Mañana se cumplen 30 años del 23-F (no creo que a nadie le haya pasado desapercibido con semejante bombardeo mediático) y, una vez más, nos equivocamos al juzgar los acontecimientos. Tal vez uno podría pensar hace tiempo que España necesitaba años para poder analizar los hechos con perspectiva; pero ahora que ya son tres décadas las que nos separan de aquella fecha, empieza a tocar asumir que jamás vamos a hacerlo. Seguirán pasando los años y nosotros seguiremos atribuyendo el mérito a los mismos héroes, olvidando a los que verdaderamente abortaron el golpe.
Y no seré yo quien quite méritos al papel del Rey Don Juan Carlos en la resolución de la situación; no en vano afirmo hace mucho tiempo que España no es monárquica sino juancarlista, en parte importante por su actuación esa tarde-noche. Menos aún dejaré de quitarme el sombrero ante la valentía de Suárez, Gutiérrez Mellado o el propio Carrillo (aunque estoy con Rguez. Ibarra en alegrarme de que sólo fuesen tres); ni de admirar la serenidad y firmeza de Sabino Fernández Campo. Ahora bien, si a algo se debió el fracaso del golpe de estado del 23 de febrero de 1981, fue a la falta de narices (Pérez Reverte diría huevos o cojones, pero servidor aún no está a la altura) del españolito de a pie.
Seguro que más de uno al escuchar semejante afirmación emula al Chiquito y suelta lo de "¿comorl?", pero basta con dedicar unos minutos a repasar el plan de Armada, o de Milans del Bosch o de quien fuese en verdad para caer en ello: no creo descubrir la pólvora al escribir que Tejero era poco más que un títere en todo el fregado; un pseudo-demente con la motivación y la falta de cordura suficiente como para entrar en el congreso a tiros en plan western. Lo que resulta obvio es que el que ideó la trama contaba con que los españoles no iban a permitir que su recién estrenada democracia se fuese al traste por ningún chalado con tricornio y apenas doscientos tipos a sus órdenes; que se echarían a la calle a liar una buena zapatiesta, tal y como estos días han hecho tunecinos, egipcios o libios entre otros. Con Tejero pegando tiros en el congreso y el caos en las calles, estaría más que justificada la intervención de un ejército salvador que devolviese la normalidad al país que, eternamente agradecido, aplaudiría la consiguiente instauración de un gobierno de salvación encabezado por los militares. Pero, amigo, los españoles nos quedamos sentaditos en nuestras casas, y eso sí que no se lo esperaban. Seguramente desde su perspectiva los españoles habíamos permitido cuarenta años de régimen porque estábamos encantados con el caudillo, y así fue que ni siquiera lo vieron venir, y la única intervención militar que tuvo lugar esa noche fue la pasada de frenada de Milans en Valencia.
Supongo que los que idearon el golpe, si es que siguen vivos, se preguntarán igual que yo cuándo dejó España de ser la España que echó a los franceses de la península a mordiscos y patadas en el culo. Investigarán en las bibliotecas intentando averiguar en qué momento nos convertimos en un pueblo tan conformista, apocado y, sobre todo, sin agallas. Porque, no nos equivoquemos, no tenemos problemas en echarnos a la calle a mostrar nuestra indignación sobre cosas que ya no pueden arreglarse, o para exigir que se aplique justicia a tiranos que viven lejos o a gritarle al mundo que nunca mais dejaremos que encalle un petrolero en nuestras costas; pero lo de enfrentarnos a cara perro con el que nos aflige un daño ya no va con nosotros. Ante cualquiera que nos pueda responder, nos ponemos mirando a Cuenca y tan contentos. Y ya puede ser un descerebrado con tricornio o una clase política mentirosa y corrupta que lo mismo declara un estado de alarma que permite a unos terroristas presentarse a las elecciones; mientras nos los podamos encontrar en el portal, optamos por quedarnos sentaditos en casa; y solo saldremos para acercarnos ordenaditamente y sin hacer ruido a las oficinas del INEM.
