viernes, 29 de junio de 2018

La muerte de la nueva política

(Publicado en La Razón el 27/06/2018)

https://www.larazon.es/blogs/politica/sin-consenso/la-muerte-de-la-nueva-politica-MF18845283

          Al final resultó que el rey iba desnudo... Y mira que algunos lo advertían a todo el que quisiera escucharles. Detrás de la nueva política no hay más que humo, decían. Pero aquí siempre hemos sido más de hablar que de escuchar; y así es que la muerte de la nueva política pilló desprevenidos a muchos. Otros, por su parte, ni siquiera se han enterado aún de que se ha muerto. Todavía no han entendido que la moción de censura ha apuntalado al bipartidismo y ha sumido a los partidos de la nueva política en la irrelevancia de la que nacieron hace cuatro días. Tanto decir que la nueva política había llegado para quedarse, que las cosas habían cambiado para siempre, y bastaron unas horas para dar al traste con cualquier aspiración de gobierno que pudiesen tener o conservar...

          Pues los hay que aún a día de hoy les cuesta encajarlo. Que la moción de censura se presentó contra Ciudadanos y no contra el PP es algo que se va comprendiendo y asumiendo de forma prácticamente generalizada (que algunos prefieran comulgar con ruedas de molino antes que admitir tal cosa es harina de otro costal). Al gobierno de Mariano Rajoy se lo había cargado la sentencia que condenaba al propio Partido Popular por corrupción. De algo así no había recuperación posible, y las encuestas decían que si se disolvía el gobierno y se convocaban elecciones ganaba Ciudadanos. Y vale que ciertas encuestas tienen la credibilidad de un billete de siete euros, pero sí que parecía obvio que unas elecciones resultarían en una nueva legislatura con gobierno entre Ciudadanos y PP. Y todos los partidos que se habían marcado el objetivo de desalojar a los fachas austericidas del gobierno en 2020, se iban a tener que esperar como mínimo hasta 2022. Que se disolviese el gobierno y los votantes eligiesen uno nuevo en las urnas solo interesaba, pues, a Ciudadanos. Al resto en esta ocasión lo del derecho a decidir o la participación ciudadana no les pareció tan importante como otras veces. Cosa curiosa esto de la política...

          A estas alturas ya tampoco es ningún secreto para nadie que si la moción la interpone Pedro Sánchez, es porque al PSOE es al que, de entre todos a los que no interesaban unas elecciones, más perjudicaban. Con un secretario general ausente en el Congreso y un partido terminal en un mínimo histórico de 84 escaños, convocar elecciones generales venía a ser igual que publicar una esquela. Una puntilla bastante más letal que la sentencia que acababa con el gobierno de Rajoy. A pdrschz no le quedaba otra que jugarse el todo por el todo. Lo cierto es que no tenía absolutamente nada que perder. Para él era moción o muerte. Y no una moción cualquiera, una moción proponiéndose como presidente con los presupuestos austericidas de Rajoy bajo el brazo. Intentar negociar unos nuevos presupuestos habría supuesto elecciones antes de terminar el año, y cualquier cosa le daba menos miedo que los españoles votando.

          Toda esta parte de la historia es sabida y comprendida mayoritariamente. Lo que, en cambio, está costando encajar a muchos es que Podemos en esta película no es verdugo del PP sino víctima del PSOE. Tan víctima de esta moción como Albert Rivera y los suyos... Que durante las primeras horas Podemos y su entorno aplaudiesen la moción tiene una lógica aplastante: a ellos tampoco les interesaban unas elecciones; y desalojar al gobierno de Moncloa y parar los pies a Ciudadanos de un plumazo era un escenario tan atractivo que no se tomaron ni un segundo para calcular las posibles consecuencias. Lo curioso es que una vez que la moción sumó los apoyos necesarios, no pareció que nadie bajo la máxima dirección de Podemos se diese cuenta de que al hacerles la cama a los de Ciudadanos se hacían ellos el Hara Kiri. Únicamente Pablo Iglesias pareció comprender que él solito se había atado de pies y manos con el discurso de “desalojar al PP de las instituciones”, y así fue que le dio a Sánchez cariño hasta el empalagamiento absoluto, pero sin pedirle nada concreto. Para qué. Sabía que pdrschz tenía la sartén por el mango y que los tiempos en que un tipo con coleta tuvo algo que decir en la política española habían quedado atrás veinticuatro horas antes. Que la ilusión de un paladín de la democracia que derroca gobiernos injustos se había tornado en un novato pueril que intenta jugar de tú a tú con los mayores y sale escaldado.

          Y he de reconocer que durante las horas de tensión de la moción me hacían gracia los optimistas patológicos que veían en todo aquello una muestra del fin del bipartidismo. Lo que me deja absolutamente perplejo es que todavía hoy, cuando ya tenemos la oportunidad de mirar con cierta perspectiva y ánimos más serenos, algunos se resistan a comprender. Que no pocos sigan aplaudiendo el varapalo que se le ha dado al PP, sin querer entender que el PP de este varapalo se recupera. Que el PSOE con este varapalo resucita. Que a lo que pone fin este varapalo es a los nuevos partidos con alguna aspiración de gobierno: Ciudadanos y Podemos.


          Que Ciudadanos ya no pinta nada es tan obvio que no merece la pena pararse a explicarlo. Basta con buscarles en cualquier periódico. Y tampoco hay que ser un analista de nivel para entender que devolver al PSOE a la vida es liquidar a Podemos; con lo que les había costado a los morados empujar al PSOE al arrinconamiento terminal en el que lo tenían... La única esperanza que le queda a la nueva política es el propio pdrschz. Hundió al PSOE una vez, y le sobra capacidad para volver a hacerlo. Y si su presidencia está a la altura de lo que cabe esperar de un político de su talla, no sorprenderá demasiado si antes de que termine su legislatura estamos de nuevo en la calle con aquello de que PSOE y PP son la misma M y que no nos representan y tal y tal. Que ya sabemos de sobra que aquí cuando lo hace mal el PP, es culpa del PP. Y cuando lo hace mal el PSOE, también es culpa del PP (y de Franco, claro).

El asturiano y la identidad artificial impuesta

(Publicado en La Razón el 25/04/2018)

https://www.larazon.es/blogs/politica/sin-consenso/el-asturiano-y-la-identidad-artificial-impuesta-CA18183045

          Digamos las cosas como son de una vez ya... Los asturianos de a pie no tienen interés en aprender asturiano, o bable, o como demonios hayan decidido ahora desde el chiringuito ese denominado Academia de la Llingua que debe llamarse nuestro dialecto. Que no se puede hablar de las cosas sin llamarlas por su nombre, y es lo primero que deben comprender todos los que desde diferentes puntos de España me preguntan perplejos por la polémica de la cooficialidad: no hay verdadero interés.

