martes, 21 de abril de 2020

LO QUE SE PUEDE SABER

(For the record: Escrito el día 6 de abril de 2020. Subido a Internet el día 21 de abril de 2020)


          Vendrán recortes. Uy, si vendrán. Recortes como casi ninguno aquí en Occidente acertamos a recordar. Y vale que cuando mueren centenares de personas a diario parece cuando menos una falta grave de tacto ponerse a valorar las posibles consecuencias económicas de esta pandemia. Pero, por otro lado ¿no es ese nuestro deber? Digo yo que tendremos que intentar suavizar el impacto económico en la medida que nos sea posible; que bastante tienen aquellos que están perdiendo familiares por el COVID como para perder también su trabajo o su pensión. Y por ello repito: vendrán recortes. Descomunales. Habrá inyecciones de liquidez por parte del Banco Central Europeo y parcheos de todos los colores y sabores, pero de un parón de este calibre en una economía mundial que ya estaba al borde de la recesión no nos vamos de rositas. Ni mucho menos.

          La única diferencia será que si continúa gobernando la izquierda tendremos recortes porque las circunstancias obligan y no nos queda otra salida; mientras que si por el contrario gobiernan los otros los recortes se harán porque lo llevan en su adn y es lo que siempre han querido hacer y todo eso que ya nos sabemos de memoria.  Pero eso poco importa. Llueve sobre mojado. El doble rasero de los supremacistas morales es tan previsible como cansino. Tanto que ya ni siquiera se molesta casi nadie en señalarlo. Y si los brasileños y los estadounidenses deben fiscalizar minuciosamente a Bolsonaro y Trump respectivamente para impedir que con su despotismo empeoren una situación ya grave de por sí; aquí que gobiernan los buenos lo que toca es lealtad al gobierno, y arrimar el hombro y tal y tal…
               
          Pero no entremos ahí ahora. Poco aporta ahora señalar por enésima vez lo que se sabía, lo que no, lo que debería haberse sabido, o lo que no debería haberse dicho sin saber… Ya que para la pandemia llegamos tarde, para su secuela económica centrémonos en lo importante. Pongamos el foco en lo que sabemos, y en lo que se puede saber. Porque tenemos la certeza de que la crisis será de magnitud prácticamente sin precedentes. Sabemos también que será a escala global. Que, a pesar de ser global; en nuestro caso será más pronunciada y duradera que en los países de nuestro entorno, por desgracia, lo sabemos también.  Es una certeza. Porque estamos haciendo todo lo necesario para que así sea. Preparando un cóctel letal al que pocas pymes podrán sobrevivir. Y, por mucho que se les llene la boca hablando de EREs y las malvadas empresas del IBEX; el paro en España no viene mayormente de despidos, sino de cierres de pequeñas y medianas empresas.
                
          La legislación laboral española lleva décadas siendo una de las más rígidas de nuestro entorno (algunos dicen que del mundo entero), y el gobierno ha decidido prohibir el despido procedente. Consigue así que a una empresa que no cumpla requisitos para acogerse a un ERTE y que necesite recurrir a reducir cargas salariales, le salga aún más caro. Y, por si fuera poco, decide que los ERTES se terminarán en el momento en el que se levante el estado de alarma. Es decir, que las empresas que sí que puedan acogerse a un ERTE tendrán que reacoger a toda su plantilla sobre la marcha. ¿Qué supondrá para las pymes que han sufrido un descalabro económico (al menos suficiente como para cumplir los requisitos del ERTE) tener que reasumir las cargas salariales al completo sin poder esperar a retomar la producción o (aún más importante) la facturación? ¿No poder hacerlo gradualmente a medida que se vaya retomando la actividad? Pues el cierre, claro. Y tampoco se crean que esto se trata de salvar a los empresarios y a los empleados que les den. Es que para los empleados también es mejor (si es que hay que elegir entre dos males) un despido con su correspondiente prestación por desempleo que un cierre y acudir a Fogasa a ver cuánto y cuándo cae, si es que cae algo. Y sobre el repelente para la inversión que supone un vicepresidente recordando en cada ocasión que puede que la riqueza ha de estar subordinada al interés general pues casi mejor ni entrar…
                
          Si les soy honesto, prefiero pensar que actúan desde el desconocimiento. Que toman estas decisiones convencidos de que la economía es un juego de suma cero. Confiando en que la riqueza está ahí y estará ahí esperando para ser redistribuida cuando pase todo esto. Necesito, de hecho, pensarlo. Porque, aunque no pocos insisten en que la cosa es así, yo no puedo concebir que en el gobierno sepan cuál es el único desenlace posible de las medidas que están tomando. No podría encajar que conociesen en qué va a resultar todo esto y que a pesar de ello sigan adelante. Necesito pensar que actúan por la osadía del ignorante y no por otra cosa. Y que serán sinceros cuando nos digan (otra vez) que no podían haberlo sabido. Que no se podía prever que en España iban a cerrar más pymes que en ningún otro país de nuestro entorno. Que (otra vez) nadie podría haberlo hecho mejor. Que (de nuevo) la crisis es mundial, y que si (otra vez) mientras los otros salen nosotros nos seguimos hundiendo no se debe a nada que pudiésemos haber hecho de manera distinta. Que si (suma y sigue) Europa no se presta a ayudar incondicionalmente es porque nos desean lo peor, y no porque nuestras acciones puedan generar desconfianza…

