jueves, 5 de mayo de 2016
PDRSCHZ y la crónica de un suicidio
(Publicado en Vozpópuli el 01/05/16)
http://vozpopuli.com/blogs/7219-carlos-prallong-pdrschz-y-la-cronica-de-un-suicidio
Finalmente tendremos que volver a las urnas. Y vale que ahora es algo que todo el mundo sabía positivamente desde el mismo 20D (algunos incluso desde antes), pero yo he de reconocer que ni siquiera a día de hoy me siento a salvo de uno de esos gobiernos inverosímiles de los que se nos han sugerido durante estos meses. Las que se supone han sido “semanas de incertidumbre”, en mi caso al menos han sido de miedo, pánico e incluso terror. Y cuando echo la vista atrás, no me cuesta identificar al causante de todas mis inquietudes y ansiedades: Pdrschz.
Que vale, que a quien temo realmente es a Pablo Iglesias, casi tanto como a Soraya Sáenz de Santamaría; pero ha sido el número uno del PSOE quien, mientras cavaba su propia tumba, me ha traído por el camino de la amargura. Ante el peor resultado de la historia de su partido, se vio obligado a elegir entre acercarse a su adversario o aproximarse a su enemigo, y optó por el enemigo. Y el enemigo ha hecho con él lo que le ha dado la gana.
Y alguno puede pensar que Pablo Iglesias es un fenómeno. Que ha marcado tiempos y agenda todos estos meses porque es listísimo. Pero la triste realidad es que se enfrentaba a un mentecato incapaz. Yo también soy un torero extraordinario cuando le vacilo con un trapo al caniche de mis vecinos, pero eso no me convierte en el as de la tauromaquia que puedo llegar a parecer en semejantes ocasiones. Y a Pedro Sánchez no se lo ha cargado Podemos, Pedro Sánchez se ha suicidado él solito.
Entró al trapo, y con la estrategia de establecer como prioridad indiscutible desalojar al PP de la Moncloa, ha firmado su propia sentencia de muerte; y podría ser que la de nuestra democracia tal y como la conocemos. Machacó y machacó con el discurso de que cualquier cosa será mejor que un gobierno del PP, de que no existe mal más temible para España que Mariano Rajoy. Y lo que hizo en verdad es generar un escenario en el que tan solo podrá elegir entre morirse o dejar que le maten. Porque si tenemos nuevas elecciones y se produce el temido sorpasso(no veo claro ni lo uno, ni lo otro; pero eso apuntan casi todos los que saben de esto mucho más que yo)… ¿qué le puede responder a Pablo Iglesias cuando éste, con la sartén por el mango, le pida su apoyo para evitar que gobierne el PP? Solo podrá entonces hacerle presidente, y consumar la desaparición del PSOE (Podemos lo habrá fagocitado); o firmar el pacto del consenso con el PP, evidenciando que tras el candidato del PSOE Pedro Sánchez no hay nada más que eso: Pdrschz. Un mentecato incapaz.
Los símbolos del franquismo y la vergüenza de la izquierda
(Publicado en Vozpópuli el 4/02/16)
http://vozpopuli.com/analisis/75438-los-simbolos-del-franquismo-y-la-verguenza-de-la-izquierda
Incluso en España, donde parece imposible que nos pongamos todos de acuerdo en nada, hay ciertos hechos o ideas que ninguno refutamos. Es el caso de la celebérrima afirmación de Santayana: la que explica que “quien ignora su pasado, está condenado a repetirlo”. Todos damos por supuesta la importancia capital de recordar nuestra historia y especialmente, nuestros peores errores. Porque sabemos que olvidarlos es camino seguro a su reedición, y a todos los españoles nos disgusta la idea de tropezar más de una vez en la misma piedra.
