Nunca he ocultado mi aversión hacia Zapatero y los suyos; pero como después de todo uno es humano y no le gusta ni que le vinculen automáticamente a un partido (por muy popular que sea) ni mucho menos que se viertan sobre su persona sospechas de simpatizar con el franquismo; tampoco consideré oportuno ponerlo negro sobre blanco e ilustrar porqué me generan tanto rechazo o qué me empuja a afirmar sin duda de ningún tipo que estaremos todos muchísimo mejor cuando se hayan ido. Ahora bien, viendo que ni siquiera tras los resultados del domingo está la Nueva Vía del PSOE dispuesta a quitarse de en medio de una vez, no me queda otra opción.
No convocar elecciones generales tras el varapalo espectacular de las municipales y autonómicas es, sin lugar a dudas, un ejercicio de irresponsabilidad que me ha sorprendido incluso a mí, que hace años ya que no doy apenas ningún crédito a este gobierno que nos ha tocado padecer. Afirmar sin pudor que "comprenden y asumen" el castigo de las urnas y seguir como si aquí no hubiese pasado nada, es por varios enteros la mayor desfachatez con la que Blanco, Rubalcaba y Zapatero nos han deleitado hasta la fecha. Es como aquél al que quitaron los puntos y se quedó sin carné; que reconoció con gesto serio que se lo habían quitado, pero no dejó de conducir, porque ni con esas lo había asumido. Y eso tras una semana en la que, a raíz de las acampadas del 15M y demás, se les llenó la boca afirmando a diestro y siniestro que debían escuchar al pueblo.
Pero si necesitamos que Zapatero convoque elecciones cuanto antes no es para que al menos pueda retirarse con un mínimo de dignidad. Es, sobre todo, porque los votantes así se lo han pedido (y el que piense intentar explicarme que eso no es lo que se votaba el domingo, que me explique antes qué han hecho mal absolutamente TODOS los alcaldes y presidentes autonómicos del PSOE que les ha hecho merecedores de estos resultados). Y si los votantes se lo piden no es sólo porque tengamos cinco millones de parados; es porque no tienen ninguna confianza en que Zapatero y su equipo puedan evitar que dentro de seis meses tengamos varios cientos de miles más. Y pueden ZP y los suyos escudarse todo lo que quieran en la internacionalidad de la crisis, pero la desconfianza se la han ganado ellos solitos a pulso. Los españoles saben apretarse el cinturón y apechugar con las vacas flacas; ahora bien, lo que no van a admitir es la mentira constante y las falsas esperanzas. Lo que le han dicho al gobierno el domingo es que no están dispuestos a escuchar ni una vez más eso de que el paro ha tocado techo, o por enésima vez que hoy es el día que empieza la recuperación económica. Lo que significan los resultados del domingo es que no queda un ápice de confianza en nuestros dirigentes y que estamos hartos de que las únicas medidas que se toman ante la situación las suframos siempre los mismos, y encima no funcionen.
Y no se crean que me sorprende ni un poquito la capacidad de Zapatero para ignorar todo esto; pero no intuír el panorama que le espera ya no sería la "sordera política" que le atribuye Pedro J., sería inconsciencia elemental. ¿Acaso se cree que quienquiera que sea designado candidato a las generales por el PSOE va a permitir que Zapatero lleve a cabo esas reformas que, según él, le fuerzan a agotar la legislatura? ¿Tal vez sueña con que los mercados internacionales responderán a la portada del Washington Post con los jóvenes manifestándose contra las instituciones y el varapalo electoral otorgándole un voto de confianza? Pues no; que la incapacidad supina de Zapatero ha quedado patente demasiadas veces como para ponerla ahora en tela de juicio, pero ni siquiera él es tan ciego. Lo que pasa es que ZP sigue convencido de que puede pasar a la historia como un gran presidente y, a falta de opciones, apuesta al todo o nada por ser el que traiga la paz al País Vasco. Y poco importan los medios, aunque de eso mejor hablamos otro día.
Lo que ignora Zapatero es que ya tuvo la oportunidad de convertirse en un grandísimo presidente para España, y que en su momento prefirió no hacerlo. Si una verdad dijo durante la reciente campaña, es que la crisis actual es resultado del modelo económico establecido por Aznar a partir de 1996. España estaba hundida, y una economía prácticamente congelada necesitaba calentarse de la manera más drástica e inmediata posible. Así se hizo y así experimentamos el crecimiento y la prosperidad que hoy recordamos con tanta añoranza. En 2004 al modelo le quedaba bastante poco más que ofrecer, y pasar del calentamiento al sobrecalentamiento era cuestión de meses o, a lo sumo, un par de años. Y si esto no lo sabía Zapatero, Solbes sí que lo sabía; y no duden ni un segundo que se lo dijo a ZP en reiteradas ocasiones. Con la economía creciendo y generando empleo casi por inercia era el momento de afrontar las reformas estructurales de las que tanto hablamos hoy. Además, contaba con el respaldo social para ello con el que no contará jamás ningún presidente del PP. De haberlo hecho, habríamos sufrido la crisis, sí; pero seguro que nuestra situación actual no sería la presente. Sin embargo optó por dejarlo estar y adjudicarse las medallas de crecimiento y empleo que aún generaba el modelo antes de expirar; luego vino una crisis de una magnitud sin precedentes y el resto de la historia no se la tengo que contar a ustedes.