          Pero lo sabemos. Claro que lo sabemos. Nada puede impedir la crisis que se avecina, pero todo lo que no sea descargar fiscalmente a las empresas será echar leña al fuego. Así que  no les pido que compartan este artículo, pero sí que lo guarden. Porque llegará la quiebra, vendrán los recortes; seguiremos cayendo mientras el resto se recupera y nos vendrán con aquello de que nadie podría haberlo visto venir.

lunes, 23 de diciembre de 2019

CATALUÑA, EL 155 Y LA MEMORIA


Hablemos claro: No existe conflicto en Cataluña, y mucho menos político. Y esto no lo digo yo porque me crea más listo que nadie o maneje información reservada a otros. Lo digo precisamente porque al no ser especialmente listo, me toca tirar de memoria. Decía Einstein que la memoria es la inteligencia de los tontos, y lo cierto es que para abordar el sempiterno temita catalán necesitamos menos análisis sesudo y disertaciones sobre el origen antropológico del seny, y más recordar nuestra historia reciente. Que no hace ni dos años que se evidenció sin lugar a la menor duda que todo el supuesto conflicto político de Cataluña era una burda farsa, y nuestro incomprensible empeño en enterrar aquello en el olvido roza ya lo patológico.
Porque hasta hace un par de años todo era muy distinto. Asumo que yo no era ni mucho menos el único al que la sola idea de aplicar el 155 le provocaba sudores fríos. Por aquel entonces me había tragado completa, sincera e inocentemente esa narrativa de media Cataluña sintiéndose seriamente oprimida e injustamente sometida por el Estado español. Lo último que habría podido imaginar, era que ese pueblo catalán que Diada tras Diada se echaba a la calle a exigir su derecho a decidir, fuese a permitir que se les anulase la autonomía y se metiese en la cárcel a los miembros de su gobierno autonómico que no se fugasen a tiempo sin tan siquiera decir “esta boca es mía”.
Pero la realidad nada sabe de narrativas, y así fue que el viernes 27 de octubre de 2017 (unos días después del célebre amago de proclamación) el parlamento catalán sometió a votación y aprobó la declaración de independencia de Cataluña, y apenas unas horas después se aplicó el 155. Consecuencia: no solo no se obtuvo la votada (y tan presuntamente ansiada) independencia, sino que se cesó al presidente de la generalidad y a todos los miembros de su gobierno; se disolvió el parlamento regional y se asumieron las funciones de las diferentes consejerías desde los correspondientes ministerios del gobierno de España. Dicho de otro modo: Cataluña perdió cualquier tipo de autonomía. Pasó a ser, de hecho, la única de las 17 comunidades españolas sin un mínimo autogobierno. Habría cabido esperar que algo así requiriese de intervenciones del ejército o tanques por las calles como poco; pero lo cierto es que esto fue el viernes y no solo no ardió Troya, sino que el lunes los catalanes se fueron a trabajar como si tal cosa. Demostrando (para mi sorpresa) que todas esas exigencias de independencia, autogobierno, competencias y demás matracas constantes durante las últimas décadas no van con los ciudadanos de a pie, sino únicamente con su clase política. Que el hecho diferencial de los catalanes apenas existe. Al final son como los españoles de cualquier otra región; que lo que quieren es poder trabajar, contar con seguridad y unos servicios públicos decentes.
Sin embargo, hétenos aquí apenas dos años después a vueltas y más vueltas con el temita catalán. Llamando conflicto político a un conflicto entre políticos, que es una cosa muy distinta. Y tratando de conflicto grave a lo que apenas llega a conflicto de intereses entre una casta política catalana que ha hecho del independentismo un modo de vida, y unos políticos españoles acostumbrados a comprar los apoyos que les faltan para poder gobernar sin necesidad de hacer política. Y precisamente eso es de lo que trata en verdad la cuestión: de que unos cuantos individuos puedan seguir viviendo de la política sin tener que hacer política (algo para lo que, todo sea dicho, no están ni lejanamente capacitados). En total, hablamos de un problema que afecta a uno o dos cientos de personas; quinientas a lo sumo. Nada que ver con los siete millones y medio de catalanes, y menos aún con el resto de los 39 millones de españoles...
Pero lo mismo da. No hay actualidad sin el asunto catalán. No hay discurso que no aluda directa o indirectamente al independentismo. El conflicto político que ni es político ni apenas conflicto lo acapara todo. Monopoliza los medios. Y viendo las imágenes de Barcelona ardiendo y los bloqueos de carreteras y autovías tendemos a pasar por alto la formidable contradicción que todo ello supone: ¿de veras se espera que creamos que este pueblo catalán que reacciona así ante la sentencia del juicio del procés es el mismo que permitió que se encarcelase a los protagonistas del procés sin apenas enarcar una ceja? ¿Que se trata de los mismos ciudadanos que durante siete meses se atuvieron a vivir en una región sin la más mínima autonomía con respecto al gobierno central sin bloquear tan siquiera algún pasaje peatonal en Manresa? ¿Qué los que hoy tiran adoquines aceptaron sin el menor aspaviento convertirse en la región con menos autogobierno de Europa?
Si algo ha demostrado empíricamente la historia reciente es que en Cataluña no hay manifestaciones, disturbios, cortes de autopistas y demás “expresiones espontáneas” de la ciudadanía independentista si no son promovidas y respaldadas por las instituciones. Por los cuatro gatos que necesitan aparentar la existencia de una crisis política para justificar su propia existencia. Que no voy a negar que puestos a elegir haya un número importante, podría ser que incluso mayoritario, de catalanes que fuesen a preferir independizarse que seguir como hasta ahora; pero si algo evidencia la experiencia del 155, es que no se trata de algo prioritario ni mucho menos urgente. Que esa fábula de una región en la que la mitad de la población se siente insoportablemente oprimida por el Estado Español es precisamente eso: una fábula. Que lo que hay en Cataluña en verdad son unos ciudadanos que dados a elegir eligen una hipotética independencia, y otros que si tienen que elegir eligen continuar formando parte de España; pero que lo que realmente quieren, unos y otros, es que les dejen irse tranquilamente a trabajar.
Pero, mucho ojo; que no haya conflicto político en Cataluña no significa que no atravesemos una crisis política de una magnitud sin precedentes. Es más, toda la farsa en cuestión es una cortina de humo para ocultar la verdadera y dramática crisis; una hábil distracción para apartar nuestra atención del hecho de que nuestro futuro lo están negociando hoy mentecatos como Gabriel Rufián, indigentes intelectuales como Adriana Lastra, y una colección de ineptos tan indiscutiblemente incompetentes que ni saben lo que es la política ni por supuesto cuentan con aptitud alguna para ejercerla. 
A lo mejor, en lugar de tanto diálogo y tanta negociación; lo que necesitamos es poder empezar a elegir personas y no únicamente siglas. Porque ni los catalanes ni el resto de los españoles nos merecemos esto, aunque eso mejor lo posponemos para otro artículo. Por ahora dejemos que los catalanes se vayan a trabajar tranquilamente.  Creo que con todo lo que llevan aguantado se lo tienen ganado de sobra.