          Y no se crean que lo digo yo porque como buen gijonés sea grandón por naturaleza y mi opinión bien lo valga (que también), es que cualquiera que dedique un minuto a entrar en Google comprobará que en Gijón o en Oviedo o en otras poblaciones por todo el principado hay una buena oferta de academias en las que aprender y perfeccionar inglés, francés, alemán, chino, árabe... pero ni una para aprender asturiano(ni bable. Y cierto es que en Asturias, como en casi cualquier sitio, las emergencias sociales son más emergentes y más sociales cuando se plantea atajarlas con dinero público; mientras que cuando toca rascarse el bolsillo de uno tienden a perder la emergencia y el carácter social como por arte de magia. Pero no por ello debemos dejar de preguntarnos por qué, a pesar de formar una minoría tan irrelevante los que están dispuestos a ejercer algún esfuerzo para que sus niños hablen bable, se genera esta polémica. Suficientemente intensa al menos para que en Madrid, donde vivo ahora, no pase una semana sin que algún conocido me pregunte a qué narices viene tanto revuelo. ¿A quién interesa poner encima de la mesa el asunto de la cooficialidad?

          Que, por otro lado, ya no es que esté encima de la mesa; es que a ratos parece que la ocupa totalmente. La retórica populista ha tomado al bable por bandera y los partidos de todo corte en el principado han tenido que subirse al carro de la cooficialidad. Porque el bombardeo masivo y constante ha conseguido establecer una supuesta equiparación entre la lengua asturiana y la cultura y la identidad de los asturianos que pocos se atreven a contradecir públicamente; y así es que resulta tan confuso percibido desde fuera. Solo unos dementes serían capaces de renunciar a apoyar su cultura o dejar que se pierda una expresión de su identidad; pero el quid de la cuestión está en que el asturiano, o el bable, o como se llame no es ni lo uno ni lo otro. Y por esto la inmensa mayoría de asturianos pasa de ello; no por insensibilidad, sino porque se trata de una lengua que no ha sido la lengua materna de un solo asturiano (o asturiana, claro) desde que el hombre es hombre, al menos hasta que se formalizó la gramática y el diccionario no hace ni veinte años. Malamente puede, así las cosas, pretender tener algo que ver con nuestra cultura o mucho menos nuestra identidad.

          Vamos, que todo el debate sobre el asturiano y la cooficialidad es un debate generado e impuesto artificialmente por la clase política asturiana. El enésimo ejemplo en el que se da la vuelta a la tortilla y en lugar de ser los partidos los que se hacen eco de los debates que emanan de la Sociedad, les toca a los pobres ciudadanos personificar y participar en un debate generado por los partidos. Unos ciudadanos que no necesitan crear diferencias con las gentes de otras comunidades para sentir que se valora su cultura. Que no creen que la identidad asturiana de sus hijos radique en que sus niños sean más diferentes de los niños de Cuenca, Madrid o Sevilla de lo que eran ellos en su infancia. Unos ciudadanos asturianos que desde sus raíces celtas y romanas ha apostado por tender puentes y no por levantar barreras, como pretenden hacer ahora estos supuestos adalides de la cultura asturiana de pacotilla. Estos ignorantes que no entienden que todo aquello que nos une al resto de españoles, europeos y ciudadanos de todo el mundo es tan definitorio de nuestra identidad como lo que nos separa; y que es precisamente lo que hace que nos proclamemos asturianos a los cuatro vientos con orgullo cada vez que tenemos ocasión.

          Pero, claro; lo que no vamos a pretender ahora es que la partitocracia renuncie en Asturias a oficializar una lengua propia, por muy poco interés que tengan los asturianos en hablarla, con el potencial como generador de redes clientelares (razón primordial de ser de los partidos políticos) que ha demostrado tener en todas las comunidades que en España cuentan con una. Eso sería como pedirle a Facebook que renuncie a la publicidad o a mí que renuncie a las croquetas de mi madre. Una lengua oficial es la madre de todas las excusas a la hora de crear empleos e incluso organismos públicos en los que enchufar amiguetes, por no mencionar la de millones y millones que se pueden desviar al asturiano mientras sea, claro está, nuestra cultura. Cada euro invertido en cultura bien invertido está y... Bueno, creo que no necesito seguir para que comprendan que la cooficialidad en Asturias es inevitable. Que los asturianos de a pie no tengan un mínimo interés es lo de menos. Nada que no se pueda generar con algo de paciencia y unos cuantos millones de euros.


          Eso sí, que no todo son desventajas: dentro de unos años, cuando a pesar de nuestra nueva identidad y cultura nos sigamos hundiendo en el subdesarrollo prácticamente crónico en el que nos ha sumido y mantenido el caciquismo asturiano desde el franquismo hasta nuestros días, al menos podremos consolarnos con aquello de que España nos roba...

lunes, 26 de marzo de 2018

Estar de acuerdo no es necesariamente bueno

Publicado con otro título (Hablan de consenso cuando deberían decir cambalache. WTFFFF?????), otro cierre y múltiples cambios en Disidentia el 25/03/2018. Tan cambiado que me vi obligado a exigir la retirada del artículo o al menos de mi firma. Se optó por lo primero


          Decía Nietzsche que “la mejor manera de corromper a un joven es enseñarle a tener en más alta estima a aquellos que piensan igual que a aquellos que piensan diferente”. Hoy en día, sin embargo, veneramos el encuentro y los acuerdos hasta el infinito y más allá. Nada valoramos más que la capacidad de hallar puntos en común, y llegamos incluso a entender el consenso no como un medio para perseguir un fin, sino como un fin en sí mismo. En boca de algunos el dichoso consenso resulta comparable a la panacea universal; y cada vez resulta más habitual toparse con declaraciones en las que políticos hablan de buscar y alcanzar acuerdos sin especificar en qué términos o tan siquiera con qué fin…

          Pero lo cierto es que eso del consenso; por muy molón, democrático y enrollado que suene; no puede ser un objetivo final, sino más bien un punto de partida. Claro está que para colectivistas de todo el espectro ideológico el hecho de que una posición sea compartida (o sea, colectiva) ya la coloca por encima de cualquier opinión individual, independientemente de su contenido; pero debemos entender que llegar a un consenso no es más que el establecimiento de unos parámetros, un acuerdo de mínimos, un escenario en el que trabajar. Porque cuando aplaudimos a los que proclaman, persiguen o defienden el consenso así sin más; sin pararnos a preguntar qué es lo que se ha consensuado o con qué objeto; lo que hacemos en verdad es evidenciar por enésima vez la vacuidad intelectual en la que estamos sumidos como sociedad. Tal y como hacíamos cuando aquel incapaz al que una sucesión de carambolas y desgracias colocó de presidente hablaba de talante; sin especificar si se trataba de talante vengativo, rencoroso, racista, misógino, traicionero, homicida, viperino o beligerante. Él apostaba por el talante y aquello debía de ser bueno, como el consenso; y nosotros aplaudiendo…

          Pues ya no es que no debamos aplaudir ante el consenso. Más bien todo lo contrario. Especialmente en la política. De hecho, cada vez que nuestros representantes políticos alcancen algún tipo de consenso deberían saltar todas nuestras alarmas. Porque, no nos engañemos; en España la política la hacen los partidos, y cada vez que los partidos han llegado a acuerdos lo han hecho para salvarse a sí mismos, nunca para favorecer a los ciudadanos. Los ciudadanos únicamente pasábamos por allí. Porque los partidos en España, como bien dice Javier Castro-Villacañas, en lugar de estar en la Sociedad se han incrustado en el Estado. Y si a mayores tenemos que al ser el Estado el que financia a los partidos, lo lógico es que los partidos representen al Estado y no a la Sociedad; pues poco bueno cabe esperar de los acuerdos que puedan alcanzar entre ellos.