Y poco importa lo que habría hecho Rajoy de ganar las elecciones en 2004, o lo que hayan hecho otros líderes mundiales en situaciones parecidas. Ni yo vivía en otros países, ni Rajoy era mi presidente. Zapatero es quien tuvo la oportunidad de llevar a cabo las reformas que nuestro país necesitaba y necesita de manera urgente y eligió no hacerlo. Y es por esto, y por todo lo demás, que siento la profunda aversión que me inspira Zapatero.
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miércoles, 25 de mayo de 2011
jueves, 19 de mayo de 2011
No es oro todo lo que reluce
Permítanme anunciar una novedad antes de entrar en materia: al final de esta entrada encontrarán ustedes un enlace a través del cual podrán escuchar la siguiente entrada (y todas las anteriores)
¡Qué pasada! Tras siete años en los que parecía que los españoles habíamos perdido nuestra capacidad para movilizarnos, protestar o simplemente decir "esta boca es mía"; proliferan por toda nuestra geografía campamentos como el de la Puerta del Sol; desde los que se dice a los españoles "no les votes", o se les exige a nuestros gobernantes una "democracia real ya". Y luego analizaremos lo acertado o desafortunado de los mensajes o las intenciones; pero el simple hecho de que los jóvenes se hayan echado a la calle, por mucho que hayan tardado, es algo a celebrar. Cualquier acto que les recuerde a nuestros políticos que somos algo más que peones en este juego de las sillas que se han montado con los escaños del Congreso, es indiscutiblemente bueno.
Y como, cada vez más, lo que resulta bueno para nosotros tiende a no serlo tanto para nuestra secta política; a nuestros gobernantes les ha faltado tiempo para reaccionar. Por un lado, los más flipados de nuestro panorama electoral han pretendido sumarse a la movilización. Así Tomás Gómez, por ejemplo, sigue hablando de aquellos que tienen poder en tercera persona; como si ser el secretario general del partido político más importante de España en la región capital de la nación no supusiese ningún poder, o fuese comparable a ser empleado de una panadería de barrio, o a currar en un taller mecánico. Cayo Lara, pretendiendo asimismo estar en misa y repicando al mismo tiempo, también entiende que la cosa no va contra él. No sé en qué fórmulas matemáticas basa su razonamiento, pero asume que dirigir un partido que participa del gobierno en alguna comunidad autónoma y diversos ayuntamientos por toda España, no le convierte automáticamente en miembro del establishment político hacia el que se dirige esta movilización. Pero bueno, tampoco nos vamos a sorprender ahora, tratándose de políticos suficientemente cegados como para seguir apostando hoy por una izquierda trasnochada que para el mundo real feneció hace ya varias décadas. Por su parte, los políticos con los pies más en la tierra (o tal vez deberíamos decir menos alejados de ella) no se lo han pensado dos veces, y presionan a la junta electoral central para que se desmantele todo el movimiento por las buenas, las malas o las peores si es necesario.
Y aunque me alegra sobremanera todo lo que está ocurriendo, es un sentimiento agridulce; ya que por mucho que me gustaría, no puedo sumarme al movimiento. Y no puedo hacerlo porque, a pesar de que apenas han presentado propuestas o demandas concretas, estoy en desacuerdo con lo poco que hemos sabido hasta el momento. Por una parte se ha blandido el eslogan "no les votes", que a pesar de no ser un llamamiento a la abstención (tal y como algunos han creído entender) sí que pide que no se vote a los dos grandes partidos, pero que sí que se haga a los partidos minoritarios; asumiendo a ciegas que su menor tamaño y participación de la vida política hasta la fecha les convierte por algún oscuro motivo en partidos mejores o más dignos de fiar. Por otro lado, también se ha presentado la demanda de una Democracia Real Ya. Parece que no pocos de los que hoy acampan por toda España pretenden que esta movilización sea una más de las que se vienen produciendo por el norte de África; pero ni esto es África, ni aquí nos enfrentamos a ningún régimen totalitario. Lo que tenemos aquí es ya una democracia, y si no resulta todo lo real que a ellos les gustaría, o padecemos "el sistema bipartidista al que (según dicen) nos tienen sometidos", no podemos achacarlo únicamente a nuestra clase política y olvidar la participación que los ciudadanos, como votantes, tenemos y hemos tenido en todo ello. Nuestra democracia debe mejorar muchísimo, pero esperar que esta mejora se produzca como resultado de una acción unilateral por parte de las instituciones es pueril y utópico. Lo que necesita nuestra democracia es que los ciudadanos aprendamos a votar con criterio. Esto es no solo leer, sino comprender e interiorizar los diferentes programas ofrecidos por los distintos partidos y exigir luego su cumplimiento. Nuestra democracia necesita que entendamos que todos los diputados nos representan a nosotros, y no solo aquellos a los que hemos votado, sin buenos y malos; y que, en consecuencia, solo debemos aplicar un único rasero ante la mentira o la corrupción: la más absoluta de las intolerancias. Obviar todo esto y presentar el problema como una conspiración por parte de unos poderes oscuros que nos manipulan a su antojo, es evadir nuestra responsabilidad y renegar del buen ejercicio de nuestras funciones en la operativa de la democracia, exactamente igual que hace esa clase política a la que se dirige la protesta.