Así es que cada año por estas fechas me uno a la celebración. Me alegro de corazón de que nuestra democracia no se viese interrumpida en el 81. Hay ocasiones en las que los defectos se convierten en virtud, y cuando ocurre es de cenutrios no felicitarse por ello. Ahora bien, tampoco es como para estar orgullosos. Y toda esta gente que se dedica a preguntar a diestro y siniestro dónde estabas tú para que a su vez les preguntes y poder contarte su experiencia personal del 23-F, sencillamente me espanta. Me repugna porque sé a ciencia cierta que estaban donde yo: sentaditos frente a la tele esperando a ver quién nos sacaba de esta. Y aunque ellos se molan mucho, a mi me produce vergüenza.
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martes, 22 de febrero de 2011
jueves, 10 de febrero de 2011
Haciendo maletas
Sonaba demasiado bonito para ser verdad. Nuestro presidente prohibía a las comunidades autónomas endeudarse de un plumazo y todos tan tranquilos. Angela Merkel encantada con lo bien que nos atamos los machos cuando las circunstancias lo requieren, y todos tan contentos. Incluso pudo Zapatero empezar la semana a la ofensiva, preguntando qué habría pasado de surgir Sortu con Aznar de presidente o ironizando sobre si el PP culpa al PSOE incluso del Katrina; cuando sabido es por todos que el Katrina lo montó George Bush, tal y como Rajoy organizó el golpe de estado que acabó con la segunda república. Habíamos aprobado el examen de la UE y ya podíamos volver a dedicarnos a lo nuestro. Y tal vez algún iluso aún se piense que "lo nuestro" es resolver la crisis o el paro, pero no nos equivoquemos: lo nuestro son las encuestas. Lo que hay que resolver son esos puntos de ventaja que inexplicablemente llevan los populares en los sondeos.
Pero por enésima vez en lo que va de legislatura vino la realidad a poner las cosas en su sitio. Y he de reconocer que siento incluso cierta lástima de Zapatero viendo lo implacables que están siendo la realidad y la lógica con él, su discurso y sus intenciones; pero la matemática elemental no tiene mi buen fondo y le espetó al bueno de José Luís una vez más la preguntita de la que empieza a estar hartito el pobre: ¿en qué demonios estabas pensando?
Que una cosa es asumir que hay que resolver el problema de endeudamiento de nuestras autonomías, y otra muy diferente vedarles el acceso al crédito sin excepción y sin previo aviso. ¿Acaso no ha sido la imposibilidad de acceso al crédito una de las razones fundamentales por las que hemos perdido 150.000 empresas en los últimos dos años? Es que si ahora de repente entendemos que nuestro sistema sobrevive a la perfección sin crédito, ¿a cuento de qué vinieron los planes de rescate a nuestro sistema financiero? ¿no se supone que inyectábamos ese pastón de liquidez a la banca para que esta a su vez nos pudiese dar los préstamos que necesitábamos para salir del bache?
Bien es verdad que nuestra clase política jamás ha gestionado nuestras administraciones como si de empresas sometidas al mercado real se tratase (y así les luce el pelo, por cierto); y no seré yo quien obvie ahora las enormes diferencias que se dan entre cualquier empresa y la administración de recursos públicos; pero de ahí a creer que lo segundo se puede hacer sin lo que para las primeras es como el aire que respiramos, hay un trecho que no estoy dispuesto a cruzar ni aunque me lo atiborren de brotes verdes.
Hay que resolver el problema del endeudamiento de nuestras autonomías, claro está. Hay que tomar medidas de todos los colores y sabores para reducir el déficit de la manera más drástica e inmediata posible. Hay que establecer todas las normas, leyes y decretos que hagan falta para evitar que una situación como la actual pueda repetirse en el futuro. Ahora bien, un cierre del grifo del crédito sin excepción ni previo aviso es justamente lo que se ha llevado por delante nuestro tejido empresarial y los más de dos millones de empleos que hemos perdido en los últimos años; y es un golpe que ninguna de nuestras autonomías está en condiciones de encajar.