Sin embargo, uno observa la cruzada intensa de la izquierda contra los símbolos del franquismo y no puede evitar hacerse preguntas. Por supuesto, ahora que abrazamos la Democracia, resulta cuando menos chocante cualquier tipo de gesto, monumento o dedicatoria que honre la memoria de aquel que nos la negó. Pero, ¿no es cierto que también sirven para recordarnos lo jovencita que es nuestra democracia particular y, de paso, lo frágil que puede llegar a ser? ¿Resulta tan descabellado entender que esos símbolos pueden ejercer de recordatorio para evitar la repetición vaticinada por Santayana?
Todos estamos de acuerdo en que no debemos olvidar, y, sin embargo, cada vez son más los que quieren eliminar todo aquello que nos pueda ayudar a recordar. Y toca entonces preguntarse por qué.
Debemos recordar el régimen de Franco. Es un deber civil y moral. Debemos avergonzarnos de nuestro pasado reciente. Y, por paradójico que suene, debemos llevar nuestra vergüenza con orgullo. Porque esa vergüenza del recuerdo, llevada como una espina clavada, es la que nos mantendrá alerta ante las posibles amenazas a nuestra democracia. ¿Por qué entonces querrían algunos enterrar al franquismo en el olvido? ¿Por qué querrían evitarnos cualquier tipo de recordatorio que alimente nuestra vergüenza? Pues porque existe otra vergüenza…
Lo que la izquierda quiere olvidar no es el régimen de Franco, ni los actos ni los hechos del dictador y sus secuaces. Lo que la izquierda quiere olvidar es que Franco murió de viejo, murió Caudillo y murió Generalísimo. Y que durante los últimos veinte años de dictadura (la famosa “dictablanda”) la represión apenas resultó necesaria. Lo que se pretende borrar de nuestra historia es la complacencia con que la izquierda, siempre tan comprometida y revolucionaria, se compraba entonces su seiscientos y estrenaba su primera lavadora. Y por eso es para ellos tan importante retirar los bustos de Franco. No porque honren la figura de un dictador, sino porque les recuerda que ni siquiera cuando Franco era un viejecillo decrépito y la dictadura una caricatura de la que había sido durante la posguerra, tuvieron el coraje para retirarlos por las malas.
Y, cuenten con ello, cambiarán la Historia. Y les hablarán a nuestros hijos de cuarenta años de represión brutal, durante los que ni el mismísimo Che Guevara se habría atrevido a mover un dedo; para no lidiar con su propia vergüenza… Por suerte, los números siempre estarán ahí para desmontar su versión autocomplaciente. Y si ni los números lo consiguen, se cumplirá la máxima de Santayana; y el próximo dictador también se les morirá de viejo.
martes, 26 de abril de 2016
CALZARSE UNA PALESTINA
(Publicado en Vozpópuli 22/08/14)
http://vozpopuli.com/blogs/4747-carlos-prallong-calzarse-una-palestina
Curioso lo de la solidaridad con las víctimas... Por supuesto que me alegra saber que vivo entre personas que se apenan por los sufrimientos ajenos, capaces de empatizar con los que padecen cualquier calamidad o desgracia. Pero cuando esta solidaridad y empatía les impide a mis vecinos ver nada más allá, comienza a preocuparme. Y mucho.
Y es que cada vez es más común que la condición de víctima de una persona, grupo de personas e incluso un pueblo entero monopolice la percepción que se tiene de esa persona o pueblo. Si es víctima, es únicamente eso: víctima. Y como tal, merece que nos pongamos de su lado sin discusión, y a muerte. Y repito que bien está que sepamos ponernos en el lugar de los desfavorecidos; pero cuando permitimos que nuestra tendencia a la solidaridad nos ciegue, al final terminamos metiendo la pata. Todo lo bueno lo es en su justa medida; y la solidaridad, como todas las cosas, deja de ser algo bueno cuando se lleva a extremos y se sacan las cosas de quicio.