Y como muestra, un botón: Al igual que los manifestantes quieren ver conspiraciones ajenas a cualquier responsabilidad propia, lo mismo hace nuestra clase política, investigando a ver quién está detrás de la movilización; buscando poderes oscuros que manipulan a la población para hacerles daño movidos por intereses maquiavélicos. Intentan comprender quién sale más beneficiado de todo esto para así adivinar quién está detrás; sin darse cuenta de que no hay conspiraciones ni planes perversos; sino que, a la luz de nuestra historia más reciente, esto parece simplemente un resultado inevitable.
Me explico: durante los primeros años del presente siglo, parecía que los españoles habíamos perdido el miedo a salir a la calle a protestar cuando no nos gustaba lo que hacían nuestros gobernantes. Así nos echamos a la calle ante la que consideramos errónea gestión del desastre del Prestige; a mostrar nuestra total disconformidad con la guerra de Irak, o cuando nos consideramos engañados tras los atentados del 11M. Tres días después hubo cambio de gobierno y cambiaron las tornas. Con Zapatero en la Moncloa, toda la maquinaria mediática afín a la calle Ferraz se puso las pilas, y en menos que canta un gallo mostrar cualquier tipo de disconformidad con el gobierno, le convertía automáticamente a uno en un facha deleznable (o en uno del PP, que pasó a ser lo mismo). Y no me tomen por exagerado, pregúntenle si dudan a Joaquín Leguina, que en un par de telediarios pasó de ser un socialista nada sospechoso de inclinaciones hacia la derecha de ningún tipo a ser un facha, un traidor y un amiguito del alma de Esperanza Aguirre. Sólo así se explica que, especialmente desde la llegada de la crisis, pareciese que no nos importaba que nos quedásemos sin empleo, o que cerrasen las empresas, o que recortasen las pensiones, o que redujesen el sueldo a funcionarios, o que nos retrasasen la edad de jubilación, nos insultasen, nos tomasen por idiotas, nos mintiesen o convirtiesen a nuestro país en el hazmerreír de la política internacional. Hoy basta con acercarse a cualquiera de los campamentos organizados por toda España para comprender que sí que nos importaba, pero que no decíamos nada porque nos creimos que no estar de acuerdo con ZP, era estar del lado del PP; y antes muertos que favoreciendo a los herederos de Franco.
Hoy, con el "no les votes" y el "democracia real ya" hemos encontrado la fórmula para poder criticar al gobierno no solo no favoreciendo al PP, sino haciéndole objeto de la misma crítica. Sólo una vez que encontramos la manera de hacer al PP corresponsable de la crisis y de todos los desaguisados políticos que nos ha tocado padecer durante los últimos años, nos hemos atrevido a criticar al gobierno. Y pueden seguir buscando la conspiración todo lo que les venga en gana, que no la encontrarán. Lo que hay en la Puerta del Sol es la única posibilidad que tienen nuestros jóvenes de protestar ante el gobierno sin que el pie de foto del diario "El País" los presente como la versión renovada y gaviotera de las juventudes hitlerianas.
Pero, una vez más, no es oro todo lo que reluce; y a los pocos convencidos de que protagonizan una protesta transversal al sistema, se han sumado un montón de fariseos que no tienen ningún problema con el sistema, sino que ven que el Partido Popular va a arrasar en las elecciones, y tienen suficiente sentido del ridículo como para no intentar pedir el voto para el PSOE; y tal como en su día entendieron que hacían más daño diciendo "No a la guerra" que "No a la guerra de Irak", hoy optan por decir "no les votes" cuando lo que querrían decir en realidad es "no votes al PP". Si sumamos a estos la cantidad de hippies de i-pad y twitter que se molan mucho haciéndose fotos por los alrededores de la Puerta del Sol con saco de dormir; no puede uno menos que sentir una profunda pena al pensar lo solitos que se van a quedar algunos cuando, si se cumplen los vaticinios de las encuestas, vuelva a gobernar el PP y de nuevo se pueda salir a la calle a protestar contra el gobierno con total normalidad.
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¡Qué pasada! Tras siete años en los que parecía que los españoles habíamos perdido nuestra capacidad para movilizarnos, protestar o simplemente decir "esta boca es mía"; proliferan por toda nuestra geografía campamentos como el de la Puerta del Sol; desde los que se dice a los españoles "no les votes", o se les exige a nuestros gobernantes una "democracia real ya". Y luego analizaremos lo acertado o desafortunado de los mensajes o las intenciones; pero el simple hecho de que los jóvenes se hayan echado a la calle, por mucho que hayan tardado, es algo a celebrar. Cualquier acto que les recuerde a nuestros políticos que somos algo más que peones en este juego de las sillas que se han montado con los escaños del Congreso, es indiscutiblemente bueno.