Por eso presumo que a Artur Mas le bastaron un par de minutos. No estaba allí para verlo, pero supongo que le habrá dicho algo como: "o me endeudo, o echo el cierre". Y, claro, cuando el cierre se le echa al bar de la esquina, al taller del barrio o a la mercería de la calle de atrás, pues vivimos con ello, pero a ver con cuántas patatas nos intentamos comer el cierre de la generalitat, con todas sus administraciones, centros educativos y hospitales, entre otros.
Ahora Zapatero ya ha rectificado. Y el mundo nos mira perplejo. Todos habían asumido que tras la decisión de impedir el endeudamiento había un plan, o una fórmula, o unas cuentas o algo. Lo que nadie en todo el mundo había llegado a imaginar es que España pudiese tomar una decisión así simplemente porque ni al presidente ni a nadie en el ministerio de economía se les hubiesen pasado por la cabeza las consecuencias.
Y ahora en Moncloa toca preguntarse porqué los mercados no confían en nosotros. Y porqué siguen cerrando empresas. Y porqué se siguen yendo personas a la calle. Y lo mismo el mes que viene. Hasta que en junio toque preguntarse porqué nos rescata la Unión Europea, si es que no toca preguntarse porqué no nos quieren en el Euro o porqué nos lo hemos llevado por delante. Todo eso es lo que toca preguntarse; pero por desgracia en Moncloa sólo se hacen una pregunta: ¿Porqué narices seguimos por detrás en las encuestas?
Visto lo visto, yo me pregunto lo mío: ¿a qué leches estoy esperando para quitarme de en medio? No sé vosotros, pero yo voy haciendo las maletas...
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Que una cosa es asumir que hay que resolver el problema de endeudamiento de nuestras autonomías, y otra muy diferente vedarles el acceso al crédito sin excepción y sin previo aviso. ¿Acaso no ha sido la imposibilidad de acceso al crédito una de las razones fundamentales por las que hemos perdido 150.000 empresas en los últimos dos años? Es que si ahora de repente entendemos que nuestro sistema sobrevive a la perfección sin crédito, ¿a cuento de qué vinieron los planes de rescate a nuestro sistema financiero? ¿no se supone que inyectábamos ese pastón de liquidez a la banca para que esta a su vez nos pudiese dar los préstamos que necesitábamos para salir del bache?
Bien es verdad que nuestra clase política jamás ha gestionado nuestras administraciones como si de empresas sometidas al mercado real se tratase (y así les luce el pelo, por cierto); y no seré yo quien obvie ahora las enormes diferencias que se dan entre cualquier empresa y la administración de recursos públicos; pero de ahí a creer que lo segundo se puede hacer sin lo que para las primeras es como el aire que respiramos, hay un trecho que no estoy dispuesto a cruzar ni aunque me lo atiborren de brotes verdes.
Hay que resolver el problema del endeudamiento de nuestras autonomías, claro está. Hay que tomar medidas de todos los colores y sabores para reducir el déficit de la manera más drástica e inmediata posible. Hay que establecer todas las normas, leyes y decretos que hagan falta para evitar que una situación como la actual pueda repetirse en el futuro. Ahora bien, un cierre del grifo del crédito sin excepción ni previo aviso es justamente lo que se ha llevado por delante nuestro tejido empresarial y los más de dos millones de empleos que hemos perdido en los últimos años; y es un golpe que ninguna de nuestras autonomías está en condiciones de encajar.
Por eso presumo que a Artur Mas le bastaron un par de minutos. No estaba allí para verlo, pero supongo que le habrá dicho algo como: "o me endeudo, o echo el cierre". Y, claro, cuando el cierre se le echa al bar de la esquina, al taller del barrio o a la mercería de la calle de atrás, pues vivimos con ello, pero a ver con cuántas patatas nos intentamos comer el cierre de la generalitat, con todas sus administraciones, centros educativos y hospitales, entre otros.
Ahora Zapatero ya ha rectificado. Y el mundo nos mira perplejo. Todos habían asumido que tras la decisión de impedir el endeudamiento había un plan, o una fórmula, o unas cuentas o algo. Lo que nadie en todo el mundo había llegado a imaginar es que España pudiese tomar una decisión así simplemente porque ni al presidente ni a nadie en el ministerio de economía se les hubiesen pasado por la cabeza las consecuencias.
