No es nada nuevo. Por desgracia no es nada nuevo que nuestros políticos insulten la inteligencia de todos aquellos con un mínimo de la misma. No hace falta ser Einstein o una lumbrera de ninguna clase para captar el desprecio a nuestra capacidad intelectual que supone prometer traer tiempos mejores cuando todos sabemos que los tiempos que nos esperan van a ser de todo menos bonitos. Y tal vez en parte se deba a que a medida que los años me van dejando sin pelo, tolero peor que me lo tomen; pero cada campaña que me toca padecer, me resulta más insultante, indignante e incluso ofensiva. Eso de que lancen mensajes presuponiendo que los destinatarios son una panda de enanos intelectuales aborregados hasta la saciedad, cada vez me resulta más intolerable.
Así hoy, los candidatos de los dos grandes partidos andan enredados arriba y abajo con el dichoso impuesto sobre el patrimonio. Y, sin ningún ánimo de poner en entredicho la capacidad intelectual de ninguno de ustedes, voy a profundizar un poquito en el asunto para ilustrar lo absurdo de la propuesta: La crisis económica (y su consiguiente desempleo) que padecemos hoy proviene de una crisis financiera. Esta crisis financiera provocó la paralización del crédito por parte de la banca; y el crédito es a nuestra actividad económica lo mismo que el aire a nuestros pulmones. Me llevaría unas cuantas entradas explicar detalladamente el funcionamiento de la banca; pero a grandes rasgos podemos resumir que por una parte capta depósitos (ahorros), y por otra presta ese dinero captado en forma de créditos. Y vamos a obviar ahora cómo el alejamiento por parte de la banca de esta función esencial ha provocado todo esto. La cuestión que nos interesa resaltar ahora es que a menos depósitos, menos créditos; ergo, menos actividad económica, crecimiento, empleo...
Todo esto lo sabe Rubalcaba; igual que tampoco se le escapa que un impuesto sobre el patrimonio no invita precisamente a convertir los ahorros de uno en un depósito bancario. Pero, claro; estamos en campaña y lo de menos son los efectos que pudiera tener cumplir las promesas de uno. Lo importante es mostrarse a sus votantes como Robin Hood y, sobre todo, retratar al PP como los amigos de los ricos desde el preciso instante en que no muestren su total acuerdo y compromiso con su propuesta. Vamos, que lo dice porque asume que la mayoría de los que le escuchan carecen de capacidad para prever en qué puede desembocar su famoso impuesto sobre el patrimonio. Dicho en otras palabras, diseña su campaña partiendo de la premisa de que los votantes somos idiotas.
Yo, por mi parte, me resisto a creer nada parecido; aunque cada vez son más los indicios que se acumulan en contra de mis convicciones y me hacen dudar. Hoy mismo, escuché en la radio a varios analistas de los que saben bastante más que un servidor comentar que los españoles no estábamos suficientemente asustados con la situación económica. Y no es que nadie pretenda que gritemos y nos tiremos de los pelos por la calle ciegos de pánico; pero bien es verdad que con la de tijeretazos que necesitamos comernos para no hundirnos con todo el equipo, ponerse como nos ponemos porque algunos profesores van a tener que trabajar un par de horas más a la semana, parece cuando menos fuera de lugar. A ver si al final va a resultar que sí que los votantes se creen que alguno de los candidatos puede arreglar esto de un plumazo en plan "aquí no ha pasado nada"; y que podemos salir de esta sin sudárnoslo de lo lindo. Vaya, a ver si al final va a tener razón Rubalcaba, y los votantes no somos más que unos cuantos millones de zoquetes.
martes, 13 de septiembre de 2011
jueves, 8 de septiembre de 2011
Ganar las elecciones
Los hay que no solo no aprenden, sino que se niegan rotundamente a hacerlo. Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pero ni tan sabio refrán es suficiente para describir el empecinamiento que se respira por la calle Génova. Treinta y tantos años de democracia y siguen convencidos de que pueden ganar las elecciones, los tíos.
Vamos a decirlo alto y claro a ver si se enteran de una vez por todas: en España, las elecciones las gana o las pierde la izquierda; y más concretamente el Partido Socialista. Y pueden hablar del voto de centro o los indecisos todo lo que les venga en gana; pero cualquiera con dos dedos de frente sabe que si el voto en España fuese obligatorio, nada impediría la sucesión interminable de gobiernos socialistas con mayoría absoluta. Aquí no importa lo que se vota, sino quién vota; y al final los resultados solo dependen de qué partido sea capaz de movilizar a sus propios votantes. Cuando esto lo consigue el PSOE, ya pueden hacer todos los demás lo que les venga en gana, que de poco les va a servir.
