martes, 26 de abril de 2011

Causas y efectos

          Termina la Semana Santa, o lo que según ciertos gililaicos deberíamos llamar el periodo de descanso entre el primer y segundo trimestre, y un año más toca revisar las cifras de muertos en nuestras carreteras. Y no crean que lo digo con desidia o cansancio. Al contrario. No en vano hace tiempo que defiendo que de los muertos en nuestras carreteras deberíamos hablar muchísimo más de lo que lo hacemos. Que no me mueve ningún afán de morbo o nada parecido, pero es que no hacerlo convierte en ridículo el homenaje para con cualquier otro fallecido patrio. ¿Acaso soy el único al que le parece indignante la comparación entre los líos que se montan cuando se nos mueren un par de soldados en Afganistán y la "normalidad" en la que se nos mueren más de dos mil personas todos los años en la carretera?

          Pues eso, que no hablamos del tema lo suficiente. Aunque, por otro lado, creo que intuyo por qué. Con la pandilla de cenutrios en puestos de poder dispuestos a relacionar el aumento de las sanciones de tráfico con el descenso de los muertos como un matrimonio causa-efecto indiscutible, transmitir a nuestra clase dirigente nuestra sincera preocupación por la siniestralidad vial no deja de ser como pedirles por favor que nos multen hasta por soñar con circular a más de cien por hora.

          Que no debemos obviar el hecho de que durante los últimos años, a medida que ha aumentado la recaudación por sanciones de tráfico y se han endurecido las multas, han descendido las cifras de fallecidos. Pero no menos cierto es que a medida que facebook ha ganado usuarios, también los muertos en carretera han sido menos; y muere mucha menos gente hoy en España en desplazamientos que cuando las redes sociales ni siquiera existían. Y es ante datos tan indiscutibles como estos, que debemos asumir la peligrosidad que esconden las relaciones causa-efecto simplonas e interesadas.

          Por ejemplo, no debemos hablar de cifras de fallecidos en términos absolutos sino en relación al número de desplazamientos. Este año, por ejemplo, hemos tenido un cuarenta por ciento menos de desplazamientos que en 2001. Y esto significa que toda reducción de siniestros que no supere esa cifra no se debe al carné por puntos (ni a facebook, todo sea dicho). Por si fuera poco, también debemos tener en cuenta otra serie de factores que sin duda intervienen en la ecuación: Durante las últimas décadas los fabricantes de automóviles han invertido cantidades ingentes de dinero en avances de seguridad activa y pasiva para los vehículos. Así cuando hace no mucho circulábamos a 120 en un Opel Corsa pelao, hoy lo hacemos en un Opel Corsa que cuenta con dirección asistida, ABS, airbag, control de tracción, cabina indeformable y un sinfín de ayudas a la conducción que, por un lado, hacen que sea mucho más complicado tener un accidente y, por otro, minimizan exponencialmente las consecuencias del  mismo en caso de tenerlo. Por su parte, el ministerio de fomento no ha hecho más que desdoblar carreteras e inaugurar más y más kilómetros de autovía; con lo que cuando antes circulábamos por unas carreteras estrechas de doble sentido, mal iluminadas, sin señalizar, con curvas imposibles, sin arcenes y con toda suerte de árboles y demás obstáculos con los que estrellarse a ambos lados de la vía; hoy lo hacemos en unas autovías bien iluminadas y señalizadas, con curvas siempre suaves, grandes arcenes seguidos de vías de escape y, sobre todo, sin vehículos circulando en sentido contrario invadiendo nuestro carril. Y podríamos seguir hablando de la información con la que contamos hoy y la concienciación ciudadana del peligro que supone la carretera, pero sólo con las mejoras de vehículos y vías tenemos argumentos de sobra. La cuestión es que existen estadísticas que miden la relación entre la disminución de la siniestralidad y la implementación de medidas de seguridad como airbag, abs y demás en los vehículos. Asimismo, también está más que demostrada y cuantificada la reducción del número de accidentes por kilómetro de carretera desdoblado. No me costaría nada, con esas cifras en la mano sumadas al descenso del 40% de los desplazamientos, demostrarle a Pere Navarro, a sus amigos de la DGT y a la secta política que su afán recaudatorio no sólo no ha reducido la siniestralidad, sino que teniendo en cuenta toda la información EL CARNÉ POR PUNTOS Y LA PLAGA DE RADARES HABRÍA AUMENTADO LAS CIFRAS DE ACCIDENTES Y MUERTOS EN NUESTRAS CARRETERAS.