Y ahora en Moncloa toca preguntarse porqué los mercados no confían en nosotros. Y porqué siguen cerrando empresas. Y porqué se siguen yendo personas a la calle. Y lo mismo el mes que viene. Hasta que en junio toque preguntarse porqué nos rescata la Unión Europea, si es que no toca preguntarse porqué no nos quieren en el Euro o porqué nos lo hemos llevado por delante. Todo eso es lo que toca preguntarse; pero por desgracia en Moncloa sólo se hacen una pregunta: ¿Porqué narices seguimos por detrás en las encuestas?
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lunes, 7 de febrero de 2011
La eterna juventud
Crecí en una ciudad industrial del norte de España. Era apenas un crío durante los años ochenta, y vivía con normalidad las consecuencias de la reconversión industrial, convencido de que los enfrentamientos entre piquetes y policía, barricadas y calles cortadas todas las semanas formaban parte del día a día de todo prepúber español de entonces. Incluso a pesar de mi corta edad comprendía la dificultad de la situación: nuestros astilleros y nuestro carbón costaban dinero en lugar de generarlo, pero el cierre suponía poner en la calle a un montón de maridos y padres que no tenían la culpa, y eso no podía ser.
Han pasado veintitantos años. España poco se parece al país en el que crecía entonces. Hace quince años que Felipe González dejó de vivir en la Moncloa, y recordamos la reconversión industrial de los ochenta precisamente como eso: una reconversión industrial que tuvo lugar en los años ochenta. Sin embargo seguimos a día de hoy con problemas con el sector del carbón; continúan las movilizaciones, las negociaciones y los enfrentamientos. Uno ve las fotos en los periódicos o las imágenes en los telediarios y no puede evitar una cierta sensación de déjà vu. Y no deja de resultar curioso, porque por cambiar han cambiado hasta los ojos del que lo ve; hay que fijarse muchísimo para encontrar algún paralelismo que justifique el sentimiento de regresión al pasado. Hasta que lo encuentra y entonces lo comprende sin problema: ¡¡los manifestantes tienen hoy la misma edad que tenían entonces!!
Y soy perfectamente consciente de que esto parece el guión de una superproducción de Hollywood. El pozo María Luisa ocultaría en sus entrañas la fuente de la eterna juventud, y las caras de los que hoy se manifiestan podrían encontrarse en los grabados de los primeros mineros del siglo XIX; o tal vez los mineros se convirtiesen en murciélagos durante la noche y aterrorizasen a las mozas del Bierzo. Pero es que la realidad, sin ser tan fantástica, con un poquito de sal y pimienta también daría para una buena película.
¿Porqué unos tipos que tienen mi edad o menos defienden hoy sus puestos de trabajo en las minas? ¿Porqué nadie les explicó antes de empezar a trabajar allí lo que yo sabía cuando apenas era un chaval? ¿Cómo es posible que empresas que perdían dinero ya en los años ochenta hayan renovado una plantilla que ya sobraba entonces? ¿A quién le interesaba que no se redujese el número de mineros?
Ya de niño entendía que no se podía poner a tanta gente en la calle de un plumazo, pero lo que nunca imaginé es que se les fuese a sustituir cuando se jubilasen, y es la explicación a esta paradoja lo que bien condimentado da para un peliculón: el poder de los sindicatos reside en poder paralizar sectores estratégicos de nuestra economía. Así es que representando tan solo a un trece por ciento de los trabajadores españoles, los gobiernos se ven obligados a escuchar y pactar con UGT y CC.OO. Sin embargo, paralizar el sector del carbón sería algo a agradecer por todos, entre otras cosas porque así el gobierno no estaría obligado a forzar a las compañías energéticas a quemar carbón nacional (más caro y de peor calidad que el extranjero); y así es que a los sindicatos no les interesan los mineros como unos trabajadores dispuestos a ir al paro cuando se les indique, sino como individuos dispuestos a movilizarse cuando convenga a los sindicatos. Dicho en otras palabras mucho más llanas y comprensibles para todos: los mineros son un ejército a las órdenes de CC.OO. y UGT., y por eso es que se empeñan con uñas y dientes en que, a pesar de resultar enormemente deficitario, el carbón nunca deje de ser un sector estratégico de nuestra economía.