viernes, 29 de junio de 2018

La muerte de la nueva política

(Publicado en La Razón el 27/06/2018)

https://www.larazon.es/blogs/politica/sin-consenso/la-muerte-de-la-nueva-politica-MF18845283

          Al final resultó que el rey iba desnudo... Y mira que algunos lo advertían a todo el que quisiera escucharles. Detrás de la nueva política no hay más que humo, decían. Pero aquí siempre hemos sido más de hablar que de escuchar; y así es que la muerte de la nueva política pilló desprevenidos a muchos. Otros, por su parte, ni siquiera se han enterado aún de que se ha muerto. Todavía no han entendido que la moción de censura ha apuntalado al bipartidismo y ha sumido a los partidos de la nueva política en la irrelevancia de la que nacieron hace cuatro días. Tanto decir que la nueva política había llegado para quedarse, que las cosas habían cambiado para siempre, y bastaron unas horas para dar al traste con cualquier aspiración de gobierno que pudiesen tener o conservar...

          Pues los hay que aún a día de hoy les cuesta encajarlo. Que la moción de censura se presentó contra Ciudadanos y no contra el PP es algo que se va comprendiendo y asumiendo de forma prácticamente generalizada (que algunos prefieran comulgar con ruedas de molino antes que admitir tal cosa es harina de otro costal). Al gobierno de Mariano Rajoy se lo había cargado la sentencia que condenaba al propio Partido Popular por corrupción. De algo así no había recuperación posible, y las encuestas decían que si se disolvía el gobierno y se convocaban elecciones ganaba Ciudadanos. Y vale que ciertas encuestas tienen la credibilidad de un billete de siete euros, pero sí que parecía obvio que unas elecciones resultarían en una nueva legislatura con gobierno entre Ciudadanos y PP. Y todos los partidos que se habían marcado el objetivo de desalojar a los fachas austericidas del gobierno en 2020, se iban a tener que esperar como mínimo hasta 2022. Que se disolviese el gobierno y los votantes eligiesen uno nuevo en las urnas solo interesaba, pues, a Ciudadanos. Al resto en esta ocasión lo del derecho a decidir o la participación ciudadana no les pareció tan importante como otras veces. Cosa curiosa esto de la política...

          A estas alturas ya tampoco es ningún secreto para nadie que si la moción la interpone Pedro Sánchez, es porque al PSOE es al que, de entre todos a los que no interesaban unas elecciones, más perjudicaban. Con un secretario general ausente en el Congreso y un partido terminal en un mínimo histórico de 84 escaños, convocar elecciones generales venía a ser igual que publicar una esquela. Una puntilla bastante más letal que la sentencia que acababa con el gobierno de Rajoy. A pdrschz no le quedaba otra que jugarse el todo por el todo. Lo cierto es que no tenía absolutamente nada que perder. Para él era moción o muerte. Y no una moción cualquiera, una moción proponiéndose como presidente con los presupuestos austericidas de Rajoy bajo el brazo. Intentar negociar unos nuevos presupuestos habría supuesto elecciones antes de terminar el año, y cualquier cosa le daba menos miedo que los españoles votando.