Durante décadas, por ejemplo, percibimos al pueblo judío como las víctimas del holocausto nazi. Y no es que no fueran o sean muchas otras cosas, pero en nuestro imaginario colectivo no eran más que eso: las víctimas de un genocidio a las que encima sus vecinos no quieren en las tierras que hoy llamamos Israel. Tanto fue así que durante los últimos años no son pocos los que de pronto se preguntan en qué momento las pobrecillas víctimas se convirtieron en una potencia nuclear que responde a las agresiones (cuando no agrede primero) en proporciones de 100 o 1000 a 1. Y no pretendo yo ahora ni mucho menos pararme a discutir si la actuación de Israel durante la última crisis de Gaza (o cualquiera de las anteriores) está siendo correcta, aberrante, perfecta, disparatada o todo lo contrario. Lo que me interesa es señalar cómo en nuestras calles cada vez son más las personas que, ante la manifiesta desproporción entre los medios de una y otra parte en el conflicto; se embriagan de solidaridad hacia los más débiles, se declaran pro-palestinos y empiezan a perder los papeles.
Porque por mucha influencia que tenga la Biblia en nuestra visión del mundo, y por muy interiorizado que tengamos el capítulo de David contra Goliath; a estas alturas deberíamos saber ya que ser el débil en un enfrentamiento no lo convierte a uno necesariamente en el más virtuoso de los contendientes. Es más, pensémoslo fríamente: ¿hasta qué punto hay que estar alelado para echarse encima una palestina por las calles de Madrid? Que ya no es solo que estemos a cuarenta grados (que también) es que ¿acaso no se dan cuenta de que simboliza y significa mucho más que no estar de acuerdo con Israel y en contra del imperialismo judeo-yanqui? Lo más curioso, si cabe, es que muchos de los que hoy muestran su adhesión visceral a la causa palestina sin saber nada de dicha causa más allá de que supone estar en contra de Israel (e, indirectamente, EE. UU.) son los mismos que hace apenas una década le tachaban a uno de xenófobo anti-semita como se le ocurriese hacer mención del pueblo judío sin solidarizarse por los innumerables padecimientos que les había tocado sufrir a lo largo de los siglos...
Y ya no es solo que resulte escandaloso que hombres y mujeres de nuestra sociedad se echen al cuello el símbolo de una cultura fanática, de un machismo que apenas acertamos a concebir e irremediablemente violadora de los más mínimos derechos humanos; es que, tal y como Decía Santayana: "aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla". Y los que hoy se sorprenden al descubrir la verdadera naturaleza del pueblo judío, se calzan una palestina y se echan a la calle, dispuestos a sorprenderse dentro de unos años con la verdadera naturaleza del pueblo al que hoy se resisten a ver como nada que no sea una víctima indefensa.
No querría yo convertirme en el pedante elitista de turno que no permite opinar sobre un asunto salvo a los que estén informados a conciencia; pero sí estaría bien que antes de asumir posiciones pro-palestinas uno se preguntase al menos qué ocurriría si durante una hora, por ejemplo, se tornasen los papeles y fuesen los palestinos los que contasen con el aparato militar de Israel y viceversa. A poco informado que se esté, se sabe que la respuesta es que sobrarían 59 minutos para que el conflicto quedase resuelto y finiquitado para siempre. Así al menos sabríamos el tipo de persona que tendríamos delante cada vez que viésemos a algún español calzándose una palestina...
http://vozpopuli.com/blogs/4747-carlos-prallong-calzarse-una-palestina
"CALZARSE" UNA PALESTINA
Curioso lo de la solidaridad con las víctimas... Por supuesto que me alegra saber que vivo entre personas que se apenan por los sufrimientos ajenos, capaces de empatizar con los que padecen cualquier calamidad o desgracia. Pero cuando esta solidaridad y empatía les impide a mis vecinos ver nada más allá, comienza a preocuparme. Y mucho.