          Resulta incluso gracioso comprobar cómo toda esa suerte de diferencias insalvables y posturas irreconciliables que (tal y como a ellos mismos les gusta decir en plan hortera) llevan en su adn, se salvan y se reconcilian en un santiamén en cuanto asoma por debajo de la puerta la patita de un enemigo común. ¿Acaso no recuerdan el verano de 2011? Tras siete años de “crispación” y total desencuentro de pronto el presidente y el líder de la oposición en una tarde pactan una reforma de la Constitución. ¡La Constitución, nada menos! Europa cerraba el grifo y quebraba el “chiringuito”, y por ahí sí que no. Marchando una de consenso, firmamos lo que haga falta, y al que pregunte le decimos que ha sido para salvar la sanidad y la educación. Y mañana, por supuesto, volvemos al rollito insalvable e irreconciliable… Y volvió a ocurrir en 2013 tras el relevo entre los dos “grandes” partidos; Merkel apretó tuercas y a gobierno y oposición les faltó tiempo para alcanzar el consenso una vez más…

          Pero más allá de lo ridículo que resulta en ocasiones, lo importante es que comprendamos que lo único que persiguen los acuerdos entre partidos es la supervivencia de la partitocracia; o sea, de ese “aparato del Estado” en el que, por el que y para el que existen. Y lo más a lo que podemos aspirar es a que sus consensos no nos perjudiquen o incluso nos acarreen beneficios a los ciudadanos como efecto colateral; porque en la mayor parte de las ocasiones el enemigo común que obliga a los partidos a ponerse de acuerdo somos nosotros, la sociedad civil.

          Por eso como ciudadanos debemos mantenernos alerta y recelar de cualquier consenso. Y cuantas más personas se sumen a él, más alerta aún deberemos estar. Porque aunque llegar a acuerdos pueda ser reflejo de tolerancia y entendimiento, no tiene por qué serlo necesariamente; y muchas de las grandes barbaridades cometidas por el hombre se han llevado a cabo alentadas por un consenso.
Miren si no hacia Cataluña. Allí se dan la mano la derechona más rancia y la izquierda más radical. Se forman alianzas y se alcanzan acuerdos que resultarían inconcebibles en cualquier otro punto de nuestra geografía (¿recuerdan la que se lió cuando en Extremadura hubo un gobierno del PP gracias a la abstención de IU?). Pero a estas alturas no creo que nadie entienda que se deba a una especial capacidad para la negociación o el entendimiento por parte de los catalanes. Que los partidos en Cataluña puedan superar semejantes diferencias y anteponer a todas ellas el ideal de independencia no demuestra ningún tipo de generosidad ideológica. Más bien lo que evidencia es por un lado que las discrepancias insuperables de los partidos son mero postureo y, sobre todo, el carácter totalitario del independentismo; que establece unos objetivos prioritarios anteriores a cualquier tipo de convicción ideológica o tan siquiera democrática. Al más puro estilo de los regímenes que anteponen destinos de razas, consolidación de revoluciones o movimientos nacionales a todo lo demás…

          Cuidado, pues, con el mantra del consenso. Nuestro bien nunca es lo que lo motiva. Y eso por no entrar en lo antidemocrático que puede resultar que unos partidos con (supuestamente) unos fundamentos ideológicos determinados y unos programas electorales concretos pacten y acuerden a espaldas de sus votantes saltarse unos u otros de sus principios según consideren oportuno…

          Se puede estar de acuerdo sobre la mayor de las barbaridades, y entre partidos los acuerdos se alcanzan contra nosotros o en todo caso a pesar de nosotros. Así las cosas, pensémoslo al menos antes de aplaudir al próximo al que se le llene la boca hablando de perseguir y alcanzar consensos.

Hasta siempre, Robert Palmer

(Publicado en La Razón el 28/02/2018)

https://www.larazon.es/blogs/politica/sin-consenso/hasta-siempre-robert-palmer-EJ17784734/

            Falleciste en 2003 (impresionante lo rápido que pasa el tiempo, quince años ya que han parecido un suspiro) pero es ahora cuando creo que necesito despedirme. Hasta la fecha no había sentido la necesidad. No sé si es que tras tu muerte habías seguido conmigo, o era yo el que había seguido contigo; pero lo cierto es que al marcharte nos habías dejado tu música y tu legado al completo, y tu ausencia no ha sido ausencia del todo pudiendo bailar con “Johnny&Mary”, escuchar “Every kinda people” o conducir al son de “Some guys have all the luck”.
                Sin embargo en estos quince años desde tu partida el mundo ha cambiado muchísimo, y se supone que ahora somos infinitamente más civilizados y modernos. Y, así las cosas, mucho me temo que antes o después me van a exigir ‘progresar’ hasta dejarte atrás; y ni siquiera sé si voy a tener la oportunidad de despedirme como es debido o al menos explicarte el porqué de mi adiós. Porque si han eliminado a las azafatas de la fórmula 1 por cosificar a la mujer, no quiero ni imaginar la reacción cuando alguno de estos inquisidores de la corrección política se cruce con el video de “Simply irresistible”… Tal vez se midan un poco por aquello de que estás muerto y eso, pero de ‘cerdo machista’ no bajas ni de coña, Robert. Y contigo todo aquel que reconozca haber disfrutado alguna vez con cualquier obra tuya.
                Porque hoy, a diferencia de cuando tú vivías, ya no nos basta con modificar el presente para sentar así las bases del futuro; ahora nos atrevemos incluso a modificar el pasado para que se parezca no tanto a lo que fue como a lo que debería haber sido. Y si tuvieron bemoles en su día para editar la obra de Mark Twain, o más recientemente la de Harper Lee; ¿qué no estarán dispuestos a hacer con el video de “Addicted to love”? Y no bastará con aprender de los ‘supuestos’ errores y hacer propósito de enmienda; habrá que borrar cualquier evidencia que atestigüe que tu obra ‘heteropatriarcal’ y ‘cosificadora’ existió alguna vez. Y todo el que haya disfrutado con tu música o tus vídeos tendrá que reescribir su pasado hasta poder negarlo; o como mínimo flagelarse públicamente por haberlo hecho. Un mundo que exige a actores y actrices que declaren públicamente arrepentirse de haber aprovechado la oportunidad de trabajar junto a uno de los mayores genios que ha dado el cine (un tal Woody Allen), ¿cómo no va a exigirme a mí inmolación pública por “flipar en colores” (eran los ochenta) cuando ponían tus vídeos en la MTV?
                Lo peor de todo es que recuerdo perfectamente las sensaciones que me provocaban aquellos videos tuyos. Allí estabas tú rodeado de un ejército de mujeres hermosísimas, y yo al otro lado de la pantalla con mis trece o catorce años sintiéndome insignificante ante tanta belleza. Tú me hablabas de mujeres irresistibles, y yo me sentía desarmado y completamente indefenso ante aquellas señoras que me miraban con gesto serio y desafiante. Cualquiera de ellas por separado podría haber hecho de mí lo que le hubiese dado la gana; y allí estaban todas, decenas, bailando al unísono, como un escuadrón militar ante el que no podría haberme sentido más pequeño y vulnerable.
No sé si tus videos pueden considerarse obras de arte, Robert; no tengo la osadía de la que tan sobrados van en ARCO; pero ante ellos sentía una humildad muy parecida a la que me inspiraban y me inspiran las obras de Miguel Ángel o Velázquez. Semejantes despliegues de belleza hacen que quiera ser mejor persona, para intentar estar a la altura y ser digno habitante del mismo planeta. Y así fue que durante años mi referencia estaba en tu obra: yo aspiraba a convertirme en un hombre capaz de hacer sonreír a las chicas de los vídeos de Robert Palmer.
Pero parece ser que me equivocaba. Ahora que ‘se supone’ que hemos aprendido tanto, resulta que esa nunca debió haber sido mi referencia. Ahora ‘sabemos’ que esas mujeres no estaban ahí para celebrar la belleza, o mucho menos para inspirar en mí una motivación. No tenía sentido que yo me esforzase por ellas o para ellas, cuando ya las tenías tú sometidas, esclavizadas y cosificadas. Las habías puesto a mi servicio con todo el peso de siglos de ‘heteropatriarcado recalcitrante’ y yo como un imbécil queriendo ser mejor persona para hacerlas sonreír…
Pues eso. Tal vez dentro de un tiempo resulte demasiado invonveniente reconocer públicamente cuánto me ha gustado y me gusta tu obra, así que te lo escribo hoy y que así conste. También me he bajado los vídeos de “Simply irresistible” y “Addicted to love” para asegurar que nunca los puedan eliminar del todo. Por lo demás: Hasta siempre, Robert Palmer.