          Pero si lo hiciese, no sería en absoluto mejor de lo que son ellos. Ellos son los que tergiversan a su antojo las relaciones de causa y efecto y yo soy yo. Ellos son los que ven que una persecución mediática contra Chaves está llevando a destapar toda suerte de chanchullos que cuestionan su integridad. Yo soy el que veo que su falta de integridad le llevó a cometer chanchullos y por eso ahora le persiguen. Ellos son los que dicen que la falta de confianza está debilitando al gobierno. Yo soy el que sabe que no confía en el gobierno por su manifiesta debilidad. Ellos son los que afirman que se les responsabiliza de la fuga de Troitiño porque quieren atacarles. Yo soy el que ante las evidencias solo puedo asumir que se le dejó huír a propósito, ya que cualquier otro caso reflejaría demasiada inutilidad incluso para ellos. Ellos son los que siguen preguntándose porqué para los españoles la clase política es el tercer principal problema del país. Yo soy el que sabe que encontrarán la respuesta en cualquier espejo.

          En definitiva, que ellos son ellos y yo, sin ser ejemplar en casi nada, soy radicalmente distinto. Por eso no puedo ignorar a la hora de analizar la siniestralidad vial lo que han cambiado los conductores. Obviar el hecho de que todas las ayudas (en vehículos e infraestructuras) van convirtiendo poco a poco a nuestros conductores en carne de cañón ante los imprevistos sería tan sectario como lo que hace la DGT relacionando multas y radares con vidas salvadas. Sin ser tan mayor, tengo por detrás una generación entera de conductores que no durarían tres kilómetros en el coche que yo conducía por las carreteras en las que lo hacía hace no tanto tiempo. Incluso yo no soy lo que era, ya que a fuerza de conducir años por autovías estupendas en coches que lo hacen casi todo por mi, me voy relajando al volante como antes solo hacían los muy temerarios. Y es por esto, y no por las multas a tutiplén, que a pesar de las mejoras en seguridad de vías y vehículos y la reducción de desplazamientos tenemos las cifras que tenemos.

          Concluyendo: debemos asumir que el carné por puntos y la proliferación de radares han contribuído significativamente a la reducción de los accidentes. Ahora bien, cuando pretendan inflar las medallas y convertir a las sanciones en la panacea universal ignorando todo lo demás; cuando intenten disfrazar su afán recaudatorio de salvavidas indiscutible, que sepan que no somos idiotas, que con sus argumentos resulta que lo que salva vidas es facebook.

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lunes, 18 de abril de 2011

Esto no es la izquierda

          Supongo que es inevitable que a medida que las cosas nos van a todos peor se radicalicen los discursos. Una cosa son las ideologías y maneras de entender la política con la barriga llena, y otra muy diferente cuando (tal y como leí hace no mucho en facebook) "nos sobra demasiado mes para llegar a fin de sueldo"; y eso los que lo tienen (el sueldo, claro está). Cuando apenas sobran dedos en la mano al contar los millones de parados que tenemos, o nos toca ampliar la hipoteca para llenar el depósito del coche; pierden importancia conceptos como la mesura, la tolerancia, el equilibrio o nimiedades como el hablar con propiedad. Y así es como el tono de las tertulias en radio y televisión ha ido cambiando y hemos pasado de ponderar la necesidad o el acierto de una medida o una propuesta concreta a posicionamientos del tipo "vale que los míos son unos cabrones, pero los tuyos son unos cabrones con pintas, y eso es mucho peor".

          Hace unas semanas escuché a Salvador Sostres afirmar por televisión que la situación económica y social que tiene españa hoy era algo inevitable, más o menos que era la firma inequívoca de la izquierda. Y no era la primera vez que escuchaba algo así, ni fue la última; pero he de reconocer que sólo cuando lo escuché de la boca de semejante zoquete me di cuenta de la barbaridad que era, y del peligro que entrañaba.