Y es que cada vez es más común que la condición de víctima de una persona, grupo de personas e incluso un pueblo entero monopolice la percepción que se tiene de esa persona o pueblo. Si es víctima, es únicamente eso: víctima. Y como tal, merece que nos pongamos de su lado sin discusión, y a muerte. Y repito que bien está que sepamos ponernos en el lugar de los desfavorecidos; pero cuando permitimos que nuestra tendencia a la solidaridad nos ciegue, al final terminamos metiendo la pata. Todo lo bueno lo es en su justa medida; y la solidaridad, como todas las cosas, deja de ser algo bueno cuando se lleva a extremos y se sacan las cosas de quicio.
Durante décadas, por ejemplo, percibimos al pueblo judío como las víctimas del holocausto nazi. Y no es que no fueran o sean muchas otras cosas, pero en nuestro imaginario colectivo no eran más que eso: las víctimas de un genocidio a las que encima sus vecinos no quieren en las tierras que hoy llamamos Israel. Tanto fue así que durante los últimos años no son pocos los que de pronto se preguntan en qué momento las pobrecillas víctimas se convirtieron en una potencia nuclear que responde a las agresiones (cuando no agrede primero) en proporciones de 100 o 1000 a 1. Y no pretendo yo ahora ni mucho menos pararme a discutir si la actuación de Israel durante la última crisis de Gaza (o cualquiera de las anteriores) está siendo correcta, aberrante, perfecta, disparatada o todo lo contrario. Lo que me interesa es señalar cómo en nuestras calles cada vez son más las personas que, ante la manifiesta desproporción entre los medios de una y otra parte en el conflicto; se embriagan de solidaridad hacia los más débiles, se declaran pro-palestinos y empiezan a perder los papeles.
Porque por mucha influencia que tenga la Biblia en nuestra visión del mundo, y por muy interiorizado que tengamos el capítulo de David contra Goliath; a estas alturas deberíamos saber ya que ser el débil en un enfrentamiento no lo convierte a uno necesariamente en el más virtuoso de los contendientes. Es más, pensémoslo fríamente: ¿hasta qué punto hay que estar alelado para echarse encima una palestina por las calles de Madrid? Que ya no es solo que estemos a cuarenta grados (que también) es que ¿acaso no se dan cuenta de que simboliza y significa mucho más que no estar de acuerdo con Israel y en contra del imperialismo judeo-yanqui? Lo más curioso, si cabe, es que muchos de los que hoy muestran su adhesión visceral a la causa palestina sin saber nada de dicha causa más allá de que supone estar en contra de Israel (e, indirectamente, EE. UU.) son los mismos que hace apenas una década le tachaban a uno de xenófobo anti-semita como se le ocurriese hacer mención del pueblo judío sin solidarizarse por los innumerables padecimientos que les había tocado sufrir a lo largo de los siglos...
Y ya no es solo que resulte escandaloso que hombres y mujeres de nuestra sociedad se echen al cuello el símbolo de una cultura fanática, de un machismo que apenas acertamos a concebir e irremediablemente violadora de los más mínimos derechos humanos; es que, tal y como Decía Santayana: "aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla". Y los que hoy se sorprenden al descubrir la verdadera naturaleza del pueblo judío, se calzan una palestina y se echan a la calle, dispuestos a sorprenderse dentro de unos años con la verdadera naturaleza del pueblo al que hoy se resisten a ver como nada que no sea una víctima indefensa.
No querría yo convertirme en el pedante elitista de turno que no permite opinar sobre un asunto salvo a los que estén informados a conciencia; pero sí estaría bien que antes de asumir posiciones pro-palestinas uno se preguntase al menos qué ocurriría si durante una hora, por ejemplo, se tornasen los papeles y fuesen los palestinos los que contasen con el aparato militar de Israel y viceversa. A poco informado que se esté, se sabe que la respuesta es que sobrarían 59 minutos para que el conflicto quedase resuelto y finiquitado para siempre. Así al menos sabríamos el tipo de persona que tendríamos delante cada vez que viésemos a algún español calzándose una palestina...
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