Y como, cada vez más, lo que resulta bueno para nosotros tiende a no serlo tanto para nuestra secta política; a nuestros gobernantes les ha faltado tiempo para reaccionar. Por un lado, los más flipados de nuestro panorama electoral han pretendido sumarse a la movilización. Así Tomás Gómez, por ejemplo, sigue hablando de aquellos que tienen poder en tercera persona; como si ser el secretario general del partido político más importante de España en la región capital de la nación no supusiese ningún poder, o fuese comparable a ser empleado de una panadería de barrio, o a currar en un taller mecánico. Cayo Lara, pretendiendo asimismo estar en misa y repicando al mismo tiempo, también entiende que la cosa no va contra él. No sé en qué fórmulas matemáticas basa su razonamiento, pero asume que dirigir un partido que participa del gobierno en alguna comunidad autónoma y diversos ayuntamientos por toda España, no le convierte automáticamente en miembro del establishment político hacia el que se dirige esta movilización. Pero bueno, tampoco nos vamos a sorprender ahora, tratándose de políticos suficientemente cegados como para seguir apostando hoy por una izquierda trasnochada que para el mundo real feneció hace ya varias décadas. Por su parte, los políticos con los pies más en la tierra (o tal vez deberíamos decir menos alejados de ella) no se lo han pensado dos veces, y presionan a la junta electoral central para que se desmantele todo el movimiento por las buenas, las malas o las peores si es necesario.
Y aunque me alegra sobremanera todo lo que está ocurriendo, es un sentimiento agridulce; ya que por mucho que me gustaría, no puedo sumarme al movimiento. Y no puedo hacerlo porque, a pesar de que apenas han presentado propuestas o demandas concretas, estoy en desacuerdo con lo poco que hemos sabido hasta el momento. Por una parte se ha blandido el eslogan "no les votes", que a pesar de no ser un llamamiento a la abstención (tal y como algunos han creído entender) sí que pide que no se vote a los dos grandes partidos, pero que sí que se haga a los partidos minoritarios; asumiendo a ciegas que su menor tamaño y participación de la vida política hasta la fecha les convierte por algún oscuro motivo en partidos mejores o más dignos de fiar. Por otro lado, también se ha presentado la demanda de una Democracia Real Ya. Parece que no pocos de los que hoy acampan por toda España pretenden que esta movilización sea una más de las que se vienen produciendo por el norte de África; pero ni esto es África, ni aquí nos enfrentamos a ningún régimen totalitario. Lo que tenemos aquí es ya una democracia, y si no resulta todo lo real que a ellos les gustaría, o padecemos "el sistema bipartidista al que (según dicen) nos tienen sometidos", no podemos achacarlo únicamente a nuestra clase política y olvidar la participación que los ciudadanos, como votantes, tenemos y hemos tenido en todo ello. Nuestra democracia debe mejorar muchísimo, pero esperar que esta mejora se produzca como resultado de una acción unilateral por parte de las instituciones es pueril y utópico. Lo que necesita nuestra democracia es que los ciudadanos aprendamos a votar con criterio. Esto es no solo leer, sino comprender e interiorizar los diferentes programas ofrecidos por los distintos partidos y exigir luego su cumplimiento. Nuestra democracia necesita que entendamos que todos los diputados nos representan a nosotros, y no solo aquellos a los que hemos votado, sin buenos y malos; y que, en consecuencia, solo debemos aplicar un único rasero ante la mentira o la corrupción: la más absoluta de las intolerancias. Obviar todo esto y presentar el problema como una conspiración por parte de unos poderes oscuros que nos manipulan a su antojo, es evadir nuestra responsabilidad y renegar del buen ejercicio de nuestras funciones en la operativa de la democracia, exactamente igual que hace esa clase política a la que se dirige la protesta.
Y como muestra, un botón: Al igual que los manifestantes quieren ver conspiraciones ajenas a cualquier responsabilidad propia, lo mismo hace nuestra clase política, investigando a ver quién está detrás de la movilización; buscando poderes oscuros que manipulan a la población para hacerles daño movidos por intereses maquiavélicos. Intentan comprender quién sale más beneficiado de todo esto para así adivinar quién está detrás; sin darse cuenta de que no hay conspiraciones ni planes perversos; sino que, a la luz de nuestra historia más reciente, esto parece simplemente un resultado inevitable.
Me explico: durante los primeros años del presente siglo, parecía que los españoles habíamos perdido el miedo a salir a la calle a protestar cuando no nos gustaba lo que hacían nuestros gobernantes. Así nos echamos a la calle ante la que consideramos errónea gestión del desastre del Prestige; a mostrar nuestra total disconformidad con la guerra de Irak, o cuando nos consideramos engañados tras los atentados del 11M. Tres días después hubo cambio de gobierno y cambiaron las tornas. Con Zapatero en la Moncloa, toda la maquinaria mediática afín a la calle Ferraz se puso las pilas, y en menos que canta un gallo mostrar cualquier tipo de disconformidad con el gobierno, le convertía automáticamente a uno en un facha deleznable (o en uno del PP, que pasó a ser lo mismo). Y no me tomen por exagerado, pregúntenle si dudan a Joaquín Leguina, que en un par de telediarios pasó de ser un socialista nada sospechoso de inclinaciones hacia la derecha de ningún tipo a ser un facha, un traidor y un amiguito del alma de Esperanza Aguirre. Sólo así se explica que, especialmente desde la llegada de la crisis, pareciese que no nos importaba que nos quedásemos sin empleo, o que cerrasen las empresas, o que recortasen las pensiones, o que redujesen el sueldo a funcionarios, o que nos retrasasen la edad de jubilación, nos insultasen, nos tomasen por idiotas, nos mintiesen o convirtiesen a nuestro país en el hazmerreír de la política internacional. Hoy basta con acercarse a cualquiera de los campamentos organizados por toda España para comprender que sí que nos importaba, pero que no decíamos nada porque nos creimos que no estar de acuerdo con ZP, era estar del lado del PP; y antes muertos que favoreciendo a los herederos de Franco.