Y así es como llevamos 16.000 millones de euros destinados al carbón en quince años, y así es como sumaremos 700 millones a esta cifra en los próximos dos años vinculados al "mantenimiento del empleo". Y así es como seguirán subiendo nuestros recibos de la luz. Todo para que los "amigos de los trabajadores" puedan hacerse fotos en la Moncloa. Para que a Méndez y a Toxo se les deba tener en cuenta no como los representantes de los trabajadores, sino como los que tienen a sus órdenes a un montón de jóvenes cabreados dispuestos a cortar carreteras y enfrentarse con quien sea.
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Y soy perfectamente consciente de que esto parece el guión de una superproducción de Hollywood. El pozo María Luisa ocultaría en sus entrañas la fuente de la eterna juventud, y las caras de los que hoy se manifiestan podrían encontrarse en los grabados de los primeros mineros del siglo XIX; o tal vez los mineros se convirtiesen en murciélagos durante la noche y aterrorizasen a las mozas del Bierzo. Pero es que la realidad, sin ser tan fantástica, con un poquito de sal y pimienta también daría para una buena película.
¿Porqué unos tipos que tienen mi edad o menos defienden hoy sus puestos de trabajo en las minas? ¿Porqué nadie les explicó antes de empezar a trabajar allí lo que yo sabía cuando apenas era un chaval? ¿Cómo es posible que empresas que perdían dinero ya en los años ochenta hayan renovado una plantilla que ya sobraba entonces? ¿A quién le interesaba que no se redujese el número de mineros?
Ya de niño entendía que no se podía poner a tanta gente en la calle de un plumazo, pero lo que nunca imaginé es que se les fuese a sustituir cuando se jubilasen, y es la explicación a esta paradoja lo que bien condimentado da para un peliculón: el poder de los sindicatos reside en poder paralizar sectores estratégicos de nuestra economía. Así es que representando tan solo a un trece por ciento de los trabajadores españoles, los gobiernos se ven obligados a escuchar y pactar con UGT y CC.OO. Sin embargo, paralizar el sector del carbón sería algo a agradecer por todos, entre otras cosas porque así el gobierno no estaría obligado a forzar a las compañías energéticas a quemar carbón nacional (más caro y de peor calidad que el extranjero); y así es que a los sindicatos no les interesan los mineros como unos trabajadores dispuestos a ir al paro cuando se les indique, sino como individuos dispuestos a movilizarse cuando convenga a los sindicatos. Dicho en otras palabras mucho más llanas y comprensibles para todos: los mineros son un ejército a las órdenes de CC.OO. y UGT., y por eso es que se empeñan con uñas y dientes en que, a pesar de resultar enormemente deficitario, el carbón nunca deje de ser un sector estratégico de nuestra economía.
Y así es como llevamos 16.000 millones de euros destinados al carbón en quince años, y así es como sumaremos 700 millones a esta cifra en los próximos dos años vinculados al "mantenimiento del empleo". Y así es como seguirán subiendo nuestros recibos de la luz. Todo para que los "amigos de los trabajadores" puedan hacerse fotos en la Moncloa. Para que a Méndez y a Toxo se les deba tener en cuenta no como los representantes de los trabajadores, sino como los que tienen a sus órdenes a un montón de jóvenes cabreados dispuestos a cortar carreteras y enfrentarse con quien sea.
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jueves, 3 de febrero de 2011
El agujero catalán
Se veía venir. No quiero ahora ser el típico listo que a toro pasado conocía a la perfección los acontecimientos futuros, el chulo que con gesto de circunstancias te pregunta de qué te sorprendes para que te sientas ignorante y él se sienta estupendamente por contraste y comparación, pero esta vez hay que reconocer que se veía venir.