Así, sabiendo que en noviembre un montón de ciudadanos de los que o bien votan al PSOE o bien se quedan en su casa optarán por lo segundo (suponiendo que no medie ninguna catástrofe); me resulta cuando menos cómico escuchar a valientes como Pons lanzando órdagos a la grande en plan promesa electoral. 3,5 millones de empleos dicen que van a crear, los muy figuras. Convencidos, al parecer, de que así pueden colaborar activamente en el descalabro socialista. Y si casi me parto de risa al escuchar a Pons; más gracia aún me hacen las reacciones de muchos. "El problema es que algunos se lo van a creer", argumentan; y tiran de calculadora para demostrar lo irrisorio de la propuesta.
Lo que hay que entender es que lo de menos es quién se va a creer qué. En España hay una docena de millones de personas que o bien votan al centro-derecha o bien se quedan en casa; y dado lo insostenible de la situación en la que nos ha colocado el último gobierno socialista, el 20N van a perder el culo por llegar los primeros a las urnas a votar al PP; que si a ZP se le puede dar la patada antes de comer, pues mucho mejor que después de la merienda. Y lo único que puede alentar a estos, es señalar lo ridículo que resulta plantear que Rubalcaba pueda ser capaz de trasvestirse en lo opuesto a su persona con tan solo mudarse a la Moncloa. Para todos los demás, lo que diga Pons resulta igual de efectivo que lo que le diga yo a mi reflejo en el espejo.
Así pues, poco importa que el PP prometa tres millones de empleos o trescientos mil billones. Tampoco sería la primera vez que se prometen cifras en España, se obtiene lo contrario, y no hay castigo en las siguientes elecciones. Lo que hay que entender es que no se trata de una cifra al azar. Mantener nuestro modo de vida pasa por crear al menos tres millones y medio de empleos en los próximos cuatro años. Esto lo saben en Génova y así aspiran a hacerlo. Tienen que hacerlo si no quieren que el desempleo sea el menor de nuestros problemas. Saben que cuando Rubalcaba afirma que puede sacarnos de esta, indirectamente promete lo mismo; y así es como Pons decide soltarlo y quedarse tan ancho.
Ahora bien, ¿qué confianza puedo tener yo? ¿Realmente puede crear 3,5 millones de empleos un Partido Popular que sigue pensando que puede ganar las elecciones? Por la cuenta que nos trae, esperemos que así sea.
(Adjuntaremos el audio de esta entrada en cuanto sea técnicamente posible)
Vamos a decirlo alto y claro a ver si se enteran de una vez por todas: en España, las elecciones las gana o las pierde la izquierda; y más concretamente el Partido Socialista. Y pueden hablar del voto de centro o los indecisos todo lo que les venga en gana; pero cualquiera con dos dedos de frente sabe que si el voto en España fuese obligatorio, nada impediría la sucesión interminable de gobiernos socialistas con mayoría absoluta. Aquí no importa lo que se vota, sino quién vota; y al final los resultados solo dependen de qué partido sea capaz de movilizar a sus propios votantes. Cuando esto lo consigue el PSOE, ya pueden hacer todos los demás lo que les venga en gana, que de poco les va a servir.
Así, sabiendo que en noviembre un montón de ciudadanos de los que o bien votan al PSOE o bien se quedan en su casa optarán por lo segundo (suponiendo que no medie ninguna catástrofe); me resulta cuando menos cómico escuchar a valientes como Pons lanzando órdagos a la grande en plan promesa electoral. 3,5 millones de empleos dicen que van a crear, los muy figuras. Convencidos, al parecer, de que así pueden colaborar activamente en el descalabro socialista. Y si casi me parto de risa al escuchar a Pons; más gracia aún me hacen las reacciones de muchos. "El problema es que algunos se lo van a creer", argumentan; y tiran de calculadora para demostrar lo irrisorio de la propuesta.
Lo que hay que entender es que lo de menos es quién se va a creer qué. En España hay una docena de millones de personas que o bien votan al centro-derecha o bien se quedan en casa; y dado lo insostenible de la situación en la que nos ha colocado el último gobierno socialista, el 20N van a perder el culo por llegar los primeros a las urnas a votar al PP; que si a ZP se le puede dar la patada antes de comer, pues mucho mejor que después de la merienda. Y lo único que puede alentar a estos, es señalar lo ridículo que resulta plantear que Rubalcaba pueda ser capaz de trasvestirse en lo opuesto a su persona con tan solo mudarse a la Moncloa. Para todos los demás, lo que diga Pons resulta igual de efectivo que lo que le diga yo a mi reflejo en el espejo.