Hoy, con el "no les votes" y el "democracia real ya" hemos encontrado la fórmula para poder criticar al gobierno no solo no favoreciendo al PP, sino haciéndole objeto de la misma crítica. Sólo una vez que encontramos la manera de hacer al PP corresponsable de la crisis y de todos los desaguisados políticos que nos ha tocado padecer durante los últimos años, nos hemos atrevido a criticar al gobierno. Y pueden seguir buscando la conspiración todo lo que les venga en gana, que no la encontrarán. Lo que hay en la Puerta del Sol es la única posibilidad que tienen nuestros jóvenes de protestar ante el gobierno sin que el pie de foto del diario "El País" los presente como la versión renovada y gaviotera de las juventudes hitlerianas.
Pero, una vez más, no es oro todo lo que reluce; y a los pocos convencidos de que protagonizan una protesta transversal al sistema, se han sumado un montón de fariseos que no tienen ningún problema con el sistema, sino que ven que el Partido Popular va a arrasar en las elecciones, y tienen suficiente sentido del ridículo como para no intentar pedir el voto para el PSOE; y tal como en su día entendieron que hacían más daño diciendo "No a la guerra" que "No a la guerra de Irak", hoy optan por decir "no les votes" cuando lo que querrían decir en realidad es "no votes al PP". Si sumamos a estos la cantidad de hippies de i-pad y twitter que se molan mucho haciéndose fotos por los alrededores de la Puerta del Sol con saco de dormir; no puede uno menos que sentir una profunda pena al pensar lo solitos que se van a quedar algunos cuando, si se cumplen los vaticinios de las encuestas, vuelva a gobernar el PP y de nuevo se pueda salir a la calle a protestar contra el gobierno con total normalidad.
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viernes, 13 de mayo de 2011
Erre que erre.
Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra; lo que no explican es a partir de qué número de tropiezos debería uno empezar a preocuparse. Desde que adquirí una cierta conciencia política no dejo de darme cabezazos contra la misma pared; y empiezo a sospechar que, tal vez, me lo tendría que hacer mirar.
La cuestión es que, por más que la experiencia siempre sea la misma, cada vez que hay elecciones me ilusiono y me emociono como si empezase el mundial de fútbol, las vacaciones o un ciclo de películas de Raquel Welch. Me zambullo en periódicos e informativos (leer o mirar se me queda corto) a la espera de programas electorales, propuestas, perfiles de candidatos y demás informaciones útiles y necesarias para votar con criterio y, una vez tras otra, me topo de bruces con la triste realidad. Y no creo que tenga que explicarle a nadie la magnitud del bofetón, pero si alguno no llega a hacerse a la idea, que visualize todas las leches de la saga de Rocky entera juntas, y que lo multiplique por cien unas cuantas veces.
Pues ni con esas aprendo. Supongo que se debe a los cachetes que me dieron de niño, o a haber estudiado en un colegio de curas, o a haberme pasado la infancia andando en monopatín o bicicleta sin casco; o a cualquiera de esas cosas que por suerte hoy sabemos que provocan daños irreparables en el desarrollo de los individuos. La cuestión es que yo sigo intentando votar con fundamento, erre que erre; y no solo me decepcionan cada vez que hay elecciones, sino que en cada nueva convocatoria nuestros políticos consiguen superarse a sí mismos.
En la presente campaña, los dos grandes partidos han empezado por apartar de los medios a todos los demás. La junta electoral central se sacó de la manga cuotas de aparición para los partidos a imponer incluso a las televisiones privadas, y hoy no pocos se preguntan si Izquierda Unida aún existe, si Rosa Díez ha tirado la toalla con lo de UPyD, si Revilla está de baja por empacho de sobaos o si la pataleta de Cascos al final se quedó en mucho ruido y pocas nueces. Cualquiera que no investigue un poquito, entenderá que las únicas opciones reales el próximo 22 de mayo son PSOE, PP, y unos nacionalistas vascos respaldados por terroristas a los que los medios españoles dan más publicidad electoral de la que puede comprar el dinero. Y, una vez eliminada la competencia, han podido dedicarse en cuerpo y alma a hacer aquello que saben hacer mejor: hablar de todo menos de lo que realmente importa.
Así el discurso del PP, desafiando todas las normas de física, química y lógica elemental, se basa en que son Zapatero y Rubalcaba los que se presentan a alcaldes de los 8.000 municipios españoles y a presidentes de las 17 comunidades (a las que no tienen elecciones ahora, también). Según cuentan desde Génova, los españoles tenemos dos opciones el próximo día 22: votar al PSOE si nos mola lo de tener cinco millones de parados y cada vez menos poder adquisitivo o votar al PP si queremos justamente lo contrario. La política local y regional, que se supone que es lo que decidimos en el plebiscito, quedan tan en segundo plano que no sé si debería decir tercero o cuarto; y, por muy difícil que resulte digerirlo, renovar en el cargo al acalde de Ronda o al concejal de festejos de San Adrián es perpetuar en el cargo al responsable de que ETA se presente a las elecciones.