          Y bien es verdad que me cuesta escribir este artículo aclaratorio. A fin de cuentas no son pocos los que reciben ahora un poco de su propia medicina. Tras años en los que mostrar desacuerdo con el PSOE (gracias, sobre todo, al grupo Prisa) le convertía a uno en un facha casposo, y simpatizar con el PP en un amante de la corrupción y las guerras, o en un meapilas santurrón de los que ponen velas al caudillo; que ahora se le de la vuelta a la tortilla no deja de conllevar una cierta justicia. Pero no quiero caer en el revanchismo, por mucho que ese y no ningún otro sea el deporte nacional de los españoles. Opto por seguir apostando por la utopía de una democracia madura en España; y a esa sólo podremos llegar con representación seria de todas las ideologías. Es la única manera de que los ciudadanos contemos con verdaderas opciones a la hora de elegir, o con un parlamento en el que las diferentes corrientes se equilibren entre sí. Me resisto a pensar que un escenario así en nuestro futuro no sea viable, y eso es lo que me empuja a hacer las siguientes afirmaciones:

- La inacción ante la crisis y la espiral de endeudamiento retroalimentado no es la izquierda: Izquierda es, ante una crisis, priorizar las políticas sociales e incluso fortalecerlas a pesar de que ello pueda generar cierto endeudamiento y retrasar algo la recuperación de la economía. Ahora bien, no entender que sin recuperación de la economía no hay política social que valga no es izquierda, es estupidez. Margaret Thatcher decía que "nadie recordaría al buen samaritano si, además de buenas intenciones, no hubiese tenido dinero". Y poco importa aquí que la Thatcher fuese de derechas o no; en política hay que decidir cuánto se gasta en pescado y cuánto en cañas de pescar. La proporción hacia uno u otro lado marca la diferencia entre derecha e izquierda. Ocuparse sólo de uno o lo otro no indica ideología, sino mera incapacidad intelectual.

- Pensar que el fin justifica los medios no es la izquierda: supeditar la política, la justicia e incluso la decencia a intereses electoralistas no indica una u otra ideología; sólo ambición desmedida. Hacerle la cama a la policía en la lucha antiterrorista o negociar con ETA a espaldas de los ciudadanos en busca de una medalla ante el electorado son los actos de alguien que se siente incapaz de merecer el poder de ningún otro modo; pero carente de la dignidad suficiente como para, a pesar de ello, renunciar a tenerlo.

- El burdel andaluz no es la izquierda. Es endiosamiento y carencia de principios. Gobernar una comunidad durante décadas sin que al electorado parezcan importarle los resultados llega a hacerle pensar a uno que puede hacer lo que le venga en gana. La diferencia entre pensarlo y hacerlo no es ideológica; la marca la decencia.

- La mentira no es la izquierda. Y responder a preguntas directas con referencias a canciones de Amaral tampoco. Es desfachatez e ignorancia. Es, por supuesto, absoluto desprecio a la verdad.

- Confundir igualdad de derechos y oportunidades con igualdad a secas no es la izquierda; es incapacidad mental. Al igual que confundir el derecho de todo ser humano a ejercer un puesto de responsabilidad con el que cualquiera sea capaz de hacerlo. Así nuestro gobierno y su consejo de ministros es un homenaje a la mediocridad, pero no es un gobierno representativo de la izquierda.

          Y podría seguir durante párrafos y párrafos, pero tampoco quiero dedicar el resto de mis días a esta entrada. Resumiré pues en una frase: este gobierno y este PSOE no son la izquierda que queremos y necesitamos ni, de hecho, ninguna izquierda.

          Y pueden parecer obviedades, pero en estos tiempos en los que la linea divisoria entre derecha e izquierda es tan difusa y cambiante (no olvidemos que hace tan solo 40 años cualquier discurso que no rechazase de manera frontal e intransigente el capitalismo era considerado de derechas o, dicho de otro modo: para el PSOE pre-Suresnes, ZP, Rubalcaba, Pajín, Chacón y demás familia debían sentarse entre los miembros del movimiento y no en la oposición) es fundamental que intentemos mantener las ideas claras, no mezclar churras con merinas, y no llamar izquierda o derecha a lo que no es ni lo uno, ni lo otro, ni todo lo contrario.