Así pues, poco importa que el PP prometa tres millones de empleos o trescientos mil billones. Tampoco sería la primera vez que se prometen cifras en España, se obtiene lo contrario, y no hay castigo en las siguientes elecciones. Lo que hay que entender es que no se trata de una cifra al azar. Mantener nuestro modo de vida pasa por crear al menos tres millones y medio de empleos en los próximos cuatro años. Esto lo saben en Génova y así aspiran a hacerlo. Tienen que hacerlo si no quieren que el desempleo sea el menor de nuestros problemas. Saben que cuando Rubalcaba afirma que puede sacarnos de esta, indirectamente promete lo mismo; y así es como Pons decide soltarlo y quedarse tan ancho.
Ahora bien, ¿qué confianza puedo tener yo? ¿Realmente puede crear 3,5 millones de empleos un Partido Popular que sigue pensando que puede ganar las elecciones? Por la cuenta que nos trae, esperemos que así sea.
(Adjuntaremos el audio de esta entrada en cuanto sea técnicamente posible)
viernes, 2 de septiembre de 2011
Abrir la caja de Pandora
Así no hay quien se tome un respiro. Se va uno de vacaciones con la esperanza de que en agosto nuestros venerados dirigentes se lo tomen con calma, y a la vuelta se encuentra con que los tipos no solo no se han ido a Marina D'or a ponerse conguito sino que se han puesto de acuerdo para reformar la Constitución. Manda huevos.
Que bien es verdad que era previsible que el peliculero del "buenas noches y buena suerte" quisiera morir matando; pero reformar la Carta Magna es una pasada de frenada alucinante incluso para él, del que ya cabía esperarse cualquier cosa. Y así es que a Rubalcaba se le ha quedado una cara de tonto que no se le va a quitar ni para la foto del cartel electoral con photoshop a destajo. Por no mencionar la sonora carcajada de la Chacón, incapaz de leer un periódico sin mearse encima de risa desde hace ya casi dos semanas.
Porque, seamos francos, calificar el déficit de inconstitucional es ni más ni menos que tipificar como delito sus siete años de gobierno. Y si habíamos padecido un gobierno contrario a la lógica, a nuestros intereses o al más mínimo sentido común; con esta reforma podremos calificar la gestión de Zapatero como contraria a la Constitución. Y si eso parece grave, mucho más lo es asumir que a partir de ahora la Constitución obliga a todos los partidos de izquierda españoles a defender programas de derechas; y así está la Chacón, retorcida del descojone en la taza de su WC.
Pero, claro, nada de eso importa a Zapatero. Él (tal y como apunta Joaquín Leguina) no es hijo de la transición, sino nieto de la república, con lo que lo que diga la Constitución le parece irrelevante. No hace más que imaginarse a sí mismo en futuras entrevistas esperando a que se hable de la dificultad de reformar la Carta Magna para, con aire altivo, replicar: "Complicado tal vez, pero no imposible. Yo necesité reformarla y lo hice". Solo piensa en esa autobiografía en la que señalará lo sencillo que resulta para un estadista de su talla lograr acuerdos entre los dos grandes partidos españoles, tal y como él hizo como líder de la oposición primero, y como presidente del Gobierno después. Y a todos los demás (incluidos sus más cercanos colaboradores) solo nos queda cruzar los dedos para que no pretenda ponerle a su currículum ninguna guinda más de aquí al 20 de noviembre.
Mientras tanto, el otro gran estadista español aplaude emocionado. No en vano Zapatero acaba de librarle del trabajo de meter en cintura a todos los barones regionales del PP. Ya no tendrá que discutir, enfrentarse o simplemente explicar porqué todos han de emular a la Cospedal. Ya no lo dice Génova; lo dice la Constitución; y con semejante argumento a Mariano le sobran agallas para responderle a la Espe, a los valencianos o a cualquiera que se le ponga por delante. Por no hablar de la Merkel, encantada de la vida y sonriente como Concha Velasco tras comprobar la facilidad con la que impone su criterio tras un par de simples llamadas.
Lo que no sabe la Merkel es la extraordinaria elasticidad con la que en España podemos aplicar la Constitución. Peca de ingenua, ignorando a todas luces la docilidad con la que el Tribunal Constitucional se somete a los deseos de los partidos políticos. Y lo que todos parecen ignorar es la terrible caja de Pandora que abre Zapatero al obsequiar a su "nación discutida y discutible" con una Constitución reformada y reformable. Hasta la fecha ha sido la Carta Magna la que ha marcado las líneas rojas para las aspiraciones de los nacionalismos periféricos. Las exigencias de independencia ni siquiera llegaban a discutirse porque no solo requerirían una reforma de la Constitución, sino que la reforma en sí debería ser aprobada en un referéndum en el que participasen todos los españoles. Así hoy, cuando se demuestra que la Constitución se puede reformar, se lleva a cabo un ejercicio de dinamismo necesario para cualquier marco legal. Ahora bien, cuando se hace sin que los ciudadanos podamos decir en las urnas "esta boca es mía", ya no solo se desprestigia por completo la Constitución y lo que representa, sino que se sienta un precedente muy peligroso; se abre la veda y les garantizo que los nacionalistas vascos y catalanes lo van a aprovechar. Vamos, que una vez más Zapatero siembra tormentas, y nos toca a los españolitos recoger sus tempestades.