Por su parte, el discurso del PSOE tampoco tiene desperdicio. Se resume en que el PP es la derecha de la extrema derecha de la derecha de la derecha extrema. Así el domingo tras la fórmula uno arrancaba el informativo de un canal afín a Ferraz en plan sensacionalista resumiendo el inicio de campaña en poco menos que: "Extremen las precauciones; protejan a mujeres y niños; los fachas andan sueltos". Hasta la fecha, el único mensaje que he recibido de la campaña socialista es que los populares son los enemigos de lo público, y que votarles es renunciar voluntariamente a la sanidad o la educación. Y bien es verdad que el profundo desconocimiento de la historia que exhiben ZP y los suyos no es nada nuevo; pero pretender que los españoles hayan olvidado ya los años de gobierno de Aznar en los que, con todos los fallos y errores que se les quieran achacar, los colegios y hospitales siguieron en pie; es mucho pretender. Incluso no son pocas las comunidades y ciudades en las que gobierna el PP a día de hoy; y en ellas, al menos que yo sepa, ni se les pasa factura a los ciudadanos en los hospitales, ni en los colegios se obliga a los chiquillos a cantar el "cara al sol".
Y entre toda esta orgía de mamarrachadas de unos y otros, destaca una vez más el incansable Zapatero (por algo es el presidente, digo yo). Justo cuando se cumple un año del mayor tijeretazo social de la historia de nuestra democracia, acusa de mentir como un bellaco a quien diga que el PSOE ha hecho recortes y, por si acaso semejante afirmación no le garantizase el premio a "la parida más gorda de la campaña", se aseguró el título culpando del paro a Aznar; como si no solo no resultase mínimamente razonable, sino que supusiese un argumento para no renovar al alcalde de Vitigudino en su cargo...
Dice uno mucho más sabio que yo que la clase política es un reflejo de la ciudadanía; vamos, que tenemos a los políticos que nos merecemos. Y no pretendo en ningún momento evadir mi responsabilidad autocrítica, pero es que no puedo evitar dudar que alguna vez hayamos sido taaaaaaan malos.
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La cuestión es que, por más que la experiencia siempre sea la misma, cada vez que hay elecciones me ilusiono y me emociono como si empezase el mundial de fútbol, las vacaciones o un ciclo de películas de Raquel Welch. Me zambullo en periódicos e informativos (leer o mirar se me queda corto) a la espera de programas electorales, propuestas, perfiles de candidatos y demás informaciones útiles y necesarias para votar con criterio y, una vez tras otra, me topo de bruces con la triste realidad. Y no creo que tenga que explicarle a nadie la magnitud del bofetón, pero si alguno no llega a hacerse a la idea, que visualize todas las leches de la saga de Rocky entera juntas, y que lo multiplique por cien unas cuantas veces.
Pues ni con esas aprendo. Supongo que se debe a los cachetes que me dieron de niño, o a haber estudiado en un colegio de curas, o a haberme pasado la infancia andando en monopatín o bicicleta sin casco; o a cualquiera de esas cosas que por suerte hoy sabemos que provocan daños irreparables en el desarrollo de los individuos. La cuestión es que yo sigo intentando votar con fundamento, erre que erre; y no solo me decepcionan cada vez que hay elecciones, sino que en cada nueva convocatoria nuestros políticos consiguen superarse a sí mismos.
En la presente campaña, los dos grandes partidos han empezado por apartar de los medios a todos los demás. La junta electoral central se sacó de la manga cuotas de aparición para los partidos a imponer incluso a las televisiones privadas, y hoy no pocos se preguntan si Izquierda Unida aún existe, si Rosa Díez ha tirado la toalla con lo de UPyD, si Revilla está de baja por empacho de sobaos o si la pataleta de Cascos al final se quedó en mucho ruido y pocas nueces. Cualquiera que no investigue un poquito, entenderá que las únicas opciones reales el próximo 22 de mayo son PSOE, PP, y unos nacionalistas vascos respaldados por terroristas a los que los medios españoles dan más publicidad electoral de la que puede comprar el dinero. Y, una vez eliminada la competencia, han podido dedicarse en cuerpo y alma a hacer aquello que saben hacer mejor: hablar de todo menos de lo que realmente importa.
Así el discurso del PP, desafiando todas las normas de física, química y lógica elemental, se basa en que son Zapatero y Rubalcaba los que se presentan a alcaldes de los 8.000 municipios españoles y a presidentes de las 17 comunidades (a las que no tienen elecciones ahora, también). Según cuentan desde Génova, los españoles tenemos dos opciones el próximo día 22: votar al PSOE si nos mola lo de tener cinco millones de parados y cada vez menos poder adquisitivo o votar al PP si queremos justamente lo contrario. La política local y regional, que se supone que es lo que decidimos en el plebiscito, quedan tan en segundo plano que no sé si debería decir tercero o cuarto; y, por muy difícil que resulte digerirlo, renovar en el cargo al acalde de Ronda o al concejal de festejos de San Adrián es perpetuar en el cargo al responsable de que ETA se presente a las elecciones.
Por su parte, el discurso del PSOE tampoco tiene desperdicio. Se resume en que el PP es la derecha de la extrema derecha de la derecha de la derecha extrema. Así el domingo tras la fórmula uno arrancaba el informativo de un canal afín a Ferraz en plan sensacionalista resumiendo el inicio de campaña en poco menos que: "Extremen las precauciones; protejan a mujeres y niños; los fachas andan sueltos". Hasta la fecha, el único mensaje que he recibido de la campaña socialista es que los populares son los enemigos de lo público, y que votarles es renunciar voluntariamente a la sanidad o la educación. Y bien es verdad que el profundo desconocimiento de la historia que exhiben ZP y los suyos no es nada nuevo; pero pretender que los españoles hayan olvidado ya los años de gobierno de Aznar en los que, con todos los fallos y errores que se les quieran achacar, los colegios y hospitales siguieron en pie; es mucho pretender. Incluso no son pocas las comunidades y ciudades en las que gobierna el PP a día de hoy; y en ellas, al menos que yo sepa, ni se les pasa factura a los ciudadanos en los hospitales, ni en los colegios se obliga a los chiquillos a cantar el "cara al sol".
