Hasta aquí hemos llegado. Nos hemos quedado sin excusas para
mantener un mínimo de esperanza en la separación de poderes...
La capacidad del ser humano (y especialmente la del ser
humano español de pura cepa) para no ver más que lo que quiere ver, resulta
francamente impresionante. Supongo que se trata de un mecanismo de autodefensa,
pero lo cierto es que en muchas ocasiones en las que la realidad se nos
manifiesta inequívocamente negra, optamos por mirar hacia otro lado, y elegimos
el engaño reconfortante antes que la verdad.
No deja de tener su lógica. A todos se nos llena la boca
defendiendo la verdad, pero es que la verdad es muy puñetera y, a veces,
asumirla (por obvia que resulte) supone un esfuerzo descomunal. Por eso es que,
a pesar de la multitud de acontecimientos que hace décadas ya nos demuestran
sin margen para el equívoco que la separación de poderes en España es una
quimera; hemos optado sistemáticamente por pensar en cada una de las ocasiones
que se trataba de excepciones. Así fue que cuando todo lo que rodeaba al caso
de Mario Conde olía bastante mal, nos reconfortábamos con argumentos del tipo
“algo habrá hecho, el muy pájaro”. O pensábamos que a lo mejor no había
evidencias suficientes cuando se resolvían sin apenas consecuencias causas de
GAL, fondos reservados, escuchas de CESID... Lo mismo para el YAK, Camps, o
aquello de que la trama Gürtel al final solo fuesen un par de tíos de fuera del
PP... Asumir la verdad que teníamos ante nuestros ojos en todas aquellas ocasiones
habría resultado infinitamente más duro. Que a ninguno le gusta creer que le
están tomando por imbécil y que encima lo está consintiendo...
Sin embargo, todo lo que está saliendo a la luz estas
semanas en los medios nos deja sin tablas de salvación a las que agarrarnos.
Nos toca caernos de la burra... Ahora sabemos que a Bárcenas se le ha ofrecido
desde el Gobierno un pacto. Si habla, su mujer acaba en prisión haciéndole
compañía. Si en cambio guarda silencio, se funden a Gallardón y él se va de
rositas. O algo así. No pretendo ser textual. Lo importante es que ante
semejante oferta nadie en su sano juicio puede plantearse que el poder judicial
pueda albergar una mínima dosis de independencia. Y por si alguno aún tenía las
santas narices como para ponerlo en duda, se destapa que el presidente del Tribunal
Constitucional estuvo afiliado al Partido Popular. Que, por mucho que algunos
se empeñen en afirmar lo contrario, ni es ilegal, ni inmoral ni muchísimo menos
anticonstitucional; pero que sí que evidencia la relación más que tóxica
existente entre uno y otro poder. Y así es que cuando esta misma semana se
archiva la causa contra Pepiño Blanco, uno se queda frío; y todos los que pensaban
que eran culpable lo siguen pensando, y los que le consideraban inocente hacen
lo propio sin importarles un pito lo que diga o deje de decir un juez...
No son pocos los que afirman en el presente que el sistema
establecido en la transición es una monumental estafa. Que los partidos la
diseñaron para establecer una oligarquía en la que repartirse el poder
disfrazada de democracia. Yo por mi parte, tal vez por aquello de lo duro que
resulta a veces aceptar la verdad, quién sabe; prefiero pensar que la
transición era tan solo un primer paso, y que tocaba luego a los partidos desarrollar
un verdadero sistema democrático. Que sobre la base de la transición podríamos
haber construido algo bueno; pero que fueron las ambiciones de nuestra clase
política las que desarrollaron el sistema en dirección contraria. Como cuando
el rodillo socialista en 1985 imposibilitó para siempre la independencia del
poder judicial. Tal vez soy muy pardillo, pero me gusta pensar que la
transición también habría posibilitado que González hiciese justamente lo
contrario, blindando la independencia de los distintos poderes.
Pero lo importante es que, sea
como fuere, hoy tenemos lo que tenemos. No existe un mínimo de independencia en
el poder judicial, y ya no cabe engaño alguno. Y sabemos perfectamente que la
separación de poderes es ingrediente fundamental de la Democracia. Sin
el primero, no se puede hablar de la segunda. Vivimos inmersos en un sistema
corrupto y antidemocrático. Podemos manifestarnos en Génova todo lo que nos dé
la gana exigiendo la dimisión de Rajoy, pero eso es centrarse en un detalle
formal olvidando el problema de fondo. Como atajar la fiebre sin preocuparse
por lo que la origina. Nos toca caernos de la burra...