuesen impuestos, hablaríamos de un agujero anual de 1.225.800.000€ en las arcas públicas. Lo que, traduciendo a cifras más terrenales, significaría que solo entre el 7 y el 31 de marzo nuestras administraciones dejarían de recaudar 83.958.904€ (lo que vienen a ser casi catorcemil millones de pesetas).

          Solo cabe una interpretación para estas cifras: EL GOBIERNO NO PUEDE PERMITIR QUE SE CONSUMAN 18 MILLONES DE BARRILES DE CRUDO MENOS. Y podemos soñar con que, una vez más, nuestro gobierno se haya olvidado de echar números. Sería bonito imaginar que Elena Salgado coge su calculadora, hace las multiplicaciones que hice yo esta mañana, se le cambia el color del pelo y cuando recupera el aliento llama a José Luís y nos sirven en bandeja la enésima rectificación de la legislatura. Pero me da que esta vez no va a ser así. Me da la sensación de que esta vez sí que han echado números; que saben perfectamente que la medida no va a reducir el consumo de barriles (ni sus ingresos asociados) de manera perceptible, pero que sí que va a engordar la cifra de 460 millones de euros, que es lo que se recaudó el último ejercicio en sanciones de tráfico.

          Y yo siento que insultan mi inteligencia. Y no encuentro consuelo en ninguna parte. Cuando era niño y lloraba, mi abuela me decía que me iba a dar en el culo para que llorase por algo. Ahora que soy adulto y me quejo porque me insultan, Pepiño me llama friki anarcoide. Y no crean que no le agradezco el interés, pero es que ni con esas...

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