          Toda esta parte de la historia es sabida y comprendida mayoritariamente. Lo que, en cambio, está costando encajar a muchos es que Podemos en esta película no es verdugo del PP sino víctima del PSOE. Tan víctima de esta moción como Albert Rivera y los suyos... Que durante las primeras horas Podemos y su entorno aplaudiesen la moción tiene una lógica aplastante: a ellos tampoco les interesaban unas elecciones; y desalojar al gobierno de Moncloa y parar los pies a Ciudadanos de un plumazo era un escenario tan atractivo que no se tomaron ni un segundo para calcular las posibles consecuencias. Lo curioso es que una vez que la moción sumó los apoyos necesarios, no pareció que nadie bajo la máxima dirección de Podemos se diese cuenta de que al hacerles la cama a los de Ciudadanos se hacían ellos el Hara Kiri. Únicamente Pablo Iglesias pareció comprender que él solito se había atado de pies y manos con el discurso de “desalojar al PP de las instituciones”, y así fue que le dio a Sánchez cariño hasta el empalagamiento absoluto, pero sin pedirle nada concreto. Para qué. Sabía que pdrschz tenía la sartén por el mango y que los tiempos en que un tipo con coleta tuvo algo que decir en la política española habían quedado atrás veinticuatro horas antes. Que la ilusión de un paladín de la democracia que derroca gobiernos injustos se había tornado en un novato pueril que intenta jugar de tú a tú con los mayores y sale escaldado.

          Y he de reconocer que durante las horas de tensión de la moción me hacían gracia los optimistas patológicos que veían en todo aquello una muestra del fin del bipartidismo. Lo que me deja absolutamente perplejo es que todavía hoy, cuando ya tenemos la oportunidad de mirar con cierta perspectiva y ánimos más serenos, algunos se resistan a comprender. Que no pocos sigan aplaudiendo el varapalo que se le ha dado al PP, sin querer entender que el PP de este varapalo se recupera. Que el PSOE con este varapalo resucita. Que a lo que pone fin este varapalo es a los nuevos partidos con alguna aspiración de gobierno: Ciudadanos y Podemos.


          Que Ciudadanos ya no pinta nada es tan obvio que no merece la pena pararse a explicarlo. Basta con buscarles en cualquier periódico. Y tampoco hay que ser un analista de nivel para entender que devolver al PSOE a la vida es liquidar a Podemos; con lo que les había costado a los morados empujar al PSOE al arrinconamiento terminal en el que lo tenían... La única esperanza que le queda a la nueva política es el propio pdrschz. Hundió al PSOE una vez, y le sobra capacidad para volver a hacerlo. Y si su presidencia está a la altura de lo que cabe esperar de un político de su talla, no sorprenderá demasiado si antes de que termine su legislatura estamos de nuevo en la calle con aquello de que PSOE y PP son la misma M y que no nos representan y tal y tal. Que ya sabemos de sobra que aquí cuando lo hace mal el PP, es culpa del PP. Y cuando lo hace mal el PSOE, también es culpa del PP (y de Franco, claro).

El asturiano y la identidad artificial impuesta

(Publicado en La Razón el 25/04/2018)

https://www.larazon.es/blogs/politica/sin-consenso/el-asturiano-y-la-identidad-artificial-impuesta-CA18183045

          Digamos las cosas como son de una vez ya... Los asturianos de a pie no tienen interés en aprender asturiano, o bable, o como demonios hayan decidido ahora desde el chiringuito ese denominado Academia de la Llingua que debe llamarse nuestro dialecto. Que no se puede hablar de las cosas sin llamarlas por su nombre, y es lo primero que deben comprender todos los que desde diferentes puntos de España me preguntan perplejos por la polémica de la cooficialidad: no hay verdadero interés.

          Y no se crean que lo digo yo porque como buen gijonés sea grandón por naturaleza y mi opinión bien lo valga (que también), es que cualquiera que dedique un minuto a entrar en Google comprobará que en Gijón o en Oviedo o en otras poblaciones por todo el principado hay una buena oferta de academias en las que aprender y perfeccionar inglés, francés, alemán, chino, árabe... pero ni una para aprender asturiano(ni bable. Y cierto es que en Asturias, como en casi cualquier sitio, las emergencias sociales son más emergentes y más sociales cuando se plantea atajarlas con dinero público; mientras que cuando toca rascarse el bolsillo de uno tienden a perder la emergencia y el carácter social como por arte de magia. Pero no por ello debemos dejar de preguntarnos por qué, a pesar de formar una minoría tan irrelevante los que están dispuestos a ejercer algún esfuerzo para que sus niños hablen bable, se genera esta polémica. Suficientemente intensa al menos para que en Madrid, donde vivo ahora, no pase una semana sin que algún conocido me pregunte a qué narices viene tanto revuelo. ¿A quién interesa poner encima de la mesa el asunto de la cooficialidad?

          Que, por otro lado, ya no es que esté encima de la mesa; es que a ratos parece que la ocupa totalmente. La retórica populista ha tomado al bable por bandera y los partidos de todo corte en el principado han tenido que subirse al carro de la cooficialidad. Porque el bombardeo masivo y constante ha conseguido establecer una supuesta equiparación entre la lengua asturiana y la cultura y la identidad de los asturianos que pocos se atreven a contradecir públicamente; y así es que resulta tan confuso percibido desde fuera. Solo unos dementes serían capaces de renunciar a apoyar su cultura o dejar que se pierda una expresión de su identidad; pero el quid de la cuestión está en que el asturiano, o el bable, o como se llame no es ni lo uno ni lo otro. Y por esto la inmensa mayoría de asturianos pasa de ello; no por insensibilidad, sino porque se trata de una lengua que no ha sido la lengua materna de un solo asturiano (o asturiana, claro) desde que el hombre es hombre, al menos hasta que se formalizó la gramática y el diccionario no hace ni veinte años. Malamente puede, así las cosas, pretender tener algo que ver con nuestra cultura o mucho menos nuestra identidad.