Recuperar el valor de las leyes

(Publicado en Disidentia el 24/02/2018)

Aquellos que nos quejamos del irracionalmente excesivo número de leyes a las que nos vemos sometidos lo hacemos habitualmente partiendo de una premisa: las leyes están para ser cumplidas. Si nos sentimos abrumados ante la maquinaria generadora de normas, leyes y reglamentos en la que se van convirtiendo paulatinamente los estados modernos, es precisamente porque sabemos que en el respeto a la Ley radican los fundamentos de cualquier sistema democrático.
Si al diseñar las democracias representativas se hizo tanto hincapié en que los ciudadanos participasen en el proceso legislativo fue precisamente porque el cumplimiento de las leyes ni puede ni debe ser opcional. Y una maraña legislativa excesivamente espesa no solo es un nido de corrupción (ya señalaban los clásicos que un Estado es más corrupto cuantas más leyes tiene) sino que, además, atribuye a los gobernantes un poder cuasi absoluto.
Esto ocurre en la España de hoy, donde hay más de 100.000 leyes en vigor, resultando inevitable que la propia legislación incurra en contradicciones consigo misma. Al final, es la arbitrariedad de los gobernantes la que decide qué proyectos siguen adelante y cuáles no o, mucho más inquietante, quiénes han de cumplir ciertas leyes, y quiénes no, o qué leyes han de cumplir o dejar de cumplir ciertas personas en particular…

Esto, por supuesto, lo perciben los ciudadanos, especialmente porque lo sufren en sus propias carnes. Y, por si fuera poco, también se percatan de que en España el proceso legislativo no es ni mucho menos abierto o transparente, en el que pueda pueda participar la sociedad civil (por muy indirectamente que sea). Al contrario, las leyes son fruto de procesos opacos e impermeables, que tienen lugar en los despachos de las sedes de los partidos políticos, donde solo acceden ciertas élites extractivas.
Así las cosas, es cuando menos lógico que la ciudadanía perciba la Ley como algo ajeno. Y, ante la práctica imposibilidad de cumplir unas normas sin incumplir otras, asume que las leyes no conforman un marco de convivencia: las percibe como una mera herramienta de poder. Y, consecuentemente, siente rechazo. En consecuencia, cada vez más personas caen en el relativismo y entienden que el acatamiento de las leyes tiende a ser una opción personal puntual para cada caso particular y no un compromiso permanente de convivencia. Sin ir más lejos, asómense un rato a Cataluña.

Que la situación actual resulte lógica no quiere decir que debamos darla por válida. Es fundamental recuperar el aprecio a nuestras leyes por todo lo que protegen y representan. Y también velar por su cumplimiento porque lo que entendemos por democracia debería estar plasmado en nuestro ordenamiento jurídico. Y si no prestamos atención podríamos despertar un día y descubrir que proliferan amenazas que deberían estar desterradas hace ya varias décadas.
Sirva como ejemplo el caso de Kuwait Airlines, que lleva años practicando impunemente en nuestra moderna Europa occidental un racismo e intolerancia que todos entendíamos eran cosa de un pasado trágico, superado hace más de medio siglo.

En la primavera de 2016, esta aerolínea tuvo que asumir que si quería volar entre diferentes ciudades europeas tendría que cumplir con las legislaciones anti-discriminación y decidió no volar. A pesar de que países como Jordania o Egipto lleven tiempo ignorando el el boicot que la Liga Árabe decidió imponer a Israel hace más de 70 años, en Kuwait siguen empeñados en mantenerlo.
El grupo internacional de abogados The Lawfare Project presentó una querella en Suiza a raíz de la denuncia de un ciudadano al que Kuwait Airlines se negó a llevar de Ginebra a Frankfurt. Y la compañía, al comprender que para operar entre ciudades europeas no podía negarse a embarcar pasajeros con pasaporte de Israel, prefirió desmantelar todas sus rutas intra-Europeas e incurrir en pérdidas de cientos de millones de euros.
No era algo nuevo. Este grupo de abogados que ejerce lo que su directora Brooke Goldstein define de manera informal como “activismo litigante”, principalmente (aunque no exclusivamente) centrado en la lucha contra el antisemitismo, ya les había amenazado con emprender acciones legales en Estados Unidos en diciembre del año anterior, y la aerolínea había optado por desmantelar su puente entre Nueva York y Londres, que era una de las rutas que más beneficios aportaba a la compañía (y cuya cancelación fulminante supuso también pérdidas millonarias). Actualmente, de hecho, la misma historia se está repitiendo con los mismos actores, esta vez en Alemania…
Y cierto es que en el caso de los Kuwaitíes podemos llegar a entender que entre asumir pérdidas millonarias en Occidente o sufrir las iras del Emir en casa opten por lo primero (entre que le apliquen a uno nuestras leyes occidentales o le apliquen la Sharia la elección es sencilla).

Pero esto no debe distraernos de la importante labor que The lawfare Project lleva a cabo en pro del cumplimiento de nuestras leyes, así como de otros casos que ha puesto sobre la mesa. Esta misma semana, sin ir más lejos, han anunciado en España que podrían emprender acciones legales contra Google, Yahoo y Twitter. Y la condición que ponen para no hacerlo (lo que demandan, en definitiva) resulta bastante simple: que se cumplan nuestras leyes antidiscriminación y las propias normas internas de estas compañías. Han señalado casos concretos, demostrado que hoy día es mucho más probable ser censurado en cualquiera de estas plataformas por incurrir en algún discurso políticamente incorrecto que por incumplir las leyes vigentes en materia de odio o discriminación: Y semejante arbitrariedad es inaceptable.
Al final lo que evidencia el “activismo litigante” es que lo que necesitamos no son nuevas leyes, tal y como proponen casi todos los partidos del consenso socialdemócrata (paradójicamente los que más leyes nuevas proponen son los que luego antes invitan a sus seguidores a no acatar las leyes existentes redactadas por otros; y, por el contrario, los individuos o grupos que más respetuosos se muestran con la Ley son siempre los que abogan por reducir drásticamente su número y sus ámbitos de actuación). Tampoco derogarlas o siquiera modificarlas.
Antes de plantearnos ninguna otra cosa, debemos asumir que hay que respetar las leyes; y debemos aprender no solo a acatarlas sino a velar para que sean cumplidas. Ya que ahí radica la base sobre la que se edifica cualquier convivencia democrática. Porque solo tras interiorizar que las leyes son de obligado cumplimiento, podremos valorarlas en toda su magnitud y gravedad.

