Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra; lo que no explican es a partir de qué número de tropiezos debería uno empezar a preocuparse. Desde que adquirí una cierta conciencia política no dejo de darme cabezazos contra la misma pared; y empiezo a sospechar que, tal vez, me lo tendría que hacer mirar.
La cuestión es que, por más que la experiencia siempre sea la misma, cada vez que hay elecciones me ilusiono y me emociono como si empezase el mundial de fútbol, las vacaciones o un ciclo de películas de Raquel Welch. Me zambullo en periódicos e informativos (leer o mirar se me queda corto) a la espera de programas electorales, propuestas, perfiles de candidatos y demás informaciones útiles y necesarias para votar con criterio y, una vez tras otra, me topo de bruces con la triste realidad. Y no creo que tenga que explicarle a nadie la magnitud del bofetón, pero si alguno no llega a hacerse a la idea, que visualize todas las leches de la saga de Rocky entera juntas, y que lo multiplique por cien unas cuantas veces.
Pues ni con esas aprendo. Supongo que se debe a los cachetes que me dieron de niño, o a haber estudiado en un colegio de curas, o a haberme pasado la infancia andando en monopatín o bicicleta sin casco; o a cualquiera de esas cosas que por suerte hoy sabemos que provocan daños irreparables en el desarrollo de los individuos. La cuestión es que yo sigo intentando votar con fundamento, erre que erre; y no solo me decepcionan cada vez que hay elecciones, sino que en cada nueva convocatoria nuestros políticos consiguen superarse a sí mismos.
En la presente campaña, los dos grandes partidos han empezado por apartar de los medios a todos los demás. La junta electoral central se sacó de la manga cuotas de aparición para los partidos a imponer incluso a las televisiones privadas, y hoy no pocos se preguntan si Izquierda Unida aún existe, si Rosa Díez ha tirado la toalla con lo de UPyD, si Revilla está de baja por empacho de sobaos o si la pataleta de Cascos al final se quedó en mucho ruido y pocas nueces. Cualquiera que no investigue un poquito, entenderá que las únicas opciones reales el próximo 22 de mayo son PSOE, PP, y unos nacionalistas vascos respaldados por terroristas a los que los medios españoles dan más publicidad electoral de la que puede comprar el dinero. Y, una vez eliminada la competencia, han podido dedicarse en cuerpo y alma a hacer aquello que saben hacer mejor: hablar de todo menos de lo que realmente importa.
Así el discurso del PP, desafiando todas las normas de física, química y lógica elemental, se basa en que son Zapatero y Rubalcaba los que se presentan a alcaldes de los 8.000 municipios españoles y a presidentes de las 17 comunidades (a las que no tienen elecciones ahora, también). Según cuentan desde Génova, los españoles tenemos dos opciones el próximo día 22: votar al PSOE si nos mola lo de tener cinco millones de parados y cada vez menos poder adquisitivo o votar al PP si queremos justamente lo contrario. La política local y regional, que se supone que es lo que decidimos en el plebiscito, quedan tan en segundo plano que no sé si debería decir tercero o cuarto; y, por muy difícil que resulte digerirlo, renovar en el cargo al acalde de Ronda o al concejal de festejos de San Adrián es perpetuar en el cargo al responsable de que ETA se presente a las elecciones.
Por su parte, el discurso del PSOE tampoco tiene desperdicio. Se resume en que el PP es la derecha de la extrema derecha de la derecha de la derecha extrema. Así el domingo tras la fórmula uno arrancaba el informativo de un canal afín a Ferraz en plan sensacionalista resumiendo el inicio de campaña en poco menos que: "Extremen las precauciones; protejan a mujeres y niños; los fachas andan sueltos". Hasta la fecha, el único mensaje que he recibido de la campaña socialista es que los populares son los enemigos de lo público, y que votarles es renunciar voluntariamente a la sanidad o la educación. Y bien es verdad que el profundo desconocimiento de la historia que exhiben ZP y los suyos no es nada nuevo; pero pretender que los españoles hayan olvidado ya los años de gobierno de Aznar en los que, con todos los fallos y errores que se les quieran achacar, los colegios y hospitales siguieron en pie; es mucho pretender. Incluso no son pocas las comunidades y ciudades en las que gobierna el PP a día de hoy; y en ellas, al menos que yo sepa, ni se les pasa factura a los ciudadanos en los hospitales, ni en los colegios se obliga a los chiquillos a cantar el "cara al sol".
Y entre toda esta orgía de mamarrachadas de unos y otros, destaca una vez más el incansable Zapatero (por algo es el presidente, digo yo). Justo cuando se cumple un año del mayor tijeretazo social de la historia de nuestra democracia, acusa de mentir como un bellaco a quien diga que el PSOE ha hecho recortes y, por si acaso semejante afirmación no le garantizase el premio a "la parida más gorda de la campaña", se aseguró el título culpando del paro a Aznar; como si no solo no resultase mínimamente razonable, sino que supusiese un argumento para no renovar al alcalde de Vitigudino en su cargo...
Dice uno mucho más sabio que yo que la clase política es un reflejo de la ciudadanía; vamos, que tenemos a los políticos que nos merecemos. Y no pretendo en ningún momento evadir mi responsabilidad autocrítica, pero es que no puedo evitar dudar que alguna vez hayamos sido taaaaaaan malos.
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