Y entre toda esta orgía de mamarrachadas de unos y otros, destaca una vez más el incansable Zapatero (por algo es el presidente, digo yo). Justo cuando se cumple un año del mayor tijeretazo social de la historia de nuestra democracia, acusa de mentir como un bellaco a quien diga que el PSOE ha hecho recortes y, por si acaso semejante afirmación no le garantizase el premio a "la parida más gorda de la campaña", se aseguró el título culpando del paro a Aznar; como si no solo no resultase mínimamente razonable, sino que supusiese un argumento para no renovar al alcalde de Vitigudino en su cargo...
Dice uno mucho más sabio que yo que la clase política es un reflejo de la ciudadanía; vamos, que tenemos a los políticos que nos merecemos. Y no pretendo en ningún momento evadir mi responsabilidad autocrítica, pero es que no puedo evitar dudar que alguna vez hayamos sido taaaaaaan malos.
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miércoles, 4 de mayo de 2011
El bochorno del "Spain is different"
Han matado a Ben Laden (sí, 'ben'; 'bin' es lo que escriben los americanos para, al leerlo, decir 'ben'). En occidente muchos lo celebran con preocupación ante posibles represalias mientras en oriente otros tantos lo lamentan jurando al tiempo venganza. Y mientras tanto, en España, seguimos a la espera de que nuestro presidente haga comentarios al respecto y desvele su postura oficial. No son pocos los que se preguntan a qué espera para sumarse (o no) al resto de los líderes de las democracias occidentales que aplauden el hecho sin discusión; pero es que los años de zapaterismo nos han colocado en una situación de lo más peculiar, desde la que posicionarse respecto a la operación gerónimo no resulta tan sencillo.
Lo sería si esto hubiese ocurrido con Bush en el despacho oval. El gobierno no lamentaría la muerte de Ben Laden, pero sí que consideraría deleznable la actuación de los americanos. El aparato mediático afín a la "nueva vía" del PSOE nos relataría lo acontecido como la última machada del cowboy tejano que se cree que habla con Dios; y preguntaría a voz en grito cómo es posible que los yankees se atrevan a organizar algo así sin pedir permiso a la ONU, sin avisar a los pakistaníes, o sin llamar antes por teléfono al propio Osama en plan Gila a ver a qué hora le viene bien.
Pero, claro, Bush es historia; y poner a bajar de un burro al otro gran progresista planetario no resulta del todo conveniente. Y si fuese solo por eso, Zapatero no tendría problema en salir por televisión celebrándolo con confeti por muy incoherente que resultase con su discurso y hechos hasta la fecha. Si de algo es consciente ZP es de que no pasará a la historia como un tipo coherente; con lo que decir diego donde dijo digo por enésima vez no le iba a quitar el sueño. Pero es que con los asuntos que se trae entre manos con ETA: ¿Cómo sentaría a algunos que Zapatero saliese por televisión aplaudiendo porque a un terrorista le han dado lo suyo?
Y así es como el contraste entre España y el mundo normal resulta cada vez más escandaloso. Y así es como el viejo eslogan de Spain is different se convierte en algo que cada día tenemos que admitir con mayor vergüenza los que tratamos con gente de fuera. Porque no es solo que nuestra economía vaya a contrapié respecto a la de nuestros vecinos o que dupliquemos la tasa de paro de la UE; es que en asuntos en los que se supone que compartimos barco con nuestros aliados, no hacemos sino remar en dirección contraria. Así mientras las democracias occidentales aplauden que se mate a un terrorista sanguinario, nuestro presidente aún no sabe qué decir. O, lo que es mucho más sangrante, mientras Francia se esfuerza en luchar contra ETA, nosotros boicoteamos el trabajo de los franceses con chivatazos; o miramos hacia otro lado para que se escapen los terroristas que apresaron gobiernos anteriores; o cuando la huída no es posible les pagamos tratamientos de fertilidad.
Y suma y sigue. Que bien es verdad que la política exterior común de la UE es una asignatura pendiente; pero una cosa es eso y otra muy diferente que mientras nuestros socios aspiran a posicionar a Europa convirtiéndola en un interlocutor inevitable, admirado y respetado en cualquier escenario geopolítico; nosotros apostemos por el buen rollito infinito y las alianzas de civilizaciones permitiendo que se nos ponga chulito hasta un mierda como Evo Morales.