Únicamente cuando entendamos que las leyes, su forma y su contenido nos afectan de manera inexorable, nos guste o no; comprenderemos la capital importancia de que nos impliquemos y participemos en su redacción y desarrollo. Debemos ser conscientes del enorme agravio y daño que supone que las leyes más importantes se pacten en despachos de partidos políticos fuera de las instituciones sin disimulo alguno. Porque mientras no seamos conscientes, será absurdo esperar que nos planteemos hacer algo al respecto…

Debemos, en definitiva, apreciar y valorar nuestras propias leyes; aunque solo sea para sentir su peso sobre nuestros hombros, exigir que nos permitan ejercer el papel que nos corresponde legítimamente y empezar a demandar menos y mejores leyes, que buena falta nos hacen.

viernes, 9 de febrero de 2018

De cerdos y verdades únicas

Publicado en La Razón el 9/02/2018

https://www.larazon.es/blogs/politica/sin-consenso/de-cerdos-y-verdades-unicas-PG17661925

No ha habido brotes extraños. Ni una intoxicación de dudosa procedencia. Cero casos. Pero de pronto España atraviesa una emergencia sanitario-alimentaria de tres pares de narices... Tan solo unas imágenes en el programa del follonero han bastado para ponerlo todo patas arriba. Tal ha sido el revuelo generado que llega uno a preguntarse si no será un nuevo experimento de Jordi Évole (que es muy de creerse Orson Welles de vez en cuando) como cuando quiso jugar a inventarse su propia versión del 23F.
La cosa es que se coló en una granja y grabó imágenes de unos cerdos en unas condiciones lamentables. Rotundamente inaceptables. Imágenes perturbadoras para cualquier persona con un mínimo aprecio a los animales. Y hasta ahí todo en la línea de ‘Salvados’, destapando la carencia de la más mínima humanidad o decencia por parte de unos granjeros. El problema es que luego da a entender que empresas como ‘El Pozo’ comercializan la carne de esos cerdos maltratados, malnutridos y a todas luces enfermos para nuestro consumo. Así, de buen domingo noche. Con un par...
Que el comunicado que ‘El Pozo’ emitió enseguida para desmentirlo no sirviese de nada era cuando menos previsible. A fin de cuentas, ¿qué cabría esperar de ellos ante lo que se supone había “destapado” el follonero? Ahora bien, lo auténticamente ilustrativo es que nada importó que decenas de veterinarios y profesionales independientes del sector le desautorizasen explicando que las imágenes de la granja mostraban únicamente un lazareto (Una pequeña porción de la granja. El recinto en el que se aparta a los animales enfermos para evitar contagios o plagas, de hecho) o cómo -por mucho que las malvadas empresas capitalistas fuesen a disfrutar haciéndolo- es físicamente imposible que en España esa carne llegue a comercializarse. Porque, para empezar, ninguna carne abandona el matadero sin que un veterinario certifique si es apta o no para su consumo. Y no un veterinario cualquiera, explotado por algún gigante capitalista de la alimentación; un veterinario que trabaja para el Estado. Empleado público. Y un empleado público difícilmente sobornable, porque existe una cosa llamada trazabilidad; mediante la cual si alguna pieza de carne da problemas se sabe quién dio el visto bueno y termina con sus huesos en la cárcel. Por no seguir con los incontables controles e inspecciones (autonómicos, nacionales y europeos) que cualquier carne ha de pasar antes de llegar a su mesa...
De poco importó, digo. Igual que la aclaración que el propio Évole hacía en su programa: “Las imágenes grabadas en esa granja no presuponen que sean prácticas habituales del sector, de CEFUSA o de El Pozo”, rezaba. Y de nada sirvió mayormente porque no se presuponía nada, allí se estaba dando todo por supuesto. Y no importa porque el público de ‘Salvados’ no quiere suponer, o evaluar, contrastar, razonar, ponderar o decidir. Quiere verdades únicas, y el follonero es su paladín. Es el público que no se cuestiona por qué Nicolás Maduro recibe a Évole en Miraflores y únicamente a Évole. Son sus devotos feligreses.
Y esto él lo sabe. Y se le sube a la cabeza. Cómo no. Podemos y sus acólitos están tan acostumbrados a marcar la agenda que el otro día el follonero se atrevía a mostrarse indignado porque la ministra de agricultura aún no hubiese visto SU show. “¿Para quién trabaja?” se preguntaba. Pues para mí, Jordi. Trabaja para mí. Y espero que en asuntos más importantes y serios que sentarse a ver ‘Salvados’.

miércoles, 7 de febrero de 2018

Trump, cómo no.

Publicado en La Razón el 01/02/2018
https://www.larazon.es/blogs/politica/sin-consenso/trump-como-no-IK17591458