          Vamos, que todo el debate sobre el asturiano y la cooficialidad es un debate generado e impuesto artificialmente por la clase política asturiana. El enésimo ejemplo en el que se da la vuelta a la tortilla y en lugar de ser los partidos los que se hacen eco de los debates que emanan de la Sociedad, les toca a los pobres ciudadanos personificar y participar en un debate generado por los partidos. Unos ciudadanos que no necesitan crear diferencias con las gentes de otras comunidades para sentir que se valora su cultura. Que no creen que la identidad asturiana de sus hijos radique en que sus niños sean más diferentes de los niños de Cuenca, Madrid o Sevilla de lo que eran ellos en su infancia. Unos ciudadanos asturianos que desde sus raíces celtas y romanas ha apostado por tender puentes y no por levantar barreras, como pretenden hacer ahora estos supuestos adalides de la cultura asturiana de pacotilla. Estos ignorantes que no entienden que todo aquello que nos une al resto de españoles, europeos y ciudadanos de todo el mundo es tan definitorio de nuestra identidad como lo que nos separa; y que es precisamente lo que hace que nos proclamemos asturianos a los cuatro vientos con orgullo cada vez que tenemos ocasión.

          Pero, claro; lo que no vamos a pretender ahora es que la partitocracia renuncie en Asturias a oficializar una lengua propia, por muy poco interés que tengan los asturianos en hablarla, con el potencial como generador de redes clientelares (razón primordial de ser de los partidos políticos) que ha demostrado tener en todas las comunidades que en España cuentan con una. Eso sería como pedirle a Facebook que renuncie a la publicidad o a mí que renuncie a las croquetas de mi madre. Una lengua oficial es la madre de todas las excusas a la hora de crear empleos e incluso organismos públicos en los que enchufar amiguetes, por no mencionar la de millones y millones que se pueden desviar al asturiano mientras sea, claro está, nuestra cultura. Cada euro invertido en cultura bien invertido está y... Bueno, creo que no necesito seguir para que comprendan que la cooficialidad en Asturias es inevitable. Que los asturianos de a pie no tengan un mínimo interés es lo de menos. Nada que no se pueda generar con algo de paciencia y unos cuantos millones de euros.


          Eso sí, que no todo son desventajas: dentro de unos años, cuando a pesar de nuestra nueva identidad y cultura nos sigamos hundiendo en el subdesarrollo prácticamente crónico en el que nos ha sumido y mantenido el caciquismo asturiano desde el franquismo hasta nuestros días, al menos podremos consolarnos con aquello de que España nos roba...

lunes, 26 de marzo de 2018

Estar de acuerdo no es necesariamente bueno

Publicado con otro título (Hablan de consenso cuando deberían decir cambalache. WTFFFF?????), otro cierre y múltiples cambios en Disidentia el 25/03/2018. Tan cambiado que me vi obligado a exigir la retirada del artículo o al menos de mi firma. Se optó por lo primero


          Decía Nietzsche que “la mejor manera de corromper a un joven es enseñarle a tener en más alta estima a aquellos que piensan igual que a aquellos que piensan diferente”. Hoy en día, sin embargo, veneramos el encuentro y los acuerdos hasta el infinito y más allá. Nada valoramos más que la capacidad de hallar puntos en común, y llegamos incluso a entender el consenso no como un medio para perseguir un fin, sino como un fin en sí mismo. En boca de algunos el dichoso consenso resulta comparable a la panacea universal; y cada vez resulta más habitual toparse con declaraciones en las que políticos hablan de buscar y alcanzar acuerdos sin especificar en qué términos o tan siquiera con qué fin…

          Pero lo cierto es que eso del consenso; por muy molón, democrático y enrollado que suene; no puede ser un objetivo final, sino más bien un punto de partida. Claro está que para colectivistas de todo el espectro ideológico el hecho de que una posición sea compartida (o sea, colectiva) ya la coloca por encima de cualquier opinión individual, independientemente de su contenido; pero debemos entender que llegar a un consenso no es más que el establecimiento de unos parámetros, un acuerdo de mínimos, un escenario en el que trabajar. Porque cuando aplaudimos a los que proclaman, persiguen o defienden el consenso así sin más; sin pararnos a preguntar qué es lo que se ha consensuado o con qué objeto; lo que hacemos en verdad es evidenciar por enésima vez la vacuidad intelectual en la que estamos sumidos como sociedad. Tal y como hacíamos cuando aquel incapaz al que una sucesión de carambolas y desgracias colocó de presidente hablaba de talante; sin especificar si se trataba de talante vengativo, rencoroso, racista, misógino, traicionero, homicida, viperino o beligerante. Él apostaba por el talante y aquello debía de ser bueno, como el consenso; y nosotros aplaudiendo…

          Pues ya no es que no debamos aplaudir ante el consenso. Más bien todo lo contrario. Especialmente en la política. De hecho, cada vez que nuestros representantes políticos alcancen algún tipo de consenso deberían saltar todas nuestras alarmas. Porque, no nos engañemos; en España la política la hacen los partidos, y cada vez que los partidos han llegado a acuerdos lo han hecho para salvarse a sí mismos, nunca para favorecer a los ciudadanos. Los ciudadanos únicamente pasábamos por allí. Porque los partidos en España, como bien dice Javier Castro-Villacañas, en lugar de estar en la Sociedad se han incrustado en el Estado. Y si a mayores tenemos que al ser el Estado el que financia a los partidos, lo lógico es que los partidos representen al Estado y no a la Sociedad; pues poco bueno cabe esperar de los acuerdos que puedan alcanzar entre ellos.