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miércoles, 6 de abril de 2011

Burbujas no inmobiliarias

          Es curioso lo que puede llegar a disfrutar uno de los números, a pesar de ser más de letras que una sopa. Tal vez equivoqué mi orientación académica, o a lo mejor es así para todo el mundo, pero cada vez se me alegra más el espíritu cuando me encuentro cifras en las noticias de los periódicos. Supongo que es porque así como las palabras pueden tener varios significados e interpretaciones, con los números no hay interpretación que valga (por mucho que intenten colarla), y son un arma muchísimo más contundente que el mejor elaborado de los discursos.

          Así, por ejemplo, me encontré la semana pasada una serie de datos sobre el cine español. Sobre ese pobre cine que está en crisis desde que tengo uso de razón, o desde que terminó la censura, o desde que Pajares y Esteso se hicieron mayores. Vamos, desde hace un montón de tiempo. La noticia hablaba de un descenso de cuota de pantalla del 3%. Contaba que si en 2009 más de un 15% de las pelis exhibidas en España habían sido producto nacional, en 2010 habíamos bajado a un 12,7%. También, por supuesto, había descendido la recaudación. Y de primera lectura sonaba al típico "éramos pocos y parió la abuela". Pero el artículo adjuntaba numeritos, con lo que tras armarme de refresco y palomitas, me puse a jugar con la calculadora un ratito.

          Parece ser que el cine español está en crisis y ha tenido un año pésimo porque el pobrecito solo ha podido recaudar 80.277.621 euros en 2010. La cosa está muy mal porque tan sólo cinco títulos españoles superaron en recaudación los 4 millones de euros. Menuda desgracia. Me recuerda al pobre niño pijo que se fue a esquiar una semana y sus padres tan sólo le dieron 500 euros para gastos porque había suspendido tres en la primera evaluación.

          Sarcasmos aparte; es inevitable preguntarse cómo es posible vivir una crisis tan grave con unas cifras tan envidiables; y la respuesta, una vez más, apareció en los números que encontré en el artículo a continuación: en 2010 se exhibieron en España 367 largometrajes españoles.

          No se trata de una errata. 367. Trescientos sesenta y siete. Dos más que días tiene el año. El resto del mundo mundial, incluyendo las poderosísimas industrias de cine que hacen películas para el mundo entero, colocó en nuestras salas algo menos de 1.200 películas. Y nosotros, que hacemos cine para España y cuatro latinoamericanos, colocamos 367 y nuestros dos huevos encima de la mesa. Hollywood, que hace películas con audiencias potenciales de miles de millones de seres humanos, no ha exhibido en España el triple de películas que nosotros. Curiosamente, Hollywood no está en crisis ni requiere subvenciones para subsistir.

          Se me ocurre que el cine español, en lugar de llorar a diestro y siniestro y cebarse con los internautas, tal vez debería repasar las normas básicas de funcionamiento de la oferta y la demanda. Es sencillo: en España (para qué buscar ejemplos fuera cuando los tenemos tan cerquita) durante años nos dedicamos a construír casas por doquier. Hoy nos referimos a aquellos tiempos como la burbuja inmobiliaria. Tantas casas construímos que la oferta llegó a superar con creces a la demanda, lo que hizo que el precio de la vivienda cayese en picado. Las consecuencias no creo que se las tenga que recordar a ustedes; pero lo que sí quiero resaltar es que nadie en todo el mundo ha tan siquiera sugerido como problema que los españoles invirtiesen menos dinero en vivienda.

          Durante 2010, a pesar de la que nos estaba cayendo encima, los españoles tuvimos las santas narices de dejarnos algo más de 80 millones de euros en los cines en películas españolas. Y todavía nos lloran. Y todavía tenemos que darle parte de nuestros impuestos, como si fuese culpa nuestra que hayan encontrado en las carteleras su propia costa de levante.

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