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"CALZARSE" UNA PALESTINA
Curioso lo de la solidaridad con las víctimas... Por supuesto que me alegra saber que vivo entre personas que se apenan por los sufrimientos ajenos, capaces de empatizar con los que padecen cualquier calamidad o desgracia. Pero cuando esta solidaridad y empatía les impide a mis vecinos ver nada más allá, comienza a preocuparme. Y mucho.
Y es que cada vez es más común que la condición de víctima de una persona, grupo de personas e incluso un pueblo entero monopolice la percepción que se tiene de esa persona o pueblo. Si es víctima, es únicamente eso: víctima. Y como tal, merece que nos pongamos de su lado sin discusión, y a muerte. Y repito que bien está que sepamos ponernos en el lugar de los desfavorecidos; pero cuando permitimos que nuestra tendencia a la solidaridad nos ciegue, al final terminamos metiendo la pata. Todo lo bueno lo es en su justa medida; y la solidaridad, como todas las cosas, deja de ser algo bueno cuando se lleva a extremos y se sacan las cosas de quicio.
Durante décadas, por ejemplo, percibimos al pueblo judío como las víctimas del holocausto nazi. Y no es que no fueran o sean muchas otras cosas, pero en nuestro imaginario colectivo no eran más que eso: las víctimas de un genocidio a las que encima sus vecinos no quieren en las tierras que hoy llamamos Israel. Tanto fue así que durante los últimos años no son pocos los que de pronto se preguntan en qué momento las pobrecillas víctimas se convirtieron en una potencia nuclear que responde a las agresiones (cuando no agrede primero) en proporciones de 100 o 1000 a 1. Y no pretendo yo ahora ni mucho menos pararme a discutir si la actuación de Israel durante la última crisis de Gaza (o cualquiera de las anteriores) está siendo correcta, aberrante, perfecta, disparatada o todo lo contrario. Lo que me interesa es señalar cómo en nuestras calles cada vez son más las personas que, ante la manifiesta desproporción entre los medios de una y otra parte en el conflicto; se embriagan de solidaridad hacia los más débiles, se declaran pro-palestinos y empiezan a perder los papeles.
Porque por mucha influencia que tenga la Biblia en nuestra visión del mundo, y por muy interiorizado que tengamos el capítulo de David contra Goliath; a estas alturas deberíamos saber ya que ser el débil en un enfrentamiento no lo convierte a uno necesariamente en el más virtuoso de los contendientes. Es más, pensémoslo fríamente: ¿hasta qué punto hay que estar alelado para echarse encima una palestina por las calles de Madrid? Que ya no es solo que estemos a cuarenta grados (que también) es que ¿acaso no se dan cuenta de que simboliza y significa mucho más que no estar de acuerdo con Israel y en contra del imperialismo judeo-yanqui? Lo más curioso, si cabe, es que muchos de los que hoy muestran su adhesión visceral a la causa palestina sin saber nada de dicha causa más allá de que supone estar en contra de Israel (e, indirectamente, EE. UU.) son los mismos que hace apenas una década le tachaban a uno de xenófobo anti-semita como se le ocurriese hacer mención del pueblo judío sin solidarizarse por los innumerables padecimientos que les había tocado sufrir a lo largo de los siglos...
Y ya no es solo que resulte escandaloso que hombres y mujeres de nuestra sociedad se echen al cuello el símbolo de una cultura fanática, de un machismo que apenas acertamos a concebir e irremediablemente violadora de los más mínimos derechos humanos; es que, tal y como Decía Santayana: "aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla". Y los que hoy se sorprenden al descubrir la verdadera naturaleza del pueblo judío, se calzan una palestina y se echan a la calle, dispuestos a sorprenderse dentro de unos años con la verdadera naturaleza del pueblo al que hoy se resisten a ver como nada que no sea una víctima indefensa.
No querría yo convertirme en el pedante elitista de turno que no permite opinar sobre un asunto salvo a los que estén informados a conciencia; pero sí estaría bien que antes de asumir posiciones pro-palestinas uno se preguntase al menos qué ocurriría si durante una hora, por ejemplo, se tornasen los papeles y fuesen los palestinos los que contasen con el aparato militar de Israel y viceversa. A poco informado que se esté, se sabe que la respuesta es que sobrarían 59 minutos para que el conflicto quedase resuelto y finiquitado para siempre. Así al menos sabríamos el tipo de persona que tendríamos delante cada vez que viésemos a algún español calzándose una palestina...