          Resulta incluso gracioso comprobar cómo toda esa suerte de diferencias insalvables y posturas irreconciliables que (tal y como a ellos mismos les gusta decir en plan hortera) llevan en su adn, se salvan y se reconcilian en un santiamén en cuanto asoma por debajo de la puerta la patita de un enemigo común. ¿Acaso no recuerdan el verano de 2011? Tras siete años de “crispación” y total desencuentro de pronto el presidente y el líder de la oposición en una tarde pactan una reforma de la Constitución. ¡La Constitución, nada menos! Europa cerraba el grifo y quebraba el “chiringuito”, y por ahí sí que no. Marchando una de consenso, firmamos lo que haga falta, y al que pregunte le decimos que ha sido para salvar la sanidad y la educación. Y mañana, por supuesto, volvemos al rollito insalvable e irreconciliable… Y volvió a ocurrir en 2013 tras el relevo entre los dos “grandes” partidos; Merkel apretó tuercas y a gobierno y oposición les faltó tiempo para alcanzar el consenso una vez más…

          Pero más allá de lo ridículo que resulta en ocasiones, lo importante es que comprendamos que lo único que persiguen los acuerdos entre partidos es la supervivencia de la partitocracia; o sea, de ese “aparato del Estado” en el que, por el que y para el que existen. Y lo más a lo que podemos aspirar es a que sus consensos no nos perjudiquen o incluso nos acarreen beneficios a los ciudadanos como efecto colateral; porque en la mayor parte de las ocasiones el enemigo común que obliga a los partidos a ponerse de acuerdo somos nosotros, la sociedad civil.

          Por eso como ciudadanos debemos mantenernos alerta y recelar de cualquier consenso. Y cuantas más personas se sumen a él, más alerta aún deberemos estar. Porque aunque llegar a acuerdos pueda ser reflejo de tolerancia y entendimiento, no tiene por qué serlo necesariamente; y muchas de las grandes barbaridades cometidas por el hombre se han llevado a cabo alentadas por un consenso.
Miren si no hacia Cataluña. Allí se dan la mano la derechona más rancia y la izquierda más radical. Se forman alianzas y se alcanzan acuerdos que resultarían inconcebibles en cualquier otro punto de nuestra geografía (¿recuerdan la que se lió cuando en Extremadura hubo un gobierno del PP gracias a la abstención de IU?). Pero a estas alturas no creo que nadie entienda que se deba a una especial capacidad para la negociación o el entendimiento por parte de los catalanes. Que los partidos en Cataluña puedan superar semejantes diferencias y anteponer a todas ellas el ideal de independencia no demuestra ningún tipo de generosidad ideológica. Más bien lo que evidencia es por un lado que las discrepancias insuperables de los partidos son mero postureo y, sobre todo, el carácter totalitario del independentismo; que establece unos objetivos prioritarios anteriores a cualquier tipo de convicción ideológica o tan siquiera democrática. Al más puro estilo de los regímenes que anteponen destinos de razas, consolidación de revoluciones o movimientos nacionales a todo lo demás…

          Cuidado, pues, con el mantra del consenso. Nuestro bien nunca es lo que lo motiva. Y eso por no entrar en lo antidemocrático que puede resultar que unos partidos con (supuestamente) unos fundamentos ideológicos determinados y unos programas electorales concretos pacten y acuerden a espaldas de sus votantes saltarse unos u otros de sus principios según consideren oportuno…

          Se puede estar de acuerdo sobre la mayor de las barbaridades, y entre partidos los acuerdos se alcanzan contra nosotros o en todo caso a pesar de nosotros. Así las cosas, pensémoslo al menos antes de aplaudir al próximo al que se le llene la boca hablando de perseguir y alcanzar consensos.

Hasta siempre, Robert Palmer

(Publicado en La Razón el 28/02/2018)

https://www.larazon.es/blogs/politica/sin-consenso/hasta-siempre-robert-palmer-EJ17784734/