Leía el domingo pasado en la prensa que Trump congelaba no-sé-qué fondos a los palestinos. “Trump. Cómo no”, pensé. Que uno que tiende a desconfiar como servidor ya no sabe si es por el propio Trump, por las ganas que tiene la prensa de retratarle, o por ambas cosas al mismo tiempo; pero lo cierto es que de un par de años a esta parte no se puede leer un periódico sin toparse con la última aventura protagonizada por él... Y de tratarse de cualquier día entre semana hasta ahí habría llegado todo; pero era domingo, como decía antes, y los domingos me gusta dedicarle parte de la mañana a la prensa sin prisas y dispuesto a reflexionar. Pues por supuesto que Trump congela el envío de fondos para los palestinos pero... ¿En qué momento y por qué pensaba Trump enviarles fondo alguno?
Pues sí. Resulta que Trump (bueno, EE. UU.) envía a Palestina unos cuantos millones de dólares todos los años. Al menos 300 millones. Hasta 360 millones de dólares anuales, he llegado a leer por ahí. A Palestina, sí. Han leído ustedes bien. A Palestina. A la Palestina de Mahmud Abbas. A la Palestina de Hamás. A la Palestina que cuando no está despotricando contra el demonio americano, está quemando banderas de Estados Unidos. Pues a esa Palestina le envían los americanos cada año 300 millones de dólares (o más) a través de la UNRWA. Esto es la Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados de Palestina en Oriente medio, la que sin duda es la principal responsable de que en Gaza o Cisjordania haya alguna escuela o cierta atención sanitaria.
Y no pretendo yo ahora ponerme a valorar si el hecho de que Estados Unidos sustente económicamente a los palestinos me parece bien, mal o todo lo contrario; más bien lo que llama poderosamente la atención es la falta de tacto que tienen estos con la mano que les da de comer. Que vale que mola mucho eso de no plegarse ante “los ricos”, o no estar dispuesto a “venderse” a precio alguno; pero es que en la vida hay que ser autosuficiente y no necesitar favores antes de ponerse digno. Que por mucho que no sea cuestión de besar el trasero de todo aquel cuya ayuda pueda venirte bien en un momento dado, qué menos que medir las posibles consecuencias antes de desairar a una de tus principales fuentes de ingresos, digo yo.
Asumo que una parte de nuestra juventud occidental no llegará a comprenderlo. Es lo que cabe esperar de esos niños mimados que creen que el mundo les debe una casa y un trabajo (o una renta al que no le apetezca dedicarse a nada productivo) por el simple hecho de haber nacido. Para ellos el dinero que Estados Unidos dé o deje de dar a Palestina será siempre el pago de una deuda incuestionable. Una obligación inexorable. Un peaje impuesto por el cosmos; el mínimo a pagar por ser una despreciable economía capitalista generadora de precariedad, injusticia y desigualdad (o algo por el estilo). Pero del resto de la población cabría esperar algo más de lógica y sentido común. O al menos eso creía yo...
Resulta que el pasado mes de diciembre Mahmoud Abbas, el presidente de Palestina, decidió no recibir al vicepresidente de los Estados Unidos, Michael Pence, durante su visita a la zona. Esta fue su represalia tras que Estados Unidos decidiese trasladar su embajada en Israel a Jerusalén (reconociéndola así como capital del estado hebreo). Y nada más lejos de mis intenciones que cuestionar el derecho de Abbas a pillarse un cabreo monumental por lo de la embajada. Por lo que a mí respecta bien puede acordarse de Trump y de la madre que lo parió, y considerarle de todo menos bonito (aquí en Europa muchos de mis colegas prácticamente no hacen otra cosa, y tan contentos). Pero de ahí a hacerle semejante feo a su vicepresidente hay un trecho. Un trecho largo y, sobre todo, arriesgado. Curiosamente aquí en España, donde nos falta tiempo para echarnos a la calle a voz en grito ante la más mínima amenaza, por indirecta que sea, a nuestra sanidad y educación; donde rechazamos frontalmente cualquier medida que en un momento dado pudiese resultar en una reducción de unos céntimos del presupuesto “social”; apenas se escucharon voces críticas. Al contrario. No pocos celebraron el insulto que Abbas propinaba así a la administración Trump, y ninguno señalaba lo inconveniente que podía resultar insultar a esta administración que cubre gran parte del coste de las escuelas y hospitales de Cisjordania y la franja de Gaza.
Así las cosas, cada vez me cuesta más comprender que Trump les haya enviado a los palestinos 60 millones de dólares, y que el envío de otros 65 lo “congelase” de manera provisional. Dando por descontado que, haga lo que haga, va a ser considerado por todos el demonio venido a la tierra, un fascista xenófobo y el principal culpable de todos los males pasados, presentes y futuros del planeta; no entiendo que no haya cancelado directamente y de forma irrevocable el envío completo, así como los otros dos envíos que se espera realice durante 2018. Hacerle semejante feo a su vicepresidente, dependiendo como dependen de la ayuda económica estadounidense, tras años sin mostrar el más mínimo agradecimiento por estas ayudas, no es para menos. Así que parece que esta vez en particular voy a estar de acuerdo con el pensamiento único europeo. Aunque sea por motivos diferentes, hoy yo también creo que Trump es tonto y paga contribución. Al menos 300 millones.

Oxford: ¿Igualdad o charlatanería?

Publicado en DISIDENTIA el 25/01/2018
https://disidentia.com/oxford-igualdad-o-charlataneria/

La Universidad de Oxford ha decidido conceder quince minutos extra para completar los exámenes de matemáticas porque consideraban que un límite de tiempo ajustado perjudicaba ostensiblemente a las mujeres. Argumentan que los exámenes deberían ser una demostración de comprensión matemática y no una prueba contrarreloj… pero sólo han llegado a esta conclusión, no antes, al comprobar que obtenían mejores calificaciones los hombres que las mujeres.
Igualdad, lo llaman. No resulta muy objetivo cambiar las reglas del juego en función de las notas que obtiene cada colectivo. Otra cosa sería haber comprobado que el tiempo era demasiado escaso para que el alumno medio respondiese a todas las preguntas. Pero como la medida intenta reducir una de esas espantosas ‘brechas’ de género, entonces cuenta como política de igualdad. O anti desigualdad. O des-desigualdad… Pueden llamarlo como les venga en gana: el despropósito no pasa desapercibido por mucho que la mona se vista de seda.
Los voceros de la ‘ideología de género’ no son predicadores sino charlatanes
Al  final lo único que se evidencia es que el rey va desnudo. Que los voceros de la igualdad y la ideología de género, al igual que los de la mayor parte de las eco y bio ideologías de hoy en día, no son predicadores sino charlatanes. Que sus discursos no son más que colecciones de etiquetas. Celebraciones de la más absoluta vacuidad conceptual; resumidos todos ellos en la idea de que hay unos colectivos agraviados y otros privilegiados.

La victimización de ciertos grupos

Se trata de una re-edición ridícula de la lucha de clases en la que, a falta de desequilibrios reales de derechos y oportunidades entre unos y otros estamentos sociales, se apela a la victimización de colectivos étnicos, de edad, raciales, sexuales o del tipo que sea. Y todo ello sin reparo alguno en caer en contradicciones y paradojas de todos los colores y sabores. A fin de cuentas, el desprecio que sienten hacia la capacidad intelectual de su audiencia es (merecidamente, eso sí) palmario.
Merecidamente, repito; porque ¿qué cabe esperar de una audiencia dispuesta a ‘comprar’ el argumento de que (en pleno siglo XXI en las democracias occidentales) nacer varón, o blanco, concede automáticamente una serie de ventajas y privilegios a un individuo? ¿O la creencia de que ciertas personas, por el hecho de haber nacido de una raza o un sexo determinado, son víctimas de agravio y acreedores a cobrar el importe de una deuda histórica que el mundo contrajo con ellas antes de nacer? ¿Cómo podría concebir esta gente lo que significa una calificación alta en matemáticas en Oxford? No es sensato esperar que la valoren como reflejo del esfuerzo, el estudio y ciertas aptitudes individuales.

Todo se reduce a contrastes entre colectivos

Cuando se vive inmerso en un discurso en el que todo se reduce a contrastes entre colectivos, lo único que importa (lo único cuya importancia pueden alcanzar a comprender) son los números, las etiquetas. Si en Oxford hay más blancos que negros u orientales, o más hombres que mujeres obteniendo calificaciones altas en matemáticas, eso es un privilegio inmerecido para unos y un agravio inaceptable para otros. Y debe ser corregido, punto. Y si para hacerlo hay que cambiar las reglas del juego, se hace, pues el fin justifica los medios: quince minutos extra para el examen y, si no funciona, ya veremos qué otras medidas tomamos.
‘Ayudar’ a la mujer a obtener resultados equiparables a los hombres pasa por asumir que no podrían obtenerlos por sus propios medios
Ahora bien; ‘ayudar’ a la mujer a obtener resultados equiparables a los hombres pasa por asumir que no podrían obtenerlos por sus propios medios. Y eso tiene un nombre. Eso, señoras y señores, eso es machismo. Y, permítanme la perogrullada, ahondar en el machismo no nos hace avanzar hacia la total equiparación de derechos y oportunidades a la que debemos aspirar.