Parecía lógico pensar que al levantar la alfombra en la generalitat se iban a encontrar unos cuantos cadáveres. Y no tiene nada que ver con el tripartito, Montilla o las particularidades del gobierno catalán. Si algo viene quedando claro a medida que avanzamos en esta crisis, es que la primera medida que tomaron en su momento TODAS las administraciones del mundo fue organizar cursillos intensivos de maquillaje financiero para sus máximos responsables económicos; y solo así se explica lo acontecido en Grecia, Irlanda o Portugal; o lo que vemos estos días en Cataluña (escribiré Catalunya cuando haga una entrada en catalán, al igual que escribiré London cuando haga una entrada en inglés; mientras escriba en castellano, Cataluña la escribo con ñ y la capital de Inglaterra es Londres. Y no es un desprecio, es el mejor cumplido que se puede hacer a la lengua catalana).
Pero como decir "lo sabía" hablando del pasado no deja de ser una ordinariez; hablemos un poco del futuro. En particular de las elecciones autonómicas y locales del próximo 22 de mayo. No esperemos a junio para volver a decir "se veía venir"; el momento es hoy. Nada hace prever que lo que le ocurrió en su momento a Cameron y que le ocurre ahora a Mas, no le vaya a suceder a cualquier presidente autonómico o alcalde que estrene cargo en mayo. Y si resulta que encontramos esqueletos en los armarios del ayuntamiento de Gijón o en la Presidencia de Murcia; podremos asumir los agujeros con mayor o menor esfuerzo pero, ahora bien, como los agujeros los encontremos en administraciones más grandes, a lo mejor nos superan.
Publica esta semana el Financial Times que el agujero catalán puede hacer muchísimo daño a nuestra economía y, por consiguiente, a la zona euro. Tenemos que entender que el agujero estaba ahí antes, y que ya dañaba a nuestra economía, pero Mas no podía asumir el gobierno sin hacerlo público; y una vez conocido el agujero es doblemente dañino para todos, porque ya no solo afecta a las cuentas, sino también a nuestra imagen y credibilidad. Siendo una posibilidad poco probable que haya un cambio de gobierno (y el consiguiente alzamiento de alfombras) en Madrid, nos toca ahora a todos mirar hacia las otras comunidades españolas demasiado grandes para ser salvadas.
Crucemos los dedos y esperemos pues que el PSOE no pierda Extremadura y Castilla la Mancha. Nada parece indicar que estas vayan a ser las únicas administraciones que no se hayan endeudado por encima de sus posibilidades, y hacer público un agujero proporcional a su tamaño y población no es que no lo pueda asumir España, es que no lo puede asumir el euro. Y ojalá no tenga que decirle a nadie en junio "lo sabía".
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Parecía lógico pensar que al levantar la alfombra en la generalitat se iban a encontrar unos cuantos cadáveres. Y no tiene nada que ver con el tripartito, Montilla o las particularidades del gobierno catalán. Si algo viene quedando claro a medida que avanzamos en esta crisis, es que la primera medida que tomaron en su momento TODAS las administraciones del mundo fue organizar cursillos intensivos de maquillaje financiero para sus máximos responsables económicos; y solo así se explica lo acontecido en Grecia, Irlanda o Portugal; o lo que vemos estos días en Cataluña (escribiré Catalunya cuando haga una entrada en catalán, al igual que escribiré London cuando haga una entrada en inglés; mientras escriba en castellano, Cataluña la escribo con ñ y la capital de Inglaterra es Londres. Y no es un desprecio, es el mejor cumplido que se puede hacer a la lengua catalana).
Pero como decir "lo sabía" hablando del pasado no deja de ser una ordinariez; hablemos un poco del futuro. En particular de las elecciones autonómicas y locales del próximo 22 de mayo. No esperemos a junio para volver a decir "se veía venir"; el momento es hoy. Nada hace prever que lo que le ocurrió en su momento a Cameron y que le ocurre ahora a Mas, no le vaya a suceder a cualquier presidente autonómico o alcalde que estrene cargo en mayo. Y si resulta que encontramos esqueletos en los armarios del ayuntamiento de Gijón o en la Presidencia de Murcia; podremos asumir los agujeros con mayor o menor esfuerzo pero, ahora bien, como los agujeros los encontremos en administraciones más grandes, a lo mejor nos superan.