Pueden escuchar esta entrada pinchando aquí
También pueden escuchar el resto de entradas a través de este link
http://www.youtube.com/user/cpweiller
Que bien es verdad que era previsible que el peliculero del "buenas noches y buena suerte" quisiera morir matando; pero reformar la Carta Magna es una pasada de frenada alucinante incluso para él, del que ya cabía esperarse cualquier cosa. Y así es que a Rubalcaba se le ha quedado una cara de tonto que no se le va a quitar ni para la foto del cartel electoral con photoshop a destajo. Por no mencionar la sonora carcajada de la Chacón, incapaz de leer un periódico sin mearse encima de risa desde hace ya casi dos semanas.
Porque, seamos francos, calificar el déficit de inconstitucional es ni más ni menos que tipificar como delito sus siete años de gobierno. Y si habíamos padecido un gobierno contrario a la lógica, a nuestros intereses o al más mínimo sentido común; con esta reforma podremos calificar la gestión de Zapatero como contraria a la Constitución. Y si eso parece grave, mucho más lo es asumir que a partir de ahora la Constitución obliga a todos los partidos de izquierda españoles a defender programas de derechas; y así está la Chacón, retorcida del descojone en la taza de su WC.
Pero, claro, nada de eso importa a Zapatero. Él (tal y como apunta Joaquín Leguina) no es hijo de la transición, sino nieto de la república, con lo que lo que diga la Constitución le parece irrelevante. No hace más que imaginarse a sí mismo en futuras entrevistas esperando a que se hable de la dificultad de reformar la Carta Magna para, con aire altivo, replicar: "Complicado tal vez, pero no imposible. Yo necesité reformarla y lo hice". Solo piensa en esa autobiografía en la que señalará lo sencillo que resulta para un estadista de su talla lograr acuerdos entre los dos grandes partidos españoles, tal y como él hizo como líder de la oposición primero, y como presidente del Gobierno después. Y a todos los demás (incluidos sus más cercanos colaboradores) solo nos queda cruzar los dedos para que no pretenda ponerle a su currículum ninguna guinda más de aquí al 20 de noviembre.
Mientras tanto, el otro gran estadista español aplaude emocionado. No en vano Zapatero acaba de librarle del trabajo de meter en cintura a todos los barones regionales del PP. Ya no tendrá que discutir, enfrentarse o simplemente explicar porqué todos han de emular a la Cospedal. Ya no lo dice Génova; lo dice la Constitución; y con semejante argumento a Mariano le sobran agallas para responderle a la Espe, a los valencianos o a cualquiera que se le ponga por delante. Por no hablar de la Merkel, encantada de la vida y sonriente como Concha Velasco tras comprobar la facilidad con la que impone su criterio tras un par de simples llamadas.
Lo que no sabe la Merkel es la extraordinaria elasticidad con la que en España podemos aplicar la Constitución. Peca de ingenua, ignorando a todas luces la docilidad con la que el Tribunal Constitucional se somete a los deseos de los partidos políticos. Y lo que todos parecen ignorar es la terrible caja de Pandora que abre Zapatero al obsequiar a su "nación discutida y discutible" con una Constitución reformada y reformable. Hasta la fecha ha sido la Carta Magna la que ha marcado las líneas rojas para las aspiraciones de los nacionalismos periféricos. Las exigencias de independencia ni siquiera llegaban a discutirse porque no solo requerirían una reforma de la Constitución, sino que la reforma en sí debería ser aprobada en un referéndum en el que participasen todos los españoles. Así hoy, cuando se demuestra que la Constitución se puede reformar, se lleva a cabo un ejercicio de dinamismo necesario para cualquier marco legal. Ahora bien, cuando se hace sin que los ciudadanos podamos decir en las urnas "esta boca es mía", ya no solo se desprestigia por completo la Constitución y lo que representa, sino que se sienta un precedente muy peligroso; se abre la veda y les garantizo que los nacionalistas vascos y catalanes lo van a aprovechar. Vamos, que una vez más Zapatero siembra tormentas, y nos toca a los españolitos recoger sus tempestades.
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