Sí que hay Ley, Puigdemont

(Publicado en La Razón el 14/01/2018)
https://www.larazon.es/blogs/politica/sin-consenso/si-que-hay-ley-puigdemont-HA17424650
Hay redaños. Los hay. Los hay de sobra. Así que déjate ya de desafíos de patio de colegio, en plan a ver si hay arrestos de encarcelar a un President. Asume de una vez que tu carrera política está finiquitada. Lo estuvo desde el principio. Tu carrera política nació muerta.
Te lo explico masticadito, Carles: No es que estés perdiendo el pulso que le estás echando al Gobierno. Es que se te hizo president para que lo perdieses. Es que si ese pulso pudiese ganarse, si existiese la más mínima posibilidad de que eso sucediera, no estarías echándolo tú...
No soy yo muy de batallitas, pero recuerdo perfectamente el día que te invistieron president. Estábamos en la radio, en plena tertulia política, y en cuanto te vimos en el monitor que teníamos en el estudio nos pusimos a investigar tu pasado. Tu futuro ya lo conocíamos. Tu futuro era la cárcel. Porque tú nunca has sido president, Carles; mucho menos timonel de un heroico prusésTú siempre has sido un cabeza de turco. El tonto útil. El ‘patsy’ que dicen los anglosajones. Lo más ‘presidenciable’ de entre los descerebrados que creían que la vía unilateral realmente era una vía que podía llevar a algún sitio distinto de una celda... El día que Artur Mascomprendió que aquel tren ya no había quien lo frenase te hizo la trece catorce: “conduce tú, Carles; que yo me tengo que bajar aquí un rato. Que me he dejado unas croquetas en el fuego y la lavadora puesta”... Y tragaste. Tragaste hasta el fondo. Y contigo Forcadell, y los cachorros de la CUP, y algún que otro insensato de los que hoy hacen cola para pedir clemencia ante el juez. Os la tragasteis todos igual que os habíais comido con patatas aquello de que a Cataluña le vendría bien la independencia, que el mundo entero se rendiría ante la supremacía catalana, que Rajoy y el Rey se harían caquita en los pantalones, y que Cervantes y Colón eran de Llobregat.
Tal vez desde Bruselas se vean las cosas de un modo diferente, pero tus colegas de por aquí lo van teniendo cada día más claro. No solo hay Ley; es que les han enviado al trullo y en la calle no se ha generado tumulto alguno. Las hordas independentistas no han acudido al rescate, ni han reventado los barrotes. No ha ardido Troya. El pueblo catalán oprimido por España hasta la asfixia que se suponía representaban no ha enarcado una ceja. Ha llevado a sus niños al cole y luego se ha pirado a la oficina a trabajar... Y así las cosas, uno a uno se han ido retractando, y pidiendo perdón, y diciendo que no iba en serio y, por supuesto, renunciando a participar de un nuevo gobierno independentista. Porque finalmente lo han entendido. Ahora ya saben lo solos que estaban. Hoy finalmente comprenden que no han sido más que tontos útiles. Cabezas de turco para una clase política independentista que jamás aspiró a la independencia. Que tenía pavor a la independencia, de hecho; porque la independencia era y es lo único que puede terminar con el modo de vida faraónico que se ha construido en el independentismo.
En la burra te vas quedando solo tú, Puigdemont. Bueno, tú y cientos de miles de ciudadanos ingenuos que también se tragaron la fábula de los unicornios envueltos en esteladas. La diferencia es que ellos no irán a la cárcel y tú sí. No te quepa la menor duda. Tú irás a la cárcel, y llegará el día en que seas el único de todo el tinglado del prusés chupando celda. Porque ese es el papel que se te asignó desde el principio. Así que déjate ya de desafíos, que esto no se trata de si el Gobierno tendrá redaños a encarcelar a un president, Puidgemont. Lo único que debe importarte es que Cataluña no tiene arrestos para investir a un delincuente fugado y, toma buena nota: tampoco tiene el más mínimo interés.

Te pido perdón, Diana

(Publicado en La Razón el 7/01/2018)
https://www.larazon.es/blogs/politica/sin-consenso/te-pido-perdon-diana-OD17360248
A ti y a tu familia.
Bien podría callar, o sumarme a la corriente y exigirles disculpas a terceros. Pero creo que lo mínimo que os debo; lo mínimo que os debemos; es dirigirnos a vosotros en primera persona. Y pediros perdón. Por lo que hicimos ayer, y por lo que hacemos hoy.
Sí, hoy. Hoy que sabemos que lo único que hizo Diana fue cruzarse en el camino de un malnacido; de un depredador sexual de la peor calaña; lo fácil es señalar a “ciertos” medios de comunicación o a “algunos” periodistas. “Esos” que en su momento se dedicaron a airear vuestras intimidades. Los que sugerían que el modo de ser de Diana, o los problemas matrimoniales, incluso la indumentaria de la niña; pudiesen haber ocasionado la desaparición... Pero es que aquello no se terminó entonces. Hoy periodistas y medios competimos por ofrecer los detalles más morbosos y escabrosos del crimen que cambió vuestras vidas para siempre. Que cuando se trata de no aprender de errores, somos incorregibles.
Como cuando ahora nos ponemos todos más éticos, limpios y puros que la madre que nos parió y señalamos a los medios olvidando que éramos nosotros, la audiencia, los que exigíamos carnaza entonces; y los que seguimos demandando hoy que se alimente nuestro morbo insaciable.
Los periodistas debemos hacérnoslo mirar. Cierto es que en la mayoría de los casos los medios son empresas privadas que sirven a sus clientes (esos que siempre tienen la razón), y que por consiguiente se deben a la audiencia; pero no menos cierto es que los periodistas nunca jamás debemos olvidar que nuestra función social va mucho más allá de dar al público lo que pide.
Al menos servidor no se tiró años en la facultad debatiendo sobre lo que debe ser considerado noticia y no, para luego informar sobre lo cortos o ajustados que eran los shorts de Diana Quer, los problemas matrimoniales de sus padres o si al discutir en su casa los insultos eran más o menos fuertes.
Pero al señalar al gremio periodístico no debemos olvidar que los medios dan mierda porque nosotros como audiencia se la pedimos. Y ya no solo porque hacerlo sería mezquino e hipócrita, sino porque necesitamos hacer un serio ejercicio de reflexión sobre la sociedad enferma que formamos y la sociedad que deberíamos ser. No hacerlo nos garantizará repetir lo que os hemos hecho a la siguiente familia.
Qué más quisiera yo que pensar que ‘el Chicle’ era el último hijo de puta desalmado que quedaba suelto en España, pero no caerá esa breva. Tarde o temprano será otra gente la que padezca lo que pasáis vosotros hoy; y nosotros daremos y exigiremos morbo, carnaza y mierda una vez más. Porque a base de señalar a otros y hablar en tercera persona renunciamos a aprender de nuestros errores, que era lo único mínimamente positivo que se podría haber extraído de todo vuestro dolor y sufrimiento. Y por eso, Diana y familia, aunque solo sea por eso, os pido perdón.