Publica esta semana el Financial Times que el agujero catalán puede hacer muchísimo daño a nuestra economía y, por consiguiente, a la zona euro. Tenemos que entender que el agujero estaba ahí antes, y que ya dañaba a nuestra economía, pero Mas no podía asumir el gobierno sin hacerlo público; y una vez conocido el agujero es doblemente dañino para todos, porque ya no solo afecta a las cuentas, sino también a nuestra imagen y credibilidad. Siendo una posibilidad poco probable que haya un cambio de gobierno (y el consiguiente alzamiento de alfombras) en Madrid, nos toca ahora a todos mirar hacia las otras comunidades españolas demasiado grandes para ser salvadas.
Crucemos los dedos y esperemos pues que el PSOE no pierda Extremadura y Castilla la Mancha. Nada parece indicar que estas vayan a ser las únicas administraciones que no se hayan endeudado por encima de sus posibilidades, y hacer público un agujero proporcional a su tamaño y población no es que no lo pueda asumir España, es que no lo puede asumir el euro. Y ojalá no tenga que decirle a nadie en junio "lo sabía".
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martes, 1 de febrero de 2011
¿Porqué no votarán los extranjeros?
Esta mañana publica un diario nacional que solo un 13% de los inmigrantes no comunitarios se han inscrito en el censo para participar en las elecciones del próximo 22 de mayo. Lo primero que me vino a la cabeza al leerlo, supongo que al igual que a muchos de ustedes, fue el desarraigo de estos colectivos con respecto a nuestro país; la falta de implicación personal en el devenir de una nación en la que se encuentran de paso o de manera transitoria. Estaba a punto de pasar la página sin darle más vueltas cuando vinieron a mi cabeza nombres de amigos extranjeros que aman a España y que querrían ver crecer aquí a sus hijos.
Solo entonces comprendí que a lo mejor había algo más. Hice un sencillo ejercicio de ponerme en el lugar de un "venido de fuera", y rápidamente se me ocurrieron otros motivos que tal vez expliquen mejor la noticia.
Como me ha tocado viajar lo mío, entiendo lo que supone integrarse en una cultura nueva; y presumo la sorpresa que les supuso a todos los recién llegados no haber terminado de deshacer las maletas sin sentirse obligados a decantarse por el Madrid o el Barça. Ahora bien, lo que no alcanzo a imaginar es cómo se les habrá quedado el cuerpo cuando, poco tiempo después, se les obligaba a tomar la misma decisión entre PP y PSOE.
Porque, no nos engañemos, en España no importan las ideologías. Nos movemos políticamente por partidismos. Y cuando decimos que Juan es socialista y del Real Madrid, decimos en verdad que a Juan le importa un pito quién juegue en el Real Madrid, quién sea el entrenador, quién presida el club o quiénes llenen las gradas del Bernabéu; su compromiso supera todas esas necedades terrenales. Y lo mismo con el socialismo; le importa medio bledo quién encabece el PSOE, el programa que defienda, las políticas que aplique o los valores que represente. Su universo político se reduce a votar al PSOE o no votar; y por si fuera poca limitación, tachará de chaquetero y retirará la palabra a todo ser humano carente de compromiso espiritual que se plantee votar a dos partidos políticos diferentes a lo largo de su vida. Y, ojo, que tres cuartos de lo mismo se aplica a Jorge, que es pepero y culé, no me vayan a tachar de parcial.
Por si fuera poco, estos matrimonios inquebrantables no surgen de unos principios ideológicos fundamentales o nada parecido, sino que en la mayoría de los casos surgen de la interpretación que en la familia de cada uno se ha dado a la segunda república, la guerra civil de 1936 y la posterior dictadura. Si, a mayores, asumimos que la inmensa mayoría de estos inmigrantes no habían nacido en aquellas fechas y que, por si eso fuera poco, a los partidos y sus seguidores se les adjudican papeles en la contienda que no se corresponden con lo que dice en los libros de historia; no sorprende tanto que les cueste decidirse.