            Falleciste en 2003 (impresionante lo rápido que pasa el tiempo, quince años ya que han parecido un suspiro) pero es ahora cuando creo que necesito despedirme. Hasta la fecha no había sentido la necesidad. No sé si es que tras tu muerte habías seguido conmigo, o era yo el que había seguido contigo; pero lo cierto es que al marcharte nos habías dejado tu música y tu legado al completo, y tu ausencia no ha sido ausencia del todo pudiendo bailar con “Johnny&Mary”, escuchar “Every kinda people” o conducir al son de “Some guys have all the luck”.
                Sin embargo en estos quince años desde tu partida el mundo ha cambiado muchísimo, y se supone que ahora somos infinitamente más civilizados y modernos. Y, así las cosas, mucho me temo que antes o después me van a exigir ‘progresar’ hasta dejarte atrás; y ni siquiera sé si voy a tener la oportunidad de despedirme como es debido o al menos explicarte el porqué de mi adiós. Porque si han eliminado a las azafatas de la fórmula 1 por cosificar a la mujer, no quiero ni imaginar la reacción cuando alguno de estos inquisidores de la corrección política se cruce con el video de “Simply irresistible”… Tal vez se midan un poco por aquello de que estás muerto y eso, pero de ‘cerdo machista’ no bajas ni de coña, Robert. Y contigo todo aquel que reconozca haber disfrutado alguna vez con cualquier obra tuya.
                Porque hoy, a diferencia de cuando tú vivías, ya no nos basta con modificar el presente para sentar así las bases del futuro; ahora nos atrevemos incluso a modificar el pasado para que se parezca no tanto a lo que fue como a lo que debería haber sido. Y si tuvieron bemoles en su día para editar la obra de Mark Twain, o más recientemente la de Harper Lee; ¿qué no estarán dispuestos a hacer con el video de “Addicted to love”? Y no bastará con aprender de los ‘supuestos’ errores y hacer propósito de enmienda; habrá que borrar cualquier evidencia que atestigüe que tu obra ‘heteropatriarcal’ y ‘cosificadora’ existió alguna vez. Y todo el que haya disfrutado con tu música o tus vídeos tendrá que reescribir su pasado hasta poder negarlo; o como mínimo flagelarse públicamente por haberlo hecho. Un mundo que exige a actores y actrices que declaren públicamente arrepentirse de haber aprovechado la oportunidad de trabajar junto a uno de los mayores genios que ha dado el cine (un tal Woody Allen), ¿cómo no va a exigirme a mí inmolación pública por “flipar en colores” (eran los ochenta) cuando ponían tus vídeos en la MTV?
                Lo peor de todo es que recuerdo perfectamente las sensaciones que me provocaban aquellos videos tuyos. Allí estabas tú rodeado de un ejército de mujeres hermosísimas, y yo al otro lado de la pantalla con mis trece o catorce años sintiéndome insignificante ante tanta belleza. Tú me hablabas de mujeres irresistibles, y yo me sentía desarmado y completamente indefenso ante aquellas señoras que me miraban con gesto serio y desafiante. Cualquiera de ellas por separado podría haber hecho de mí lo que le hubiese dado la gana; y allí estaban todas, decenas, bailando al unísono, como un escuadrón militar ante el que no podría haberme sentido más pequeño y vulnerable.
No sé si tus videos pueden considerarse obras de arte, Robert; no tengo la osadía de la que tan sobrados van en ARCO; pero ante ellos sentía una humildad muy parecida a la que me inspiraban y me inspiran las obras de Miguel Ángel o Velázquez. Semejantes despliegues de belleza hacen que quiera ser mejor persona, para intentar estar a la altura y ser digno habitante del mismo planeta. Y así fue que durante años mi referencia estaba en tu obra: yo aspiraba a convertirme en un hombre capaz de hacer sonreír a las chicas de los vídeos de Robert Palmer.
Pero parece ser que me equivocaba. Ahora que ‘se supone’ que hemos aprendido tanto, resulta que esa nunca debió haber sido mi referencia. Ahora ‘sabemos’ que esas mujeres no estaban ahí para celebrar la belleza, o mucho menos para inspirar en mí una motivación. No tenía sentido que yo me esforzase por ellas o para ellas, cuando ya las tenías tú sometidas, esclavizadas y cosificadas. Las habías puesto a mi servicio con todo el peso de siglos de ‘heteropatriarcado recalcitrante’ y yo como un imbécil queriendo ser mejor persona para hacerlas sonreír…
Pues eso. Tal vez dentro de un tiempo resulte demasiado invonveniente reconocer públicamente cuánto me ha gustado y me gusta tu obra, así que te lo escribo hoy y que así conste. También me he bajado los vídeos de “Simply irresistible” y “Addicted to love” para asegurar que nunca los puedan eliminar del todo. Por lo demás: Hasta siempre, Robert Palmer.

Recuperar el valor de las leyes

(Publicado en Disidentia el 24/02/2018)

Aquellos que nos quejamos del irracionalmente excesivo número de leyes a las que nos vemos sometidos lo hacemos habitualmente partiendo de una premisa: las leyes están para ser cumplidas. Si nos sentimos abrumados ante la maquinaria generadora de normas, leyes y reglamentos en la que se van convirtiendo paulatinamente los estados modernos, es precisamente porque sabemos que en el respeto a la Ley radican los fundamentos de cualquier sistema democrático.
Si al diseñar las democracias representativas se hizo tanto hincapié en que los ciudadanos participasen en el proceso legislativo fue precisamente porque el cumplimiento de las leyes ni puede ni debe ser opcional. Y una maraña legislativa excesivamente espesa no solo es un nido de corrupción (ya señalaban los clásicos que un Estado es más corrupto cuantas más leyes tiene) sino que, además, atribuye a los gobernantes un poder cuasi absoluto.
Esto ocurre en la España de hoy, donde hay más de 100.000 leyes en vigor, resultando inevitable que la propia legislación incurra en contradicciones consigo misma. Al final, es la arbitrariedad de los gobernantes la que decide qué proyectos siguen adelante y cuáles no o, mucho más inquietante, quiénes han de cumplir ciertas leyes, y quiénes no, o qué leyes han de cumplir o dejar de cumplir ciertas personas en particular…

Esto, por supuesto, lo perciben los ciudadanos, especialmente porque lo sufren en sus propias carnes. Y, por si fuera poco, también se percatan de que en España el proceso legislativo no es ni mucho menos abierto o transparente, en el que pueda pueda participar la sociedad civil (por muy indirectamente que sea). Al contrario, las leyes son fruto de procesos opacos e impermeables, que tienen lugar en los despachos de las sedes de los partidos políticos, donde solo acceden ciertas élites extractivas.
Así las cosas, es cuando menos lógico que la ciudadanía perciba la Ley como algo ajeno. Y, ante la práctica imposibilidad de cumplir unas normas sin incumplir otras, asume que las leyes no conforman un marco de convivencia: las percibe como una mera herramienta de poder. Y, consecuentemente, siente rechazo. En consecuencia, cada vez más personas caen en el relativismo y entienden que el acatamiento de las leyes tiende a ser una opción personal puntual para cada caso particular y no un compromiso permanente de convivencia. Sin ir más lejos, asómense un rato a Cataluña.