Cataluña y las campañas inútiles

(Publicado en La Razón el 23/12/2017)
https://www.larazon.es/blogs/politica/el-rincon-del-politologo/cataluna-y-las-campanas-inutiles-BD17274005
Hace tiempo ya que lo vengo diciendo. Las campañas electorales son cosa del pasado. Del pasado lejano. De cuando únicamente había periódicos y tan solo unos pocos podían leerlos, de hecho. Desde que tengo uso de razón los mítines electorales son unos eventos arcaicos e irrelevantes a los que solo asisten personas que ya tienen la certeza de que van a ir a votar y a quién.
Anoche (escribo esto la madrugada del 22 de diciembre) en Cataluña obtuvo 34 escaños un partido cuyo candidato cabeza de lista no hizo campaña porque andaba fugado en Bruselas, y 32 otro partido cuyo candidato a president tampoco hizo campaña porque estaba en prisión, incomunicado incluso durante la recta final. Y cierto es que, puestos a ser escrupulosos, estos resultados no demuestran irrefutablemente que yo esté en lo correcto; pero siendo aquí en España todo lo profesionales que somos arrimando el ascua a nuestra sardina al interpretar resultados electorales, no voy a dejar yo de hacer lo propio.
Curiosamente somos nosotros, los que integramos los medios de comunicación, los que exigimos que se mantenga la tradición de las estériles campañas antediluvianas; pero el público las percibe como lo que son: campañas publicitarias. Y todo hijo de vecino sabe ya que “vende” mucho más ser noticia que páginas y páginas o minutos y minutos de anuncios. Ya lo decía Dalí: “Lo importante es que hablen de ti, aunque sea bien”. Y no sé yo si los de Junts o los de Esquerra serán tan listos como para manipular a los medios de comunicación a su antojo; lo que sí sé a ciencia cierta es que nosotros somos suficientemente brutos como para hacerles por la cara la mejor campaña que pudiesen haber soñado. Que habría cabido esperar que hubiésemos aprendido de nuestros errores del pasado, como cuando en mayo de 2011 ETA entró en las instituciones vascas con una fuerza impensable seis meses antes, tras un semestre de portadas y aperturas de informativos protagonizadas por Sortu y Bildu a diario. Pero no, no ha sido el caso. Las portadas y aperturas de informativos se las han llevado sistemáticamente Puidgemont y Junqueras durante los últimos dos meses. Hoy suman 66 escaños sin haber hecho campaña. Ahí lo dejo...
Y pudiera ser que yo esté equivocado y que las campañas tradicionales sí que tengan sentido y efectividad a día de hoy. Pero, claro; eso sería aceptar que de haber dado mítines Puigdemont y Junqueras ni siquiera tendríamos hoy el premio de consolación que ha supuesto la victoria de Ciudadanos. Que vale que desde el tripartito de Maragall en Cataluña una victoria electoral significa entre cero y nada, pero volvemos a lo de arrimar el ascua a nuestra sardina; y tendremos que magnificarlo todo lo que podamos, porque es lo único que tenemos.
Hoy lo que sobra son explicaciones. A toro pasado somos todos listísimos, y a ninguno se nos escapa que ha pasado demasiado poco tiempo desde el 1 de Octubre. Sabemos que la fuga de empresas y capitales o el nulo reconocimiento internacional no importan. Que de nada sirve en Cataluña apelar al sentido común, cuando el nacionalismo es sobre todas las cosas un sentimiento visceral y, por tanto, irracional. Y todo ello es cierto, pero yo seguiré pensando que el independentismo era noticia mientras el constitucionalismo hacía campaña; y que eso ha tenido muchísimo que ver.

Cuidado con lo que deseas, Inés

(Publicado en La Razón el 19/12/2017)
https://www.larazon.es/blogs/politica/el-rincon-del-politologo/cuidado-con-lo-que-deseas-ines-GH17234354
Digo yo que, a estas alturas de la película, sobra ponerse a explicar lo especialita que es Cataluña. La nena mimada y consentida, la malcriada por antonomasia del sistema autonómico español, se ha convertido en una llorona insoportable;hasta el punto que toca preguntarse si a Inés Arrimadas, el candidato constitucionalista con mejores perspectivas electorales allí, le interesa realmente cumplir el sueño de toda persona dedicada a la política, que no es otro que gobernar...
¿Y por qué no iba a querer un político gobernar? Pues porque (esto es algo que debemos tener muy presente) en Cataluña la calle es nacionalista. Las empresas demoscópicas pueden establecer las proporciones entre sedicionistas y soberanistas como les venga en gana. Las urnas podrán reflejar unas u otras realidades. Incluso manifestaciones constitucionalistas como las vividas recientemente pueden llevarnos a impresiones equívocas, pero lo cierto es que la calle en Cataluña es rotundamente nacionalista. Y eso significa que es como cualquier otra calle populista, pero con mucho más odio e intolerancia.
Esto Artur Mas lo sabía muy bien. Y por eso resulta hoy más que conveniente recordar su caso: El molt honorable le designó heredero, pero el tripartito le arrebató esa presidencia que había considerado propia por pleno derecho; dos veces... Cuando finalmente ‘se le fue devuelta’ en 2010, no tuvo más que abrir un par de cajones para comprender lo desolador que era el panorama ante sí. Durante seis años de crisis económica, al volante de la Generalitat se habían sentado tres partidos que únicamente estaban de acuerdo en la supremacía catalana y la necesidad de ahondar en las diferencias y separación con el resto de españoles para justificar su existencia. Seis años de huida hacia adelante disfrazada de avance hacia la independencia quebraron Cataluña y pusieron a Artur Mas en una encrucijada. Podía cerrar el grifo y asumir la realidad de las cuentas catalanas o bien pisar el acelerador y continuar la carrera hacia el precipicio de la independencia. Sabía que la calle, ya irremediablemente nacionalista por aquel entonces, no iba a aceptar la primera opción (y menos viniendo de uno de derechas como él); con lo que cerró ojos, se tapó la nariz, y se zambulló en el prusés hacia una independencia que nunca quiso, por aquello de que sabía que el parné está donde siempre ha estado: en el independentismo y no en la independencia.
Y si así estaban las cosas tras seis años de tripartito, imagínense ahora tras seis años de tripartito y siete de prusés. Y llegamos a ti, Inés Arrimadas, a quien la calle catalana no está dispuesta a aceptarte lo de ‘la herencia recibida’ ni durante las primeras 100 horas de gobierno. La que tampoco puedes culpar de nada a España. La que solo por no ser independentista ya eres considerada una fascista de la peor calaña de la ultraderecha mundial... Es muy difícil prever lo que pueda ocurrir a partir del próximo 21 de diciembre, Inés. Podemos encontrarnos con muchas versiones diferentes de la realidad, pero en ninguna de ellas hay un presidente (o presidenta) de la Generalitat soberanista que levante las alfombras y devuelva la sensatez a Cataluña ante el reconocimiento pacífico de la ciudadanía. Quien intente poner fin al delirio sedicionista lo hará en contra de la calle, y aparentará hacerlo en contra de Cataluña entera y verdadera...
Pero esto tú ya lo sabes, Inés. Al menos deberías saberlo. Si a pesar de ello deseas gobernar, únicamente por eso mereces toda mi admiración y respeto. Pero ten cuidado con lo que deseas. Yo espero, por el bien de todos, que lo tuyo sea valentía y no temeridad.