lunes, 7 de febrero de 2011

La eterna juventud

          Crecí en una ciudad industrial del norte de España. Era apenas un crío durante los años ochenta, y vivía con normalidad las consecuencias de la reconversión industrial, convencido de que los enfrentamientos entre piquetes y policía, barricadas y calles cortadas todas las semanas formaban parte del día a día de todo prepúber español de entonces. Incluso a pesar de mi corta edad comprendía la dificultad de la situación: nuestros astilleros y nuestro carbón costaban dinero en lugar de generarlo, pero el cierre suponía poner en la calle a un montón de maridos y padres que no tenían la culpa, y eso no podía ser.

          Han pasado veintitantos años. España poco se parece al país en el que crecía entonces. Hace quince años que Felipe González dejó de vivir en la Moncloa, y recordamos la reconversión industrial de los ochenta precisamente como eso: una reconversión industrial que tuvo lugar en los años ochenta. Sin embargo seguimos a día de hoy con problemas con el sector del carbón; continúan las movilizaciones, las negociaciones y los enfrentamientos. Uno ve las fotos en los periódicos o las imágenes en los telediarios y no puede evitar una cierta sensación de déjà vu. Y no deja de resultar curioso, porque por cambiar han cambiado hasta los ojos del que lo ve; hay que fijarse muchísimo para encontrar algún paralelismo que justifique el sentimiento de regresión al pasado. Hasta que lo encuentra y entonces lo comprende sin problema: ¡¡los manifestantes tienen hoy la misma edad que tenían entonces!!

          Y soy perfectamente consciente de que esto parece el guión de una superproducción de Hollywood. El pozo María Luisa ocultaría en sus entrañas la fuente de la eterna juventud, y las caras de los que hoy se manifiestan podrían encontrarse en los grabados de los primeros mineros del siglo XIX; o tal vez los mineros se convirtiesen en murciélagos durante la noche y aterrorizasen a las mozas del Bierzo. Pero es que la realidad, sin ser tan fantástica, con un poquito de sal y pimienta también daría para una buena película.

          ¿Porqué unos tipos que tienen mi edad o menos defienden hoy sus puestos de trabajo en las minas? ¿Porqué nadie les explicó antes de empezar a trabajar allí lo que yo sabía cuando apenas era un chaval? ¿Cómo es posible que empresas que perdían dinero ya en los años ochenta hayan renovado una plantilla que ya sobraba entonces? ¿A quién le interesaba que no se redujese el número de mineros?

          Ya de niño entendía que no se podía poner a tanta gente en la calle de un plumazo, pero lo que nunca imaginé es que se les fuese a sustituir cuando se jubilasen, y es la explicación a esta paradoja lo que bien condimentado da para un peliculón: el poder de los sindicatos reside en poder paralizar sectores estratégicos de nuestra economía. Así es que representando tan solo a un trece por ciento de los trabajadores españoles, los gobiernos se ven obligados a escuchar y pactar con UGT y CC.OO. Sin embargo, paralizar el sector del carbón sería algo a agradecer por todos, entre otras cosas porque así el gobierno no estaría obligado a forzar a las compañías energéticas a quemar carbón nacional (más caro y de peor calidad que el extranjero); y así es que a los sindicatos no les interesan los mineros como unos trabajadores dispuestos a ir al paro cuando se les indique, sino como individuos dispuestos a movilizarse cuando convenga a los sindicatos. Dicho en otras palabras mucho más llanas y comprensibles para todos: los mineros son un ejército a las órdenes de CC.OO. y UGT., y por eso es que se empeñan con uñas y dientes en que, a pesar de resultar enormemente deficitario, el carbón nunca deje de ser un sector estratégico de nuestra economía.

          Y así es como llevamos 16.000 millones de euros destinados al carbón en quince años, y así es como sumaremos 700 millones a esta cifra en los próximos dos años vinculados al "mantenimiento del empleo". Y así es como seguirán subiendo nuestros recibos de la luz. Todo para que los "amigos de los trabajadores" puedan hacerse fotos en la Moncloa. Para que a Méndez y a Toxo se les deba tener en cuenta no como los representantes de los trabajadores, sino como los que tienen a sus órdenes a un montón de jóvenes cabreados dispuestos a cortar carreteras y enfrentarse con quien sea.

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