Incluso en un asunto como el de los piratas del Índico, con lo indiscutiblemente obvio que resulta en qué bando nos encontramos, Spain is different. Así mientras unos, como los americanos, optan por la opción A, que consiste en no negociar un pepino y darles leña sin miramientos; y otros, como los franceses, optan por la opción B, que va de pagar para liberar a los rehenes y luego dar leña sin miramientos hasta que recuperan la pasta; nosotros nos inventamos la opción S (de Spain). Y lo realmente particular de nuestra opción no es que el gobierno pague a los piratas, por mucho que nosotros no hablemos de otra cosa. De hecho, cuando Trinidad Jiménez contradice a la Audiencia Nacional afirmando que el gobierno no pagó a los secuestradores del Alakrana lo que hace es confirmar que a pesar de ser un líquido blanco embotellado, que sabe a leche y salió de las ubres de una vaca, se trata de un teléfono. Y lo hace para que no centremos la atención en la auténtica originalidad de la opción S; que es que una vez liberados los rehenes (vamos, cuando toca darles leña sin miramientos), nuestro gobierno da orden a nuestros militares de quedarse quietecitos donde están y si acaso pegar un par de tiros al aire para que no resulte demasiado obvio en la tele que les hacemos pasillo mientras se piran con nuestras pelas para financiar el próximo secuestro.
Y, así, cada día que pasa Spain is más different. Un país donde no solo los terroristas podrán presentarse a las elecciones, sino que cuando matan al que ideó los atentados que acabaron con casi doscientas vidas en Madrid hace no tanto, el presidente no sabe si debe aplaudir.
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Lo sería si esto hubiese ocurrido con Bush en el despacho oval. El gobierno no lamentaría la muerte de Ben Laden, pero sí que consideraría deleznable la actuación de los americanos. El aparato mediático afín a la "nueva vía" del PSOE nos relataría lo acontecido como la última machada del cowboy tejano que se cree que habla con Dios; y preguntaría a voz en grito cómo es posible que los yankees se atrevan a organizar algo así sin pedir permiso a la ONU, sin avisar a los pakistaníes, o sin llamar antes por teléfono al propio Osama en plan Gila a ver a qué hora le viene bien.
Pero, claro, Bush es historia; y poner a bajar de un burro al otro gran progresista planetario no resulta del todo conveniente. Y si fuese solo por eso, Zapatero no tendría problema en salir por televisión celebrándolo con confeti por muy incoherente que resultase con su discurso y hechos hasta la fecha. Si de algo es consciente ZP es de que no pasará a la historia como un tipo coherente; con lo que decir diego donde dijo digo por enésima vez no le iba a quitar el sueño. Pero es que con los asuntos que se trae entre manos con ETA: ¿Cómo sentaría a algunos que Zapatero saliese por televisión aplaudiendo porque a un terrorista le han dado lo suyo?
Y así es como el contraste entre España y el mundo normal resulta cada vez más escandaloso. Y así es como el viejo eslogan de Spain is different se convierte en algo que cada día tenemos que admitir con mayor vergüenza los que tratamos con gente de fuera. Porque no es solo que nuestra economía vaya a contrapié respecto a la de nuestros vecinos o que dupliquemos la tasa de paro de la UE; es que en asuntos en los que se supone que compartimos barco con nuestros aliados, no hacemos sino remar en dirección contraria. Así mientras las democracias occidentales aplauden que se mate a un terrorista sanguinario, nuestro presidente aún no sabe qué decir. O, lo que es mucho más sangrante, mientras Francia se esfuerza en luchar contra ETA, nosotros boicoteamos el trabajo de los franceses con chivatazos; o miramos hacia otro lado para que se escapen los terroristas que apresaron gobiernos anteriores; o cuando la huída no es posible les pagamos tratamientos de fertilidad.
Y suma y sigue. Que bien es verdad que la política exterior común de la UE es una asignatura pendiente; pero una cosa es eso y otra muy diferente que mientras nuestros socios aspiran a posicionar a Europa convirtiéndola en un interlocutor inevitable, admirado y respetado en cualquier escenario geopolítico; nosotros apostemos por el buen rollito infinito y las alianzas de civilizaciones permitiendo que se nos ponga chulito hasta un mierda como Evo Morales.
Incluso en un asunto como el de los piratas del Índico, con lo indiscutiblemente obvio que resulta en qué bando nos encontramos, Spain is different. Así mientras unos, como los americanos, optan por la opción A, que consiste en no negociar un pepino y darles leña sin miramientos; y otros, como los franceses, optan por la opción B, que va de pagar para liberar a los rehenes y luego dar leña sin miramientos hasta que recuperan la pasta; nosotros nos inventamos la opción S (de Spain). Y lo realmente particular de nuestra opción no es que el gobierno pague a los piratas, por mucho que nosotros no hablemos de otra cosa. De hecho, cuando Trinidad Jiménez contradice a la Audiencia Nacional afirmando que el gobierno no pagó a los secuestradores del Alakrana lo que hace es confirmar que a pesar de ser un líquido blanco embotellado, que sabe a leche y salió de las ubres de una vaca, se trata de un teléfono. Y lo hace para que no centremos la atención en la auténtica originalidad de la opción S; que es que una vez liberados los rehenes (vamos, cuando toca darles leña sin miramientos), nuestro gobierno da orden a nuestros militares de quedarse quietecitos donde están y si acaso pegar un par de tiros al aire para que no resulte demasiado obvio en la tele que les hacemos pasillo mientras se piran con nuestras pelas para financiar el próximo secuestro.
Y, así, cada día que pasa Spain is más different. Un país donde no solo los terroristas podrán presentarse a las elecciones, sino que cuando matan al que ideó los atentados que acabaron con casi doscientas vidas en Madrid hace no tanto, el presidente no sabe si debe aplaudir.
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