viernes, 19 de julio de 2013

Caerse de la burra



         Hasta aquí hemos llegado. Nos hemos quedado sin excusas para mantener un mínimo de esperanza en la separación de poderes...



          La capacidad del ser humano (y especialmente la del ser humano español de pura cepa) para no ver más que lo que quiere ver, resulta francamente impresionante. Supongo que se trata de un mecanismo de autodefensa, pero lo cierto es que en muchas ocasiones en las que la realidad se nos manifiesta inequívocamente negra, optamos por mirar hacia otro lado, y elegimos el engaño reconfortante antes que la verdad.



          No deja de tener su lógica. A todos se nos llena la boca defendiendo la verdad, pero es que la verdad es muy puñetera y, a veces, asumirla (por obvia que resulte) supone un esfuerzo descomunal. Por eso es que, a pesar de la multitud de acontecimientos que hace décadas ya nos demuestran sin margen para el equívoco que la separación de poderes en España es una quimera; hemos optado sistemáticamente por pensar en cada una de las ocasiones que se trataba de excepciones. Así fue que cuando todo lo que rodeaba al caso de Mario Conde olía bastante mal, nos reconfortábamos con argumentos del tipo “algo habrá hecho, el muy pájaro”. O pensábamos que a lo mejor no había evidencias suficientes cuando se resolvían sin apenas consecuencias causas de GAL, fondos reservados, escuchas de CESID... Lo mismo para el YAK, Camps, o aquello de que la trama Gürtel al final solo fuesen un par de tíos de fuera del PP... Asumir la verdad que teníamos ante nuestros ojos en todas aquellas ocasiones habría resultado infinitamente más duro. Que a ninguno le gusta creer que le están tomando por imbécil y que encima lo está consintiendo...



          Sin embargo, todo lo que está saliendo a la luz estas semanas en los medios nos deja sin tablas de salvación a las que agarrarnos. Nos toca caernos de la burra... Ahora sabemos que a Bárcenas se le ha ofrecido desde el Gobierno un pacto. Si habla, su mujer acaba en prisión haciéndole compañía. Si en cambio guarda silencio, se funden a Gallardón y él se va de rositas. O algo así. No pretendo ser textual. Lo importante es que ante semejante oferta nadie en su sano juicio puede plantearse que el poder judicial pueda albergar una mínima dosis de independencia. Y por si alguno aún tenía las santas narices como para ponerlo en duda, se destapa que el presidente del Tribunal Constitucional estuvo afiliado al Partido Popular. Que, por mucho que algunos se empeñen en afirmar lo contrario, ni es ilegal, ni inmoral ni muchísimo menos anticonstitucional; pero que sí que evidencia la relación más que tóxica existente entre uno y otro poder. Y así es que cuando esta misma semana se archiva la causa contra Pepiño Blanco, uno se queda frío; y todos los que pensaban que eran culpable lo siguen pensando, y los que le consideraban inocente hacen lo propio sin importarles un pito lo que diga o deje de decir un juez...



          No son pocos los que afirman en el presente que el sistema establecido en la transición es una monumental estafa. Que los partidos la diseñaron para establecer una oligarquía en la que repartirse el poder disfrazada de democracia. Yo por mi parte, tal vez por aquello de lo duro que resulta a veces aceptar la verdad, quién sabe; prefiero pensar que la transición era tan solo un primer paso, y que tocaba luego a los partidos desarrollar un verdadero sistema democrático. Que sobre la base de la transición podríamos haber construido algo bueno; pero que fueron las ambiciones de nuestra clase política las que desarrollaron el sistema en dirección contraria. Como cuando el rodillo socialista en 1985 imposibilitó para siempre la independencia del poder judicial. Tal vez soy muy pardillo, pero me gusta pensar que la transición también habría posibilitado que González hiciese justamente lo contrario, blindando la independencia de los distintos poderes.


          Pero lo importante es que, sea como fuere, hoy tenemos lo que tenemos. No existe un mínimo de independencia en el poder judicial, y ya no cabe engaño alguno. Y sabemos perfectamente que la separación de poderes es ingrediente fundamental de la Democracia. Sin el primero, no se puede hablar de la segunda. Vivimos inmersos en un sistema corrupto y antidemocrático. Podemos manifestarnos en Génova todo lo que nos dé la gana exigiendo la dimisión de Rajoy, pero eso es centrarse en un detalle formal olvidando el problema de fondo. Como atajar la fiebre sin preocuparse por lo que la origina. Nos toca caernos de la burra...