Pero no hace falta tampoco conocer nuestra idiosincrasia para que un extranjero no se sienta motivado para votar. Cualquiera que quisiera hacerlo empezaría por leer los distintos programas pero ¿para qué leer programas si nadie a su alrededor los lee? Y no sólo eso ¿para qué hacerlo si el partido en el gobierno hace justamente lo contrario a lo estipulado en su programa y aquí no pasa nada? ¿A quién voy a votar si los supuestos socialistas recortan los derechos sociales mientras los supuestos neoliberales los defienden a capa y espada? ¿Porqué voy a votar a otro partido si los españoles creen en un fantasma llamado 'voto útil'?
A cualquier persona con dos dedos de frente solo le quedaría la opción del voto en blanco pero, claro, los inmigrantes de bien son excesivamente educados y correctos como para echar semejante corte de manga a la clase política del país que les ha acogido. Por no mencionar los trámites burocráticos por los que se les hace pasar. Que una cosa es entregar un voto a una opción que ilusiona y transmite esperanza y otra muy diferente poner un papel en una urna. Para lo segundo, que no esperen que acuda más del 13 por ciento.
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Como me ha tocado viajar lo mío, entiendo lo que supone integrarse en una cultura nueva; y presumo la sorpresa que les supuso a todos los recién llegados no haber terminado de deshacer las maletas sin sentirse obligados a decantarse por el Madrid o el Barça. Ahora bien, lo que no alcanzo a imaginar es cómo se les habrá quedado el cuerpo cuando, poco tiempo después, se les obligaba a tomar la misma decisión entre PP y PSOE.
Porque, no nos engañemos, en España no importan las ideologías. Nos movemos políticamente por partidismos. Y cuando decimos que Juan es socialista y del Real Madrid, decimos en verdad que a Juan le importa un pito quién juegue en el Real Madrid, quién sea el entrenador, quién presida el club o quiénes llenen las gradas del Bernabéu; su compromiso supera todas esas necedades terrenales. Y lo mismo con el socialismo; le importa medio bledo quién encabece el PSOE, el programa que defienda, las políticas que aplique o los valores que represente. Su universo político se reduce a votar al PSOE o no votar; y por si fuera poca limitación, tachará de chaquetero y retirará la palabra a todo ser humano carente de compromiso espiritual que se plantee votar a dos partidos políticos diferentes a lo largo de su vida. Y, ojo, que tres cuartos de lo mismo se aplica a Jorge, que es pepero y culé, no me vayan a tachar de parcial.
Por si fuera poco, estos matrimonios inquebrantables no surgen de unos principios ideológicos fundamentales o nada parecido, sino que en la mayoría de los casos surgen de la interpretación que en la familia de cada uno se ha dado a la segunda república, la guerra civil de 1936 y la posterior dictadura. Si, a mayores, asumimos que la inmensa mayoría de estos inmigrantes no habían nacido en aquellas fechas y que, por si eso fuera poco, a los partidos y sus seguidores se les adjudican papeles en la contienda que no se corresponden con lo que dice en los libros de historia; no sorprende tanto que les cueste decidirse.
Pero no hace falta tampoco conocer nuestra idiosincrasia para que un extranjero no se sienta motivado para votar. Cualquiera que quisiera hacerlo empezaría por leer los distintos programas pero ¿para qué leer programas si nadie a su alrededor los lee? Y no sólo eso ¿para qué hacerlo si el partido en el gobierno hace justamente lo contrario a lo estipulado en su programa y aquí no pasa nada? ¿A quién voy a votar si los supuestos socialistas recortan los derechos sociales mientras los supuestos neoliberales los defienden a capa y espada? ¿Porqué voy a votar a otro partido si los españoles creen en un fantasma llamado 'voto útil'?
A cualquier persona con dos dedos de frente solo le quedaría la opción del voto en blanco pero, claro, los inmigrantes de bien son excesivamente educados y correctos como para echar semejante corte de manga a la clase política del país que les ha acogido. Por no mencionar los trámites burocráticos por los que se les hace pasar. Que una cosa es entregar un voto a una opción que ilusiona y transmite esperanza y otra muy diferente poner un papel en una urna. Para lo segundo, que no esperen que acuda más del 13 por ciento.
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