Que la situación actual resulte lógica no quiere decir que debamos darla por válida. Es fundamental recuperar el aprecio a nuestras leyes por todo lo que protegen y representan. Y también velar por su cumplimiento porque lo que entendemos por democracia debería estar plasmado en nuestro ordenamiento jurídico. Y si no prestamos atención podríamos despertar un día y descubrir que proliferan amenazas que deberían estar desterradas hace ya varias décadas.
Sirva como ejemplo el caso de Kuwait Airlines, que lleva años practicando impunemente en nuestra moderna Europa occidental un racismo e intolerancia que todos entendíamos eran cosa de un pasado trágico, superado hace más de medio siglo.

En la primavera de 2016, esta aerolínea tuvo que asumir que si quería volar entre diferentes ciudades europeas tendría que cumplir con las legislaciones anti-discriminación y decidió no volar. A pesar de que países como Jordania o Egipto lleven tiempo ignorando el el boicot que la Liga Árabe decidió imponer a Israel hace más de 70 años, en Kuwait siguen empeñados en mantenerlo.
El grupo internacional de abogados The Lawfare Project presentó una querella en Suiza a raíz de la denuncia de un ciudadano al que Kuwait Airlines se negó a llevar de Ginebra a Frankfurt. Y la compañía, al comprender que para operar entre ciudades europeas no podía negarse a embarcar pasajeros con pasaporte de Israel, prefirió desmantelar todas sus rutas intra-Europeas e incurrir en pérdidas de cientos de millones de euros.
No era algo nuevo. Este grupo de abogados que ejerce lo que su directora Brooke Goldstein define de manera informal como “activismo litigante”, principalmente (aunque no exclusivamente) centrado en la lucha contra el antisemitismo, ya les había amenazado con emprender acciones legales en Estados Unidos en diciembre del año anterior, y la aerolínea había optado por desmantelar su puente entre Nueva York y Londres, que era una de las rutas que más beneficios aportaba a la compañía (y cuya cancelación fulminante supuso también pérdidas millonarias). Actualmente, de hecho, la misma historia se está repitiendo con los mismos actores, esta vez en Alemania…
Y cierto es que en el caso de los Kuwaitíes podemos llegar a entender que entre asumir pérdidas millonarias en Occidente o sufrir las iras del Emir en casa opten por lo primero (entre que le apliquen a uno nuestras leyes occidentales o le apliquen la Sharia la elección es sencilla).

Pero esto no debe distraernos de la importante labor que The lawfare Project lleva a cabo en pro del cumplimiento de nuestras leyes, así como de otros casos que ha puesto sobre la mesa. Esta misma semana, sin ir más lejos, han anunciado en España que podrían emprender acciones legales contra Google, Yahoo y Twitter. Y la condición que ponen para no hacerlo (lo que demandan, en definitiva) resulta bastante simple: que se cumplan nuestras leyes antidiscriminación y las propias normas internas de estas compañías. Han señalado casos concretos, demostrado que hoy día es mucho más probable ser censurado en cualquiera de estas plataformas por incurrir en algún discurso políticamente incorrecto que por incumplir las leyes vigentes en materia de odio o discriminación: Y semejante arbitrariedad es inaceptable.
Al final lo que evidencia el “activismo litigante” es que lo que necesitamos no son nuevas leyes, tal y como proponen casi todos los partidos del consenso socialdemócrata (paradójicamente los que más leyes nuevas proponen son los que luego antes invitan a sus seguidores a no acatar las leyes existentes redactadas por otros; y, por el contrario, los individuos o grupos que más respetuosos se muestran con la Ley son siempre los que abogan por reducir drásticamente su número y sus ámbitos de actuación). Tampoco derogarlas o siquiera modificarlas.
Antes de plantearnos ninguna otra cosa, debemos asumir que hay que respetar las leyes; y debemos aprender no solo a acatarlas sino a velar para que sean cumplidas. Ya que ahí radica la base sobre la que se edifica cualquier convivencia democrática. Porque solo tras interiorizar que las leyes son de obligado cumplimiento, podremos valorarlas en toda su magnitud y gravedad.

Únicamente cuando entendamos que las leyes, su forma y su contenido nos afectan de manera inexorable, nos guste o no; comprenderemos la capital importancia de que nos impliquemos y participemos en su redacción y desarrollo. Debemos ser conscientes del enorme agravio y daño que supone que las leyes más importantes se pacten en despachos de partidos políticos fuera de las instituciones sin disimulo alguno. Porque mientras no seamos conscientes, será absurdo esperar que nos planteemos hacer algo al respecto…

Debemos, en definitiva, apreciar y valorar nuestras propias leyes; aunque solo sea para sentir su peso sobre nuestros hombros, exigir que nos permitan ejercer el papel que nos corresponde legítimamente y empezar a demandar menos y mejores leyes, que buena falta nos hacen.